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Yo.

Tú.

El griterío infantil.

La maldad en mí.

La violencia entre mis amantes padres.

La visión de ti hecha harapos según tú por mí.

La guerra de Vietnam.

El 11 de septiembre de 1973 en Santiago de Chile.

Los berridos durante la castración espectacular de un puerco.

Numerosos pasajes de la Biblia.

El normativismo.

La melancolía del Demonio.

El supuesto suicidio de Balmaceda instigado por mi abuelo materno.

Ver a mi madre desnuda.

El cochayuyo cocido con sal.

Dar dinero por su pobreza y su fealdad a una puta vieja.

El desenrizamiento del árbol en el vendaval.

La mentira.

La cumbia.

La visión de la chucha.

La obesidad femenina.

La “intelligentsia” chilena.

La certidumbre.

La cursilería.

La galantería.

El ademán sacerdotal.

El olor a pedo ajeno.

El concepto.

La educación sentimental.

El box.

El cielo nublado durante meses.

Sin orden de prioridad, sin mentir.

Es ver el amor en tu sexualidad satisfaciéndose sin mirada.

Es la mujer con su estupidez y todo.

Es la generosidad apetente de la feminidad.

Es tus caderas.

Es tus interminables y exasperantes palabras sin sentido.

Eres mil en una y una en miles.

Es tu incomprensión.

Es para seducirte decir la presencia en tu ausencia.

Es tu admiración por la frase.

Es el silencio compartido en la paz del alma ya común.

Es haberte sido infiel para sufrirlo.

Es la oración del ocaso.

Es el hálito responsable de la paternidad.

Es cuidarte en la necesidad.

Es tu cuerpo.

Es otra.

Es la música en la palabra.

Es nietos de llanto.

Es no comprender.

Es paz del alma rapaz en calma.

Es mucho más que eso, es un cigarrillo, es un buen copete, es o era el erizo, es la bicicleta, el arco, la flecha, el libro de las narraciones interesantes, el paseo, la vegetación, el pueblo, el respeto, la solidaridad, la fe, el perdón, la búsqueda, tú, yo en tus ojos, la vejez del mismo dolor en descubrimiento.

Es un tú desplegado que se repliega sobre mi enfermedad.

Es la Cordillera de Nahuelbuta.

Es el volcán Tacora, gil.

Es el agotamiento ante la noche.

Tengo prohibido a mi hija que se haga un tatuaje en el Parque Bustamante. Le están interdictas numerosas actividades. Cabe en nombre de mi firmemente oscilante catolicismo bautista que yo sea comprendido por el conjunto del Islam inglés. Ella tiene sólo 14 años de edad. Sí, es púber, pero este argumento no basta para dar curso libre a la permisividad. La sangre debe ser azul. Raúl Hasbún se opone al color de la amapola y sin respetarlo él me excomulgaría de la paternidad sin que ni el mismo Papa le tire bola al respecto. Y menos yo aunque por principio sí. A la madre de Isabel resulta indiferente toda norma relativa a la sexualidad. La situación es diferente. Está siempre embarazada y en consecuencia distraída. Yo inhibo lo que puedo. Comprendo el Conservatorio de la Virginidad donde la Isa lleva ocho años exitosos de solfeo, lindo debería decir. Recién han sido pintadas sus murallas. Obtuve una subvención de la cuadra para que esto se hiciese de modo perfecto. Isabel está adquiriendo derechos. Se pasea desnuda sin problema ante el pintor de brocha gorda. Ninguna objeción recibe por masturbarse en el escondrijo de su camastro cuando no me hallo allí. En caso contrario le reitero el Sermón de la Montaña. Lo importante es que siga virgen hasta cumplir veinte años, fecha de mi viudez. Cualquier examen de ADN es decir de memoria contrapuesta al proyecto que significa el ácido ribonucleico demuestra su naturaleza adoptiva respecto de mí. La venganza es un plato que se come ardiente años después. Por lo demás Isabel me ama aun en el ombligo. Le meto el dedo y ríe desesperada. También le tengo prohibida, todavía sin esa trágica muerte de la madre, crimen perfecto que de haberlo lo hay, la ingestión excesiva de bombones y de uvas inmaduras. No resulta problemático matar cuando se lo hace astutamente. En términos metafóricos que Ud. comprendería con dos dedos de frente, esto significa que el zorro al pasar mordiendo parece perro. Ningún mortal diría que es zorro, sin distinción de clase, de sexo o de condición. Los testigos son coherentes: fue el perro Diana. La policía admite la inocente unanimidad. El cadáver pasa por los trámites de rigor. Ningún hijo llora. La zorra sonriente goza entonces de las uvas preferentemente rosadas que alegran el Parque mencionado. Las chupa con devoción fabulosa. Pues zorra y no zorro es. Diana ha sido ajusticiada. Su bello cuerpo parte en humos por árboles de chimeneas penalistas que estudian juristas especializados en química. Escriben sobre este punto y reciben un honorario. Así es la justicia humana. Pero yo mantengo prohibiciones. Isabel no ha de gozar todavía. Regreso a la casa en el camión. Los restantes huérfanos comprueban en la noche mi respeto al himen ensangrentado. Disfruto del medio ambiente. Adquiero más sentido de mis sentidos, uno a uno. A fin de cuentas, todos reímos cantando el “Frère Jacques” de Mahler: 3º movimiento de la 1ª sinfonía. Ningún vecino se escandaliza ante tal voluptuoso duelo. La sociedad se ha modernizado. Nada hay más normal en la moral que la muerte natural. Diana fue culpable. No se enjuicia a una perra. “Guau” no constituye argumento defensivo. El abogado cobro sus honorarios al Pisco de la democracia ecológica. Ya en silencio deslicé mi mano por ese lugar vivo. Recibí tras el beso el cuerpo. Tragué el vómito. Numerosos pares de ojos infantiles iluminaban ya adultos desde el suelo sin consuelo la escena. Isabel no cesaba de amarme en sus derrames bucales, cerebrales, genitales. Yo no sabía qué sentir. A hurtadillas partí entre las uvas, que no estaban verdes. Las pisoteé. Sus babas de caracol plateaban por la Luna mi huída. Transcurrieron años. Estuve en Visviri. Volví. Todo había cambiado. La vid olía a tomatal. Pero la hija de Isabel se llamaba como la madre de ésta. Me recogí sobre la tierra sin dolor. Dominaba una mudez. Conté a la descendencia. Sólo restabas tú. Me rechazaste el beso. Pronunciaste una palabra.

Tengo prohibido a mi hija que se haga un tatuaje en el Parque Bustamante. Le están interdictas numerosas actividades. Cabe en nombre de mi firmemente oscilante catolicismo bautista que yo sea comprendido por el conjunto del Islam inglés. Ella tiene sólo 14 años de edad. Sí, es púber, pero este argumento no basta para dar curso libre a la permisividad. La sangre debe ser azul. Raúl Hasbún se opone al color de la amapola y sin respetarlo él me excomulgaría de la paternidad sin que ni el mismo Papa le tire bola al respecto. Y menos yo aunque por principio sí. A la madre de Isabel resulta indiferente toda norma relativa a la sexualidad. La situación es diferente. Está siempre embarazada y en consecuencia distraída. Yo inhibo lo que puedo. Comprendo el Conservatorio de la Virginidad donde la Isa lleva ocho años exitosos de solfeo, lindo debería decir. Recién han sido pintadas sus murallas. Obtuve una subvención de la cuadra para que esto se hiciese de modo perfecto. Isabel está adquiriendo derechos. Se pasea desnuda sin problema ante el pintor de brocha gorda. Ninguna objeción recibe por masturbarse en el escondrijo de su camastro cuando no me hallo allí. En caso contrario le reitero el Sermón de la Montaña. Lo importante es que siga virgen hasta cumplir veinte años, fecha de mi viudez. Cualquier examen de ADN es decir de memoria contrapuesta al proyecto que significa el ácido ribonucleico demuestra su naturaleza adoptiva respecto de mí. La venganza es un plato que se come ardiente años después. Por lo demás Isabel me ama aun en el ombligo. Le meto el dedo y ríe desesperada. También le tengo prohibida, todavía sin esa trágica muerte de la madre, crimen perfecto que de haberlo lo hay, la ingestión excesiva de bombones y de uvas inmaduras. No resulta problemático matar cuando se lo hace astutamente. En términos metafóricos que Ud. comprendería con dos dedos de frente, esto significa que el zorro al pasar mordiendo parece perro. Ningún mortal diría que es zorro, sin distinción de clase, de sexo o de condición. Los testigos son coherentes: fue el perro Diana. La policía admite la inocente unanimidad. El cadáver pasa por los trámites de rigor. Ningún hijo llora. La zorra sonriente goza entonces de las uvas preferentemente rosadas que alegran el Parque mencionado. Las chupa con devoción fabulosa. Pues zorra y no zorro es. Diana ha sido ajusticiada. Su bello cuerpo parte en humos por árboles de chimeneas penalistas que estudian juristas especializados en química. Escriben sobre este punto y reciben un honorario. Así es la justicia humana. Pero yo mantengo prohibiciones. Isabel no ha de gozar todavía. Regreso a la casa en el camión. Los restantes huérfanos comprueban en la noche mi respeto al himen ensangrentado. Disfruto del medio ambiente. Adquiero más sentido de mis sentidos, uno a uno. A fin de cuentas, todos reímos cantando el “Frère Jacques” de Mahler: 3º movimiento de la 1ª sinfonía. Ningún vecino se escandaliza ante tal voluptuoso duelo. La sociedad se ha modernizado. Nada hay más normal en la moral que la muerte natural. Diana fue culpable. No se enjuicia a una perra. “Guau” no constituye argumento defensivo. El abogado cobro sus honorarios al Pisco de la democracia ecológica. Ya en silencio deslicé mi mano por ese lugar vivo. Recibí tras el beso el cuerpo. Tragué el vómito. Numerosos pares de ojos infantiles iluminaban ya adultos desde el suelo sin consuelo la escena. Isabel no cesaba de amarme en sus derrames bucales, cerebrales, genitales. Yo no sabía qué sentir. A hurtadillas partí entre las uvas, que no estaban verdes. Las pisoteé. Sus babas de caracol plateaban por la Luna mi huída. Transcurrieron años. Estuve en Visviri. Volví. Todo había cambiado. La vid olía a tomatal. Pero la hija de Isabel se llamaba como la madre de ésta. Me recogí sobre la tierra sin dolor. Dominaba una mudez. Conté a la descendencia. Sólo restabas tú. Me rechazaste el beso. Pronunciaste una palabra.

La primera letra  de este texto es como se ve la L. Ello no tiene mayor importancia sino porque siendo una ha aparecido tres veces. Reúne pues un carácter uno y trino que permite recordar un dogma no presentado aquí, hasta ahora, por otro fonema de nuestro idioma. Pero nada de tipo esotérico cabe  deducir de esta observación. Menos aún cuando se comprueba como en seguida que habría bastado con cambiar en dicha frase “este” por “el presente” para pasar de tres a cuatro, quitando así toda fuerza a un argumento de orden misterioso. De todas maneras, sobre el fondo, la primera oración carece en apariencia de interés. Cuesta en efecto imaginar que Usted se halle en situación de asombro por esa L inicial, incluso si además es figurativa de un ángulo recto y de un sistema simple de coordenadas. Es de suponer que otras cuestiones le preocupen más. Como, por ejemplo, qué puede motivar una verdadera inquietud suya y por qué. Un amplio campo de posibilidades se abre aquí. Tan vasto, que nunca ha sido contado, entre otras razones por imaginárselo infinito o casi, es decir incontable, y por no divisarse la utilidad de llegar a esta conclusión. La opción por un tema diferente parece de este modo bastante lógica. El problema es cuál. Yo no tengo ciertamente autoridad para decidirlo en lugar suyo y cualquiera determinación mía por mi sola cuenta pecaría de alguna arbitrariedad, aunque haya alternativas prometedoras, como podrían ser la condición femenina en la República Popular china, el fútbol, el ángel caído, una teleserie, la niñez, una amaneciente incertidumbre, el limbo, el orden de los números naturales o Ud. según yo. Claro, quedan fuera de tal lista muchas otras tramas que según toda verosimilitud no vale la pena ejemplificar más. Propongo en consecuencia que dejemos este asunto de lado. No sin especificar que cualquiera elección perdería parte de su arbitrariedad al considerarse que ella estará connotada por factores afectivos, intelectuales, propios, ajenos, culturales, etc. Como si abordásemos ahora, por ejemplo, el sentido de la temporalidad a lo largo de ella misma, desde el Paraíso hasta el Juicio Final o -en el fondo es  lo mismo- desde las 6:46 am. hasta un segundo más. Disculpe, me detengo ahora a pensar en la próxima frase, con la finalidad de proseguir  el texto. No la encuentro. Ya sé. Estoy escribiendo para mantenerle atado aunque sin abuso a mi creación. Usted entra en ella y sin negarle libertad ejerzo un poder que a su vez me domina para la práctica de la escritura. Interactuamos en roles distintos e incluso contradictorios que luego ya se van unificando en uno o más significados. No está Ud. solo. Yo tampoco. Somos. Estamos. Interpretamos. Nos despedimos. Recordamos. Olvidamos. Siento afecto y pena. Me pregunto si se halla Ud. bien. Con toda sinceridad se lo deseo. En algún rincón de la memoria, por lo menos, nuestras almas se reconocen. He aquí de acuerdo con varias personas la sustancia de la comunicación poética en la acepción amplia. Conocí a una mujer quien aseguraba estar enamorada de Don Quijote y a un crío prendado de la futura Miss Universo, cuya tristeza disimulada en la farándula de la cincuentena daría a aquél una eficaz impresión sobre la imposibilidad: “no es verdad que querer sea poder pues siempre se puede al menos querer, dado que a menudo ni siquiera esto último resulta posible, y así Ud. no es capaz de querer la visión del universo al igual que un dinosaurio, por mucho empeño que le ponga. ¿O sí?

–         Sí.

–         Cuéntenos.

–         Lea mejor “La guerra de las Salamandras” de Kapec.

–         No. Dinosaurios.

–         Es lo mismo: invención, novela, fantasía. Si me da la gana, le hablo aun sobre aquello que no puedo querer.

–         Hágalo.

–         Mañana.

–         No le creo.

–         Asunto suyo.

–         Y por repercusión suyo.

–         Ud. quiere tener razón como sea. Sea. Tiene la razón. Pura. ¿No?

“Su sistema puede estar en peligro”. Puede y no puede. Puede que sí. Puede que no. “Actualización Java disponible”. Usted borra. Deja todo en blanco. Las letras negras que no mira van saliendo en la página. La van ennegreciendo. Si Usted leyera, lo haría al revés. En una “a” leería su alrededor. En la Biblia el Universo. La noche está estrellada. Hace frío en la tumba cenicienta del firmamento. Pero da asco el recuerdo del calor. El color de la tierra impone un sentido triste de sequedad, de aspereza, de soledad incluso o sobre todo en la muchedumbre, de miedo, extravío, sendero incierto, caverna, niñez, palabra, tecnología, vegetación, piedra, agua, memoria, escultura, crimen, asfalto, yuyo, bar, llegada, estancia, salida, miradas, substantivos, norma, cabeza, Chile, cementerio, ausencia, ciencia, objetos, impuesto a la renta, carne, ratas, aborto, silencio, encierro, guerra, anonimato, juego, apuesta, ganancia, trivialidad, sexo, filiación, sorpresa, desprendimiento, números, llagas, lentitud, arrugas, medicamentos, colores, teclas, adverbios, mujer, enredadera, amor, venas, zorzal, obra de arte, tiempo, vientre, diccionario, Alemania, algo, causa, vino, orégano, mosca, apellido, compasión, calidad total, pobreza, risa, niña de los ojos, garabato, odio, mentira, envidia, rencor, venganza, mermelada, sinusitis, iglesia.

No mire la pantalla. El cráneo funciona solo. Lea lo blanco con la materia gris. Constituya gramática en el huerto del vacío. Haga comprensible su ejecución inyectando anestesia y pentotal virtuales. Ore. Regale su alma a lo que sea. No tenga restos. Escriba alcohol: alcohol. Experimente el estoicismo. Échese a perder. Llore a morir. Piense que el Crucificado murió como consecuencia de su última lágrima derramada sobre la tierra. Nada es impermeable a la ley de la gravitación. La teoría general de sistemas es un torrente de irrelevancias por donde suben salmones rojos. Calle. Haga sentido. Forme grupo. Relea.

La vida en sabiduría porta en sí un movimiento inextirpable de tristeza pues trae una conciencia de la totalidad que incluye a la alegría sin sobrepasarla salvo por momentos  luego recordativos del dolor, del sufrimiento y de la pena.
De modo que la felicidad experimentada lleva su negación y aun su contradicción. La primavera prueba al invierno. El ser recién nacido a su muerte. Y el plazo a su desplazamiento. Te persignas pues en la pregunta dirigida a Dios sobre qué sería la sabiduría frente a la necedad o a su limbo no recibes otra respuesta -además implícita o imprecisa- que el amor, reforzada así como otra interrogación más y más desgarrada desde sus propios instantes felices.
No sabes entonces cómo vivir ni qué hacer, si bien comprendes sin certidumbre cómo y qué no, porque si no hay mal que por bien no venga tampoco habría bien que por mal no lo hiciera. De este modo, por ejemplo, la falta de Crucifixión («no saben lo que hacen») abortaría toda Ascención o Buena Nueva, además todavía apenas hipotética, desde la defectuosidad no fanática de la fe.
Encrucigrama laberíntico en el alma al cual se añade el dolor sobre la subconciencia en nebulosa de su propio ser. Resta entonces cual escape una resignación a la mediocridad indiferente en este movimiento y en esta posición dentro del Reino divino, que no contenta a Dios ni a su Creación aunque sí más o menos a Mefistófeles, «yo soy quien niega todo» (Goethe).
Para este personaje hermético, «en el principio era la Acción». Juan -«en el principio era el Verbo»- habría previamente contrapuesto la luz, no por ello del todo clara a nuestros jos. Como cuando a sí mismo el cuarto evangelista se define y redefine «el discípulo bien amado» sin más pudor que Judas en su texto de conversación con Jesús que «Amaneciente Incertidumbre» ha reproducido bajo el título «El Evangelio de Judas»: «lo que has de hacer, hazlo pronto»…. se lee en boca de Jesús al «traidor» hacia el final de Juan.
El consuelo por lo menos humano ante tal impotencia para el discernimiento del misterio consiste en asignar a éste el valor de una estupidez más, de otro dogmatismo o por milagro de la verdadera fe todavía inalcanzable. Más pedestre que celestial sería el misterio comparado al milagro. Misteriosa permanece la composición química de la lejana galaxia o de tu partícula elemental, como asimismo de sus relaciones, o de saber que quizás casi nada sepas. Milagrosa es la aparición súbita pero inolvidable y eterna de Dios en ti. El milagro vulgariza al misterio. El misterio diviniza al milagro. Sin embargo, interactúan. Milagro y a la vez misterio eres. Y Satanás hace creer en uno y otro más en su fusión poniendo su empeño para que no se crea nada sobre nada de esto sino sí sobre la nada que para el mejor de los casos, por misericordia de Dios dador de la libertad mediante la Creación, en alguna semejante y apiadable nada; porque si «el Infierno está aquí» (J.P.II), o sea también en «mí» (J.P.II, p. ej.: ningún «Santo» es Dios), quiere decir que «en el principio era la Nada», creadora del Verbo… Conjetura constitutiva de la esencia cínica que es la hipocresía, Madre hermafrodita de la Mentira: otro dogma, por lo menos tan discutible como su contrario genital y moral.
Hay cosas que jamás comprenderás. Mejor dicho, nada comprendes. Mejor dicho aún, repito nuevamente, y por recóndita aunque auténtica humildad, quizás casi nada comprendes. No obstante que reste una, una sola, brecha abierta: en tu dulzura de corazón que lleva tus obras. Lleva en ésta las bienaventuranzas. Sé clemente con tus caídas. Pide perdonar sin vociferar que lo has hecho. Aprende a pedir sin olvidar que así contribuyes a la posibilidad feliz de dar, de la generosidad y de la fraternidad respetuosa de la Creación; y sin caer salvo imperativo categórico en la esclavitud enviciada y agnóstica de la mendicidad profesional. Arranca de ti el orgullo pues todo eres siendo poco y a la vez mucho. Ora en emoción y compañía incluso sólo de alma a alma. Solidariza con la cercanía como con la lejanía. Desapégate de la materia sin matarla. No andes sermoneando por la vida. Haz bien buscado, mas sin notarlo ni anotarlo, más bien sonríe al descubrirlo después con sentimiento maravillado, es decir antes del próximo buen paso. Está alegre aun en tu dolor así aliviado gracias a Dios en nosotros. Muere en paz y confianza en que no mueres pues de hecho me acompañas y está hablando.
¿Qué es la sabiduría? Sería preguntarse lo anterior en calma dulce, práctica, coherente e imperfecta. Sí, lo siento, es esto, es el amor, más -me dice la vida- que el amor al amor.
Escribimos en singular porque leo en plural y en plural leo porque escribimos en singular. Aunque también nos vaya siendo imprescindible escrbirnos en plural, leer en singular, leer en plural y escribirnos en plural. Todo junto aunque variablemente repetitivo a la vez; como incluso el tema mismo tan propicio a Sartre del «universal singular» y del «singular universal». O, anterior, llamado clásico, de la deducción y la inducción (tan discutida por Popper).
Son cruces hechas rosas de los vientos. Algo así como, no sin un defecto tecnológico:
*
Rocas de los vientos en los rizos de los tiempos.
¿Qué de más he de hacer, más que de hijos, libros, árboles? Miro alrededor, incluso sin queja y de qué hacer más nada encuentro. Dios mismo me hrabría huído como a la oración zumbada de una mosca.
– Baja autoestima.
– ¿Eres además psicoanalista, periodista?
– ¡No sé qué hacer, nada señalas!
– Así sucede con el paso del tiempo, hasta que éste va cediendo y poco a poco pero con rapiez ya no sucede más. Aun los hijos se van.
– Sin que poco a poco mas con rapidez su partida sea notada. ¿Y qué pasa con ser viudo de una mujer viva que te ha robado todo?
– Nada.
– ¿Ni tristeza?
– Ni tristeza.
– Ésa la carga ella con digno disimulo.
– Las mujeres mienten.
– Es su defensa.
– Cómete su huevo, el huevo total- Y yo sólo pidiendo a Dios que nada me sea indiferente…
– ¿Y quién te ha dicho que soy Dios? Cada Dios tiene a su Dios. Yo no el tuyo. Ni tú mi siervo.
– Andas puro hueveando. Te estás poniendo gracioso, Dios mío.
– ¡Repite una sola vez más eso último y haré que un rayo te parta la cabeza!
– Ay qué susto Dios mío.
– Observa.
– Observo.
– No me resultó. Mi infinita misericordia doblega a mi omnipotencia.
– No creo ni lo que rezas.
__________________________
(Diálogo interrumpido sin ser releído por Dios).
¿Eres creyente?
No sé.
Eso es creer.
Así duele.
Sí. A mí también.
¿Es mi dolor que te duele?
Sí. Pero eres libre.
¿Peor sería la esclavitud?
En ella estás.
¿La esclavitud de la libertad?
Junta a la libertad de la esclavitud.
No comprendo.
Yo sí.
Házmelo comprender.
No. Tú has de hacerlo.
¿Para esto me creaste?
Sí. La vida creada es opción contrariada.
¿Incluyente en todo del bien y del mal?
Si así no fuera, yo estaría solo.
Necesitabas para ti la dimensión del mal.
No. Me basto a mí mismo.
¿Para qué entonces crear?
No te lo diré.
¿Lo sabré?
Tampoco lo diré.
¡Eres la Palabra!
El silencio habla en ella y con ella.
Dimito de ti.
Libre eres, pero no puedes ni quieres.
¡Lo debo, por esa libertad!
No comprendes la libertad.
Cansas.
Las distinciones equivocan.
Los diálogos contigo son siempre el mismo.
Eres tú desde el título quien lo inicias.
Tú creaste la impresión de la diversidad.
No. Desde el séptimo día creé mi descanso.
Donde sufres por mí… «words»!
Word is now your word, another and the same word.
Yes, and now is always, and so on, I know.
Je n’ai jamais été aussi libre que cloué à la croix.
Oú tu as ressenti le scandale de voir Dieu crucifié.
Moi? Hijo, he aquí tu madre. Adiós.
No queda nadie salvo tú, es decir, yo, esté tú de tu yo. ¿Por qué hemos llegado a esto? ¿Por qué me empecino a llamarnos nosotros y a nosotros como yo intercambiable con este extraño tú, donde la síntesis parece compañía en la mismísima nadilla? ¿Por qué, en la ficción realista de la completa soledad, cada palabra o cada pronombre persiste en su vacía hermosura de inmaterial textura: por ejemplo, árbol, color, tú, molibdeno, voz, agua, pingüino, sueño, pensamiento, encuentro? ¿Por qué incluso esto mismo en nombre no ya común de la soledad sino propio de la mayor exclusividad: Alberto, Persia, Neolítico, Sol, Yourcenar, María, Atlántida, Cáncer, Fuerza, Salida? Ya sé. Forman veinte componenentes en sistema binario unificado donde yo, nada y nadie vive ya. Es como en el principio, cuando sólo era el Verbo. Con la sola diferencia que la Palabra constituye hasta la eternidad una greca dibujada y adyacente de significaciones tan múltiples que integrándonos me ignoran. El ser no es ni ser. Ni tres letras son el ser o la res. Con mayor razón han dejado de serlo tres y para qué decir cuatro. No están aquí ni allá.
Las antedichas «jugarretas de palabra» según la expresión de alguien ojalá para él (o ella, o ambos, o ninguno) transitoriamente despectiva de aquí presentan el problema de no serlo. Pues el ser está en el no ser, mientras el no ser no está en el ser, dado simplemente que éste no es. ¿O cree acaso Ud. que es ? ¿Qué es? ¿Para qué? ¿De qué, sin ardid feérico? ¿Y en qué? En nada. La Creación es una leyenda. Dios es una poesía de altibajos.
Mas sin ser ni siquiera ser el ser que no es ni tan sólo caballo, dinero, industria nuclear, verano o amor, fonema por demás enigmático, se ase locamente a su no ser y cree sin ser así ser. La nada se transforma en universal. La fe mueve montañas sin existir. Existiendo, las montañas imaginarias mueven a la fe en la mentira de la nada.
Si ni la nada existe en cuanto tal, ésta percibe indiferente a Dios. Le inventa alabanzas, sotanas, proteccionistas inquisiciones, catedrales, cruces, criptas, tesoros, bancos, aromas, estupideces. Y van treinta.
Verdadera pena no obstante grandezas de la generosidad eclesiástica me da confirmando mi pobreza moral la miseria luctuosa y lujuriosa, «raza de víboras», constitutiva de los cenáculos merodeantes por monjas y monjes alrededor de nuestros labrados crucifijos. Incluso por vergüenza de feligrés omito escenas ignominiosas que por desgracia me tocó en lugares santos ver, escuchar y comprender. Ya sé, somos débiles. Pero no cometiendo crímenes mientras se ora con fanatismo hipócrita al Señor.

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