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El excelente diccionario castellano de Julio Casares define a la eutanasia así: “muerte tranquila, sin sufrimientos físicos”; en suma, quién podría negarlo, un bien, que implica en términos laicos “cesación de la vida” y teológicos “separación del alma y del cuerpo” (idem). Armonizando estos dos puntos de vista diferentes entre sí, es decir sin emitir pronunciamiento por uno o por otro, sería posible agregar a aquella definición, para optimizar cual anhelo a la eutanasia, que ésta se produzca además sin sufrimientos físicos “ni psíquicos”.

Pero en el plano jurídico la eutanasia significa la provocación, solicitada o no, del deceso sobre una persona que aún viva se halla según toda verosimilitud muriendo de manera irremediable y bajo grandes sufrimientos. Esta acepción de la eutanasia, cuando es aplicada, está legalmente penalizada como crimen en la mayoría de las naciones, independientemente de toda consideración religiosa, como en Francia, o tomando a la religión en cuenta cual antecedente influyente pero indirecto, como en Chile.

Un participante de este sitio ha escrito con franqueza su apoyo irrestricto a la eutanasia bajo el segundo sentido indicado. De allí las reflexiones siguientes, de las cuales espero que sean benéficas, sin estar “yo” seguro de lograrlo.

A pesar de lo antedicho sobre Francia, existe allí un alto grado de tolerancia práctica y visible. Por ejemplo, Léon Schwarzenberg, médico connotado, ex ministro de la salud, declaró ante la televisión, antes de ocupar esa función, que él había practicado la eutanasia en innumerables ocasiones y que continuaría haciéndolo, por un deber profesional de compasión ante la agonía ahogada en el dolor; sin que jamás haya sido por ello sancionado ni procesado y sin que el catolicismo haya llamado a escándalo. En Chile también existe sin duda una tolerancia, cuyo carácter es como de costumbre clandestino.

Se reconoce incluso por autoridades eclesiásticas que no constituye eutanasia la prolongación artificial de la vida para una persona cuyas funciones vitales se reducen a la respiración, a la alimentación químicamente forzada y a la excreción espontánea, de modo que sin la conexión del artificio correspondiente la muerte en el sentido laico sería inmediata; agregándose a ello que aquel tipo de prolongación técnica puede durar años y, siendo muy cara, causar la ruina familiar, por ejemplo. El problema aun en este caso extremo reside en que el juicio médico sobre la realidad se basa a lo sumo en la verosimilitud y jamás en una certeza, pues han sido comprobados muy largos estados de coma tras los cuales la vida artificialmente mantenida ha reaparecido en toda su plenitud, sin explicación médica. Un agnóstico interpretará esto como una redundancia de lo aún científicamente inexplicable, un creyente como un milagro. Pero, dado el conocimiento ya adquirido de estas recuperaciones, por excepcionales que ellas sean, en ambos casos quedará una duda quizás psíquica y moralmente mortificante para quienes habrán decidido la desconexión mortuoria (paciente, previendo su caída inminente en estado de coma, y/o médico, familia, amistad, etc., juzgando sobre la gravedad de los hechos). Existe pues una frontera muy diáfana, casi imperceptible, intangible o imaginaria, más simbólica que real, para definir desde agnóstico, ateo o creyente, no digo moralmente, sino en común sólo éticamente, cuándo se debe cortar el cordón “desumbilical” de la sobre vivencia en estado “vegetal” (mala palabra: el vegetal también vive). Ni siquiera el catolicismo más conservador rechaza la libertad de la conciencia aleatoria o dubitativa que dirime por el derrumbe de la “muralla china” en tales circunstancias. El integrismo absolutista de un Lefèvbre mantiene en la guarida de su ethos un rincón de incertidumbre que por la substancia en nada lo distingue del hijo ateo decidiendo sobre la actual muerte corporal de su igualmente atea madre. A fin de cuentas, errare humanum est.

El enfermo terminal, todavía consciente, ¿está consciente de sí? Si no lo estuvo antes, “sano” (“sólo se que nada se”), ¿por qué lo estaría ahora? Firmando entre alaridos de dolor su orden de eutanasia, drogado por sedantes o sólo por el dolor en sí mismo, ¿sabe lo que hace? ¿Conoce la semántica de su dolor? ¿La conocen los intérpretes amantes que lo rodean? Mi abuela materna y madrina murió de muerte natural tras larga agonía a los 96 años de edad. Yo la acompañaba una tarde. Ella respiraba dificultosamente. Tenía los ojos cerrados. Gemía. Yo la observaba con esa emoción neutra y mayor que se alcanza ante la evidencia de un amor pronto intocable. De pronto, ella exhaló con fuerza su último suspiro. Yo permanecí sentado, tranquilo, a la expectativa. La Titita entreabrió sus ojos, apenas, mirándome astutamente de reojo: quería ver cómo reaccionaba yo ante su simulación de la muerte. Le sonreí, diciéndole: “Vieja fresca”. Un atisbo de humor brilló en su reojo. Y restableció su sufrimiento de hosca respiración. Hasta que resistiendo a su irresistible dolor musitó esta frase, ya sin hacer teatro: “Dios mío, qué he hecho, para sufrir tanto”. Dos días más tarde su cuerpo, por lo menos, se extinguió. Nadie en esa vasta familia -con creyentes y no creyentes- pensó en la eutanasia.

Supe que estando yo muy enfermo hubo gente que me ama y quien viéndome sufrir deseó bondadosamente mi partida. Deseo que yo nunca experimenté. Además, el dolor que se me atribuía era para mí mayor que el dolor que yo sentía. Casi me dolía más el dolor ajeno por mí que el mío propio por mí. Hoy río. El dolor… ¿puede ser más grande que el dolor? No. Pero sí puede ser menor. Es cosa de sonreírle. Y disminuye. Entonces, es casi como si no doliese: ¿un rasguño? Y eso, como escribí en “La muerte”, que se me declaró muerto tres veces. Los médicos… De mucho me ha servido aquel paso por la “muerte”. Soy más feliz que antes. La eutanasia compasiva durante mis horas de coma habría abortado esta situación actual, no obstante que secuelas -“dolorcillos” dice mi madre sobre sí- de todo aquello permanezcan en el cuerpo. En realidad -¿estoy siendo impúdico?-, el sufrimiento más grande de mi vida no fue ése, físico, sino uno anterior, que no era moral, intelectual o profesional sino afectivo. Éste somatizó en el otro y la superación del último curó al primero. Yo ignoraba esta evolución pero no ignoraba que la ignoraba y por tanto la esperaba. Gente celebra la fuerza en la lucha contra mi muerte. Pero yo no se ni de lucha ni de fuerza mías.

Todo lo dicho con anterioridad prescinde de la religiosidad. Un ateo lo comprende igual que yo. Pero soy creyente. No de rosarios o letanías, que me aburren, ni de declamaciones, que me avergonzarían ante mí. Creyente. Católico (ya escribí dos textos sobre la Iglesia y más cosas aún sobre la fe). Y punto. Como creyente, soy por completo opuesto a la eutanasia. Dios decide (mi Dios no es antropomórfico, también lo expliqué por ahí). No el hombre. Pero éste tiene el poder de hacerlo, suicidándose por sí mismo o por interpósita persona (eutanasia solicitada). Si ejerce tal poder, no condeno. Es asunto fuera de mi competencia. Yo digo: no te suicides. Si está en mis manos impedir tu suicidio, lo impido, aun a la fuerza. Pero si fracaso en el intento, lo lamento en mí por ti, jamás condenándote y ni siquiera sintiendo o expresando, como lo hacen para la galería didáctica muchos curas incluso progresistas, que no apruebo tu acto. No. Eso no es cuento mío. Es de Dios. Sobre quien creo que su misericordia es infinita. “El infierno está aquí”, aseveró Juan Pablo II. Así pienso también. No está allá. Mi Dios no permitiría ningún infierno allá. Comprende el mal y eso es ya haberlo perdonado.

La lucha eclesiástica contra la legislación abortiva, “eutanásica”, etc. me resulta comprensible pero en el fondo irrelevante. Es por la conciencia en la vida que surgen algunas normas mucho más fuertes que cualquiera ley. Sin perjuicio de rechazar personalmente su práctica en mí, yo soy favorable a una ley de eutanasia para la situación extrema antes descrita. Sus “beneficiarios” podrían o no recurrir a ella. Pero no me parece moralmente que el recurso a ella deba ser prohibido por ley ni declarado delictivo. Esta prohibición me parece más bien inmoral, por su implacable autoritarismo.

El ridículo de esta inmoralidad despiadada y totalitaria está representado gracias a influencia sin duda eclesiástica por nuestro viejo Código Penal, que obviamente no establece el delito del suicidio “eutanásico” ya cumplido pero que sí lo estatuye para el caso de suicidio frustrado. Tengo entendido que un mínimo de sensatez ha hecho letra muerta en la Justicia de aquel precepto legal. ¡Imagine Ud. encarcelado a alguien por ver frustrada su tentativa de suicidio! Menos mal que resta un poco de sentido común en los tribunales chilenos para transgredir aquí la ley positiva, incurriendo así en una bendita denegación de “justicia” que nadie imaginaría discutir. El suicidio o la eutanasia frustrados merecen sólo ayuda, para que la persona afectada se reinserte en la vida con la alegría de sentirse amada.

No releo el texto. Espero que no haya errores tipográficos y que, de haberlos, sean descifrados y rectificados por la propia lectura del texto. Estoy cansado. Buenas noches.

De niño siempre escuché a mi padre, fundador de la Falange y DC hasta hoy, hombre de cuya honestidad no dudo, referirse con gran respeto al padre, radical PR, de este hijo ex PPD. Me pregunto qué estará pensando el alma masónica de don Jacobo, allá junto a Dios Padre, sobre su Jorgito, con quien nunca he estado ni conversado, pero a quien sí he observado con su calidad de personaje nunca protagonista y dentro de un mes ni siquiera secundario en la escenografía del poder.

Por un instante seré freudiano. Ya conoce por experiencia quien me lee, en el supuesto discutible que alguien me lea, mi infalibilidad más que papal en materias ajenas al dogma. Desde esta condición, afirmo que la vida del hijo, más que adulto ahora, incluso desdentado, no ha estado orientada sino por la ambición ya fracasada de “matar al padre”, superándolo en lo económico y, sobre todo, en lo político, es decir, en la celebridad. Proyecto frecuente, común, pequeño.

Más dinero que el padre tiene, supongo. ¿Cómo? No se, ni me interesa. Pues, ¿de qué vale eso? Vale para unas fotos en la revista “Cosas”, por ejemplo, donde él muestra orgulloso el interior cursi y azulino de su “mansión”. ¡Pobrecito!, pensé al verlo así mientras la peluquera hacía su trabajo en mi pelo. En el fondo, la “casa” evidenciaba más allá que exitoso dinero un simple arribismo desde luego social pero sobre todo político. ¿No ha notado Ud. que, cuando hablaba en la televisión, ávida saliva fluía brillando en sus labios? ¿No su ansioso sudor cuyo perfume atravesaba la pantalla? “¡Papá: te gané!”. Y basta de Freud.

Encuentro tragicómico este asunto. La derecha bendice la valentía moral de este hombre, quien denuncia la “ideología de la corrupción” imperante en la Concertación. La izquierda lo expulsa maldiciéndolo por imperdonable traición. Argumentos en ambos casos coyunturales, intrascendentes y oportunistas, miopes, van y vienen, juntándose como connivencia profesional dentro de la opereta histriónica destinada a un populacho ya ausente del “café piernas” pero aún muy presente en el “pierna a pierna” de la clase política. En fin, qué se le va a hacer, a cada grupo humano su propio vaudeville. Maryline Monroe canta a John F. Kennedy “happy birthday Mr. President”.

No soy miembro de ningún partido político. Si lo fuese, respetaría normas mínimas. De lo contrario, antes de irme, es normal que sea expulsado. El caso del hijo de don Jacobo se presta a lamentación por el padre. La acusación del engendro no indica nombres ni da precisiones. ¿Cómo puedo yo acusar así? Es por lo menos cobarde, aquí y en la quebrada del ají. Y lo peor no es eso, sino que sus dichos sean verdaderos. Pues tiene hoy la desfachatez de comentar que si no denunció la corrupción antes es porque siendo presidente del PPD ella le parecía “algo normal” y hace poco rato agregó que la prueba del delito está en que “los billetes pasaron por mis manos”. Es increíble, ¿o no, don Perutxo? Yo se que en esto nos hallamos de acuerdo. Parece que el hombre se convirtió de delincuente en santo delator de seres anónimos, salvo él. Nunca había visto yo tal frescura. Ni siquiera en lo del Riggs, donde Pinochet por lo menos calló.

Pero el fondo de la cuestión así suscitada estaría en otra parte. Se dice por ahí que Schaulsohn es inteligente. No lo es. Está, y eso, en el promedio. Claro, tenía cierta astucia para el marketing y por algunos “éxitos” se sobreestimó, sin que en el contenido de su visión política jamás aportase realmente nada nuevo, ¿o sí?, ¿qué, por favor?, nada. Y poco a poco entrevió desde la candidatura a Alcalde su fracaso en la lucha por el poder. Demasiado seguro de sí mismo por simulación evidente, fue perdiendo audiencia al interior de su propio partido. Hasta que, exaltado, decidió tomar al toro por las astas: “ideología de la corrupción”. Y, perdón, cagó. Flores fue más astuto en esto. Comprendió que se hace camino no sólo al andar, como repetía irresponsablemente Allende emocionado por Serrat, sino también al detenerse. Es la convicción de su fracaso político que hizo de Jorgito un pequeño vengador, nada más. Creía que su denuncia golpeando sobre la mesa provocaría el cataclismo universal para su victoria final. Las pinzas. Todo esto no es más que una anécdota de la crueldad en la politiquería, de derecha a izquierda, pasando por el centro.

Lejos de mí la idea de defender a Bitar. Es aproximadamente el mismo cuento. Como Jovino, Sebastián, Soledad, Sergio, José Miguel, etc. No es que yo sea un anarquista de computador. Hay alternativas. Las he manifestado con toda claridad y, desde luego, la Presidenta Bachelet ya lo está siendo, porque, objetivamente, hasta ahora no ha mostrado ninguna hilacha, sino más bien lo contrario, y es de esperar para el bien de todo Chile, desde la UDI hasta el PC, que no haya hilacha en ella.

¿Schaulsohn? Ah, sí, lo recuerdo, era don Jacobo. ¿Su hijo? No se. ¿Quizás militante de base en RN?

Sí. Cuando llegue a 20.000 visitas, para lo cual falta una nada. De modo que si, como es lógico, Ud. quiere mantenerlo en vida, no lo visite más. Gracias por su colaboración. ¿Está de acuerdo? Yo debería haber sido publicista. En los cigarrillos (fumo), habría puesto no “te matan” o “matan” como ocurre, sino, más fuerte: TE MATAS.

No se muere sino vivo.

Interesante podría ser para alguien en vida saber cómo alguien concretamente murió. Pues suele acontecer que el sobreviviente tenga pánico -como usted quizás, aunque pueda decir lo contrario e incluso “persuadirse” que nada teme- de su muerte y de la muerte en general. El hecho, sin mentir, es que yo morí. Ignoro si soy un resucitado, un ensoñado, un realista. Esto no queda a mi juicio.

Sí se que tres veces fui médicamente declarado muerto. Se me lo dijo después, cuando ya estuve, ¿ve?, así, como estoy, escribiéndole. Pero yo sólo una vez me sentí morir. Fue curioso. Todo se iba durmiendo poco a poco en mí. No como se duerme cada noche, no, porque cada noche en vida nadie se da cuenta de cómo se duerme, simplemente de pronto se duerme, sin poder decir después de qué modo ello, ese paso, ocurrió: estabas despierta, a lo sumo recuerdas que el cerebro hormigueaba y ¡puf! dormías ya. Despertar es en cambio una transición, todo el mundo lo sabe.

Pero no se trata de esto. Se trata de mi muerte. Se trata de narrárosla. Yo estaba lleno de tubos y otros manjares clínicos tras múltiples y largas hospitalizaciones y operaciones con secuelas definitivas y dolorosas que, como usted ve, no me impiden sonreír ni siquiera a la hora que es. Como se diría donde Mr. Jim: jajajá. El hecho es que transitivamente en pleno día todo empezó a hacerse rápidamente crepuscular. Del amarillo al gris y del gris al negro. Si gente había alrededor, me era indiferente, mejor dicho inexistente. Mis ojos permanecían abiertos. Fui absorbido sin violencia en un remolino de algo como brea que giraba lentamente en el sentido de las agujas del reloj. En ese remolino chispeaba todavía aunque cada vez menos, por puntos, luz exterior y él se iba reduciendo no de manera lisa, sino, cómo decirlo, cual rollo más rollo y rollos abdominales de una mujer negra y gorda que asumiéndome se hacía cónica. Yo no luchaba contra la corriente, no nadaba, flotaba al interior del suave alquitrán, me dejaba ir. No sentía ni bien ni mal. Sólo paz. Una paz que nunca había conocido. Sin recuerdos ni esperanzas. Sin tampoco una sensación de presente, pues el petróleo viscoso y tibio en su elipse centrípeta me movía hacia un allá, allá, sin salida, era hermoso ese azabache, sin luz, no obstante que en algún punto de un rollo aún centellease apenas, cual lágrima anestesiada, un residuo de simple exterioridad. Yo no oraba, no pensaba, sólo seguía, lúcido, con el alma como jamás quieta, consciente en serenidad natural de estar felizmente muriendo, es decir muriendo sin problema, hasta que de pronto, no se qué pasó, ¡no lo se!, pero pasó, una fuerza también tibia, como de fuego, me expulsó de allí sin quemarme, me echó fuera del paraíso cuya negritud perfecta sólo entonces y hasta hoy por única vez he percibido, y por esa fuerza venida de no se dónde me vi regresado de un salto a plena luz del día, exclamando en mi interior: ¡qué linda es la vida! No obstante que el paraíso de las tinieblas que reencontraré tampoco me detestase, y lejos de esto. ¿Nací? Si la luz es la sombra de Dios como dijo un sabio de la filosofía física, no yo, ¿querría decir que la Virgen ascendió a la celestial oscuridad?

Exámenes, operaciones, UTI, ambulancias, visitas, meses, años…

Viendo más tarde el resultado de sofisticados estudios, el prestigioso neurocirujano dijo que le era imposible operar todo el sistema nervioso y que no comprendía cómo yo podía en esas circunstancias estar vivo. Incluso pronunció esa palabra que usted ha adivinado y que no oso repetir. El hecho es que sonreí y le dije: soy un fantasma. A partir de lo cual comprendí que si vivo no es sino porque algo pide aún Dios -qué pedigüeño: una monedita- de mí. ¿Qué? ¿Esto? ¿Y por qué no? Esto… ¡Esto! ¡Sí!, 03:42 am.

Jamás en la vida he votado, ni en Francia ni en Chile, sino por la izquierda, y ni siquiera por el centro. Tal actitud no lleva en sí nada de irracional, pero sí mucho de directamente antirracional. Sería absurdo pues explicarlo excepto por palabrerías que el lector, supongo, ya imagina de sobra y cuya expresión aburriría después de aburrirme, por lo cual la veto.

Entre otras leseras soy cuentista y cientista político muy titulado. Como tal, digo sin partidismo pero no sin patudez algo que ya he escrito en EL diario de Chile: frente a Insulza o Alvear por la Concertación nadie de la Alianza, entre sus figuras actuales, ganará la próxima elección presidencial. La perderá a ciencia cierta. Pero la ganaría a ciencia también cierta si llevase como candidato unificador a alguien como Felipe Lamarca, a condición que lo postule pronto como tal y que él se prepare ya en el terreno sobre todo cultural, pues el resto ya lo tiene. Si su adversario fuere Insulza, Lamarca atraería hacia sí, sin ni siquiera pedirlo como lo hiciera con demasiada obviedad Piñera, a un inmenso electorado centrista. Y si fuere Alvear, el desnivel intelectual entre ella y Lamarca haría el resto, sin duda.

Personalmente apenas conozco a Lamarca. No soy intermediario de nadie. Ni percibo un peso por escribir lo que pienso: esto.

Pero no estoy seguro que la Alianza quiera la alternancia. Si no la quiere, persistirá en sus nombrecitos de siempre para ganar a perdedor. Es una opción legítima. Podría sin embargo nacer con alguien como Lamarca una derecha que evidencie ser progresista, objetiva y honesta. Ello depende de los “barones” que integran la UDI y RN.

¿Qué piensa Ud.? Más aún, ¿hará algo Ud.? Yo como profesional ya he hecho lo que puedo al plantear con mi sentido del realismo aquello que pienso.

Tengo un método, que no divulgaré, para realizar encuestas seguras. Es gratuito en el plano económico aunque no en el plano intelectual. Representa, a mi entender, un descubrimiento propiamente científico, que prescinde de “muestras” y que no se basa en simples intuiciones, tincas, cábalas o esoterismos. El hecho es que entre colegas, en Francia o en Chile, y estimando las cifras al centésimo, ese método no ha fallado. No es que yo no haya fallado. Es mi método que no lo ha hecho.

Juro ante Dios que he dicho la verdad.

1.- …

2.- Etc.

3.-

 

Este cuento se inspira remotamente en Poe

(cf. “Historias Extraordinarias”).

 

Ya he quizás narrado aquí esto. No importa.

 

Sería fastidioso verificarlo y tonto omitirlo.

 

 

Transcurría el año 1963. Era invierno y lloviznaba. Era lunes de media mañana. El viudo iba solo hacia la pinacoteca. Entró. Paseaba allí observando los cuadros con la mente puesta lejos, puesta en qué había sido su vida: “nada”. De pronto se detuvo ante un retrato oval que miró atentamente. Fecha: 1886. Representaba el busto de una hermosa mujer todavía joven. El señor desconocía el nombre del pintor. Viendo ese rostro, sintió que crecía en él una emoción extraña, la cual culminó en esta exclamación silenciosa de su alma:

 

– ¡Parecería que esta mujer estuviese VIVA!

 

Sin evidenciar en sus rasgos sorpresa alguna, pidió al guardián de esa sala una información sobre aquel retrato,

 

– No se.

 

Pero comprendiendo que se hallaba ante un visitante mayor, adusto, serio, en suma digno de respeto, agregó:

 

– Puede consultar con el director del museo, cuya oficina está allí.

 

El director, amable, lo encaminó a los archivos, sacó un libro polvoriento, buscó la página adecuada y dijo:

 

– Tome asiento y su tiempo.

 

– Muchas gracias.

 

Y leyó.

 

En resumen, la mujer era la esposa del autor, quien pintaba a otras mujeres, pero a la suya no, a pesar de las reiteradas peticiones ausentes de todo celo que ella le formulaba para que la tomase aunque fuese sólo una vez como modelo. Muy jóvenes, ambos, se amaban, y así lo atestiguaron todos sus conocidos.

 

– No. A ti no.

 

Ella insistía. Transcurría el tiempo. Hasta que para la sorpresa de ella él le dijo:

 

– Posa.

 

Era tanto el amor que el marido experimentaba por ella que quería que ese amor se transmitiese no sólo en el resultado del retrato como tal sino, para optimizarlo, en el movimiento mismo de ir pintándola, de modo que en este proceso de acaparamiento amoroso él realmente iba olvidando el paso de las horas, olvidaba a la pintura misma como producto en realización, olvidaba el proceso de su movimiento corporal, olvidaba incluso por la fuerza del amor a la noción de su amor y olvidaba a la esposa que allí posaba. Y era tanto el amor que ella experimentaba por él que, recíprocamente, olvidaba el hecho de estar posando, olvidaba la incomodidad de aquel alto taburete, olvidaba su hambre y su sed, olvidaba su cansancio y su palidez. Hasta que justo cuando él dio el último pincelazo sobre la tela así ya terminada ella se desplomó ya muerta al suelo, y “es por todo esto -concluyó el visitante- que en el retrato ella parece VIVA”.

Amaneciente incertidumbre

Tras el mediodía en la cumbre

Muy atardeciente certidumbre

Polo nocturno de la pesadumbre

Queja constante de la costumbre

Sonrisa triste ante la lumbre

Es el dormir de la muchedumbre

Continuidad diaria sin deslumbre

Camino hacia la podredumbre

Es oración de la servidumbre

Que una mujer aquí alumbre

No sería sólo su quejumbre

Grito muerto contra la techumbre

Fue anocheciente certidumbre.

La prioridad inmediata y estratégica en la política económica de Chile es la inversión destinada a la autonomía relativa en materia energética. La dependencia actual es obvia y gigantesca. Resulta absurdo hablar como se hace de prioridades múltiples y mal supuestamente equilibradas entre sí. Esta indefinición denota por lo menos una falta de valentía intelectual y una irresponsabilidad grave.

Los inmensos recursos acumulados por el alto precio del cobre permiten que ellos sean destinados sin crear desequilibrios macroeconómicos a esta necesidad crucial. Ella es crucial para el crecimiento en el conjunto de la actividad productiva, al cual dicha inversión por sí misma contribuye. Lo es además por razones evidentes para la seguridad nacional en el actual contexto geopolítico, que felizmente no presenta amenazas relevantes pero exige una prevención hoy inexistente. Además, la prioridad entregada y realizada en el sector energético representa un impulso decisivo para la generación de pleno empleo, reduciendo a más que la mitad la tasa vigente de cesantía, cifrada en 8.5%, es decir, en un nivel comparable a los pocos países del mundo donde esa tasa se sitúa alrededor de 4%. Como si esto fuera poco, dicha asignación de los recursos disponibles significa a través del empleo una disminución drástica de la desigualdad social que aqueja a Chile, donde la pésima distribución del ingreso detenta la vergonzosa medalla de bronce en todo el mundo. Al mismo tiempo, la desigualdad y el desempleo existentes constituyen -mucho más que la pobreza, cuando ésta ha alcanzado niveles de dignidad aceptables- la causa principal para la juventud de la violencia, de la delincuencia y de la drogadicción, porque la ostentosa extrema riqueza comparativa es percibida como una bofetada y como un insulto comprensiblemente incitativo de tales comportamientos. De paso, éstos engendran un contexto donde se combinan el miedo ciudadano, el stress deprimente y mórbido del desaliento colectivo, el encarcelamiento segmentado y proteccionista de los individuos y de las familias y la ruptura creciente del lazo social: en resumen, una realidad excluyente de toda alegría, sin hablar de felicidad. Esto se traduce por ejemplo para un europeo o un norteamericano que llega a Santiago de Chile en la visión de un grupo humano donde prácticamente nadie sonríe. Y la observación inversa ocurre al chileno cuando llega a París o a Nueva York.

¡Qué cultura puede yacer en tal realidad! ¡Misérrima!

La prioridad aquí planteada, en caso de ser ejecutada, envuelve además de manera automática una aceleración del proceso de descentralización y de desarrollo regional, porque las fuentes potenciales de energía se hallan dispersas a lo largo de todo el territorio. Ello en general es por sí mismo benéfico, lo cual resulta evidente no dando entre muchos otros ejemplos sino uno, muy gravitante sobre el empleo, sobre la desigualdad, etc.: la industria de la construcción y de obras públicas. Y lo es en particular para la lucha contra la desertificación hacia el norte, por la inevitable arborización paralela de la tierra entonces allí habitada.

Se charla mucho sobre la calidad de la educación (sería “otra” prioridad, al igual que las políticas directamente redistributivas, siempre a mediano plazo fracasadas y desequilibrantes). Es el blablablá de rigor en todo el mundo. Es tiempo perdido. La calidad de ella no va a mejorar en ninguna parte del planeta mientras no se produzca una revolución espiritual del profesorado que éste no se halla dispuesto a realizar, porque su corporativismo intrínseco lo hace tremendamente conservador y reacio a cualquiera innovación de fondo. Ya me he referido a ello de manera concreta en otro lugar de este sitio; si no me equivoco, en “Poesía de la incertidumbre”. Probablemente volveré sobre este asunto, pero no ahora, a fin de no irme por las ramas. La mediocridad educativa es por el momento un hecho de la causa, por lo demás funcional para un concepto también mediocre de la estabilidad política, económica y social, que requiere la existencia de una población dócil y poco imaginativa.

Lo que sí quiero destacar aquí es que no obstante lo anterior la inversión energética provoca desde su propia aplicación un desarrollo si no cualitativo por lo menos cuantitativo de la educación, aunque sólo sea de tipo especializado.

El efecto en cascada, positivo, que se ha sugerido debe recaer en fuentes de energía que son diversas, que son limpias, que los expertos honestos e inteligentes conocen y que existen. Ellas incluyen la energía nuclear. El miedo a instalarla revela el alto grado de desconfianza que deposita la clase política chilena en sus trabajadores cualquiera sea su jerarquía profesional. Esa desconfianza se extiende a la efectividad que puede tener sobre ellos la formación practicada por expertos extranjeros cuya excelencia está comprobada. 80% de la energía en Francia proviene del sector nuclear. La construcción de centrales nucleares fue suspendida en 1981 por Mitterrand. Hoy está programada la construcción de nuevas centrales.

Por último, para citar dos ejemplos complementarios, cabe recordar que la energía del sol en el norte de Chile es quizás por km. cuadrado y por su extensión la más elevada del planeta; o que los fuertes vientos magallánicos son una constante en un gran territorial. Sin hablar de otros microclimas de sol y viento también aprovechables ni de otras fuentes energéticas igualmente utilizables.

La opción del gobierno parece orientarse principalmente al ahorro de dólares en bancos extranjeros. Considero que esa asignación de recursos, dado lo expuesto, representa un crimen incluso cultural. Y que la responsabilidad en esta materia es de orden exactamente político.

Pido al Paracleto que guíe estas palabras libres. Un guía no es el amo de su esclavo. No soy esclavo.

Al nacer fui bautizado católico. No dejaré de ser católico. Pero no establezco una sinonimia en la significación para mí entre Cristo y la Iglesia católica. Sin hablar del pasado ni de individuos, hay escrituras, tradiciones y hechos de ésta que proviniendo de sus más altas jerarquías contradicen según mi conciencia a Cristo. La lista siguiente no es exhaustiva.

1.- La pompa, el dinero, el patrimonio que considero escandalosos.

2.- El celibato que infantiliza la sexualidad seminarista o monástica, la hace proclive a la homosexualidad y a la pedofilia y no impide a los curas dictar cátedra sin recato sobre experiencias de vida que les son ajenas, como el matrimonio, la contracepción, el aborto o el divorcio.

3.- La subordinación de la mujer a un rango inferior que el hombre respecto sobre todo del sacerdocio.

4.- El dogma de la infalibilidad papal en materias de dogma que desde su formulación tautológica estimo carente de inteligencia, sin hablar del totalitarismo que su contenido conlleva.

5.- La tendencia al dogmatismo en general que busca imponerse a la conciencia personal inhibiendo la libertad que Dios le dio, incluso para pecar y también, claramente, para ser virtuosa.

6.- La liturgia exacerbada que aburre, desalienta y aleja de la Iglesia sobre todo a la juventud.

7.- El vínculo estrecho aunque camuflado de la Jerarquía con las clases sociales más poderosas en lo económico y lo político.

8.- Su inclinación al integrismo moral en las palabras a menudo desmentidas por los hechos, es decir, la hipocresía.

9.- El hecho de tener respuesta a todo, que no convence ni está convencida, lo cual se nota y produce por tanto efectos negativos sobre quienes la reciben.

10.- El carácter insulso e inculto que revisten por lo común los sermones y las prédicas.

11.- La confesión como método penitente de borrar los pecados y el concepto de pecado mortal.

12.- La descripción eclesiástica de Dios cuya validez supondría una superioridad cognitiva del intérprete sobre Dios.

13.- La supervivencia de fetichismos tontos incluso en el Credo, como por solo ejemplo aquello de acuerdo con lo cual Cristo está sentado a la diestra de Dios Padre, expresión que al ser criticada es explicada cual simple simbolismo, recurso huidizo y habitual que se da ante todo este tipo de fetiche, idiotizando la fe, si ésta se satisface con tal recurso.

14.- El antropocentrismo no ya ptolomeico pero sí del hombre en la Tierra.

15.- La aceptación en el Nuevo Catecismo de la pena de muerte y de la guerra en casos excepcionales no precisados y según yo nunca justificables.

16.- La noción de pecado original, mantenida a pesar del Salvador.

17.- El clasismo incluso interno de la Iglesia, corroborado por hechos como que el obispo Cox esté en el Vaticano y el cura Tato en la cárcel.

18.- La relación de la Curia con la mafia siciliana de la cual fue presuntamente víctima mortal Juan Pablo I en su búsqueda por eliminar tal criminal vínculo (Banco Ambrosiano, caso Calvi).

19.- La connotación despectiva que subsiste en el rechazo oficial a la “fe del carbonero”, ese ignorante, y la insinuación paralela sobre el carácter científico de la teología, que recuerda a los Doctores de la Ley.

20.- Bien examinada en sus propias palabras, la autodefinición de “Una, Santa, Católica (es decir Universal), Apostólica y Romana (?) Iglesia” es demostrativa de la más completa Soberbia… mientras se exalta la “humildad”.

El culto católico a María es un paliativo honroso pero insuficiente contra el propio machismo vaticano. Juan Pablo I llegó incluso a decir “Dios: Padre y Madre a la vez”. Este germen de revolución conceptual fue sin embargo de inmediato y hasta hoy silenciado. Ese Papa y Juan XXIII son quienes más favorablemente han impresionado desde Roma mi vida consciente. Conozco curas maravillosos. Veo en ellos la excepción que confirma la regla.

Al paso que va, la Iglesia será dentro de un Siglo una secta económicamente muy rica, con su patrimonio arquitectónico, pictórico, etc. transformado en rentables museos -proceso ya en curso-, con sus guardias suizos instalados al frente de un gigantesco Banco Católico en Ginebra y con una feligresía ya mundialmente irrelevante y decadente. ¿Exagero? Sí. Pero poco. Y quizás nada. Asistimos a una organización del suicidio eclesiástico que recuerda a Luis XIV, “el Rey Sol”: “Después de mí, el Diluvio”.

Estoy pues preocupado. Ninguno de los 20 ejemplos antedichos corresponde en nada a la enseñanza de Cristo. Mejor dicho, todos y cada uno la contradicen. Todos son gravísimos. Y no veo a ninguno que se aparte de la realidad. Hoy celebraremos la Navidad ante contritos ademanes cardenalicios que condenarán la locura consumista de la boca para afuera en medio de un discurso religioso sobre el niñito Jesús, la paz y el amor que estará desmentido desde la ostentosa vestimenta por nuestro lógicamente aristocrático Arzobispo.

Si yo no fuese católico, nada de esto me afectaría. Pero lo soy y me afecta. No creo ser el único a quien esto ocurra. Muchísimos católicos querríamos otra realidad. Yo tenía 17 años, cursaba 1º año de Derecho en la PUC, cuando la revista de “Pax Romana” (!) me pidió un artículo sobre el tema religioso que yo escogiese. Esa revista de circulación selectiva publicó el texto. Era una crítica que hoy confirmo ante una situación en mi concepto agravada. Tenía por título: “El divorcio entre Cristo y la Iglesia”.

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