No sean éstas que siguen y cuyo contenido ignoro palabras rebuscadas de absurda aspiración a la vanidad y al reconocimiento de incluso sólo pocas personas. Sean en la medida de mis limitadas posibilidades si se pudiese plenamente conformes a la voluntad de Dios.

Se llama a Dios bajo diferentes nombres por los lenguajes históricos de la humanidad en la tierra. Eso no importa.  Dios no es un anciano barbudo que nos mira entre las nubes, tal cual lo propone mucha pinacoteca mundial. Desconocemos cómo es. Se nos ha dicho que es Amor pero no sabemos ni con mediana exactitud en qué consiste verdaderamente el Amor cuando éste es infinito y ni siquiera cuando no lo es. Es ésta una base con la cual debemos contar en humildad cognitiva para el despliegue sucesivo y sano de nuestra existencia. Eso sí, la humildad, que representa fuerza y no debilidad, se encuentra en momentos a veces sorpresivos e inesperados embebida por una emoción apacible y feliz que amplía la sensibilidad del alma en la superficie del planeta interior y exterior a nosotros mismos. Aunque también se expanda por alternancias a menudo poco explicables hacia el paraíso o al infierno de acá. Estos movimientos no dependen únicamente de cada persona desde sí. Están también influidos por lo que sucede afuera. Y, quién sabe, por la propia e infinitamente sabia voluntad del Señor uno y trino y de su madre María. Él conoce el sentido del movimiento de todo y todo el todo que rebasa al todo. Por torpe impulso modernista –este adjetivo aplicado y aplicable a cualesquiera espacialidad y temporalidad- la irrevocablemente pobre ciencia humana considera oscurantista llamar Dios a Dios, excepto como trivialidad expresiva de una ya larga moda. Soberbios por su descubrimiento de léxico, los físicos cuánticos de hoy denominan a la Creación del universo Big Bang y a su contrario orificio negro, “sistema dentro del cual si se entra no se sale” y que por postulado antipoético terminaría devorando a toda la Creación. Es la consabida soberbia que impulsa a tal metamorfosis del lenguaje y por fanatismo todavía antropocéntrico al lenguaje nuestro hecho “verdad” y “certidumbre”, es decir, equivocado fanatismo por la tecnología de punta que incontrolables terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas o petrolíferas, huracanes, etc. destruyen sin aviso ni lapso.

Igual cosa ocurre desde todas las ciencias, incluso por cierto desde la teología. También en las artes o aun en el terreno de la moral, donde si no hay bien que por mal no venga tampoco estaría excluido el aserto de acuerdo con el cual no hay mal que por bien no venga. Realmente en rigor nada sabemos. Pero la fe es más grande que el saber. No consiste en ceremonias pomposas que la vician mas no ultiman. No hay fe incinsera. Ella consiste en una vigorosa y dulce conmoción constantemente oratoria y agradecida por la presencia inmediata, lejana hasta lo inimaginable, de Dios. ¡Cuánto ateo termina sus días solicitando a un sacerdote quizás pedófilo para que le imponga la extremaunción! ¿Cuántos no? No podemos emitir un juicio sobre esto. En la fracción de un segundo transcurriría toda una vida y tal vez más que ésta.

La vocación al amor emergente del perdón con sus cicatrices a sí mismo significa entre otras muchas cosas el servicio bajo innumerables formas a las demás criaturas de manera que el servidor mientras prepara su labor olvida por su alegría que la está realizando y que los beneficiarios gocen de aquello en una amplitud mayor que los objetos materiales e inmateriales allí concernidos, sin ya detenerse en la cuestión de su proveniencia salvo divina.

Para que comprendiésemos algo sobre Dios, éste nos envió encarnado a su Hijo, testimonio a nuestra escala de su Padre. Resta mucho trecho irrealizado por nosotros. Pero “dentro de otro tiempo me volveréis a ver”, dijo Jesús antes de ascender para ocuparse de “otros rebaños” en la Creación. Ese tiempo, ¿no es acaso hoy mismo? Sospecho que en cierto modo sí lo es. “Cuando dos o más de vosotros estéis reunidos en mi nombre, allí estaré yo en medio de vosotros”. Pero si no me equivoco dos no son por ejemplo Pedro la lado de Juan. También hay dos y más que dos sólo en Pedro. Entre su yo y su cuerpo, por ejemplo, que el mal disocia y el bien unifica abierto a la generosidad. Es una generosidad descansada y abstraída de su esfuerzo por grande que éste sea. La gratuidad del amor no vale únicamente para quien lo recibe sino también para quien lo dispensa sin que su mano derecha sepa qué hace la mano izquierda.

Y concluyo por ahora pues la espalda empieza a gemir a causa de su legítimo derecho a reposo. Pondré el ejemplo de la enfermedad. Ella denota un proceso de escisión entre el cuerpo y el alma. El cuerpo ha sido maltratado. Yo no me ocupo de él, quien, fiel y deseoso de seguir en vida, se defiende defendiéndome pero al mismo tiempo por este trabajo muy fatigante se daña aún más, hasta que la misma alma por ello sufrida acude no principalmente a la medicina ni a medicamentos sino a Dios, “pide y se te dará” mas pide con intensa y verdadera fe, aun silenciosa. Así sanarás hasta que tu tiempo haya llegado según la voluntad de Dios y mueras en la belleza feliz de la paz. El hecho de pedir carece de estrías, de arrugas. Es sencillo. Consiste en entregarse como dije sin esfuerzo portando nuestra “cruz liviana”, esta hoja, este pluma, esta admiración de la tierra y de sus escombros reconstructivos. Desde siglos se viene anunciando Apocalipsis tras Apocalipsis. No. La historia es de Resurrección en Resurrección. Buen día.