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Seis de la mañana, subían en silencio varias almas solitarias, con bolsos de objetos preciosos. Comidas caseras, alguna lectura, cartas de amantes lejanas, varias lagrimas, incertidumbre…Todo era transportado en una maleta que volvería vacía.
Era un viaje semanal, quincenal, mensual, algunos por primera vez iban, lo sabia, lo veía muchas veces, eran los de mas llanto. Después venia la costumbre…

“Pasar por algo así? Justo en mi familia..Justo a mi, Justo mi hijo?”culpas, golpes de dolor…Destinos presos. y siempre las madres, las hermanas…

Ya acostumbrada, y me odiaba por eso, ensayaba alguna palabra de aliento que salía sin pensar, como un verso memorizado.

El maletín lleno de papeles. La que daba la palabra de seguridad, que no tenia pero que tranquilizaba.

Varios kilómetros separaban aquellas vidas tan distintas. Aquellos que del contrato social se habían descarrilado, aquellos que eran presos de burocracia o de la injusticia, y los que realmente había cometido delito.

El primer tiempo… Ansiedad, con el correr de los meses…Adquieren ese autismo para adormecer su humanidad.

Se abre la puerta…Las celdas, las rejas…A Dios gracias con la credencial no paso por el “check in” …Las mujeres quedan mas atrás, mriando que sus cosas lleguen a destino…

El patio, las caras miran, sonríen, saludan, odian, detestan, ira.
Rencor, resignación…

Todo se percibe en sus movimientos.

Los aromas a encierro. Las bisagras de poca luz.

Me acerco… Hola Damián, (24 años, Robo calificado, abuso de arma de guerra, estufacientes…Diminuto…Delgado)…..Vine a verte…Te traje las cosas del Juzgado…Quiero explicarte tu situación….

Mirándome me dice….Solo charle conmigo, mi situación la se…

Le gusta? me señala su cara….Se había tatuado caseramente una lagrima…
Solo atiné a sonreír…
Cierro mi carpeta…Enrarecida digo: Dale…De que hablamos?….
Estoy pagando me dijo…estoy pagando con la conciencia lo que hice sin ella.
Mis ojos querían abrazarlo…

Sos libre ya Damián…

..Me tenía que ir… Quedó atesorando las cosas que le había llevado, que le mandaba su único familiar, un tío lejano…

Camine con los dientes apretados llantos en el corazón…
Las puertas se iban cerrando atrás mío.

El sonido no es reproducible…La tristeza de haber perdido el bien mas preciado tampoco.

El sonido del arrepentido mas doloroso…

Salí a la luz…Atrás quedaba el edificio oscuro de Melchor Romero.

Vomite dos horas…Angustia…Y lagrimas.

Hace un tiempo, escribí aquello que me gustaría aprender. Hacer en la práctica. Consejos quizás para el día que tenga una hija (o un hijo claro.)

Así se inició esta serie de frases que quiero compartir con uds. Para que juntos, con nuestras propias y distintas experiencias de vida, dejemos para trascender pequeñas cosas de lo cotidiano que puedan ser de ayuda:

Hay secretos que voy a contarte…
Son secretos que me costaron cicatrices
Son miles de historias observando
son el resultado de varias partidas…

Verás, los silencios hablan…No dejes que se cierren tus ojos sin ver aquello que no podrías dejar ir en la mañana.

Cuando comiences una relación no esperes que cambie, de hecho esos primeros momentos seguramente será lo mas pleno que tengas, aunque dure toda tu vida, serán otras las pasiones…mas no esa del inicio.

Confiesa, más no todo; reserva, alguna sorpresa…De las gratas.

Puedes hablar de tus ex, pero no hacerlos parte de tu hoy.
Ni comparar. Ni dejar que comparen.

Deja el espacio a sus amistades, en definitiva son las que equilibran el tiempo.

Nunca estés demasiado seguro de la duración… Estar atento no es ser celoso, sino estar alerta.

No discutas por esas cosas que no podrían ser nunca la razón porque dejes de quererlo/a

Aprende a escuchar las actitudes…

Su cuidado personal, sus formas de pasar el tiempo libre…

Se la calma…La razón por la que el/ella desee volver a casa.

y cuando ya el cuerpo no sea una de las expresiones de la pasión…

Cultiva el alma, con los recuerdos… Se el compañero de la vida, que eligió algún tiempo.

Procura tener la palabra necesaria que le redima de un día común.

Ser algo especial para alguien, solo surge de saber que es lo que otro pretende, desea, necesita…

Y a veces es solo una palabra en el momento indicado
un abrazo con la duración exacta

Una mirada cuando el resto esta vacío.

Benveniste escribió sobre la “memoria del agua”: en ésta podría ser leída toda la Historia, el “insípido” líquido portaría en sí a ella íntegramente. El autor, hasta entonces respetado por la “comunidad científica”, ejem, fue duramente criticado, ridiculizado, excluido. Qué me importa. Mi título de arriba no se refiere a la consanguinidad directamente humana ni a Drácula, sino a una experiencia mucho más misteriosa y trivial que ha formado parte de una vida: la mía. Luego de narrarla con exactitud y brevedad, cabría una reflexión y sugerir una conversación a propósito de ella y más allá que ella, desde otras perspectivas distintas de la mía, como espero.

Se que me entrometo en el reinado actual de María Eugenia. No logro evitarlo. Le pido excusas por tal invasión. Ruego a la Administración que se abra este texto como nuevo espacio en el sitio.

Resulta que siendo niño yo paseaba mucho a caballo en las cercanías de Curicó. Era el campo. Atravesábamos un río con él nadando. Me gustaba su olor. Galopábamos. Nos deteníamos. Él comía. Yo olía otra vez su maravilloso perfume. Lo acariciaba en el cuello. Siempre preferí la montura chilena a las monturas inglesa o mejicana. Éramos amigos. Regresábamos de noche a “las casas”, con él sudando. Yo lo llevaba a dar pasos para que no saltase bruscamente del calor al frío. En fin, hermoso es el caballo. Pero no se trata aquí de esto.

Había siempre una verdadera plaga de zancudos. Me picaban en las piernas, en los brazos, la cara, chupándome sangre. Me causaban cierto dolor. Yo los mataba con la palma de una mano, sosteniendo las riendas con la otra. Pero era una tarea imposible: constituían una nube, una constelación. Ignoraba yo qué es el estoicismo, incluida esta palabra. Sin embargo, estoico, decidí abandonar la lucha, ser indiferente, gozar del día. No sin observar pacíficamente cómo los zancudos engordaban, transparentes, con mi sangre. Hasta que sus ataques ya no me doliesen. Los miraba incluso sonriendo. Esto ocurrió durante parte del verano, enero, varios años. Nunca tuve una infección o una enfermedad. Los zancudos eran un simple hecho de la causa, un dato. Y a partir de un momento cesaron de venir a mí.

Muchos años más tarde, casado y con hijos, hallándome de vacaciones en Arles (Francia), hubo una tarde una tremenda plaga de zancudos que agredió furiosamente a mi esposa y a los niños, a quienes protegí. ¡Pero ni uno solo se posó sobre mí! E igual cosa sucede hoy en mi dormitorio de Chile. La experiencia infantil me dejó inmune. ¿Cómo puede ser que algo así ocurra a pesar del Atlántico atravesado además en barco? Difícil responder.

Existiría una comunicación entre los zancudos de Curicó y aquéllos de Arles. Mi cuerpo habría narrado en Arles lo de Curicó. Los zancudos transoceánicos representarían familia. Sería la memoria de la sangre a través de alguien como, en este caso, yo. Supongo que el ejemplo dado es extensible a otras realidades, aun oratorias.

Hoy en la tarde como todos los miércoles nos juntamos a tomar el té con Viviana y Andrea, no pudo venir Mariana como la semana pasada, aunque nos envió saludos. Igualmente en nuestra charla hablamos de ella, es decir, no de ella, sino de un comentario muy acertado que hizo sobre el machismo. Dos de azúcar. Gracias. Desde ese día recuerdo me quedó esa reflexión… Las mujeres no es que seamos machistas, sino que nos gusta la “caballerosidad”. Nos enfada el menosprecio, el rango inferior si nos califican por nuestro sexo. Pero felices sí nos abren la puerta del auto. A ver si soy clara, no me interesa que tenga que pagar la cuenta del Restó, pero sí deseo que me corran la silla al sentarme y me hagan sentir una reina.

“Cursi” quizás- Lily me dice que una gran mujer se banca todo, se sienta, elige el vino, paga su parte y se va en su propio coche.-

Mariana recomienda mantener ese “touch” femenino.

Viviana se ríe, ella tiene más claro el asunto, es independiente y fuerte. Andrea también, además ella es de un mundo especial, reparte tolerancia.

Arturo llamó, le contamos nuestra charla, estaba fascinado, hablaba en francés con delicadeza, él florece en sabiduría cada día. Zamira es feliz, no se si nuestro amigo Arturo le cocina, pero estoy segura que la acuna por las noches. Suena el teléfono. María nos sirve más té, ella es empleada de mi madre hace 30 años, igual que Luz. María está casada y tiene nietos ya. Preciosos. Se le ilumina la cara cuando habla de ellos. Manuel, su marido, no tiene dinero para llevarla a cenar a Puerto Madero, pero me ha dicho que entre ellos no hay discusiones, ni le interesa quien paga el arroz de la noche. Agradecen tener el plato de sopa y el hogar encendido.

María ahora trae las masitas de confitería. No las miramos, estamos complicadas en decidir si el machismo es bueno o malo, y sí somos machistas o no., y además estamos a dieta, porque como las renacentistas vivimos de la imagen.

Llega la hora de irse. Nos saludamos contentas por nuestras reflexiones, pero nos vamos rápido, se hace tarde y Juan, Pedro y Oscar quieren la cena lista a su regreso

Curiosamente, tanto la Beatriz de Dante, como la Laura de Petrarca, o la misma María Filomena de Boccacio, musas indiscutibles de estos referentes renacentistas de la literatura europea, fueron las tres vistas por primera vez, por sus amados, a la salida del templo, como si ese acto del destino hubiera cambiado cósmicamente ante semejante casualidad y causalidad …
Qué es lo que hace que tres eruditos se vean sometidos a los encantos de finas damas, de pureza y sensibilidad infinitas, cuando toda su vida plagada de placeres y lujurias no llevaban más que a mujeres de vida liviana y placentera?

Mucho se ha tratado de comprender a Dante, era dudosa la posibilidad de que Beatriz existiera o hubiese existido, En la Vita Nuova cabía ese pensamiento y casi se aseguró, más queda descartado en la Divina Comedia, pero sí es verdad que vió a Gemma di Manetto Donati madre de sus cuatro hijos, pasearse por la Catedral de Florencia.

Al pasar el poeta delante de ciertas damas nobles que lo conocieron cuando el amor le hacía feliz, una de ellas lo interpela diciéndole:

Cómo es que la amas todavía y huyes de su presencia? Explícanos esto, porque el fin que se propone ese amor ha de ser cosa completamente nueva.

A lo que Dante contesta:

El fin que mi amor se proponía antes era obtener el saludo de aquella señora y su saludo era mi dicha y el blanco de mis deseos, pero desde que he tenido el saludo, Cupido, mi dueño ha cifrado mi dicha en lo que nadie me puede quitar

Preguntándole asombrada su interlocutora en qué estaba cifrada esta dicha, contestó Dante:

En las palabras que ensalzan a mi señora.

Petrarca, o Francisco Petracco, vió por primera vez a Laura a los 23 años

Quiso hacer inmortal su nombre con el nombre de Laura a través de su fidelidad y ternura, no cesó de amar y de escribirle aún después de la muerte de esta.
Petrarca sólo deseaba saludar a Laura, deseaba poseerla, y al morir, morir también para acercarse a ella. Todo esto prueba la idealidad de Laura.

Los hombres del renacimiento inventaron esta manera de amar y loar a la mujer amada porque no tenían modelo que copiar de la antigüedad clásica, sí lógicamente sobre la amistad con Cicerón, más no sobre el amor.
Petrarca exagerado admirador de Roma, y los latinistas, fue descrito por Shopenháuer, como alguien que usaba máscara, se oye lo que dice, y se le entiende pero no se le ve el rostro, quería estilo sin ser imitador, y en esto sobresale Petrarca.

Su odio a la jurisprudencia y su odio a la medicina entraba bastante en un tema personal, odiaba las leyes, ya que había sido obligado a estudiar, y medicina porque en general despreciaban los estudios de humanidades, sobran estas aclaraciones con el poema Inventivarum libri quator contra medicum objurgatem..Sus tres rasgos sobresalientes, fueron su patrotismo, sus tesoros literarios y su amor ideal.

Juan Boccacio: Si Dante es digno de admiración y Petrarca célebre, Boccacio es digno de estudio.» Suerte desigual que han encontrado en la posteridad los tres luminares de la literatura italiana»(Simón), que en vida tuvieron sin embargo, no poco rasgos comunes, los tres fueron de Florencia, los tres amaron su patria, los tres la dejaron, los tras pasaron la Edad Media, los tres amaron, los tres comenzaron a estudiar leyes obligadamente, los tres fueron políticos y literatos, éste último habiendo pasado una infancia triste, con una madre viuda, pensando su madre que nada bueno haría el muchacho lo envió a Nápoles a estudiar leyes. Nápoles era una ciudad que al decir de los propios poetas: Devoraba a los fuertes, y sus placeres y vicios maleaban a los débiles.
Sonetos, parecidos a los dos anteriores poetas, fueron los que inundaron a María, casada con un comerciante napolitano. El amor sensual al amor espiritual en Ameto, es justamente lo que hace reconocido a Boccacio. También María Fiammeto era idealizada más que real.

Dante, Petrarca, y Bocaccio, sufrieron de los tres males, la ambición de gloria, la acidia común a todos los hijos del renacimiento, y por último, la tercer dolencia universal, la de caer en el amor.


María Eugenia Morales.

Era el mismo siglo en el que vivió y murió Cicerón que Ovidio me dejó presenciar su clase. Hablaba de los días felices que permitieron que Troya cayera. Decía él: Troya fue ganada por las armas, pero los hombres armados ingresaron un día feliz»…Riendo procedía a explicar minuciosamente ante los demás romanos, las claves exitosas para el amor.
Uno de los lugares propicios para encontrar a la doncella a enamorar era justamente el teatro. La verdadera mujer no era necesario de hallar lejos, aunque en términos generales Perseo trajo a Andrómeda de las Indias y Helena fue robada de Grecia…
Pero sigamos, un buen lugar entonces, era el teatro…Fue precisamente Rómulo quien por primera vez, mezcló los asuntos del amor con los de diversión pública, cuando en el rapto de las sabinas alegró a los soldados que no tenían mujeres…
En esa época el teatro era sencillo…El público se sentaba en escalones con césped. Y cada romano buscaba a su alrededor a la mujer de sus deseos…Rómulo que sabía el arte de la persuasión cuando sus soldados se abalanzaron sobre las doncellas, al ver que estas temblaban y lloraban preguntó por qué irritaban sus bellos ojos con el llanto, si esos valerosos soldados no iban a ser más que lo que eran sus padres para sus madres…Así, Rómulo compensó a sus soldados, las doncellas se fueron a los campos a procrear, y el teatro se hizo un ámbito peligroso para las vírgenes.
Pero eso ya es otra historia…
Le decía el gran Ovidio a sus discípulos…Escríbanle…Con las palabras, más tiernas…Con la elocuencia que fascina, pero sin soberbia, ella no debe saber que es predecible. Jamás.
El verdadero varón es hombre sencillo. «El despeinado Teseo conquistó a la hija de Minos, Hipólito que no era elegante enamoró a Fedra y el brusco Adonis lo hizo con Venus» las conquistan son con pequeños detalles, abanicarla, cubrirle los pies con un banquillo, y perseverar con palabras dulces.
Sí hay una fiesta de esas que los romanos adoran a Baco, mantén en mano a tus instintos, con palabras ocultas y amables, hazle conocer tus intenciones…Recuerda, que una borrachera es desastrosa, pero fingir una borrachera puede ser muy útil.
A veces un falso amor, termina siendo verdadero…
Ese fue uno de los últimos consejos que escuché, caminando me fui alejando del gran Ovidio, mientras la tarde caía sobre Roma, pensando que los Dioses se burlarían de ellos…De mí.
Alcé la mirada, detrás de una nube vi el Olimpo, y a Júpiter riendo de las palabras de un amante al que espiaba como si fuera su bufón, y ahí comprendí…

Después de todo, el también le había jurado falsamente amor a Juno.

Schopenhauer califica de absurdos los sistemas metafísicos que consideran el mal como algo negativo, en el sentido de que no existe por sí mismo, sino más bien como la ausencia de algo. Así tenemos que el bien tendría algo de existencia positiva, mientras que el mal tendría algo de existencia negativa; es decir que el mal sólo existe en tanto que es ausencia de bien.

Por ejemplo: todos hemos experimentado alguna vez la enfermedad -digamos una gripe- y los dolores que la acompañan. Mientras que los sistemas que Schopenhauer considera absurdos sostienen que la enfermedad sólo existe como carencia de salud, y que la salud es lo que realmente existe, él sostiene que la cosa es al revés: lo que realmente existe es la enfermedad, el dolor. Ese es nuestro verdadero estado, la salud solamente es un breve período de supresión de la enfermedad. Así la enfermedad siempre se impondrá a la salud, que tan sólo es un fugaz momento de sosiego. Entonces parecería que todo bien o satisfacción es lo verdaderamente negativo, ya que consisten en suprimir un deseo o en poner fin a una pena, que es lo que tiene una existencia positiva.

Del mismo modo, igual que con la salud y la enfermedad, si nuestra vida, nuestra existencia cotidiana, transcurre apacible y sin mayor complicación, nos pasa cómodamente desapercibida; pero si nos ocurre algo doloroso o desagradable, lo percibimos claramente.

«Así como un arroyo corre sin remolinos mientras no encuentra obstáculo alguno, de igual modo en la naturaleza humana, como en la naturaleza animal, la vida se desliza inconsciente y distraída cuando nada se opone a la voluntad. Si la atención está despierta, es que se han puesto trabas a la voluntad y se ha producido algún choque. Todo lo que se alza frente a nuestra voluntad, todo lo que atraviesa o se le resiste, es decir, todo lo que hay desagradable o doloroso, lo sentimos enseguida con suma claridad»

Schopenhauer piensa que esto se pone de manifiesto a la menor provocación, aun en los momentos más sencillos de la experiencia, y por esto lo considera como una verdad aplastante. Por ejemplo, que no advirtamos nuestra salud general y sin embargo podemos percibir con punzante lucidez el lugar preciso donde nos apretan los zapatos; o que no disfrutemos la prosperidad de un negocio, y que por el contrario, una minúscula complicación en él nos quite el sueño, son hechos que demuestran, según Schopenhauer, que sólo el dolor es positivo y que el bienestar es negativo. Por consiguiente, ninguna dicha puede ser duradera.

«Sentimos el dolor, pero no la ausencia de dolor; sentimos el cuidado pero no la falta de cuidados; el temor, pero no la seguridad. Sentimos el deseo y el anhelo, como sentimos el hambre y la sed; pero apenas se ven colmados, todo se acabó, como una vez que se traga el bocado cesa de existir para nuestra sensación No nos percatamos de los días felices de nuestra vida pasada hasta que los han sustituido días de dolor… A medida que crecen nuestros goces, nos hacemos más insensibles a ellos: el hábito ya no es placer. Por eso mismo crece nuestra facultad de sufrir: todo hábito suprimido causa una sensación penosa. Las horas transcurren tanto más veloces cuanto más agradables son, tanto más lentas cuanto más tristes, porque no es el goce lo positivo, sino el dolor, y por eso deja sentir la presencia de éste»

«Si queréis en un abrir y cerrar de ojos ilustraros acerca de este asunto, y saber si el placer puede más que la pena o solamente si son iguales, comparad la impresión del animal que devora a otro con la impresión del que es devorado.»

DOLORES DEL MUNDO. EL MAL ES ESENCIAL A LA VIDA
Así tenemos que si el dolor es lo positivo, y no puede existir satisfacción duradera, el sufrimiento no puede ser eliminado de la vida humana, o por lo menos no radicalmente.

«Si nuestra existencia no tiene por fin inmediato el dolor, puede afirmarse que no tiene ninguna razón de ser en el mundo.» El dolor es inherente a la vida humana. El dolor no es accidental a la vida, es su finalidad.

«Puesto que toda felicidad y todo placer son de carácter negativo, mientras que el dolor es positivo, resulta que la vida no tiene la función de ser disfrutada, sino que nos es infligida, hemos de padecerla; por eso degere vitam, vita defungi, scampa cosí [vive la vida, la vida se termina, escapa a los peligros]»

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«En todo tiempo necesita cada cual cierta cantidad de cuidados, de dolores o de miseria como necesita lastre el buque para sostenerse a plomo y navegar derecho.»

La lucha por extirpar el dolor del mundo no sólo es vana sino absurda. El sufrimiento no se puede erradicar, ya que su causa es la misma constitución de la humanidad. A lo más podemos luchar contra el sufrimiento y vencer la forma en la que se nos presenta; pero el sufrimiento, el dolor, tiene disfraces infinitos, y al instante se nos presentará de otra manera.

«Los esfuerzos incesantes para desterrar el dolor no consiguen otra cosa que variar su figura: ésta es primordialmente carencia, necesidad, cuidados por la conservación de la vida. Al que tiene la fortuna de haber resuelto este problema, lo que pocas veces sucede, le sale de nuevo el dolor al paso en mil otras formas, distintas, según la edad y las circunstancias, como pasiones sexuales, amores desgraciados, envidia, celos, odios, terrores. Ambición, codicia enfermedades, etcétera. Y cuando no puede revestir otra forma toma el ropaje gris y tristón del fastidio y el aburrimiento, contra el cual tantas cosas se han inventado. Y aunque se consiguiese alejar éste, difícil sería que no volviese en cualquiera de las otras formas para empezar otra vez su ronda; pues entre el dolor y aburrimiento se pasa la vida.»

La mayoría de los males nos afligen porque los consideramos contingentes; los males como la muerte y la vejez suelen no afligirnos tanto porque sabemos que necesariamente hemos de padecerlos, mientras que casi todos los demás los consideramos causados por circunstancias muy particulares. El pensar que existe la posibilidad de librarnos de los males, o que si las cosas hubieran sido de otra forma no hubiéramos padecido determinado efecto doloroso, es justamente lo que nos crea la falsa ilusión de que pudimos no haber sufrido, lo cual eleva nuestra aflicción.

«Pero si llegáramos a convencernos de que el dolor, como tal es esencial a la vida y la forma en que se presenta lo único accidental y dependiente del acaso, de que nuestra vida presente ocupa un lugar en el que sin cesar pronto sería reemplazada por otra, alejada ahora del mismo, y que por consiguiente, el destino poco nos puede quitar; tal reflexión, en caso de convertirse en viva persuasión, podría suministrarnos una buena dosis de ecuanimidad estoica, disminuyendo en gran parte nuestros angustiosos temores egoístas. Pero de hecho, tal poderoso dominio de la razón sobre los dolores que sentimos de un modo inmediato, pocas veces o nunca se encuentra.»

A pesar de esto no hay que olvidar que, sin importar las circunstancias externas, la personalidad, la suerte o los bienes materiales que se posean, nadie se podrá sustraer, nunca, del dolor de vivir. El dolor es intrínseco a la vida, no le es accidental. Así no nos queda más que pensar, «que lo mejor de la existencia es su brevedad, de la que tan a menudo nos lamentamos.»

«Pero la mayor parte de las veces nos negamos a aceptar esta idea, como nos negaríamos a beber una medicina amarga, esta idea de que el dolor es esencial a la vida y no proviene del exterior, sino que cada uno de nosotros lo llevamos dentro de nosotros mismos, como un manantial que no se agota. Siempre buscamos una causa o un pretexto exterior del dolor que no se separa de nosotros; somos como el hombre libre que se crea un ídolo para tener un amo. Pues infatigablemente volamos de deseo en deseo, y aunque ninguna realización, por mucho que prometa, pueda satisfacernos y no ser más que un vergonzoso error, nos empeñamos, no obstante, en no comprender que estamos haciendo el trabajo de las Danaides y corremos incesantemente hacia nuevos deseos.»

Y así continuamos hasta el infinito, siempre persiguiendo un nuevo deseo, hasta que encontramos uno que no podemos satisfacer y al cual tampoco podemos renunciar. Un deseo al que podemos culpar de ser la causa de nuestro sufrimiento, en vez de acusar a nuestra propia constitución. Este deseo particular nos hace enemigos de nuestra suerte, pero definitivamente nos reconcilia con la vida porque nos hace creer que el sufrimiento no es inherente a ésta, y nos aleja de la idea de que toda alegría o felicidad duradera es imposible. Aunque este proceso nos orienta ciertamente hacia la melancolía, ya que el hombre carga sobre sus espaldas un gran único dolor, que es este deseo al cual tiende sin poder satisfacerlo ni olvidarlo, y que nos hace ignorar alegrías y aflicciones menores.

Schopenhauer considera mucho más digna esta actitud que la del veleidoso que se precipita, desesperadamente, ante cualquier deseo, en una «carrera incesante en pos de fantasmas que varían continuamente» , como una embarcación errática que navega sólo por donde el viento la lleva y que nunca podrá encontrar sosiego alguno. «Así es el curso de la vida humana: como regla el hombre, cegado por la esperanza, danza precipitándose en los brazos de la muerte.»

ORIGEN DE LA TRISTEZA Y LA ALEGRÍA
En la misma línea, Schopenhauer sostiene que en todos y cada uno de nosotros, está determinada de antemano la cantidad de dolor que hemos de soportar. Esta medida es invariable, aunque la forma del dolor pueda cambiar. La buena o mala fortuna que tenga un individuo, no le vendrá del exterior, sino que procederá de su propio interior, modificándose por su disposición física según sus distintas edades y sus diferentes circunstancias; pero en general será la misma siempre, sin dejar de estar en relación directa con su temperamento y con el grado de sensibilidad, ligera o fuerte, que posea.

El sentimiento siempre está determinado a priori. La alegría o la tristeza nunca son producto de circunstancias exteriores, como lo serían la riqueza o la posición social. Esto se demuestra fácilmente en el hecho de que encontramos caras alegres tanto entre ricos como entre pobres, al igual que encontramos caras largas sin importar posición social o económica. .

El grado de alegría o de tristeza que un individuo padezca, se debe atribuir, no a cambios exteriores, sino más bien, al estado interior del hombre o a su disposición física.

Schopenhauer considera la alegría es un fin en sí misma. Siempre que estemos alegres, dice, no debemos reflexionar sobre si tenemos o no motivo para estarlo: estar alegre es motivo suficiente. La alegría siempre se debe preferir sobre cualquier otro bien; pero sin salud es difícil que la alegría se dé, así Schopenhauer recomienda buscar la salud.

En el caso de la alegría, cuando la satisfacción va creciendo hasta convertirse en ésta, vemos que el cambio de satisfacción a alegría se da comúnmente sin necesitar de ningún motivo exterior. Sin embargo, nuestro dolor, muchas veces si es provocado por algún accidente exterior, siendo esto la principal causa de nuestra aflicción, ya que consideramos que de no haberse dado tal circunstancia particular, o si pudiéramos eliminar ese suceso, experimentaríamos gran alivio o nunca hubiéramos padecido tal dolor.

El motivo exterior, la causa circunstancial de nuestra tristeza, no es más que un catalizador o un detonador que concentra el dolor correspondiente a nuestra naturaleza en torno a un suceso determinado, en lugar de que éste se manifieste bajo miles de formas pueriles. Así no le damos importancia a las muchas carencias que nos aquejan, sino sólo a una que nos roba toda la atención. Siempre hay una inquietud dominante que es la que nos agobia, y una vez que ésta es colmada o superada, llega a ocupar su puesto rector una que antes nos pasaba inadvertida.

Por otro lado, la alegría excesiva si es producto de factores externos inciertos -equívocos, fugitivos, aleatorios- corresponde a la dicha que acompaña al conseguir algo, considerado por nosotros mismos, fuera de lo común; por ejemplo, sacarse la lotería. El dolor, que en cambio es esencial a la vida, depende de factores ajenos al individuo, y tarde o temprano se manifestará a propósito de la desaparición de la gran alegría que le precedía.

Schopenhauer compara la gran alegría «a una montaña escarpada a la cual no se debe subir porque no hay modo de bajarla más que dejándose caer desde su cima (…).»

«Las alegrías excesivas y los más vivos dolores se suelen encontrar en una misma persona, pues aquéllas y éstos se condicionan recíprocamente y tienen por condición común una gran vivacidad de espíritu.»

Por esta razón, él recomienda tratar de evitar siempre todo extremo, y nunca perder de vista los altibajos en la cadena de sucesos, para mantenernos en ecuanimidad y con ánimo sereno, y de esta forma, no hacer mayores nuestras aflicciones.

LO EFÍMERO DE LA EXISTENCIA. VIVIR ES MORIR
la fugacidad de la vida y en lo efímero de la existencia humana.

«Al tormento de la existencia viene a agregarse también la rapidez del tiempo, que nos apremia, que no nos deja tomar aliento, y que se mantiene en pie detrás de cada uno de nosotros como un capataz de la chusma con el látigo. Sólo se perdona a los que se han entregado al tedio.»

El paso del tiempo se deja sentir de una manera por demás molesta. Parecería que si el tiempo no transcurriera, o por lo menos lo hiciera a un paso más lento, nos traería menos pena. En cuanto hemos satisfecho un deseo cualquiera, dormir o comer por poner algún ejemplo, se nos presenta el aburrimiento, o se nos hace presente alguna otra necesidad. Esto impide que hallemos reposo. Por otro lado, si en cambio, estamos disfrutando de un buen rato, el tiempo nos parecerá volar. Esto nos hace sentir, inevitablemente, que las penas oprimen nuestra existencia la mayor parte del tiempo, mientras que los momentos alegres apenas son breves oasis en las arenas rutinariamente iguales del aburrimiento.

«Nada hay fijo en esta vida fugaz: ¡ni dolor infinito, ni alegría eterna, ni impresión permanente, ni entusiasmo duradero, ni resolución elevada que pueda persistir la vida entera! Todo se disuelve en el torrente de los años. Los minutos, los innumerables átomos de pequeñas cosas, fragmentos de cada una de nuestras acciones, son los gusanos roedores que devastan todo lo grande y atrevido… Nada se toma en serio en la vida humana: el polvo no merece la pena.»

El individuo no vive más que el presente, que huye sin remedio hacia el pasado y que se pierde diluido en el tiempo.

Lo único que nos queda del ayer son las consecuencias de algunos de nuestros actos; fuera de eso, el ayer se encuentra inerte, completamente muerto; por eso deberíamos ser indiferentes al pasado, sin importar que éste fuera alegre o lastimero.

La desesperación ante la calamidad o la tragedia, y el júbilo y la alegría ante la dicha, no duran mucho tiempo. En el momento que se producen los cambios trágicos o dolorosos la emoción es fuerte y se encuentra a flor de piel, lo que hace que se experimente como algo fuera de lo normal, pero esta percepción pasa rápido, llegando a un punto en el que lo que un día se padeció aplastante, se vuelve ahora tan estéril y pálido como cualquier malestar cotidiano. «La desesperación o el júbilo no eran debidos al gozo presente, sino a la perspectiva de un porvenir anticipado.»

Por otro lado, si se considera la vida en relación con el paso del tiempo, vemos que «nuestro existir no consiste sino en un continuo aplazamiento; la vida de nuestro cuerpo supone un continuo aplazamiento del morir y la diligencia de nuestro espíritu constituye un continuo aplazamiento del tedio.»

«Cada vez que respiramos hacemos retroceder la constante acometida de una muerte segura, contra la que luchamos a cada segundo; nuestra batalla con la muerte tiene lugar cada vez que nos alimentamos o conciliamos el sueño. Pues el nacimiento nos ha puesto a su merced y toda nuestra vida sólo es una moratoria respecto de la muerte.»

La existencia del individuo está limitada solamente al momento actual, al presente escurridizo, que en un continuo fluir al pasado, sólo avanza hacia la muerte. Este vivir del hombre, este fluir constante, es un morir insistente.

«A la postre, siempre es menester que triunfe la muerte, porque le pertenecemos por el hecho mismo de nuestro nacimiento, y no hace sino jugar con su presa antes de devorarla. Así es como seguimos el curso de nuestra vida, con extraordinario interés, con mil cuidados y precauciones mil, todo el mayor tiempo posible, como se sopla una pompa de jabón empeñándose en inflarla lo más que se pueda y durante el más largo tiempo, a pesar de la certidumbre de que ha de concluir por estallar.»

Si hacemos abstracción de las consecuencias que nos traen nuestras acciones pasadas, podemos aceptar fácilmente que la vida transcurrida ya no existe, está terminada. No vale la pena preocuparnos por haber sufrido en el pasado o por haber gozado, el pasado está muerto.

«Pero el presente se convierte siempre en sus manos en pasado y el futuro es incierto y siempre de corta duración. Por lo cual, su existencia, si la consideramos sólo desde el punto de vista formal, es un constante caer del presente en el pasado muerto, un constante morir. Pero si consideramos ahora la cosa por el lado físico, es evidente que así como nuestro andar es siempre una caída evitada, la vida de nuestro cuerpo es un morir incesante evitado, una destrucción retardada de nuestro cuerpo; y finalmente la actividad de nuestro espíritu no es sino un hastío evitado.»

LA MUERTE
La muerte es tan natural a la vida como el nacimiento, de hecho ambos, nacimiento y muerte, son recíprocos e inversos.

Todos nuestros actos biológicos: respirar, comer, dormir, etc., nos evitan morir directa o indirectamente. Pero la muerte siempre triunfa sobre nosotros; como se expone en párrafos anteriores, según Schopenhauer le pertenecemos a la muerte por el simple hecho de haber nacido; y tratar de conservar la vida, que se nos escapa sigilosa, sutil y rotunda, como el agua en un arroyo, no es diferente a querer que una burbuja de jabón nunca se reviente.

Si al hombre le perteneciera la vida eterna, al paso del tiempo optaría por preferir la nada, ya que por su propia disposición ésta le llegaría a parecer un tormento monótono, aburrido y absurdo. Del mismo modo, si el hombre cumpliera sus sueños de vivir en un mundo donde tuviera todo lo que necesita, es decir, un mundo que no fuera miserable, lejos de ser feliz, se vería invadido por el tedio, el aburrimiento y el hastío. Y solo en la medida en que en su vida se viera presente de nuevo la carencia, escaparía de la monotonía.

Esto nos hace pensar que la felicidad es contradictoria a la vida humana.

«Pero, si consideramos más de cerca la cuestión vemos, ante todo la existencia de lo que es inorgánico atacada en cada momento y finalmente disgregada por las fuerzas químicas; y la de los seres orgánicos, en cambio, hecha posible sólo por un continuo recambio de la materia que exige un constante aflujo y una continua ayuda del exterior. Por tanto, ya en sí misma, la vida orgánica se asemeja a la barra tenida en equilibrio en la mano, que debe ser siempre movida, y es por ello una continua necesidad, una deficiencia, una carencia sin fin. Sin embargo, la conciencia es posible sólo mediante esta vida orgánica. Por eso, todo esto es la existencia finita como opuesto de la cual se debería pensar en una existencia infinita, en cuanto no expuesta a ataques externos ni menesterosa de ayuda externa y, por ello, como ‘lo que es eternamente idéntico a sí mismo’ en quietud eterna ‘no sometido a generación ni a corrupción’ (Platón, Timeo, 27 d), sin cambio, sin tiempo, sin pluralidad y diversidad (…) Una existencia tal debe ser a la que nos conduce la negación de la voluntad de vivir.»

Es claro que el hombre es el único ser vivo que lleva en sí el concepto de la muerte. Vemos al individuo nacer y morir; lo vemos salir de la nada, sufrir luego por la muerte y volver a la nada de donde salió.

«No conocemos mayor juego de dados que el del nacimiento y de la muerte» En cada momento podemos morir ante las más fortuitas, absurdas e insignificantes circunstancias. La vida es azar. Y a pesar de que siempre estamos seguros de que algún día moriremos, la muerte sólo nos angustia en ciertos momentos en que algún hecho nos la trae a la imaginación. Pero contra la poderosa voz de la Naturaleza, la reflexión puede poco. En el hombre, al igual que en el animal, que no piensa, existe la convicción de ser él mismo la Naturaleza, el mundo mismo, el centro del universo, lo cual impide que la idea de una muerte inevitable le atormente demasiado; gracias a lo cual, se debe que el individuo pueda llevar su vida con tranquilidad, como si ésta nunca terminara. Y tan fuerte es esta idea que se podría asegurar que ningún hombre tiene la convicción completa de su muerte, «pues, de ser así, no habría la diferencia que hay entre el estado de ánimo de un hombre en general y el de un condenado a muerte.»

«Cuando en otoño se observa el pequeño mundo de los insectos y se ve que uno se prepara un lecho para dormir el pesado y largo sueño del invierno, que otro hace su capullo para pasar el invierno en estado de crisálida y renacer un día de primavera con toda su juventud y en toda su perfección, y en fin, que la mayoría de ellos, al tratar de tomar descanso en brazos de la muerte, se contentan con poner cuidadosamente sus huevecillos en lugar favorable para renacer un día rejuvenecidos en un nuevo ser, ¿qué otra cosa es esto sino la doctrina de la inmortalidad enseñada por la naturaleza? Esto quiere darnos a entender que entre el sueño y la muerte no hay diferencias radicales, que ni el uno ni la otra ponen en peligro la existencia. El cuidado con que el insecto prepara su celdilla, su agujero, su nido, así como el alimento para la larva que ha de nacer en la primavera próxima, y hecho esto muere tranquilo, seméjase en todo al cuidado con que un hombre coloca en orden por la noche sus vestidos y dispone su desayuno para la mañana siguiente, y luego se duerme en paz.»

Schopenhauer, inspirado en las diferentes formas de vida que conforman la naturaleza, llega a reflexionar que «nuestra vida debería de ser considerada como un préstamo que nos hace la muerte, y el sueño sería el interés diario pagado por este préstamo .»

Para Schopenhauer, lo que nos causa temor de la muerte no es el dolor que la puede acompañar, ya que el dolor lo soportamos diariamente, además de que la muerte nos libera de él, e inclusive estamos dispuestos a pagar con dolores el precio de seguir vivos. «Muerte y dolor son cosas distintas a nuestros ojos» ; lo que nos causa el temor a la muerte es más bien el aniquilamiento del individuo, y es así que nos rebelamos ante ella.

«Pero también es muy digno de atención, por una parte, que los mismos dolores y males de la vida son fáciles de evitar, y que la misma muerte, en huir de la cual empleamos el esfuerzo de nuestra vida, es de desear y a veces corremos hacia ella gustosos, y por otra parte, que tan pronto como la necesidad y el sufrimiento nos conceden una tregua, estamos tan próximos al tedio que deseamos que pasen las horas rápidas.»

LA VIDA ES UN CONTINUO DESENGAÑO

«Así es el curso de la vida humana: como regla el hombre, cegado por la esperanza, danza precipitándose en los brazos de la muerte.»

La felicidad siempre la vemos en el futuro o en el pasado, nunca en el presente, como los espejismos que se forman en las carreteras; nuestro camino nunca llega a ellos.
Vivimos concentrados en el futuro y dándole poca importancia al presente. Esperando algo mejor y lamentándonos por el pasado. Al final de nuestra vida nos damos cuenta de que hemos dejado pasar nuestra vida.

«Todos hemos nacido en Arcadia, es decir que entramos en el mundo con muchas exigencias de felicidad y goce y conservamos la necia esperanza de realizarlas hasta que el destino nos agarra rudamente y nos muestra que nada es nuestro y que todo es suyo (…) Después viene la experiencia y nos enseña que la felicidad y el placer son puras quimeras que se nos muestran a lo lejos como una imagen engañosa, mientras que el sufrimiento y el dolor son reales, se manifiestan inmediatamente por sí mismos sin necesitar la ilusión o la expectación. Si aprendemos de su enseñanza, dejamos de perseguir la felicidad y el placer y sólo procuramos evitar en lo posible el dolor y el sufrimiento.»

Así que debemos de resignarnos y no esperar de la vida algo que no nos deba de dar. «Trabajo, tormento, pena y miseria: tal es, durante la vida entera el lote de casi todos los hombres.»

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Schopenhauer sostiene que este mundo es comparable a una cárcel, y «entre los males de un establecimiento penitenciario, no es el menor la sociedad que en él se encuentra.» De lo único que podemos estar seguros es de la incertidumbre que gobierna nuestra existencia; nunca sabemos que peligros nos acechan: enfermedad, pobreza, etc., llegan silenciosos y rotundos. Este mundo de los hombres, continúa Schopenhauer, es el reino del azar y del error: fácil fuente de inspiración para construirnos el más espectacular e infame de los infiernos, ya que en él los hombres son, alternativamente, las almas atormentadas y los diablos inclementes.

La miseria intrínseca al mundo nos hace ver como absurda la hipótesis de que este mundo es creación de un dios perfectísimo. Por otro lado, si pensamos que los males del mundo son responsabilidad de la evidente imperfección humana, considerando así, el mal como algo inherente al hombre y por lo tanto al mundo, tenemos que aceptar que sería absurdo esperar que algún día el mundo fuera mejor.

«Al paso que en la primera hipótesis de la miseria del mundo se trueca en una acusación amarga contra el creador y da margen a sarcasmos, en el segundo caso aparece como una acusación contra nuestro ser y nuestra voluntad misma, muy propia para humillarnos. Nos conduce al pensamiento profundo de que hemos venido al mundo viciados ya, como hijos de padres gastados por el libertinaje, y que si nuestra existencia es tan mísera y tiene la muerte por desenlace, es porque continuamente tenemos que expiar esta falta.»

Schopenhauer en ningún momento disimula su gran «aprobación» a la concepción cristiana del pecado original.

«(…) la abrumadora falta del mundo es lo que trae los grandes e innumerables sufrimientos. del mundo (…) nuestra existencia a nada se parece tanto como a la consecuencia de una falta y de un deseo culpable.»

Definitivamente, una de las pocas ideas del cristianismo con las que concordaba Schopenhauer es la idea del pecado original, en la que se considera nuestra existencia el efecto de una falta, de una caída.

Obviamente, su muy particular visión del mundo chocaba directamente con las ideas de otros filósofos. Uno de estos fue Leibniz el que anterior a Schopenhauer había dicho que este mundo es el mejor de los mundos posibles, idea que a Schopenhauer, evidentemente, le retorcía el hígado, y que atacó rutinariamente durante toda su vida.

«Aun cuando la demostración de Leibnitz fuese verdadera, aun cuando se admitiese que entre los mundos posibles éste es siempre el mejor, aquella demostración no daría aun una teodicea. Porque el creador no sólo ha creado el mundo, sino también la posibilidad misma; por consiguiente, hubiera debido hacer posible un mundo mejor.»

Del mismo modo, siempre estuvo en contra de todas las visiones optimistas del mundo. Para él, la maldad del mundo es algo evidente; de ahí que acusara a los que no concordaban con sus ideas de ciegos, cobardes o idiotas. Schopenhauer sostiene que si el optimista abre sus ojos al mundo y a la vida, y ve en ella todo el sufrimiento que el hombre padece (guerra, enfermedad, prisión, persecución, exterminio, abusos legales, etc.) sin taparse el sol con un dedo, seguramente aceptará la realidad de este mundo que llama «el mejor de los mundos posibles».(fragmento de Alvarez, Mexico* no me aucerdo el nombre*

De igual forma, también descalifica el argumento del orden cósmico; ya que considera que apelar al orden cósmico para probar que el mundo está ordenado inteligentemente, en un equilibrio, y que por lo tanto el mundo es algo bueno, no es válido, ya que este «ordenamiento» cósmico tan sólo es una condición de posibilidad de existencia del mundo. Así que no porque exista un cosmos, tenemos que aceptar que el mundo y la vida sean maravillosos.

Ahora, que si aceptamos que en el mundo hay cosas buenas o bellas, de ningún modo se sigue que vivir sea bueno: no porque el espectáculo sea bello la vida tiene que serlo.

A Schopenhauer el optimismo le resulta absurdo y hasta ingenuo. La existencia nos muestra claramente que el dolor existe como algo fundamental en ella, en tanto que la existencia es sensibilidad. A mayor sensibilidad mayor dolor. Luego entonces, los seres más afortunados son los de menor grado de sensibilidad. Y si una gran sensibilidad se vuelve, como en el caso del hombre, inteligente, el sufrimiento alcanza su más alto grado.

«Vemos aparecer el dolor al mismo tiempo que la sensibilidad, y crece a medida que ésta se hace inteligente. Vemos el deseo y el sufrimiento andar al mismo paso desarrollarse sin límites, hasta que, al cabo, la vida no ofrece más que un argumento de tragedias o de comedias. Desde entonces, si se es sincero, se estará poco dispuesto a entonar el aleluya de los optimistas.»

«Si se considera la vida bajo el aspecto de su valor objetivo, es dudoso que sea preferible a la nada.» Todos los sufrimientos y dolores que la acompañan nos pueden hacer pensar que lo más recomendable sería que la vida no existiera. Para Schopenhauer nuestra vida puede considerarse «como un episodio que turba inútilmente la beatitud y el sosiego de la nada.»

En este punto, una de las influencias determinantes en Schopenhauer, es el pensamiento de Voltaire; al grado que Schopenhauer adopta y exclama junto con él: «No sé que es la vida eterna, pero esta vida es una broma pesada» .

TOLERANCIA, PACIENCIA, PIEDAD Y AMOR: NECESIDAD Y DEUDA.
«En realidad, la convicción de que el mundo, y por tanto también el hombre, sea algo que propiamente no debería existir, es apropiada para llenarnos de indulgencia recíproca. Porque, ¿qué se puede esperar de seres de esta naturaleza? Desde este punto de vista se podría pensar que, en la conversación, sería más justo decir, en lugar de «señor» (monsieur, sir, etc.), dirigirnos al otro como «compañero de sufrimientos» (socius malorum, compagnon de miséres, my fellow-sufferer, etc.), aunque pueda sonar extraño, esto es lo que mejor se corresponde con la realidad y sitúa a los otros en la perspectiva adecuada, recordándonos la cosa más necesaria de todas: la tolerancia, la paciencia, la piedad y el amor al prójimo, del que cada uno tiene necesidad y del que por ello cada uno es también deudor.»

Precisamente porque el hombre no es un ser acabado, sino más bien un ser desnudo, que no es nada más que voluntad, deseo y necesidad, es por lo que requerimos, al mismo tiempo que estamos obligados a brindar, tolerancia, respeto, etc.

Schopenhauer considera increíble lo insignificante, lo fútil,y volvemos parece a Camus querido Nico, lo melancólica y lo irreflexiva que es la vida de la mayoría de los hombres. La existencia humana, sostiene, no es más que un deseo vago y atormentado, un caminar nebuloso hacía la muerte que tiene por única compañía pensamientos triviales y hechos banales.

«Los hombres se parecen a esos relojes a los cuales se les ha dado cuerda y andan sin saber por qué. Cada vez que se engendra un hombre y se le hace venir al mundo, se da cuerda de nuevo al reloj de la vida humana, para que se repita una vez más su rancio sonsonete gastado de eterna caja de música, frase por frase, tiempo por tiempo, con variaciones apenas perceptibles.»

La vida de cualquier individuo, si la observamos en su conjunto siempre es trágica. Pero vista en sus detalles es una farsa, ya que los problemas diarios son cómicos. En las decepciones, en el pisoteo cruel de la suerte sobre nuestras ilusiones, en nuestros errores, en la continua caída y en el dolor creciente, que termina con la muerte, es donde encontramos el toque clásico de tragedia.

La existencia, como hemos visto, es incapaz de proporcionarnos la dicha. Felicidad y vida son dos términos contradictorios. La vida no es más que «un dolor constante disfrazado bajo mil formas, y un estado absoluto de desgracia(…)» A lo anterior se suma, que la mayoría de los individuos tratan de ocultar el dolor que experimentan ahora, o que han sufrido en el pasado, porque saben que los demás, al igual que ellos mismos, rara vez sienten verdadero interés o lástima, y, sin embargo, casi siempre sienten satisfacción ante el relato de los dolores ajenos; ya que si ellos los han padecido en el pasado, siente alivio al saber que no son los únicos sobre los que cae desgracia, y si no los han padecido nunca, se siente afortunados de estar fuera del alcance de aquella desgracia, aunque sólo sea por el momento.

«Por eso, lo mejor que hay entre los hombres no se abre paso sino a través de mil penalidades. Toda aspiración noble y cuerda difícilmente halla ocasión de manifestarse, de obrar. De dejarse oír, al paso que lo absurdo y lo falso en el dominio de las ideas, la chabacanería y la vulgaridad en las regiones del arte, la malicia y la astucia en la vida práctica, reinan sin mezcla y casi sin discontinuidad. No hay pensamiento ni obra excelentes que no sean una excepción, un caso imprevisto, extraño, inaudito, eternamente aislado, como un aerolito, producido por otro orden de cosas que el que nos rige. En cuanto a cada uno en particular, la historia de una vida es siempre la historia de un sufrimiento, porque toda carrera recorrida no es más que una serie no interrumpida de reveses y desgracias, que cada cual se esfuerza en ocultar porque sabe que, lejos de inspirar a los demás simpatía o lástima, les colma por eso mismo de satisfacción. ¡Tanto les regocija representarse el fastidio del prójimo, del cual están libres por el momento! Es raro que un hombre, al final de su vida, si es a la vez sincero y reflexivo, desee volver a comenzar el camino y no prefiera infinitamente más la nada absoluta.»

«La vida de la mayor parte de los hombres no es más que una lucha constante por su existencia misma, con la seguridad de perderla al fin.» A pesar de que la vida nos muestra a la menor provocación que la existencia se va volviendo cada vez más dolorosa conforme los días pasan, la mayoría de los hombres desean llegar a viejos; a sabiendas de que por más que el individuo luche por mantenerse con vida, no puede evitar la muerte.

Lo que nos hace procurar conservar la vida no es el amor a ella, sino más bien el temor a la muerte. Y no es la muerte lo que tememos en realidad.

Schopenhauer señala que la única forma de sobrevivir es devorando lo que nos rodea…ja parece tu poesia, parece viaje al centro de mi hipotalamo La supervivencia, que no es otra cosa que el vano intento de no morir, sólo se consigue a través de sufrimientos; sufrimientos que son mayores a mayor inteligencia, y que en el hombre alcanzan su mayor grado.

«Este mundo es campo de matanza, donde seres ansiosos y atormentados no pueden subsistir más que devorándose los unos a los otros; donde animal de rapiña es tumba viva de otros mil, y no sostiene su vida sino a expensas de una larga serie de martirios (…)»

De lo único que el hombre no duda es de su miseria y de la permanente necesidad que padece. Lo efímero y fugaz de la existencia, aunque no lo tengamos presente a cada instante, se nos presenta evidente a todos por igual. La existencia es frágil y si no queremos perderla, debemos de cuidarla a cada instante con miles de actos que nos llenan la vida. Así, la vida se nos va en estos actos que nos agotan la existencia, y que tienen por finalidad conservarla.

La vida es la tarea de vivir, de ganarse la vida, de conservar la vida. Una vez que la existencia se ha asegurado, la vida se vuelve una carga y el tedio se apoderará de nosotros. Así ahora, el hombre buscará desesperadamente, miles de pasatiempos, de distracciones, que hagan rápidas las horas. Primero hay que ganar la vida, y luego hacer que nos pase desapercibida.

El hombre se encuentra en el mundo abandonado a sí mismo, incierto de todo menos de su carencia y sus mil necesidades. Toda su vida la pasa procurando los cuidados que requiere la conservación de su cuerpo; «el hombre es un conglomerado de necesidades cuya difícil satisfacción no le garantiza sino una condición sin dolor en la que después es entregado como presa al aburrimiento.» A todo esto se le une el imperativo natural de propagar la especie. A esto se debe el movimiento incesante del mundo de la vida: al hambre y al instinto sexual, a los que una vez satisfechos, se adhiere el aburrimiento.

Schopenhauer considera que si la reproducción humana no fuera algo instintivo, sino más bien un acto pensado, sería dudoso que la humanidad subsistiera, ya que cada generación preferiría ahorrarle el peso de existir a los hombres venideros hasta que la especie desapareciera, o por lo menos se pensaría dos veces en tener hijos.

El fin último de los esfuerzos de la sociedad por el bien común, es el tratar de mantener seres efímeros el mayor tiempo posible en una vida miserable, en la que a lo mucho se puede alcanzar una ausencia relativa de sufrimientos que es siempre acechada por el aburrimiento o por la desgracia, para que estos puedan dar lugar a otra generación.

Finalmente Schopenhauer considera la existencia como una obligación, ante la cual, la única alternativa es cumplir. «La vida es una tarea que hay que ir realizando con trabajo, y en ese sentido, la palabra defunctus es una magnifica expresión. » Es decir, cuando morimos y llega a término la existencia del individuo, nos encontramos libres de la existencia; de la misma forma en que sólo nos sentimos libres de una tarea en cuanto la hemos cumplido.

Mientras luchamos por cumplir con la vida nos pasa igual que con las películas: siempre que vemos una por primera vez ésta nos impresiona, pero conforme va pasando el tiempo, y vemos la misma película, con los mismos efectos especiales, la misma historia, la misma música, los mismos actores, etc., ésta comienza a parecernos cada vez menos impresionante, y cada vez más aburrida.

Al paso del tiempo, los dolores, las angustias, las alegrías y las penas, propias de la vida, nos van causando cada vez menos sorpresa o entusiasmo; nuestro ánimo difícilmente se ilusiona o se entristece: ya nada nos sorprende cuando todo se observa cotidiano.

» (…) no hay mucho de ganar en este mundo; la miseria o el dolor lo ocupan, y a los que los han esquivado, el tedio les acecha por todos los rincones. Además, la perversidad es la que en este mundo gobierna, y la tontería la que domina. El destino es cruel, y los hombres son dignos de lástima.»

LA FELICIDAD ES UNA QUIMERA, EL MUNDO ES HOSTIL
Al principio de nuestra vida aspiramos a la felicidad, pero al final de ella, estamos dominados por el temor porque nos damos cuenta de que toda felicidad es una quimera. Después de años de experiencia, algunos hombres con suerte, entienden que la vida no trae felicidad, por lo menos no felicidad duradera; el que en esta vida la busque será desdichado. Schopenhauer considera que más que buscar la felicidad o el placer, los hombres sensatos aspiran más bien a la ausencia de dolor. No hay que olvidar que si el dolor es lo positivo y el bienestar es lo negativo, la felicidad de una vida, debe ser evaluada no según el placer, sino más bien según la ausencia de dolor.

El hombre identifica el conseguir o lograr lo que desea, con el bienestar. Pero este bienestar nunca puede ser duradero; así que en cuanto hemos conseguido algo, se iniciará de nuevo la lucha por conseguir algo más, y nos veremos enfrascados en una lucha sin fin contra el mundo que se nos resiste y que todo lo pone fuera de nuestro alcance; a cada instante buscando algo nuevo, persiguiendo la felicidad.

Todo lo que necesitamos nos resulta adverso. Necesitamos lo que no tenemos y sentimos que deberíamos tener. La relación que surge entonces entre el individuo que desea, y lo deseado se experimenta como una tensión. La carencia nos presenta lo deseado hostil, como algo que se nos opone. La necesidad se manifiesta en deseo, el deseo es la expresión de la carencia. Todo lo que deseamos, queremos o necesitamos se nos resiste, «todo tiene una voluntad hostil, que es preciso vencer».

La vida del hombre, explica Schopenhauer, es una perpetuo combate, un eterno conflicto no sólo contra los males abstractos, la miseria o el hastío, sino también contra los mismos hombres. La lucha de la existencia la peleamos diariamente, comandados por la carencia, en un número infinito de pequeñas batallas contra todo lo que deseamos. «La vida es una guerra sin tregua, y se muere con las armas en la mano.»

DESEO Y VACÍO: EL PÉNDULO DE LA EXISTENCIA
El querer, el ambicionar, nos invade igual que una celosa sed que no se apaga nunca; que al mismo tiempo que nos obliga a planear cómo conseguir lo que necesitamos, reduciendo todo, inclusive la vida de otros seres humanos a simples medios, nos aleja de toda reflexión sobre nosotros mismos.

«Desde el primer momento en que su conciencia destella, el hombre se siente como ser de voluntad, y, por lo general, su conocimiento permanece en relación constante con su voluntad. Trata de conocer primeramente los objetos que quiere y busca luego los medios de llegar a ellos. Sabe, entonces, lo que tiene que hacer, y por lo común no se preocupa de más. Obra y anhela y trata siempre de poner en armonía su conciencia con su voluntad, lo que sostiene sus fuerzas, no pensando más que en la elección de los medios. Así es la vida de la mayor parte de los hombres, que la invierten en querer, en saber lo que quieren y en aspirar a ello con el éxito suficiente para no caer en la desesperación, pero no lo bastante para no caer en el aburrimiento, con todas sus consecuencias. (…) La necesidad, que acosa a todos los hombres durante su vida, no les permite reflexionar sobre sí mismos. En cambio, la voluntad se exalta muchas veces hasta el punto de exceder considerablemente de la afirmación del cuerpo; esto lleva consigo grandes emociones, pasiones violentas, bajo el influjo de las cuales el hombre no se limita a conservar su propia existencia, sino que niega la de los demás y trata de suprimirla cuando es un obstáculo para sus fines.»

La base de todo querer, es la falta de algo, la privación, el sufrimiento. Cuando la voluntad ha realizado todos sus deseos, el individuo siente un vacío insoportable: el tedio. Una vez que hemos asegurado nuestra existencia, ésta se nos vuelve una pesada carga, siendo así, nuestra siguiente preocupación, matar el tiempo.

«Lo que ocupa a todos los vivos y los mantiene sin aliento es la necesidad de asegurar la existencia. Una vez hecho esto, ya no se sabe qué hacer.»

Todos los seres vivos nos ocupamos de vivir, pero una vez que hemos asegurado la existencia, viéndonos libres de la miseria material y moral, necesitamos eludir el hastío, el tedio, el aburrimiento; hacernos la vida pasar inadvertida, matar el tiempo, es decir, matar el aburrimiento. Después de superar la carga de la subsistencia, nosotros mismos nos volvemos una carga, y cada momento que nos pasa rápido, se ve con alegría, es decir, disfrutamos que la vida, que con tanto empeño y cuidados conservamos, nos pase desapercibida.

«El aburrimiento nos da la noción del tiempo y la distracción nos la quita. Esto prueba que nuestra existencia es tanto más feliz cuanto menos la sentimos, de donde se deduce que mejor valdría verse libre de ella»

«La vida del hombre oscila como un péndulo entre el dolor y el hastío.» Si todos nuestros deseos, querencias o necesidades, se satisficieran fácil y definitivamente, la vida sería insoportablemente tediosa, siendo el paso del tiempo peor tormento del que ya es.

«(…) y entonces se vería a los hombres morir de aburrimiento o ahorcarse; a otros reñir, degollarse, asesinarse y causarse mayores sufrimientos de los que ahora la naturaleza les impone.»

Si los hombres nos viéramos libres de los sufrimientos propios de la existencia, el aburrimiento nos llevaría a procurarnos los unos a los otros los más infames y gratuitos tormentos. «Así, no puede convenir a los hombres ningún otro teatro, ninguna otra existencia…»

El aburrimiento es lo que hace que los hombres se busquen entre sí. Si el aburrimiento no existiera, dice Schopenhauer, el poco amor que sienten los hombres entre sí, no bastaría para que estos buscaran la compañía de sus congéneres; inclusive es probable que trataran de mantenerse lo más alejados posibles el uno del otro. «El que uno se vea motivado para buscar o evitar la compañía de la gente dependerá de si teme más al tedio que al fastidio.»

El hastío o aburrimiento es lo que hace que los hombres se busquen entre sí: es la fuente del instinto social. Mientras que la causa del aburrimiento es el vacío interior de los hombres.

«Este vacío interior es lo que principalmente les induce a la persecución de toda especie de reuniones, de diversiones, de placeres y de lujo; persecución que a tantas personas conduce a la disipación y, finalmente, a la miseria.»

«En efecto, exteriormente la necesidad y la privación engendran dolor, en cambio, el bienestar y la abundancia hacen brotar el tedio. Por eso vemos a la clase baja del pueblo en lucha incesante contra la necesidad, y, por consiguiente, contra el dolor; y a la clase rica y elevada, empeñada en una lucha permanente y a veces desesperada contra el tedio.»

QUERER, VIVIR, SUFRIR.
La vida humana se mueve siempre entre el querer y el lograr. Cada momento de nuestra vida deseamos algo. Siempre necesitamos por el hecho mismo de ser contingentes. El hombre es un conjunto de mil necesidades. Como hemos visto, la vida del hombre es carencia y por lo tanto es dolorosa. Este dolor o carencia intrínseca nos lleva a desear e intentar satisfacer este deseo, pretendiendo alcanzar así, cierta satisfacción por medio de la saciedad. Por ejemplo: siento sed, tomo la cantidad de agua que me satisface, y ahora ya no siento sed; en el mejor de los casos, una nueva necesidad se me manifiesta y me mantiene ocupado en esta dinámica de querer-lograr (para que el movimiento entre deseo y logro transcurra suavemente, éste no debe ser ni rápido ni lento), pero en el peor de los casos, una vez que mi necesidad ha sido aplacada, por lo menos momentáneamente, el vacío y el aburrimiento harán acto de presencia atormentándonos, llevándonos a luchar contra ellos, como luchamos contra la necesidad, entrando así de nuevo al círculo vicioso.*otra vez este Alvarez

«Toda satisfacción, o lo que comúnmente se llama felicidad, es por su naturaleza, siempre negativa, nunca positiva. No es algo que exista por sí mismo, sino la satisfacción de un deseo, pues la condición primera de todo goce es desearle, tener necesidad de alguna cosa. Mas con la satisfacción desaparece el deseo y por lo tanto cesa la condición de placer y el placer mismo. De aquí que la satisfacción o felicidad no pueda ser nunca más que la supresión de un dolor, de una necesidad, pues en esta categoría entran no sólo los dolores reales y evidentes, sino todo deseo importuno que turba nuestro reposo y hasta el mortal aburrimiento que hace de nuestra existencia una pesada carga.»

El hombre desea por el hecho de estar vivo; si satisface su deseo, el hastío lo invade, si no, lo invadirá la frustración. En ambos casos el sufrimiento se apoderará de él, que irremediablemente luchará otra vez por alcanzar la satisfacción y huir de la frustración o del aburrimiento.

Cuando logramos cumplir un deseo o satisfacer una necesidad, después de pasar muchos obstáculos, nos damos cuenta de que ahora que ya hemos logrado nuestro deseo nos encontramos libres del dolor que la carencia y la necesidad nos producían; es decir: estamos igual que antes de haber deseado. El deseo satisfecho nos priva del dolor, causa y efecto del desear; y el recuerdo de esa privación, ya ahora en este nuevo estado, nos crea la ilusión del goce.

Es por esto que nunca podemos apreciar justamente los bienes que poseemos, pues no nos hacen felices más que negativamente: apartando el dolor de nosotros. Pero una vez que los vemos perdidos, llega el dolor inclemente dispuesto a reclamar lo que es suyo y que durante algún tiempo se le resistió fugitivo. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido. «Por esto nos es grato recordar los males que huyeron, y el único medio de gozar de los bienes actuales.»

«Querer es esencialmente sufrir, como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor… Cuanto más elevado es el ser, más sufre… La vida del hombre no es más que una lucha por la existencia. Con la certidumbre de resultar vencido… La vida es una cacería incesante, donde los seres, unas veces cazadores y otras cazados, se disputan las piltrafas de una horrible presa. Es una historia natural del dolor, que se resume así: querer sin motivo, sufrir siempre, luchar de continuo, y después morir… Y así sucesivamente por los siglos de los siglos, hasta que nuestro planeta se haga trizas.»


María Eugenia Morales.

Como todo inicio, uno se enfrenta a dificultades, anhelos, incertidumbres, expectativas. Así estoy. Vienen a mi mente miles de recuerdos que se asimilan al nerviosismo de hoy.

No es fácil de describir, pero estoy segura que saben de qué se trata.

Propongo para comenzar que me ayuden con una «lista», sí, una enumeración de esas cosas que marcaron un antes y un después en la vida de cada uno.

Desde momentos gloriosos, nacimientos, diplomas, un nuevo trabajo, a situaciones sorpresivas, inesperadas, duras.

1- Hoy. 100.000.-

2- Perder a mi abuelo.-

3- Reencontrar a mi abuela.-

4- El primer libro leído sola.-

…… Sigamos!


María Eugenia Morales. Juje

Así, en “Amaneciente Incertidumbre” llegamos hoy o mañana a las cien mil visitas y participaciones que ponen fin a la mía abriendo otras. Estoy agradecido y emocionado pues mucho he recibido de Ustedes. Por ejemplo, mi mujer sostiene que esta labor vuestra me ha traído dulzura. No sería poco. ¿Y ahora, qué? Lo ignoro. Pido a Dios que me deje guiar libremente por su voluntad. Permaneceré cerca. Os saludo. Toda sinfonía es inconclusa.

La dulzura del alma consiste en su disposición sensible y vulnerable a la vida ajena como propia. Tu alegría me alegra, es mía, es nuestra. También tu tristeza. Sensible al invierno. Al crepúsculo. Al bosque quemado. Al frío de los niños pobres. A la oración. A la muerte de los sueños. La dulzura del alma se reconoce a sí misma en el temblor silencioso del corazón. Se reconoce en el amor preparado cual puré con huevo por quien te ama. Se reconoce en acercarnos instintivamente durante la noche. La dulzura está en acariciar el lomo de un perro así feliz. Está en admirar a Dios más allá de las estrellas y acá. Está en percibir el aroma sutil de la rosa. Se halla en la pavana a la hija muerta. La dulzura del alma se halla en ti, ser apaciguado. Se la encuentra en la música del agua y de los tempraneros gorriones. La dulzura del alma yace en la tierra. Se alza a través de las nubes y de la lluvia en lágrimas. Ella surge en la visita sorpresiva de una persona querida. Surge de dar gracias a la vida poco antes de ponerle fin.

Sigue tú.

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