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Las palabras del lenguaje humano son siempre portadoras de ideología “consciente, subconsciente y/o inconsciente”, según la distinción consagrada, discutible y también ideológica de Freud. Esta hipótesis así afirmada por mí no escaparía al significado de su contenido, que no me corresponde examinar aquí, por lo menos, pues el objetivo de estas líneas es otro, bastante limitado.

La proliferación “conejil” (a veces el recurso desaconsejable a neologismos parece inevitable no obstante que por excepción acrecienten al diccionario) de ciertas palabras reproduce culturalmente y de manera más o menos dinámica pero substantiva un encuentro/desencuentro ideológico. Sin entrar al detalle de este teorema lingüístico ya incorporado a la maleza cultural del sentido común, hasta tal extremo que éste da la impresión de ignorarlo como indiferencia de hábito, puedo escoger ahora una entre miles de restantes palabras -en realidad, cualquiera- para ilustrar la validez eventualmente generalizable de mi frase inicial.

Esa palabra se relaciona por ADN con su “original”: el infinitivo de un verbo, que es “creer”. Su utilización políglota y masiva está aglomerando el espacio ya casi intemporal y no forzosamente explícito de las ideologías en los diversos idiomas. Esto sucede en la calle o en el ágora del poder, de la ciencia y del deseo. “Yo creo que yo creo, creo que, creo…” alude de modo incluso clandestino a una forma por lo menos individual aunque bullente de fe. Un impulso de religiosidad aun agnóstica y con mayor razón oficial se infiltra por allí: el ateo “cree” en la creación sólo humana de Dios; mientras cualquier cura de pueblo cree que todos los caminos conducen a Roma.

Tal vocación religiosa en el concierto polifónico de la ideología planetaria puede cambiar como moda estructural de forma (“intuyo”, “me tinca”, etc.) pero su fondo sigue siendo el mismo, sólo que adaptado a cada contexto, por ejemplo policial. Y aquélla lleva en sí un embrión tan totalitario que, como he sugerido, integra a su propia negación: la creencia en la increencia. Pero este totalitarismo llega a su orgasmo ontológico cuando se universaliza cual majestad en el ámbito pronominal de una unidad: “nosotros creemos”. La ridiculez conjetural de la absorción por el “yo” de “todos” carece de importancia, comparada a su eficacia social: “no estoy solo, pertenezco según él dice a un grupo, al cual por tanto adhiero”.

El ejercicio sumario que acabo de realizar podría ser aplicado de modo extensivo y más profundo a todo el lenguaje y en cada parte suya e incluso “fuera” de él, como a la entonación o a la elocuencia de los silencios.

Hijo amado:

«Hecho» viene de «hacer». De «echar» viene «echo». Así, yo te echo de menos. Es una sorprendente escritura. Te echo: te boto, te expulso. Echo a mi hijo. Pero no de más, como si fuera para que nunca más volviese y siguiera expulsándose hasta la eternidad egocéntrica de mi olvido. No como ser incinerado cuyo polvo desaparece cual polen al viento en el polvo entomófilo de las galaxias subterráneas que deslumbran a la noche estelar. No. Y tampoco lo echo a la neutralidad observable de una tumba tangible donde si me diera la gana yo pondría la hipótesis cotidiana de unas flores matutinas y frescas en proceso de putrefacción. No, No se trataba de echarlo para que permaneciera inerte bajo el poder pesado de mis pies, pisoteando la tierra a través de un cemento enrejado y vertical. No. Yo lo había echado de menos. No de más o menos como en el cementerio ni de más allá que más o menos, es decir de más, como en la última despedida ya hecha definitivo cometa espermetazoidal. No. Es de menos que lo echo. No por mí. Es por su parabólico viaje del regreso a cualquier tiempo en cualquier lugar, por qué no quizás este mismo hoy, donde yo ya tal vez no estoy, si la elipse abierta de mi libre omega ha soplado esta alma a nuestro común abrazo cuando sea y a donde dé lugar, en cualquiera palabra, como por ejemplo la palabra humilde de una ubicua y loca ejemplaridad entre nosotros y todos nosotros, almas palpitantes cuales peces en la red permeable que se abre a la divinidad de una roca en la rosa de la boca infinita por donde salió Huckleberry Finn según Mark Twain. Eso es la religiosidad por donde nos echamos de menos, sabiendo que «echamos» es a la vez pasadi y pretérito, por tanto también futuro y contidional actualizados por el amor. Recibe un beso de tu padre terrestre, primer hijo mío de aquel cometa entregado al vientre fecundo de la madre tuya. Juan Pablo I fue asesinado menos por enfurecer a la mafia de la Curia que por haber hermafroditizado a Dios, señalándolo como «Padre y Madre a la vez». Así sea su bendición acariciante sobre la vida que le agradecemos.

El sentimiento del tiempo en el espacio termina por dominar a éste, indiferente prisionero ya de aquél. Una pusilanimidad del alma ante la realidad espacial la estrecha, relativizándola, y asimismo libera curiosamente la conciencia sobre su determinación sin embargo en colapso. Como si por empequeñecerse la noción sobre la importancia del lugar donde se está ella misma se agrandase al ampliar por su reducción a la temporalidad circundante. No hay en esta sensación aún sólo física de un adiós algo precisamente afectivo. Los amores entre los cuales se ha vivido desaparecen como fantasmas sordos y mudos. Son apenas nombres igualados en su esencia literal al mío y al de quien sea dentro de este aún respirable calabozo silencioso, oscurecido y carente de emoción. La diminuta inteligencia humana sigue viva mas inerte ante la prueba objetiva de su tamaño al interior de la indiscernible aunque manifiestamente inmensa intemporalidad en cuanto corolario verdadero de esta más próxima cáscara temporal. La gente moribunda se despide de este modo y se abandona serena al más allá del allá y del más allá, notando de paso que las preguntas de acá habían sido ficciones sensoriales confesadas por la multitud finalmente unificada de las palabras, de las musitaciones, de las manos o de los pentagramas en los ríos palmarios que exhibían las generosas manos. Morir estaba siendo la salida comunitaria e individual a la penumbra de otra luz vagamente reconocida como anterior a una coetánea concepción. Algunos llantos gimientes habían inventado la cordialidad siniestra y estridente pero continua de los violines, acompañados por el resto complejo de toda aquella orquestación. La música se aglomeraba con sus distintas voces en el diapasón ya eternamente frecuencial de la sola nota “la”. Los paréntesis del tiempo con su espacio por ellos contenido se plegaban entre sí admitiendo el paso de esa alma todavía adolorida en el brazo de su corazón hacia el desconocimiento hipotético de la eternidad.

El infarto terminal de esta iniciación había llegado con la instantaneidad del furioso relámpago tras el cual el cráter causado por el trueno funeral fue extinguido a piocha y pala computarizadas, enterrado y hecho polvo ceniciento, absorbido entre pétalos multicolores por la profunda superficialidad del movimiento oceánico. Los reinos animal, vegetal y mineral contemplaban en el silencio de “la” esta proximidad renaciente de la siguiente ola sobre cuya espuma de marejada se acariciaba el recuerdo de esa gaviota pronto nublada. Un niño, o sería una niña, se arrastraba sobre la arena, que, tibia, granulosa y diurna, le hacía sentir hasta sus médulas la cuerda vibratoria, catenaria dual entre las vías lácteas y las partículas elementales. La infinitización de la intimidad así retrotraída se engrandecía y repercutía por oscilaciones permanentes en aquel cuerpo pequeño ya ido desde las flores hacia el axioma de la divinidad. El proceso superviviente y fútil del contrato amnésico no era ya sino esperanza renovada de otra planetaria postergación. Peces, árboles, piedra y gentes recomenzaban de este modo a conversar sonrientes al viento de las cenizas sobre la arquitectura del cotidiano castillo arenal cuya reconstitución matinal la marea nocturna imponía, tras borrarlo en la muerte delgada del agua salada sobre la playa.

Es lo que observaba ya dulcificada la madre de Pablo al partir con él y sin él hacia el automóvil de puerta abierta donde unos brazos extensos los acogían para iniciar el camino aromático de este regreso previsto y sorprendente. Francisca se durmió.

– Oye.

– Dime.

– Si me quieres.

– Claro.

– No te creo.

– ¿No?

– Sí.

– ¿Y entonces?

– No se nota.

– En qué.

– No me tocas.

– ¿Quieres que te toque?

– No.

– Jodes.

– Acércate.

– No tengo ganas.

– ¿Ves?

– Qué.

– No me quieres.

– Bueno, te toco.

– Estás durmiendo.

– Tú.

– No.

– Sí.

– No.

– No empecemos.

– Qué lata.

– Buenas noches.

– Oye.

– Qué.

– Me sacaste la almohada.

– Toma.

– Hoy fui a…

– Mañana me cuentas.

– Siempre mañana.

– No, ayer no.

– Sí, también.

– Tienes razón.

– Eres un amor.

– No me toques ahí.

– Es el control remoto.

– Tienes las manos frías.

– ¿Quieres leche tibia?

– Lo dices por ti.

– Voy y vuelvo.

– Te besaría.

– Mientes.

– Smac.

– ¿En qué piensas?

– Siempre la misma pregunta.

– ¿De nuevo en nada?

– ¡Tú y tus celos!

– ¡Ándate a la cresta!

– La puta que te parió.

– ¿Culpa mía?

– Tráeme mejor una copa de vino blanco, está en el refrigerador, abajo.

– ¡Y dónde iba a estar!

– ¿O voy yo?

– Dos.

– Tengo frío en los pies.

– Está lloviendo.

– Es la gotera del lavaplatos.

– Ah.

– ¡Cómo pasa el tiempo!

– Ráscame la espalda.

– Son apenas las tres.

– Pero ya es apenas domingo.

– ¡Me duele!

– Perdón.

– No es hora de tomar vino.

– En el verano no nos moveremos de aquí.

– Mejor, peor, es lo mismo.

– ¿No encuentras que hay olor a tocino?

– ♫Tatatatáa ♪

– Ese Cristo de Rodin con la Magdalena fue hecho por Camille.

– i=·.

– a°=1.

– Pásame el rhum.

– El ¡RON!, toma.

– Te juro Juana que tengo ganas de verte la punta del pie.

– Mariquita linda, de cabellos de oro, de dientes de perla, labios de…

– Oye, no puedo más.

– Yo tampoco. Zzz…

– ¡La copa, el cenicero, los vidrios, ay, el rhum, la sábana, y qué!

Ante la frase

“Chiste repetido sale podrido”,

indique si quiere el concepto que la contradice exactamente, sin necesidad de justificar su opción, bastándole señalar el número correspondiente a estas 6 siguientes frases (hay otras posibles aquí no formuladas):

1.- Chiste repetido no sale podrido.

2.- Chiste nuevo sale a punto.

3.- Chiste podrido entra repetido.

4.- Chiste podrido o a punto no entra ni sale.

5.- Ningún chiste es nuevo.

O, por último,

6.- En casa del herrero cuchillo de palo.

Ud. tiene el derecho como está implícitamente ya dicho de justificar su elección. Pero no, sin vulnerar la regla del test, de expresar otras posibilidades. Aunque en realidad le sea lícito hacer cualquiera cosa que desee, pues vivimos en perfecta democracia, tolerante incluso de la anulación y, a mayor abundamiento, de una abstención o incluso de ignorar por realidad o ficción la existencia del test.

Este ejercicio intelectual recibirá como notas entre 1 y 7 la peor y la mejor respuestas, respectivamente; sin otras. Los pseudónimos, poco aconsejables, están permitidos, al igual que los plagios y -ya subentendido- las divagaciones, improvisaciones, metodologías cartesianas y esoterismos, siempre que estos últimos tengan pertinencia, pues en caso contrario serán considerados de manera implacable como equivalentes ignorados a la nota 0. En principio ha de ser sabido que sólo el autor del test merecería la nota 7. Mas, en caso rarísimo, alguien podría acceder a tal estatura o aun, ¡oh!, superarla, con un admirable 8, rompiente del sistema.

Coimas no son aceptadas. Sed sensatos para demostrar el valor didáctico del cual sois beneficiarios. Os otorgo así desde ahora la palabra. Cualquier miembro de la plebe, sin que importe el número, puede participar en esta severa y deliciosa prueba de simple inteligencia sobre la complejidad. AML.

Busco empleada doméstica. Sinónimos: asesora del hogar, nana, Filomena, china.

Hermosa, alta, delgada, culta, joven, sin hijos, estudiante universitaria o de kindergarten, virgen, signo ni Libra ni Virgo o Escorpión, origen blanco, rubia sin taxi, rasada, sexo excluido salvo que yo quiera, ½ cama king compartida, sin perfume, fumadora, no borrachina, callada, música clásica, todo servicio, sumisa, secretaria ejecutiva, ningún grito, sin garabatos, desnuda durante mi trabajo ininterrumpido, afinada para el canto, honesta a carta cabal, huérfana sin hermanos, fiel, buena cocinera, ahorrativa, no tetona, bondadosa, pezones de cereza, ducha diaria, elegante, enamorada de mí, respetada, protegida, parking subterráneo, 2º piso ascensor, dueña de casa, sin drogas, excelente barrio, filósofa, matemática, tenista, sentido del humor, con subempleada dos días semanales, nunca enojada, lectora, buenos apellidos, alto C.I., políglota, cariñosa, ocupada de las cuentas, días de salida por detective femenina y vieja vigilados lunes y jueves, aburrida misa obligatoria con barquillos a la salida en los domingos y fiestas de guardar, 2 restaurantes al mes, apolítica, misteriosa, milagrosa, ecologista y otras condiciones habladas personalmente en privado.

Ofrezco salario conversable en reciprocidad, comida gratis, seriedad total, ninguna violación, almuerzo dominical preparado por mí, pierna de cordero, relación de confianza, ningún contrato escrito, flores los viernes por la tarde, un soneto mensual, risas espontáneas, clases de física y epistemología, cuentos, cosquillas, teléfono y celular, queso de cabra, camarones ecuatorianos, pisco sour, papel Élite, tele-cable, banda ancha, ausencia de puñetazos, tocaciones umbilicales, sermones moralistas, un viaje a la place de la Contrescarpe en Paris 5è, audiencia papal, Audi 5000, casa playera en 1ª línea de Tunquén, algún polvito por ahí sin que yo lo sepa, yo hermoso (consultar con Paloma o Víctor), 64 años, 78 kilos, 1m.80, 4 hijos independientes (2+2) y profesionales de alto nivel, futuro ministro de educación, ninguna coima y otras cualidades habladas después en privado.

Prohibidas colas ante mi casa: calle Austria 2163-202 (edificio Viena), fono 3416148, celu 095351520, comuna de Providencia Santiago de Chile, vereda sur entre Pedro de Valdivia y Lyon una cuadra al norte de Pocuro, conserjería policial. ¡Urgente por alegre soledad! Ni un beso aún.

Arturo Montes Larraín.

P.S.: No releo.

Cuando se va perdiendo verdaderamente la fe en la vida humana debido a que ésta pone cada vez más en evidencia la desolación del desamor exterior e interior a sí mismo, el lugar de la fe ya lejana es ocupado por el dolor en el alma y en el cuerpo, por la desconfianza y el escepticismo, por el llanto defensivo de la indiferencia como revestimiento precario y simulado del vacío, por la pérdida de la curiosidad y de la sorpresa, por la crueldad minusválida del envejecimiento en el crujido de los huesos, por el formalismo seco de la oración incluso agnóstica, por el desinterés hacia la niñez, por el miedo a la pobreza material, por el sentimiento del abandono familiar y de la ingratitud, por el deseo exasperado de la muerte, por el recuerdo despreciativo de viejas ilusiones y alegrías, por el aplazamiento rutinario y cotidiano del suicidio, por la sensación de vanidad sobre el pasado acumulado cual instante presente e inminente, por la depresión muda en la mirada, por la rabia reprimida que la fatuidad merodeante juzga como prueba de sabiduría, por la maldita desgracia de haber nacido, por la ficción de alguna sonrisa mecánica, por el adiós a la música y a la lectura, por el desprendimiento inerte y falsamente generoso de los objetos atesorados, por el desdén a los sabores, por la espera nutrida sólo de sí misma, por la más completa asexualidad, por la adicción a la medicina y a los medicamentos, por la comprobación a ojos cerrados de la fealdad corporal ante el espejo, por el adormecimiento embrutecido de día y de noche, por la ceguera insensible ya a la naturaleza y al paso de las estaciones, por el congelamiento desde la médula hasta la piel objetivamente tibia, por la desaplicación a la higiene, por la carencia de emotividad y de compasión, por el inmovilismo, por la televisión encendida que es mirada sin verla, por la incomunicación, por la exigencia autoritaria planteada a los escasos herederos visitantes, por la absolución neutra de los pecados cometidos, por el egoísmo, por la vaguedad en la convicción de la ignorancia propia, por haber sido todo un error y por la fe reducida a fonema.

 

No ello sin algunos restantes y súbitos argumentos de auto-consolación que motivan fugaces momentos de conformidad inmediatamente olvidados. No sin que la sobrevivencia aún prosiga por décadas quizás. No sin que la lista anterior alcance a ser exhaustiva. Y no sin que desaparezca la noción del demonio.

 

Jacques Brel cantó al final que morir, eso no es nada, pero envejecer… No hago mía la filosofía conllevada por todas las palabras precedentes. Tampoco reniego de ellas como si fueran asunto sólo ajeno. No sé, otra vez. Pero seguimos todavía acá. No sin estremecimientos que sacan vida en vida, sí, eterna… Cómo no.

Sí. Salvo ciertamente excepciones contadísimas de lesbianas explícitas entre quienes todavía no figuro, las mujeres somos todas tontas de remate. Ponemos el hoyo sin ningún placer y disimulando simulamos o simulando disimulamos, sin distinguir ya la diferencia entre estos dos confusos y por tanto contradictorios conceptos.

A los quince me calentaba un hombre de diecisiete y yo lo devoraba tanto a besos que él se cabreó con toda razón. Voy a cumplir setenta. Sigo enamorada de él. El romanticismo se ha convertido desde hace tiempo en el buen mozo Julio Iglesias por la radio Oasis o Infinita. Entretanto ha habido nietos, hijos, marido y separación incluso no virtual. Mucho pico pasó por mi fidelidad matrimonial. Nació una hija de ojos verdes cuando los míos son tan negros como los de Juan. En fin, es un detalle. Los picos entran y salen sin delicadeza. Son violento émbolo oscilatorio con el peso que representa a un saco de cemento encima. La barriga afea aún más al peludo esposo de circunstancia. Yo miraba el techo con los ojos cerrados. Nunca tuve un orgasmo: es una palabra. Ahora ando con várices, senos caídos, piel de rana que no cuaja. Antes fui quizás linda. Pero aún me tiño el pelo semanal, no seminal, me maquillo, me desmaquillo, hablo las idioteces de siempre con las putas amigas que también engañé por este espíritu posesivo que nos posee y día por medio me hago otra paja recordando a ese precioso tan esquivamente besado. Así pasa el tiempo. Me ocupo de las cuentas, de las compras, el ahorro, el teléfono, los remedios y otras cosas así. Ya nada me importa. Cualquiera noticia me da risa durante un segundo. Surgen de mí rabias cuya causa prefiero desconocer. Las descargo contra el último hombre del vaivén. Él no escucha. No me toca. Si lo hiciese, me molestaría. Si no, también. Todo me molesta. Salvo el mall. Llega un momento en que la descendencia empieza a dar lo mismo. La maternidad era un mito. Me cago en los hijos y en la puta que los parió. Voy a la misa dominical tomada del brazo con mi único marido. Mi filosofía es: “negar, negar y negar”. El tedio presenta el mérito de su continuidad. Soy mentirosa, ladrona, profundamente avara, es decir, meticulosa. Odio a Dios por haber yo nacido. Me vengo de él al no suicidarme debido al qué dirán.

Juego bridge. Dos corazones quisiera tener, uno en la raja y el otro en los pies. La idiota pasa. Ésta dobla. Yo redoblo, vulnerable. Hago seis. Parto despreciativa de contentamiento: gracias linda, ricos tu té y tus galletas. Llegando a la casa me sirvo un whisky doble. Mi esposo no me reconoce por no haberse dado cuenta de mi salida. Quiero morir. Habría preferido ser hombre. Ya ni clítoris me queda. El macho se caga en la diferencia. Sólo requiere una empleada doméstica sin sueldo. Vivimos del dinero que yo administro, antes ganado por él. Soy una idea suya. No morirá antes que yo. Entonces le faltaré apenas.

Hubo un tiempo distinto, con bailes, vestidos, viajes, golpes en privado que hasta hoy discreta observó una hija desde su cuna y besos para el público de las amistades. Éramos felices. La felicidad consiste en la fuerza. Hasta que de pronto comiencen los dolores y la conciencia del cansancio. Callarlos habría sido recomendable, aunque más no fuese para sentirlos menos. Pero no.

La mujer transcurre entre antes de la regla y después de su fin. El paréntesis es estacionario y en su fertilidad insulso aunque lácteo. La leche amarillenta es dulzona. No entiendo cómo los pendejos hayan podido nutrirse de tal asquerosidad. Quizás de allí provenga en parte la herencia de la mediocre perversión humana. Sin hablar de la repugnancia que constituye el riachuelo mensual del semen.

Soy una lesbiana reprimida. Más me calentaba una mujer hermosa que un hombre bello, siempre tan musculoso, ostentoso y seguro de sí mismo. Nosotras en cambio éramos seducientes entre nosotras para ver quién ganaba el premio mayor, inalcanzable o pronto desvalorizado en la penumbra de la sonrisa social. Y engordábamos. Hasta ahora mismo.

Pero conservamos crueldad.

Me refiero a uno de los amigos que más he querido en la vida y, como el amor no se borra, por lo menos en mí, a uno de los que más sigo queriendo hasta siempre, aunque por decisión suya, o mejor dicho de su esposa, desde hace mucho tiempo ya no nos veamos más. Comprendo a ella. Como asimismo la opción de él: ¡no iba a faltar más!

Estamos poniéndonos viejos. Éramos niños. Somos abuelos. Amo a su madre y a su padre ya muerto. Conozco a toda su familia y él a toda la mía. Se mezcla en mí un sentimiento perenne incluso en sueños de ternura y de dolor. “Contigo en la distancia”. Hicimos miles de cosas juntos. Jugamos, estudiamos. Más otras que por el espacio de mí a su respetabilidad son inenarrables: secretos.

Esperé hasta que jurásemos juntos como abogados. Formamos una modesta oficina juntos. Su mujer y yo más la mía formábamos un cuadrilátero de la confianza, sin ambigüedades. Pero mi vocación no era la abogacía. Partiendo a París para un doctorado en filosofía política, le dejé mi puesto paralelo en la Compañía Minera La Disputada de Las Condes, lo cual él aceptó. Éramos miembros de la democracia cristiana. Yo me aparté hacia la izquierda y él poco a poco hacia la derecha.

Volví durante la Unidad Popular y tuve un reprochable comportamiento con María Irene debido a un reprochable comportamiento suyo. Pero el rencor femenino suele ser eterno. El hecho es que ambas parejas nos distanciamos del todo. Y la quiero.

Mucho agua ha pasado bajo el puente del mismo río heraclitiano.

Hubo el Golpe de Estado. Y Herman se hizo pinochetista. Lo encontré en la calle Agustinas. Se burló, vencedor, de una persona asilada, cercana a él. Pensé por su gordura de entonces: “sapo repugnante”; cosa que más tarde él supo por la indiscreción de un traidor cobarde.

Uno se equivoca con la gente. Le da, cree en ella y después es robado. No me refiero diciendo esto a Herman Chadwick Piñera. Regresé cuando pude del exilio y “El Mercurio” en plena dictadura publicó un artículo mío, “La intransigencia del miedo”. Germancito, entonces rico, me invitó a almorzar en el “Club Español”. Al salir, me dijo, y soy exacto, “éste es el día más feliz de mi vida”. Y a pesar de solicitudes mías nunca más lo vi: Manene, sin duda, se lo prohíbe.

Es triste historia de una amistad inconclusa que no espera la viudez. Una tarde, su primo Sebastián Piñera (algo escribí al respecto en A.I.) llegó durante Aylwin a mi oficina en Mideplán. Me dijo compasivo sobre su pariente: “es débil”.

Quizás. Pero cobarde, es seguro. El camaleón cambia de color según la ocasión. Jaime Guzmán me había exclamado: “entre Andrés y Herman, no hay comparación posible”. Y eso que el 1º había sido del MAPU.

Germancito fue siempre peor alumno que yo. El “guatón Mora”, en Derecho de la UC, lo llamaba “el esclavo” respecto de mí, lo cual me dolía. Pero él tendía en efecto a una dependencia. La Manene “L”. Herrera (esto de la “L” la enfureció) jugó un papel importante para que mi amado se liberase abandonándome. Es gente buena. Con un hijoª retrasado mental y con el primogénito, apitutado, obeso. Recuerdo una foto del gordito papá a caballo junto al asesino Mendoza, de la Junta. Yo estaba exiliado. El amigo me enviaba tarjetas demostrativas de su éxito profesional mientras yo me hallaba exiliado en goce.

Mi pobre y querido Germancito tiene más plata que yo, gracias a su padre, notario gracias a González Videla y Conservador de Bienes Raíces gracias a Pinochet, qué entretenido. Pero un tipo muy simpático, quien una vez trató exactamente de idiota en mi presencia infantil y sorprendida a Paulette Piñera Carballo (judía) quien permaneció indiferente ante el insulto (calle Presidente Errázuriz). Germancito quebró en la crisis de 1982. Supe que se botó llorando entre las camas de sus padres pidiendo plata. Yo estaba en Roma.

Parece que el hombre se ocupa ahora de concesionarias concernientes a autopistas, tags, etc. Tanto mejor para él. La “Familia” es ubicua. Incluye al Tatán, al Pepe, al Andrés, al Viera Gallo, etc…. Es algo inclusivo. Bien.

Con Germán fuimos muy amigos. Sí, estudiábamos juntos, pero él no aprendía nada. No exagero ni me farsanteo, pero yo sin coima me sacaba un 7 y él un 2 o con esfuerzo un 4. Y el fracasado cesante, separado, soy yo. ¡Da risa! Mas no te envidio, serenense. La tía Carmelita sigue con su crochet frente a la ventana. ¡Era tan amorosa! ¿Recuerdas esa noche en Los Vilos cuando por la mañana el Jorge Alberto mi compadre bebió de una botella mi pipí? ¿Recuerdas a los tontitos Illanes? ¿A la Juani de quien nunca debiste separarte? ¿Recuerdas esos miles de dólares que me expropiaste en el negociado con Varela, cuando no había corrupción como ahora…? ¿Recuerdas el naranjazo en Curicó? ¿A las Motoras o a Ricantén? Sí, recuerdas. Y más aún (lo guardo).

Germancito “es débil”. Reíamos tanto. Me pasabas a buscar en Padre Mariano 319 con tu lujoso Ford rojo del ’51. Eras bueno para correr. Bueno para comer. Bueno para las garzas. Buen amigo. Yo te quise tanto. Hasta Agustinas de hoy mismo. De tu familia rescato en síntesis dos nombres: Paulette tu madre, adorable; y su hermano Pepe.

Cuenta: ¿te tirai a la herrera? Es una pregunta no más, no te enfades. Pues sería la respuesta causante del enojo. Ya, mijo, te invito a putas mañana, pero pagai tú. ¡Viva Pinochet! ¡Viva lo que sea! Eso es realismo. Y te quiero, huevón. Hazme un proceso por injurias y calumnias. Entretanto, saludos a la familia política. Nada que ver con ese hombre de verdad, Longueira Montes.

Triste es el hambre africana.

Triste es la hoja otoñal detenida como mano mendicante en el suelo.

Triste es la gaviota descompuesta por su muerte sobre la arena.

Triste es el Requiem de Mozart.

Triste es el frío.

Triste es la guerra.

Triste es el aullido de la loba hacia la luna llena.

Triste es la imbecilidad humana.

Triste es la ausencia de Dios.

Triste es el tronco del árbol quemado en el Sur de Chile.

Triste es el 11 de septiembre de 1973.

Triste es el suicidio del hijo joven.

Triste es tu lejanía.

Triste es humillar.

Triste es el mueble antiguo carcomido por las marmitas.

Triste es el dolor de espalda.

Triste es “La lección de Piano”.

Triste es el arte de la pintura.

Triste es el cielo gris.

Triste es el final ya ocurrido del ocaso sin arreboles.

Triste es la desnudez expuesta de la mujer anciana.

Triste es la visión del reciente cadáver sobre la mesa en la morgue.

Triste es la historia en la mirada del perro maltratado.

Triste es la casa de la miseria.

Triste es la riqueza material en el espíritu vacío.

Triste es el viudo.

Triste es la agonía de quien concluye no haber hecho nada valioso.

Triste es la mirada apagada de la niña ante la ventana.

Triste es la ceniza ya sin brasas.

Triste es el gemido crepuscular del queltehue.

Triste es el teclado negro del computador.

Triste es la ruptura matrimonial.

Triste es un zoológico.

Triste es la cárcel.

Triste es una iglesia.

Triste es un museo.

Triste es ver al ser desesperado de desesperanza.

Triste es el autismo de la esquizofrenia.

Triste es la flor seca en el agua hedionda del jarrón.

Triste es que haya corrupción por más dinero.

Triste es Cristo crucificado.

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