Es tu último aniversario. Este texto está descontextualizado por el diabólico juego de las palabras. Toma. Aquí va mi regalo. Me arrogo el derecho de arrobarte así y alzo la copa que ahora toca al vecino recordando a las bodas de Caná y la última cena. Escribiste, tengo el manuscrito firmado, “eres lo mejor que ha ocurrido en mi vida”. Lo sufrí por mi papá entonces todavía en vida carnal y por mis hermanos aquí contextuales con sus propios o impropios contextos. Hasta más allá que el infinito. Pero luego recordé que mientras mientes niegas, niegas y niegas. Tú no eres lo mejor que ha ocurrido en mi vida. Somos demasiado semejantes -insistía el papá, conciliador y sabio- como para pensar sin exceso de narcisismo que así sea. Semejantes pero no idénticos. Juntos pero no revueltos. Lo mejor que ha ocurrido en mi vida es en términos femeninos o sea concretos haber salido de tu horno nuevemesino. Abre el paquete del regalo. Su contenido te sorprenderá a pesar que te anuncie la sorpresa. Te amaré. Sí, son tres panties del Nº3. El sentimiento de la obscenidad nace en el parto además lechero. Siéntate bien. Tienes hijos por rutina de calculada y rentable resignación. Hacer el amor consiste en ponerse, dormida como por un rezo, de plástico beso, mientras él se empeña y se empaña en lágrimas de ilusión perseverante ante tu majestuosidad. El orgasmo era el último bostezo reproductivo. Él huía exhausto cual sombra satisfecha de orgullosa tristeza a su cama. Tú ya soñabas en lo que tú y yo sabemos. Esto no se cuenta ni en broma. Él fuma en la nocturnidad de la duda laboral para el día de mañana. Es necesario mantener a la familia. Hasta que el cansancio y la agonía justamente protegida en el sentido concreto de la feminidad le advengan. Es huesos. Tú te divorcias haciéndote cenizas. Ningún gusano te morderá. Ni un huevo de melancolía o de codorniz te roza al ser en secreto acusada de soberbia. Pero el polen entonces estéril de tu infierno en vida cruzará cual eructo una película. Tras ella vas a “La Novia” con tu hijo mayor. Sándwich, torta, café helado, jugo de chirimoya. La película, cursi, podría haberse llamado “La rosa de los vientos”, con Clark Gable y compañía. Mas era “Lo que el viento se llevó”.  Se habrá llevado tus cenicientas hojotas. El calcio de los huesos permanece en su lugar. Japi Berzdei. Ponte esta panty de color damasco.

Ay, qué amor eres. ¡Gracias!

Besos y miradas pestañeantes siguen tras el asado anterior a la torta de diez hojas llamada mil cuya vela entre sonrisas y alegría cantada por originalidad soplas, “¡ah, todavía sopla!”. Y empiezan las coplas copiadas de los pajarracos, esos bisnietos, agarrados a migajas, jajajá, cuando siguen circulando por chismes los chuicos y te renace el frío entre tanto papeleo de regalos que te importan un carajo. Mamá… No cantes. “Il n’y a pas d’amour heureux”.

Será miércoles 8 de diciembre, día feriado de la Virgen María.