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En buena lógica el todo contiene a la nada dado justamente que es todo. De lo cual se infiere que la nada está en todo y así en cualquiera cosa, por ejemplo en tu propio ser. Pero no tienes ninguna idea sobre ella. Eres incapaz de decir algo más que una simple redundancia, la cual en el orden cognitivo …nada agrega al respecto, del tipo: vacío; cero; o negación. Te rascas la cabeza. Tu punto de partida en la interrogación filosófica es ya su punto de llegada. No has avanzado ni un ápice, y dices ápice para no repetir por estética la palabra nada. No nadas. Flotas inerte contra el muro balbuciente de la primera pregunta. En realidad no puedes moverte hacia ningún lado. Sólo permaneces, aunque envejeciendo entre dolores, hasta la muerte, por lo demás irrelevante. El movimiento era una ficción de vida con sus colores, sus calores, sus et caetera (“y caerá”). En la infancia la risa pedagógica dada por la adultez se te figuraba esperanza. Intuías en ésta su estupidez mentirosa y el fondo de angustia que ella como mueca enmascaraba. Seguías y sigues no obstante este juego, si se lo puede llamar de tal modo, tan únicamente por seguir a fin de seguir. Se te aparecieron distinciones irrespectivas entre noche y día, frío y calor, asco y apetencia, hecho y palabra, conocimiento e ignorancia, belleza y fealdad, odio y amor, etc. El castillo de naipes, indestructible, estaba construido en el futuro intemporal e imperial de la memoria. Todo esto es un hormiguero de bacterias estelares. Las partículas elementales son el firmamento infinito de la fe. Cantas. Alguien llega. Es una sombra verde. La cabeza te pesa, varicosa, en las tibias. Has sido víctima de injustificados desprecio y envidia. Heriste de incertidumbre a la persona vecina. No hay ideal sin fanatismo. Eres pureza del mestizaje confundido en la ambición bélica de tu ávido reconocimiento identitario. Nadie te ama salvo por conveniencia precaria. Ignoras qué es amar. De esto sin embargo sufres. Recurres al humor. Emites en grupo tu carcajada por lástima imitada. Te entristece haber nacido. Entrevés al demonio sonriente en la esquina del espacio. Quieres suicidarte. Para qué, si en la relatividad del tiempo desde siempre ya lo estás haciendo. Recuerdas a la hermandad hermatozoidal, donde hubo escualos parabólicos. Vas a almorzar. Sólo te queda el silencio de las palabras a viva voz. Hasta que te adviene insólita la paz. La agonía del parto que es el parto de la agonía improvisa una cueca larga. Quiquiriquiquí. Viva Chile mierda. El agua y el viento dicen que vieron al guerrillero. Como el Colo-Colo no hay olrai. En el jardín del lado el epílogo es pendenciero.

Freud sostiene aproximadamente que el mono se hizo hombre gracias a la pérdida del olfato. No concuerdo con ello. Pero no importa. Le invito, participante en A.I., a que si quiere vaya leyendo y reconociendo los distintos aromas en las siguientes palabras que propongo, como es evidente -resulta un poco ridículo explicarlo-, sin ningún espíritu exhaustivo y a título puramente ejemplar, para saber si en efecto ellas huelen; pues misteriosa me parece esta metamorfosis entre cultura y sentido. Vamos paso a paso. Con descanso intermedio. Como en “Cuadros de una exposición”.

Sus neutrales pituitarias.

La bosta de caballo.

El pasto recién cortado.

La sien de la amada.

La tierra porosa tras la lluvia.

El azahar.

El mar.

El perro de la casa.

La tienda de géneros.

La iglesia.

El sudor agriado.

El aire puro y frío.

La botonería.

El silencio.

Los hongos por humedad en el muro.

El pedo hallado al viento del azar gregario.

El tabaco.

El jazmín nocturno.

El sauce llorón.

La comunidad del ser pez.

La sangre humana.

El computador.

El dentista.

El garaje.

La sala de espera.

El cadáver.

El calostro.

La vagina.

El glande.

El ano.

La notaría.

La ostra.

La hostia.

La prostituta.

La santa.

El incendio.

El pino.

El vino.

El ovni.

El hijo.

El jabón.

El significado del timbre.

El color amarillo de la pregunta.

El buitre.

El vómito.

El cloro.

La lectura independientemente de la tinta láser y del papel de arroz.

¿Huelen algunas de esas palabras? En caso positivo, ¿cómo es que ellas huelan, presente futurizable, sino por recuerdo de vida vivida? ¿Qué hace Dios mío que algo hecho escrito y sin ya ese algo entregue con exactitud su aroma o su hedor? ¿Qué lleva a que el fonema “relatividad” traiga el olor a la caspa californiana de Einstein implorando tu encuentro? ¿En qué magia sensitiva nos tienes metidos? Tu arte huele acá.

Leo en la Biblia: “He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal” (Gn. 3.22). “El hombre”, es decir: Adán y Eva. “Nosotros”: Yahvé Dios, los ángeles y el resto, anterior al sexto día, de la creación. Y sólo “del bien y del mal”, no de todo.

También leo en la Biblia: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23.34). “Padre”: Dios. Y “(…)los”: los asesinos de Jesús, Dios encarnado. Pero lo hacen.

En la letra, conocer es así menos que saber. Conocer se refiere, como visto, al bien y al mal. Y saber a la diferencia -en lógica de la humanidad clásica matemáticamente positiva- entre todo y ambos conceptos recién señalados, concernientes a la moral. La moral constituye al universo, más allá del cual se halla, todo e infinito, Dios, quien sin embargo está igualmente, por ser el amor, acá, aquél, crucificado y resucitado.

Si lo hubiésemos crucificado sabiendo lo que hacíamos, o sea el desamor del mal, seríamos imperdonables. No obstante, gracias a Dios, únicamente conocíamos dicho mal, por ignorar aún la totalidad del amor, siendo de este modo, además de perdonables, redimibles, tal como hizo el buen ladrón junto a Jesús.

No estoy aquí para argumentar más que lo anterior. No puedo ni sé hacerlo. Pido a Dios que según su voluntad acojamos libremente la paz compasiva dejada y dada por Cristo.

Mis palabras y mis actos no pueden alcanzar la perfección, ni debo o deseo buscarla, cual demonio, pues sólo soy humano, demasiado humano, gracias a Dios. Y pido perdón por el perdón que no doy.

Siendo católico, he rezado pues el Padrenuestro hasta escribir y leer aquí juntos a vosotros la palabra Amén.

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