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El Señor Administrador y yo hemos tomado la decisión de clausurar este lugar de conversación, por considerar ya fracasada la esperanza que inspiró su creación. A pesar que en un mes las estadísticas muestran un número importante de mudos observadores, la participación activa de ellos nos resulta insatisfactoria; y poco estimulante para proseguir el esfuerzo que hemos realizado. Nos da además la impresión de un estancamiento es decir de un retroceso en el interés que esta iniciativa suscita, a pesar de estar conscientes que hay personas muy entusiasmadas por ella. Pensando en ellas, sentimos dolor por nuestra determinación de cierre. Pero no nos es exigible continuar hablando a un muro. Lejos de nosotros está un ánimo inquieto de desazón por habernos faltado la “recompensa” de una comunicación más enriquecedora. Más de un error nuestro habrá sido parcialmente causante de la degradación referida. Y no tenemos ningún derecho para culpabilizar o sentir resquemor hacia nadie de Uds. Al contrario, partimos a otros horizontes agradecidos por la colaboración recibida; y contentos por haber buscado el cumplimiento de una labor ciudadana que creímos posible para elevar todos juntos nuestro nivel cultural y para hacer un aporte al país.

La clausura de la “Amaneciente Incertidumbre” queda sin embargo postergada hasta el próximo domingo, porque sería injusto producirla de inmediato si hubiese energías latentes a las cuales no se entregase una oportunidad para manifestarse. Sin que la expresión de tal oportunidad encubra obviamente un espíritu por lo demás irrisorio de “amenaza”. Se trata sólo de dejar una puerta entreabierta que nos señale el eventual error contenido en nuestra decisión antes señalada. Entretanto, no aparecerán nuevos temas propuestos a la hipotética reflexión común, aunque sí pueda haber reacción a eventuales comentarios sobre los textos ya existentes, incluido éste.

Saludamos a Uds. con sincero afecto.

Arturo Montes.

Louis Robert.

–         Mamá, ¿qué es el éxito?

–         Es obtener lo que se ha deseado.

–         Entonces yo tuve éxito hoy. Quería ganar un partido de ping-pong y lo gané.

–         Qué bueno.

–         ¿Y el fracaso es no obtener lo que se ha deseado, como si yo hubiese perdido el partido?

–         Sí.

–         ¿Es malo fracasar?

–         Duele.

–         Sí. Anteayer perdí y me dolió.

–         Pero a veces el fracaso enseña a mejorar. Por ejemplo, sin el fracaso que te dolió anteayer, no habrías quizás tenido éxito hoy.

–         Comprendo. Pero no es lo único que cuenta.

–         No. Hay muchas otras cosas que cuentan, unas que sabemos, otras que no sabemos.

–         Claro. Oye, mamá, ¿y puede ser que lo que yo sienta como éxito mío hoy…

–         …sea visto por ti mismo como un fracaso tuyo mañana?

–         Sí, eso es lo que quería preguntarte. Pero respóndeme. ¿Sí?

–         Sí. Puede suceder y sucede.

–         ¿Y lo mismo pasa pero al revés con el fracaso?

–         Sí.

–         Pero, entonces, ¡no se sabe qué es el éxito ni qué el fracaso!

–         No, no se sabe. Es una sensación del momento, que puede durar poco tiempo o mucho tiempo, según cada caso.

–         Claro. Hum… Disculpa, ya se que es loco, ¿pero que pasaría si el partido durase toda la vida?

–         Te estás poniendo muy difícil para tu edad. Me confundes. No se cómo responderte. ¡Los partidos nunca duran toda la vida!

–         De acuerdo, pero imagínate que toda la vida no fuese sino el mismo partido, un juego…

–         En la vida se juega, pero la vida no es un juego.

–         ¡Pero imagínatela así!

–         No.

–         ¿Por qué no? ¡Tú estás imaginando que la vida no es un juego! ¡Igual puedes imaginar que es un juego!

–         Sí.

–         ¿Y entonces, qué es el éxito, qué es fracaso?

–         Entonces, el éxito es morir feliz y el fracaso es morir infeliz.

–         Comprendo. ¿Y cómo se hace para tener éxito, es decir para morir feliz?

–         Siendo bueno, sincero y por tanto hermoso.

–         Yo tengo una nariz muy larga.

–         Se puede tener una nariz muy larga, ser muy gordo, muy pelado, y ser, por bueno y sincero, hermoso, hermoso frente a ti y hermoso para los demás.

–         Comprendo. Y se puede ser linda como tú, pero fea, porque eres mala y mentirosa.

–         Tontito.

–         Hum… ¿Y qué pasa con la plata?

–         Poca plata es mejor que mucha y nada es peor que poca.

–         ¿Cuánto es poca, o sea, lo mejor?

–         Poca es la que deja vivir en paz.

–         Comprendo. ¿Y cómo se hace para lograrlo?

–         Viviendo como tú eres.

–         ¿Sin importar lo que haga?

–         Sí, importa.

–         Cuéntame.

–         Por ejemplo, ahora vamos a comer.

–         Y después a dormir.

–         Sí. Y mañana será otro día. Y así siempre. Sin miedo.

–         A veces tengo miedo.

–         Ríete de él y se te pasará.

–         Ya, tienes razón, tengo hambre, vamos a comer.

–         Pero antes dame un beso. Qué rico. Te quiero.

–         Yo también. Pareces una niñita chica.

–         Y tú un viejo molestoso. Pero gracias por la conversación.

–         Gracias a ti. Fue exitosa… Empatamos.

–         Sí.

–         El éxito está entonces en empatar.

–         Hum… Sí.

–         Y el fracaso está en ganar o perder, ¿o no?

–         …Sí. Al ganar uno pierde porque hace sufrir al otro y el sufrimiento del otro te hace sufrir a ti. Y al perder uno gana porque hace feliz al otro y su felicidad te hace feliz a ti.

–         Hum… Sí, pero no siempre…

–         No, no siempre.

–         ¡Lo mejor es empatar!

–         Sí, pero empatar y siempre empatar resulta aburrido.

–         Sí. Entonces, ¿en qué quedamos?

–         En que vamos a comer.

–         ¡Todo un éxito, mamá: empatamos!

–         Y después buenas noches.

–         Sí. Buenas noches.

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Pedí a mi hermoso, veraz, bondadoso y juguetón hijo menor aún muy pequeño (¿8 años?) que retuviese en su mente la palabra “filosofía”. Él no la había escuchado, a lo sumo quizás sólo oído como tantas otras palabras que en el curso de la vida oímos sin escuchar, un poco del mismo modo que, por ejemplo, miramos sin ver. Miguel accedió. La repitió dos o tres veces en voz alta. Hasta que la  tuvo ya registrada en su cerebro como palabra cuyo sentido era para él desconocido. Permaneció él en silencio pero observándome. Su observación significó para mí su pregunta evidente, que, por ser evidente y por respeto a la hipotéticamente real inteligencia del lector, omito. Respondí a mi hijo muy amado: “Filosofía es el trabajo dedicado a pensar, a hacer pensar y si es posible a comprender, mientras entretanto, sin casi darse el filósofo cuenta, adquiere conocimientos y quizás saber”, simplifiqué; concepto perfectible que en su sustancia conservo vivo hasta hoy como más valioso que la etimología disponible en cualquier buen diccionario.

Conté a mi niño que en la Antigüedad había existido entre otros filósofos uno llamado Platón y que éste distinguió tres virtudes principales para la humanidad, las cuales yo iba a anunciar a Miguel por orden alfabético, a fin que no supusiese, en otro orden, una implícita insinuación de jerarquía valórica hipócritamente inculcada de padre a hijo (claro, utilicé otras expresiones más sencillas, pero creo que él ya había intuido mi estrategia didáctica, por haberla visto practicada en numerosas ocasiones). Platón escribió:

“Belleza, Bondad y Verdad”.

Le pregunté en seguida cuál de esas virtudes es según él la más importante. De manera instantánea respondió: “La Bondad”. Sentí una satisfacción que no comuniqué. Pregunté: “¿Y entre las otras dos?”. Allí sí hubo cavilación. Hasta que, tras un largo minuto, exclamó: “Pero, ¡son la misma cosa!”. Quedé sorprendido, más que contento y se lo hice saber con una caricia en el pelo.

El acceso y el ejercicio “exitosos” (?) del poder político se debe no ser ni demasiado bondadoso porque ello suele estimular abusos corruptivos que además desacreditan como tonta a la autoridad; ni demasiado veraz porque algunos secretos de Estado son de rigor para el beneficio público, porque mucha inteligencia da la impresión socialmente negativa de tener a una autoridad imprevisible, incomprensible y por tanto peligrosa o porque exceso de “verdadera belleza” genera sentimientos de inferioridad estética pronto transformados en acusación de vanidad o fatuidad contra la persona gobernante. En otros términos, se deber ser un “poco” malvado, un “poco” mentiroso y un “poco” feo: ¡“éxito” asegurado! No daré ejemplos combinatorios de estas “cualidades” a personas determinadas. Sería molesto. Es además un ejercicio lúdico que el lector puede realizar por sí mismo.

Pero me referiré a don Bernardo Leighton Guzmán.

Siendo yo independiente y habiendo sido él democratacristiano, mucho mayor que yo, tuve y tengo el privilegio de conservar sobre él la prueba tangible y actualizada sobre la existencia subsistente de una potencial y real excelencia humana.

Leighton cumplía el requisito de ser, en términos “clásicos” (?), un “poco feo”. Pero, ¡oh imperdonable crimen en política!, era demasiado inteligente y demasiado bondadoso. De lo primero da testimonio el hecho que don Arturo Alessandri Palma, hombre nada tonto, haya hecho de Leighton el ministro de Estado más joven en la historia de Chile: 21 años de edad. De lo segundo da testimonio su absoluta y sincera falta de rencor luego del horrible atentado sufrido por él y por su esposa en Roma, por obra de la dictadura de Pinochet. Y de ambos requisitos -bondad e inteligencia- reunidos a la vez da cuenta la visita solitaria al interior del Palacio de La Moneda que él realizó luego del largo exilio forzado a que había sido sometido: la bondad y la inteligencia sintetizadas en ese acto dejaron perpleja y muda a toda la clase política tanto oficialista como opositora, la cual, dada su comparativa inferioridad moral e intelectual respecto de Leighton, optó por juzgar entre previsibles susurros de “camaradas” que allí estaba la prueba de la ingenuidad senil ya atribuida al “hermano” Bernardo; y la oposición a la dictadura optó también por seguir “lúcida” y “honestamente” vociferando, con las protestas populares ya saturadas a fines de 1985, “¡y va a caer, ya va a caer, la dictadura militar!”. Tal estrategia me daba más pena que risa.

Haciendo retrospección, el fracaso político de Leighton, debido a sus indicadas virtudes, fue definitivamente sellado por el Presidente Eduardo Frei Montalva cuando destituyese al primero de su cargo como Ministro del Interior, hallándose éste, en pleno ejercicio de su función, y sin ningún aviso previo, en visita oficial al extranjero: ¡qué valentía! Y, más inconcebible, salvo en un alma ejemplar: así humillado, él, de regreso a Chile, venció a la humillación, oponiéndole la fuerza mayor de la verdadera y elegante humildad, es decir, ¿qué hizo?, ¡ningún comentario!, y calló.

Sugiero al lector que sitúe a otros nombres de “políticos” (no necesariamente stricto sensu) en el esquema antes propuesto, ninguno de ellos llevadero a sentimientos de odiosidad, pero no con nombres muy jóvenes, para evitar polémicas disquisiciones de coyuntural contingencia; en desorden, según se me vengan a la cabeza, Radomiro Tomic, Jorge Alessandri, Francisco Bulnes, Clotario Blest, Rafael Agustín Gumucio, Vicente Sotta, Raúl Ampuero, María Maluenda, Sergio Molina, Michelle Bachelet, Sergio Insunza, Carlos Prats, Volodia Teitelboim, Raúl Silva Henríquez, Carlos Briones, Francisco Fresno, XX, NN, Violeta Parra, Luis Figueroa, general Matthei, Felipe Lamarca,  Pedro Aguirre Cerda, José María Caro, Manuel Garretón RIP, Eduardo Cruz-Coke… siga Ud. si quiere.

Sí, son variaciones sobre un mismo tema, tan actual.

Alguien sugirió por ahí que yo aborde este tema. Algo escribí por ahí, en este lugar de conversación, al respecto. Pero de manera tangencial. No específica. He escrito y hablado tantas veces sobre este asunto, cada una de manera más o menos diferente, con repeticiones inexactas, que ya no se si no aburro ni si me aburriré “improvisando” otra vez.

Digresión: voy notando que mi participación aquí produce un efecto benéfico sobre mi disposición a la escritura. La siento poco a poco menos espesa, menos formalista, menos normalizada, menos dolorosa. Por ejemplo, nada me importa haber escrito cuatro veces en la frase anterior la palabra “menos”. Cosa que antes me prohibía. Y ahora las recuerdo allí, casi elegantes. Gracias. Pero vamos al título y veamos cómo recomienzo.

Todo empezó… Es falso. Antes de haber empezado, ya había empezado. Como la vida antes que la vida, como la muerte antes que la muerte, como la resurrección antes que la resurrección, como antes antes que antes, como después antes que después, como ahora antes que ahora, como después después que después, como allá más acá que allá, etc.

Pero sin esa falsedad -“todo comenzó…”- la sensación en mi concepto también falsa de la infinitud impone el silencio e impide la comunicación. La sensación del infinito enloquece y deja mudo.

“Todo” comenzó pues -el “dolor del miembro fantasma” ya está aquí en ciernes, vivo, pinchándome- mientras redactaba mi tesis de doctorado. Yo sabía que al escribir lo que estaba escribiendo omitía cosas vecinas que de ser dichas harían más comprensible lo que decía, pero comprendía que más allá del vecindario había el vecindario del vecindario explicativo del vecindario inmediato y que más allá… no, era la locura, no habría tesis alguna, yo debía coger las tijeras y decir “¡aquí corto!, ¡el resto al carajo!”. Y así pude seguir escribiendo dentro de fronteras como por ejemplo el título del presente texto. Y escribía, pero, mientras escribía, el más allá del título -un sauce, mi madre, un fantasma disfrazado de sábana, qué se yo- ejercía una influencia invasora sobre mi empecinamiento metodológico, yo seguía sordo a la invasión del “infinito” en mi fanático programa, escribiendo sentía la injusticia implicada por mi sensible insensibilidad al afuera y ello… me dolía.

Entonces se me vio a la cabeza el recuerdo de esas palabras escuchadas en el colegio: el “dolor del miembro fantasma”. Sí, era eso. Me amputo por procuración médica la pierna gangrenada y me sigue doliendo hasta siempre el “pie”. Partí corriendo a una librería especializada y encontré el libro justo. Lo leí. Aprendí de allí dos cosas que permanecen aún en mí con algo de misterio: en la existencia comprobada de ese dolor influyen la memoria y el lenguaje (de Saussure, por oposición a “palabra”) o, casi sinónima, la competencia (Chomsky, por oposición a “performance”); y su alivio se logra proporcionando calor al moñón, a la “pierna”, al “pie” y ¡a los alrededores del “pie”! (al “infinito”). Habiendo aprendido esto, es decir bien poco, pero ya más tranquilizado por la inquietud que la lectura me había proporcionado, me dediqué naturalmente a lo más simple, el alivio caluroso, dejando para después esa relación todavía extraña entre “memoria” y “lenguaje” como genética de aquel dolor.

Y partí de una hipótesis que se reveló fructífera, sin que yo supiese ni me preocupase por saber cómo y por qué ella me había llegado: no se trataba para mí de hacerle el C.V. sino de trabajarla. ¿Quizás otra vez: cómo, por qué, llega una hipótesis? La hipótesis dice:

“El dolor del miembro fantasma es perfecta simulación metafórica y sintética de todo dolor y de todos los dolores psíquicos (afectivos), físicos (corporales) y psicosomáticos en general y en particular”.

Pensé que si tal hipótesis fuera verdadera sería tan aplicable por ejemplo a lo ocurrido con mi tesis como al amputado con su pierna. Al dolor que siente el perro cuando le cortan el rabo que es como el dolor del rabo cuando le cortan al perro. Al dolor que siente el recién nacido cuando le cortan en el cordón umbilical (lo corté a mi hijo menor: el cordón es duro) a la madre, que es como el dolor de la madre cuando le cortan en el cordón umbilical al recién nacido. Al dolor que siente la vida vivida por las vidas no vividas que es como el dolor de las vidas no vividas en la vida vivida. Al dolor que siente el “sí” matrimonial por el “no” callado y cortado que es como el dolor del “no” cortado por el “sí” expresado. Etc.

Y pensé en el cuento del calor como medio de alivio. Me vino de inmediato la imagen ya narrada de un niño. Cae y se golpea la cabeza. El golpe amputa lo que él estaba haciendo. La madre se acerca y ¿qué hace? Soba la frente del niño, es decir, le da, exactamente, físicamente, calor; calidez. Y el niño se siente mejor. Ahora, si el golpe ha sido demasiado fuerte y surge de allí un cototo o machucón, ¿qué es esta inflamación, sino sabia condensación sanguínea de calor, eventualmente afiebrada, para el alivio del dolor ulterior a la susodicha “amputación”? Sin saber que lo sabe, la madre comprende que la hinchazón significa una reacción exageradamente defensiva del cuerpo infantil y pone entonces hielo sobre el cototo, es decir otra vez calor convertido en equilibrante anticalor, de modo que haya ajuste y más alivio.

Yo terminé mi tesis de doctorado aliviándome con… ¡el semiótico recuerdo del “calor” ético que justificaba ese trabajo!, a pesar de su ya mencionada injusticia en el muro fronterizo. ¡No más inmigrantes! Ahora sí: memoria, lenguaje y temperatura adquirían en mí una razón de ser. Bravo.

Tiempo después -también creo haberlo escrito por aquí- encontré a un hombre anciano, amputado, en silla de ruedas. Le pregunté si le dolía el pie. Respondió que sí. Le pregunté dónde. El señaló con el índice un espacio no adyacente sino obviamente alejado aunque ni tanto del “pie”. Mientras iba pronunciando la palabra “allá”, él ejecutaba con la mano indiciaria una parábola retrocediente e interrumpida al centro por un elíptico rizo o bucle figurativo de la amputación, parábola que terminaba lejos, a su espalda, hacia el campo a través de la puerta abierta, con el índice todavía muy elocuente, cuando dijo la última letra de la palabra “allá”: de “a”, pasando por “ll” entre las cuales hubo el rizo, hasta “á”. Él suspiró extenuado y dejó caer su brazo sobre el vientre. Hice una pausa. Luego pregunté, citándolo, no sin acentuar la referida “á”: ¿“allÁ”, es decir ANTES que el accidente? Calló. Esperé. Respondió, cabizbajo: “Sí. Antes del accidente”. Calló. De pronto, rápido, me miró: “¿Cómo lo supo”. Le respondí: “No. Yo no lo sabía. Es Ud. quien lo sabía. Es Ud. quien acaba de decírmelo. Sólo ahora, por Ud., lo se”. Me observó extrañado. Nos despedimos. Nunca más supe de él.

Recordemos un concepto que propuse en “El Dolor”, creo:

Algo así como que el sentimiento de cualquier tipo de dolor proviene no del golpe recibido o autoinferido sino del esfuerzo realizado para la prosecución del proyecto en curso, que el golpe ya ha interrumpido.

Habría de este modo, en sucesión “lineal”: 1º proyecto, 2º golpe, 3º memoria en lenguaje por lo menos interior del proyecto (se piensa en palabras), 4º esfuerzo reconstituyente del proyecto, el cual, debido al golpe, por el golpe, se ve ya modificado, como también la persona investigadora, sea Ud., yo o ellos, etc., 5º dolor y 6º calidez.

Es lo que puedo decir sobre el tema. Por ahora. Pero sigue un P.S.

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P.S.: Un colega me dijo en Francia (no fue el único): “Tú sí que eres un verdadero intelectual”. No experimenté ningún sentimiento de vanidad por eso. Ud. puede o no creerme. Es asunto suyo. El asunto mío es que la frase del colega me pareció tan obvia como si me hubiese dicho que soy un hombre o como si yo dijese que Bachelet es Presidenta de Chile. Sí, soy un verdadero intelectual. Es un trabajo entre otros. Digo esto porque una persona participante en estas conversaciones criticó mi avidez por demostrar hasta su hastío mi inteligencia y mi cultura. Por veracidad debo señalar que no me guía ningún afán de demostración auto referente, porque eso me da lo mismo al estar dedicándome a otros asuntos para mí más interesantes que la opinión o la adulación ajenas, porque no creo para nada en “la” inteligencia sino en distintas “inteligencias”, porque no creo que la mía sea extraordinaria sino normal (pero a veces jugueteo con esto) y porque mi “cultura” me parece muy insuficiente. Si otra persona ve en mí a alguien superior, pues bien, que así me vea, está de nuevo en su derecho, pero no en el derecho de atribuirme disposiciones falsas que son quizás, quizás las suyas, ¿fracasadas?, no las mías. Tengo por pecados mortales a la envidia y a la vanidad y peor aún si andan vestidas de humilde y declamatorio ademán. Concibo a la humildad clara y vigorosa. Y a la arrogancia como una mentira a los demás, nacida de una mentira hacia sí mismo. Mi saludo. AML.

– Te amo mucho.

– Mucho es menos que sin mucho.

– Te amo.

– Yo tampoco.

– Plagiario.

– Sí, de mí, Brígida.

– ¿Puedo darte un beso?

– Sí, pero no me excitas.

– Mírame.

– No pasa nada.

– ¿Me amas?

– ¿Qué es amar?

– No te pongas idiota.

– Pásame el vino.

– Fumaré un cigarrillo.

– Sí, te amo.

– ¿Salgamos a caminar?

– No, voy a hacer caca.

– Tienes lindos ojos.

– El amor se ve en la mirada.

– Tócame.

– Botaste la brasa en la sábana.

– Tengo sueño, Sergio.

– Enciende la tele.

– Se te paró el pico.

– Estás tan linda.

– Soy fea.

– Sí.

– Tú, precioso.

– La 7ª de Beethoven.

– Viene la Teletón.

– En el verano no haremos nada.

– Como siempre.

– Los niños.

– ¿Es martes?

– Hoy canté.

– Te lavaste el pelo.

– Vi ceniza en el asiento trasero de tu auto.

– Saliste bien en la revista «Cosas».

– Tu pedo suena pero no tiene olor.

– Mi hermano mayor me apena.

– Y a mí qué.

– ¡Hay una mosca!

– «Una furtiva lacrima.»

– Prefiero a Puccini.

– Estoy muerto.

– Antes, caga.

– Te amo.

– ¿Por qué?

– Eres tonta.

– No te rasques.

– Es miércoles.

– Creo en Dios.

– Pronto va a ser jueves.

– ¿Te chupo?

– ¿Te chupo?

– Oye, ya tienes 70.

– El lado oculto de la Luna no se ve porque rota al mismo ritmo que la
Tierra.

– Esta situación del Medio Oriente no me está gustando para nada.

– Hoy almorcé y de postre tuve un helado de cebolla.

– Ando con hemorroides.

– Te compré una rosa.

– Que amor.

– Te sale jugo por abajo.

– ¡Ya son las 3!

– Los vecinos hablan fuerte.

– Me fascina la Cabra de Picasso.

– Te amo por tus pies en búsqueda de los míos mientras duermes.

– La noche me asombra.

– Tienes un grano en la nariz.

– Estoy pensando en lo que escribiste sobre el principio de identidad.

– Jamás te he golpeado.

– Me carga Delibes.

– 1 = 3.

– Bueno, oremos.

– Hermoso es el pueblo chileno llamado San Javier.

– Delicioso me quedó el pebre.

– ¿Viste «Bagdad Café»?

– Ya, tranquilas las manos.

– Este año no nos perdemos el desierto florido.

– La ceniza en el auto cayó hacia atrás por el viento.

– Hoy no fui a putas.

– Dame vino.

– Detesto el aceite de ricino.

– Estás cambiando de tema.

– Soy poeta.

– A caballo regalado no se le miran los dientes.

– Bajo el sauce veraniego había hormigas.

– Fuertes son las peonías.

– Zzzzz.

– Buenas noches, mi amor.

Nunca he estado con ella. Nunca hablado con ella. Jamás correspondido con
ella. Voté por ella. En nada dependo de ella. Confío en ella. Pero quiero ir
más allá, incluyendo su función presidencial, sobre ella. Quiero imaginar a
ella. Comunicar mi imaginación sobre ella. Dejando en claro que no me
interesa un bledo, por ejemplo, acostarme con ella o ser contratado por
ella, aunque sí le pidiese ser ministro de educación, pero por generosidad y
no aceptada.

Muy chica de tamaño para mi gusto, muy gorda y, además, seguro, «taxi».
Aunque de aún bonitos rasgos faciales.

Es enérgica, honesta, inteligente, incluso bondadosa. Ha sido capaz de
perdonar sin exhibicionismo alguno. Carece de esa soberbia simulada que
disimula debilidad interior. Cada día comete menos errores. Su izquierdismo
de corazón conserva la sensatez ecuánime de la razón nacional. Ciertos
símbolos esporádicos, sólo símbolos son. Como un puño en alto, ¿qué más da?
Es valiente. Habla poco. La mayoría de lo(a)s chilenos la quiere. En el
exterior es admirada. Sí, queridos fachos, tenemos un lujo de Presidenta. No
le soy incondicional. A la 1ª que la pille, muerdo. Aún no me ha sucedido. Y
eso que según Foxley soy «observador tan atento». Vicioso de las bambalinas
tras las exactas palabras de tanta inexactitud aquí. Pero se trata de ella,
no de mí. Entonces, la imagino.

De niña, una preciosura más bien feliz. Más cercana a su padre que a su
madre (conocí al padre en la UP: honesto). De adolescente, también preciosa,
aunque ya sabidamente chiquita (¿por la madre?). Luego, entre estudios,
amores, desamores, risas, hijos, dolores, viajes, desconciertos,
descubrimientos, aplicación, sorpresas, tiempo, paseantes, en fin, misterios
de ministerios. ¡Presidenta!, quién lo habría imaginado, yo sí, lo dije a
Sergio Molina, me contradijo, «no, será la Chol». Esta mujer, «ma belle», va
a terminar su breve mandato en claro éxito, sin «inauguraciones» traficadas.
Y tanto mejor para el país.

Pero, y después, ¿qué? ¿»Corteira», respetable, aunque tan impulsivo?, no.
¿El «Rey Midas», tan grosero y narcisista a pesar de su padre?, nica. «El
llorón» Larraín Fernández? ¿El astuto Panzer de los sniffs? ¿La Cholcita
engordada y amargada? No. Pero, por «equilibrio» sistémico, la cosa iría,
con Concertación aún resistente, hacia el lado DC: ahora sí, sin Boeninger,
preparándose, discreto, «besado» por Bachelet, ¡Foxley! Ya que la «Alianza»
(le encanta «perder») no quiso a Lamarca, ganador seguro. Sí, Foxley. Justa
«alternancia» concertacionista. A menos que estos pelotudos de la DC se
vayan otra vez por el «camino propio» que les fijase antaño su «ideólogo» de
Tierras y Colonización, fundador posterior y ahora quizás refundador ex post
de otra CODE esta vez con fatalmente escindida DC. Total, para Chile lindo,
otra cagada.

Pero, si no, ¿qué, para Michelle, después? ¡Abuelita, pues! ¡Y bisabuelita,
cómo no! Pero, repito, de nadie soy incondicional. Ni siquiera del Mamo.
AML.

(Este texto, no es una columna del bienamado, es una confesión involuntaria. Acaeció que el primus inter pares, exhorta a la comunidad de «mirones» y «comentaristas», a subir su nivel intelectual. Se nota triste; nunca he visto su semblante. Imagíno que líbido mientras escribía aquello.

Es difícil vivir en Chile y particularmente latinoamérica. El acervo cultural, intelectual y otros, es nimio parangonado con con vecinos. Se reconoce la mediocridad: en momentos es posible arrancar y desprenderse de esta miel de avispa que, deja respirar pero, a estertores.

Arturo, -disculpa el tuteo-, pero tu no eres un átomo. Sí lo eres pero, no lo véas solo desde el punto de vista físico-molecular: recuerda que somos cuerpo y alma y la tuya es de un aura celestial poco corriente con un campo magnético intenso que, -quiera Dios-, nos saque de abismo tortuoso de lo que tira a lo malo.)

Yo dormía, no vi el programa y por experiencia ya no creo en nada de esto. «El nivel intelectual es bajo»: sí. Casi en todo tiempo y casi en todo lugar. Lo que siento ante esta percepción ubicua e intemporal no es en absoluto una fatua, satisfecha y ridícula superioridad personal frente al Mundo, sino, peor, ¿peor?, sí, peor, peor para mi disposición afectiva: desazón, soledad, rabia. Me disgusta haber vivido y vivir en una realidad humana que, habiendo sido recorrida por mí en la medida de mis limitadas posibilidades forzadas o naturales (pero el resultado de la encuesta es ya claro), me presenta o me ofrece desafíos de pacotilla, que desearía mucho más exigentes para la evocada vocación así frustrada de mi alma, de mi cuerpo y de mi respiración. En el camino de los años he hallado, sí, como estrellas fugaces, para mi gozada pero en definitiva excepcional sorpresa, alguna gente que sin espíritu de guerra, claro, significó y significa un estímulo tremendo en beneficio de mi aprendizaje y de mi así enriquecido reflejo de restitución social, orientada -sería falso decir lo contrario- al bien, a la verdad y a la belleza. Pero esas luminarias o luciérnagas se apagaban al constituire por supuesta eficacia didáctica en sectas gregarias de cualquier orden; o seguían aisladas ¡como yo! en su disperso y diseminado viaje. Aunque seguramente hubiese sido peor la senda flatulenta de la autosatisfacción narcisista y despreciativa. Es una pena por la condición humana, de la cual soy un átomo más, que reemplaza en mí al desdeño o a la indiferencia. Con alegrías imborrables, cierto, y entonces, «gracias a la vida…». Nada te impide incluir en «Amaneciente Incertidumbre», si lo consideras benéfico, esta conversada confesión, quizás valiosa para otras personas también deudoras de amor. Tienes la virtud, entre otras virtudes, de producir chispas que invitan a coloquiales fogatas. En lo personal mantengo un consuelo esperanzado: ¿qué podríamos entregar en el paraíso si no nos quedasen deudas de amor, por llegar allí no con irrisorio y patentado superávit que San Pedro razonablemente desvía hacia el Purgatorio Siberiano, sino con perfecto equilibrio contable entre el deber y el haber conducente al limbo de la inercia? Y me consuelo en corolario (provisional): al Paraíso se llega endeudado. No muy endeudado. Pero un poco sí. Dios engrandecerá el potencial generoso de esa modesta deuda amorosa. Mi amistad. AML.

Lo tomo cual metáfora como “singular universal” (Sartre), es decir, como un caso preciso que tendría una potencialidad relativamente generalizable. Desde esta perspectiva, no entraré, es lógico, en anecdotarios personificados.

La pedofilia es un crimen. El pedófilo es un criminal o un enfermo mental. Lavandero está en la cárcel, condenado. No está internado en un hospital psiquiátrico. La justicia lo consideró, en términos por cierto comparativos, mentalmente sano. ¿Con razón? No se. Quizás sin razón. Quizás con razón. Supongamos que con razón. Lavandero habría cometido pedofilias con dolo: intención positiva de inferir daño a sus víctimas. ¿Habrá sido así? La reiteración de sus crímenes permite considerar que él representa un verdadero peligro para la sociedad, justificativo por sí solo de su privación de libertad corporal. Mucha gente se enfurece y rasga sus vestiduras ante casos como éste. Ella, justiciera, lincharía a Lavandero. Yo no. Me quedo en la serena pena por sus víctimas y también por él. Trato de comprender. Descartando la homosexualidad, tema abordado en otra columna de estas conversaciones, imagino cómo actuaría yo y qué me sucedería teniendo 62 años de edad ante una niñita o una joven adolescente, muy lindas. No mayor, ésta, que, digamos, 16 años; ni menor, aquélla, que 6 años. Porque en el primer caso no cabría hablar de pedofilia y en el segundo de excitabilidad en mí. Y excluyo la violación, entre otras razones porque la sola idea de ella inhibe desde ya en mí toda posibilidad de deseo y de erección, requirentes del consentimiento femenino. Veamos. AML.

*

Soy pedófilo. No desde siempre. Tardío. ¿Por qué? Por terror a la muerte disimulado gracias a su anticipación vista con horror en el destrozo corporal que exhibe el envejecimiento de mi mujer. La adivinación de ese derrumbe agrietado me fuerza a no mirarlo ni siquiera de soslayo pero el reojo del alma siente, desde el desconsuelo, al asco: asco, por ejemplo, hace años (era otra mujer) para introducir mi sexo por donde habían salido dos fetos abortados, asco a la historiográfica de tanta promiscuidad masculina en esa vagina ya tan ensanchada.

Odio la necrofilia. Vomito acariciando a este cadáver viviente en descomposición. No sucede lo mismo a las mujeres. Su maternabilidad, potencial o actualizada, subsiste en ellas y, dado el riesgo mortuorio que un embarazo integra, ellas traen en sí una disponibilidad al deceso y por retroacción al envejecimiento que los hombres no conocen. La anciana ve al anciano menos feo que lo que éste la entrevé, sin que nada tenga que ver en esto la moral de una desequilibrada compasión: el hombre se compadece y se culpabiliza, arrepentido, gimiendo en silencio una petición de perdón, por su repugnancia, que la mujer mayor, debido justamente a aquella maternabilidad ya biológicamente ingerida de una decrepitud mortal, porta, serena, en ella. La contratación popular en Sudamérica de profesionales lloronas, pagadas por la viuda, equilibra su sensatez. La “viuda alegre” es por esencia, aún sin frivolidad, femenina. No existe viudo alegre. Su amor sólo es presente en el pasado.

Tuve hijas. Jamás abusé sexualmente de ellas. Sólo caricias íntimamente deliciosas, puras, sólo amor sin vientre. Pero, independientemente de ellas, mi ansia sexual viva llevaba a negar la muerte femenina en la búsqueda de jovencitas, de preferencia virginales, cuya compañía me arrancase de la fealdad inmediata. Utilicé con sincero sentimiento de ternura, para esto, tácticas diversas, entre las cuales el regalo o el dinero recompensables por el cuerpo y el alma infantiles así precozmente prostituidos ocupaban un lugar real, por cierto, pero en mí secundario. Prefería creer en mi capacidad seductora que sin querer seducía a niñas de pechos nacientes y a adolescentes cuyos vellos tenían la poesía del trigo primaveral.

Es necesario agregar que muchas jovencitas se sienten atraídas por el hombre mayor, sobre todo si les resulta entretenido, culto, apuesto, respetuoso, dulce, generoso, por ejemplo: el “padre” ideal castrado pero ideal, a quien ellas con o sin inocencia provocan. Cualidades que suelen ellas no encontrar en sus machitos de la misma edad: bruscos, groseros, jajarajeros, cerveceros, etc. De modo que para mí no era necesario forzar nada. Yo dejaba… que las niñas viniesen a mí. Hasta que el toque y fama sobrevenían, en cómplice, satisfactoria, dulce y jurada clandestinidad.

Pero ¿hay crimen perfecto? En mi experiencia, como es obvio, no. Algún error cometí por allí. Serían el sudor mío, mi ansia, mi dolor hacia la vieja esposa en el remordido recuerdo de ella actualizado y visible para la chica desde mi mirada extraña y extraviada mientras le decía poesías de amor, la rememoranza abrupta de mis luchas contra la dictadura, mi reprensible vanidad exterior, algún beso demasiado voraz, una penetración en vientre por desconcierto seco y adolorido, un tufo de alcohol, mi vientre ya decadente, no se, el hecho es que por algunas de ellas, tan lindas, fui delatado y heme aquí, proscrito hasta más allá que el final. No digo que sea injusto. Es tiempo de meditación y de reparación interior, aunque ésta, si lograda, sea socialmente ignorada, no me importa, sólo me importa algo que está más allá que esta sociabilidad.

Es verdad, pequé al no reprimir la actualización de mi búsqueda placentera que encontraba en pieles de suavidad exacta estúpida compensación rejuvenecedora ya descrita sobre mi drama interior. Debí reprimirme y resignarme a la fealdad. Debí encontrar a la bella en la bestia. No pude. Pequé. Estaría de más pedir perdón. Nadie escucha mi tácita pero verdadera petición. El mal hecho, hecho está. Soy paria. Exiliado incluso de mí mismo. Pero acepto. Ésa es mi libertad, nunca extinguible: aceptar a fondo lo que no puedo ni siquiera en lo más mínimo rechazar. Ello representa, dentro del mal, quizás, un bien. Y, desde éste, lo digo para mí, y ya se sabe para quién más, estando este quién fuera de mi descendencia biológica; a la cual pido algo ya obtenido: simple comprensión.

Recuerdo a Lewis Carroll. Recuerdo su amor por lo menos fotogénico hacia las niñitas, incluida, en la escritura, Alicia. Ignoro qué pasó concretamente con su latente pedofilia. No ignoro qué ha pasado con la mía. Pero sí -más allá de lo dicho- ignoro qué en realidad me pasó. Es razonable que permanezca encarcelado. Me siento peligroso. Siento miedo de mí.

Firmado: “Jorge”.

*

Mientras el pedófilo obispo Cox está libre en el Vaticano, el pedófilo cura Tato, por clasismo natural, se halla encarcelado en Santiago. “¡Justicia divina!”, exclamaría otra vez Julito Martínez, “Jota Eme”. El celibato católico es un seminario de homosexualidad y de pedofilia que la infantilización sexual y “celular” del seminarista engendra.

Conste que “Jorge” ha omitido violencia y homosexualidad.

¿Qué pensar? AML.

Fue mi amigo. Ya no. Tiene sus razones. Yo las mías. No importan. Están en “comisión secreta”. Nos respetamos, conocemos y queremos. Pero no habrá vuelta atrás. La “ira de Dios” puede integrar y sobrevivir al amor. Y lo escrito, escrito está. No me referiré pues al pasado ni daré interpretaciones sobre su personalidad. Ya lo hice públicamente. Y él también públicamente sobre mí. Sólo comento que dentro de todo es una de las personas más inteligentes (no digo culta) y sensibles (sobre todo hacia sí) que he conocido en Chile. Podría profundizar sobre esto. Pero no. No en el contexto actual. Hablaré del presente.

Flores recibió una estocada terminal en su alma de querer, como es normal, ser amado, cuando perdió frente a Bitar la candidatura de por sí ya poco relevante a la presidencia del Partido por la Democracia (PPD). Terminal, porque ese pobre y por tanto más humillante fracaso había estado precedido por otros dos mayores.

En primer lugar, su presencia en el Senado, rodeado por toda la mediocridad rutinaria y estéril que tal institución es, aburriendo constantemente a Flores, quien por sociabilidad entre tímida y táctica se inclinaba en forma respetuosa y sonriente pero evidente ante la estupidez astuta, desconfiada, temerosa, envidiosa, aplastante, murmuradora, aislante, que lo circundaba; así, con perfecta racionalidad, Flores ya pensaba que por ningún motivo sería otra vez candidato a esa sala de simple protocolo vanidoso.

Y en segundo lugar, él comprendió a la perfección que el celo de los mediocres vecinos, hacia su no del todo simulado compañerismo, le cerraría las puertas a cualquiera otra precandidatura a la Presidencia de Chile, y más aún a una convenida y real candidatura. Los compañeros temían a Flores. Él adquiría autoridad mediante el temor reverencial que su inteligencia adinerada suscitaba. Hasta que de pronto, no ignoro por qué, le fue perdido el miedo, se lo chacoteó y con ello perdió autoridad. Él comprendió el error de haber evidenciado su real superioridad intelectual, pero no PODÍA disminuirla por simple artificio gregario. El hecho es que su ambición máxima por mí comprendida, y sobre cuyos fundamentos callo, le fue de “pandilla” a “pandilla” ultimada. La “meritocracia” había vencido a la megalomanía del consciente y ya autocrítico Rey Desnudo.

Frente a estos tres fracasos retrospectivamente sucesivos, no restaba como solución al corazón herido que ejecutar su canto del cisne: ¡abdicaba! ¿Cómo? Tomándose una póstuma y pobre revancha: la Presidenta va ingenuamente a Mahoma y no Flores a la Montaña; y, en seguida, ante la televisión, él pronuncia las dos palabras fatídicas, que lo colocan cual orgulloso y “esperanzado” suicida en el abandono global: “comisión secreta”.

El hombre ha enflaquecido.

Los “emprendedores” de Derecha que él exaltase miran como les es habitual, cuando les conviene, hacia otro lado. ¿Regresa Flores a Estados Unidos? Más fracaso del ayer agravado en ese hipotético futuro. La edad pasa. “¡La plata: nada!”. “¡El poder: nada!”. Por fin ha comprendido: “Humberto Maturana tenía razón; y Arturo Montes, ese aristócrata de izquierda, también”. Cansado, pues, del error cometido por su fidelidad genética, él asiente con su esposa al merecido reposo: la televisión, el Ravotril, el Balidón, la Coca-Cola, el lomo vetado con papas fritas y helados de lúcuma, la pareja tendida, la dimisión de la “comunicación científica” y de las “redes inteligentes”, la… ¿oración? Dios los escuche.

AML.

Comentarios posteados en “El Mercurio” columna de Eugenio Tironi “Farewell” en razón de la dimisión de Fernando Flores al PPD.

Señor Sergio Feliú:

Es la 1ª vez que detento la humildad de dirigirme a Ud. Concluya si puede de la frase anterior lo que corresponde. Ud. en cualquier texto suyo que por experiencia ya entreleo sólo en diagonal, y eso, escribe como su nuevo compañero político, Flores, quien sabe como yo que la envidia no existe en mí, porque sólo tengo envidia de mí, Dios lo comprende. Por último, me parece inútil que Ud. comunique indirectamente algo evidente, y es que su mente nada tiene de especial.

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Arturo Montes Larraín (Enero 9, 2007 04:46 PM)

Hay que tener una mente muy especial para criticar la renuncia de un senador desde el punto de vista gramatical y descalificarlo como provinciano aun adinerado, por muy grafóloga que se las de, no todos tenemos ese don con que nos premio la divina providencia de ser grafólogo, pero el caso de Fernando Flores, es que renunció a un partido que de instrumental para hacer política paso a instrumental para hacer dinero.

El hecho de ser adinerado con su talento y provinciano tampoco puede ser motivo de descalificaciones, la envidia que se les tiene a los hombres de talento y de dinero no debe ser motivo para que los envidiosos quieran hacer de este paja o barrer la alfombra.-

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sergio feliu justiniano (Enero 9, 2007 03:15 PM)

Acabo de leer en EM el texto de la renuncia que aquí he comentado. No cabe duda que a pesar de su brevedad fue escrita por puño y letra de Fernando Flores, pues, por un lado, está mal escrita (numerosos errores gramaticales y de lógica que me aburre demostrar, quizás más tarde lo haré, pero el lector puede divertirse comprobándolos por sí mismo); y, por otro, esa renuncia presenta una “ironía” de provinciano aún adinerado que es característica en el senador (desea al PPD que supere su crisis, ja). Gracia produce al grafólogo que soy la observación de cierta obscenidad en la firma, fiel autorretrato del dibujante.

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Arturo Montes Larraín (Enero 9, 2007 01:37 PM)

Renunciar cuando obviamente ya se ha fracasado es una manera “digna” de velar la derrota. No presiento el futuro del PPD, agrupación eminentemente clientelista, claro, como Eugenio Tironi en “El Mercurio” de hoy. Al contrario, se habrá hecho limpieza en casa. Total, el verano recién comienza y adormece al cerebro. Y adelante, que al mundo nada le importa. El PPD es ahora el PR de los años ‘50-60′, sin CEN ni masonería oficiales. Decaerá, pero lentamente. Y no sin conservar durante un buen rato posiciones de privilegio relativo en los sectores público y privado. ¿En beneficio de quiénes irá decayendo? Del PS, de la DC y de RN. ¿En qué porcentajes respectivos? No procede concebirlos todavía, salvo por arbitrariedad que no cometo. En definitiva, todo este asunto es de menor cuantía. Como ya incluso la posibilidad de una alternancia. El país ya ha asimilado su rutina y sus gruñidos le acomodan. Son sus gases.

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Arturo Montes Larraín (Enero 9, 2007 12:33 PM)

La renuncia de Flores consagra la expulsión de Schaulsohn y anuncia la partida de otros, feligreses del primero. Pocos: ¿100? Es “Chile Primero”, 1º no se sabe en qué ni respecto de qué. Ya se verá que en nada y respecto de nada. La personalidad totalitaria y megalómana del talentoso y grosero senador es incompatible con el democrático chaqueteo a la chilena y en realidad con la política dentro de cualquiera sociedad, con alguna excepción, como Venezuela. En Chile su estilo provocador seduce y divierte al comienzo, pero luego produce urticaria y como saldo que da un diagnóstico justificado: Flores es mucho ruido y pocas nueces. Otras analogías más exactas hay, pero serían impublicables. Sigo en seguida.

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Arturo Montes Larraín (Enero 9, 2007 12:16 PM)

Según el físico Leo Szilard (1898-1964), amigo de Albert Einstein, el perro sin miedo alza las orejas. Con miedo, las pega contra la nuca. Sin cólera, tiene el hocico enternecido. Con cólera, lo frunce y gruñe. Estando feliz, hace además bailar la cola. Factores todos influyentes, como se explicó en la columna anterior, “Pido otra vez perdón”, sobre el movimiento ahora canino entre el ataque y la paz, incluyente -es un solo ejemplo entre muchos otros- de la fuga o de los ladridos, cuyo sentido es diverso, o de sus plácidos susurros. Como se vio, tales figuras han sido aplicadas a las relaciones humanas.

Un día hice una clase sobre esto. Terminada la cual se me acercó una estudiante, ya sola conmigo. Anochecía.

– Profesor, yo siento miedo.

– Qué pasa.

– Todas las noches sufro de horribles pesadillas.

– ¿En que consisten?

– Me persigue una jauría de perros que buscan matarme y comerme.

– ¿Qué sucede antes de dormirse?

– Es peor. El miedo a la inevitable pesadilla subsiguiente, ya prevista, es aún más fuerte que el miedo sin embargo tremendo que sufro durante ella. Como ahora mismo, cuando después de la clase voy a comer y a acostarme.

– Sí, Silvia. A pesar que haga frío, usted tiene sudor pegado a la cara y está muy pálida.

– ¿Qué hago?

– ¿Vive sola?

– Sí.

– Ah. Si no viviese sola, su acompañante, viéndola en pesadilla, la acariciaría y usted se calmaría o usted se le acercaría, por sabiduría, en la pesadilla, hasta tranquilizarse.

– Sí, comprendo. Pero vivo sola.

– Le voy a hacer una proposición.

– Escucho.

– Aunque, antes, una pregunta, no se por qué me ha asaltado. Disculpe. ¿Ha sido usted violada?

– Sí. De niña. Muchas veces. En su orgasmo, él presentaba las mismas fauces aterrorizadoras y ávidas de los perros en la jauría de mis pesadillas, que ya llevan noche a noche mucho tiempo persiguiéndome, ¡no se cómo no estoy loca!

– No le preguntaré quién fue ese hombre. Creo saberlo.

– Gracias, gracias. ¿En qué consistía su proposición?

– El sentimiento de la soledad desamparada puede ser superado por la ficción convencida de una compañía que cuida su sueño, también cuidado por usted al lado de ella. ¿Comprende?

– Sí… Creo que sí.

– Pues bien, esta noche, al acostarse, usted SABRÁ que yo estoy espiritualmente en su compañía y, se lo aseguro, ¡allí de alma estaré!, mientras yo también me acuesto para dormir. Yo no sufro de pesadillas desde que era niño.

– Lo escucho.

– ¿Usted CREE que mi promesa de compañía recíproca es veraz y que será cumplida?

– Sí, se lo creo.

– En tal caso, ya ahora siente menos miedo, ¿o no?, de su prevista pesadilla, que a mi juicio esta vez no tendrá.

– Sí, es verdad, ya no siento ese miedo.

– Pues bien, buenas noches, señorita.

– Buenas noches, profesor.

Cumplí mi palabra. Al acostarme y ya acostado yo me dormí con ella en mí.

Tuve una estranguladora pesadilla. Para guardar pudor, sólo digo: mi esposa y mis cuatro hijos volaban como salpicón ensangrentado luego que el auto al cual me acercaba a veinte metros de mí explotase por la acción de verdaderos o falsos y huyentes policías. Quizás deba agregar: yo me hallaba en estado de reciente separación matrimonial y por tanto de ruptura familiar. Hasta que desperté.

Transcurrida la semana, antes de la clase siguiente, la estudiante referida se me acercó, deslizándome en el oído lo que yo ya sabía:

– No he tenido más pesadillas.

Hallándome buen tiempo después en Francia, conté lo anterior a un gran amigo, sin embargo muy cartesiano, y por esto mismo su opinión me interesaba sobremanera. Escuchó, reflexionó, dijo:

– Eso sí es telepatía.

Lo observé con cariño, yo, cultivado en parte por el “realismo mágico”, donde el mar huele a rosas, según Eréndira, y le dije:

– No, Yves, eso no tiene nada que ver con la telepatía, sin negar que ésta pueda quizás existir. Eso fue perfectamente racional. La estudiante, sin estar conmigo, sola, se acostó, y supo, porque creer engloba al saber, independientemente de mí, que yo estaba con ella. Y yo, en semejante condición, viví mi pesadilla por razones prácticas hasta entonces reprimida, su libre emergencia en mi dormir. Claro que, después, tampoco he tenido pesadillas.

Agregué:

– Supe más tarde que esa estudiante, fuera de ser empleada del Correo, es poeta. Ignoro desde entonces qué es de ella hoy. Espero que esté contenta de la vida. Aunque probablemente conserve algún impulso depresivo. Quién no.

Mi amigo francés calló. Luego conversamos sobre el estado de las hojas otoñales caídas y revolcándose multicolores al viento del extenso jardín. Entretanto, él acariciaba a su perro, cuya cola bailaba. Y la mujer de Yves nos trajo sonriente un té hindú.

AML.

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