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Dios ordenó a Abraham que éste matase a su hijo Isaac. Donde manda capitán no manda marinero. El marinero, obediente, idiota, partió, llevado por su fe absoluta en Dios. Justo cuando el hacha ya alzada iba a cortar el cuello del hijo, Dios le dijo que se detuviera: sólo quería probar la entrega total de Abraham a él.

Yo no habría actuado así:

– No. Por ningún motivo. Eres un tonto que no mereces ya mi reverencia. Tu orden de asesinar a mi hijo como prueba de fe en ti demuestra que no la mereces. Más te habría valido mandarme a hacer algo bueno en tu nombre. Así mi fe se habría acrecentado. Pero no. Se terminó, megalómano y sádico. Isaac, hijito mío: no creas en aquél.

– Yo, Dios, te digo, Abraham, que no comprendes mis designios. Tu mirada estrecha es.

– Así será, y no me interesa comprenderlos, visto ya adónde quieres llevarme. Falso Dios eres. Y chau.

– Abraham: te has alzado contra mí, por tanto caerás muerto en el fuego eterno. Maldita será tu descendencia.

– Qué me importa: nada. Es preferible eso que vivir creyendo en un Dios como tú.

– No comprendes que mi orden estaba destinada a que la rechazases. Has actuado bien al hacerlo.

– Eres oportunista. Quieres mediante el engaño que crea de nuevo en ti. Pero no lo logras, ¿ves? Ni siquiera te escucho. Vamos, Isaac.

De lo anterior se infiere que torpe resulta tomar algo en la Biblia al pie de la letra. Aquella orden divina de asesinato al hijo nunca existió. Era más que eso: una invitación regalada a la fe; y no una orden. Sobre el pie de la letra, desde ésta, mediante ésta, gracias a ésta, emerge en susurro el cuerpo de la verdadera letra, inaccesible sin aquel pie. La fe imagina incluso lo inimaginable. Dicho estaba.

Intentaré ser objetivo. La situación de Chile hoy no tiene absolutamente nada que ver con el caos vivido bajo la UP. Ni Bachelet con Allende. La inversión pública representaba entonces 75%, hoy 25%. La inflación no existe. El desempleo está disminuyendo. La tasa de crecimiento económico es ahora el doble que la tasa de crecimiento demográfico, antes eran del mismo nivel. La pobreza y la indigencia han disminuido drásticamente desde Aylwin. El automóvil no es ya un artículo de lujo para la clase media. Bachelet no ha sido sorprendida en ningún acto de corrupción. La moneda es fuerte y no sólo frente al dólar. El comercio ofrece lo mismo que en Berlín o Nueva Cork. No hay mercado negro. La delincuencia está bajando. La crisis del Transantiago es atribuible a Lagos y no a Bachelet, quien no puede resolverla en un corto plazo: nadie lo podría. Ella ha cometido errores, ninguno grave, ¿quién no? Chile tiene el ingreso per cápita más alto de América Latina. La clase política no es más mediocre que antes. Ya no reina el bocinazo urbano. Crece un respeto ciudadano. Son hechos globalmente comprobables e irrefutables.

Debemos cultivar las virtudes de la paciencia, de la unidad y de la esperanza, a pesar de todo y gracias a todo. La demagogia alarmista es dañina. Debemos mejorar en todo, comenzando por casa. Una alternancia política es deseable, pero la derecha no propone alternativas fiables y unitarias, teniéndolas, y no lo hace únicamente por intereses creados que son miopes pero resistentes.

Ofrezco la palabra. Argumentemos.

Conocí a Boris Spassky. Fue durante muchos años campeón mundial de ajedrez. Ya debe estar muerto o muy viejo. Supongamos lo segundo. Cuando lo conocí, yo estaba invitado a almorzar por los Hérault, en Bourg d’Oisans, un pueblito alpino, montañés, en Francia. Más abajo que la casa había una cancha de tenis. Inventemos: digamos la verdad. Jugaban un hombre y una mujer. Mi anfitrión, René (= renacido), un hombre muy bueno, profesor, me dijo: “Son Spassky y Sarah, su mujer”. Bajé, aunque René me dijese que no. Hay gente que teme a la gente. Gente que cree que iniciar una conversación es falta de respeto. Actitud muy francesa pero también muy chilena, aunque menos. Interrumpí el juego. Fui bien acogido por marido y mujer. Nos sentamos. Conversamos. Me lancé directo al grano. Yo era adolescente cuando Bob Fischer, un poco mayor que yo, había sacado la cresta al invencible Spassky. Yo veía toda la final en la TV chilena (!), blanco y negro. Era increíble. Fischer no pensaba. Desde el comienzo, mataba al rey. Su primer movimiento iba recto al jaque mate. El resto era paja. Se veía a Spassky completamente descolocado por ese pendejo. Pensativo, lento, el genio soviético perdió todos los partidos. Fischer había dicho que no jugaba si no se subía al cuádruplo el premio y si no ponía él su propia silla. Lo cual dio risa al mundo pero fue aceptado, para la alegría desdeñosa de Boris. Poco duró Fischer como campeón mundial. No porque fuera derrotado. No. Joven, renunció. “No more” (ignorante: “no más”). ¿Y por qué? “Porque para ganar es necesario querer matar y no me gusta querer matar aunque sepa matar, ya lo hice y basta”. Bob y Boris se hicieron amigos, se respetaban. De hecho, unos 20 años después, por única vez, Fischer invitó a Spassky para jugar un solo partido ante la gran expectación mundial. Boris -me lo dijo en la cancha de tenis, yo estaba exiliado- sabía que iba a perder frente a su “hijo”, aunque éste nunca hubiese tocado un peón desde la renuncia: “se hizo espiritualista en una secta, Arturo, pero el ajedrez estaba en su bilis, podía ganarme pero no podía ganar al ajedrez y consideraba que yo había sido desde siempre, hasta él, el mejor”. De hecho, Fischer ganó otra vez. Y ya no jugó más. Sólo menospreció más tarde a Kasparov: “es apenas un técnico”. Yo vi la final en el teatro de Lyon entre Karpov y Kasparov, donde éste venció al triste campeón, antes de ser mateado por un computador (simple memoria sintetizada de casi todas las memorias; como aquí). Boris me dijo ese día de invierno, ante la mirada atónita de René, que el exceso de inteligencia entristece. Yo le dije que no veía exceso de inteligencia en el ajedrez, juego de por sí triste y despiadado, donde sólo se trata de imaginar cómo se hará la inmediata 10ª jugada, mientras el enemigo apenas concibe la 9ª, distraído por Beethoven. Rió. Pero “es verdad”, me confesó. De hecho, mi hijo menor, entonces de 10 años, cuando me separé definitivamente de su madre y partí enfermo, huyó al ajedrez y ganaba a cualquiera, incluso sin problema a mí. Pero la última vez gané yo y por esto fue la última. El, ya “viejo” (nació el 24.07.80), ríe cuando se lo recuerdo. Ya no juega ajedrez. Es geólogo. Pasó por el go, le gustó durante un tiempo (nunca me interesó esto de los “conjuntos” matemáticos, son tramposos). Y ahora, fuera de la rentable tierra (geólogo es la profesión mejor pagada en Chile, y de lejos, pero a Miguel interesa la tierra, no la plata), gana dinero por Internet haciendo poker, donde sí se puede legalmente trampear y reír. En un momento fui buen ajedrecista. Nunca tanto: me iba a las Bahamas o tenía piedad del enemigo. Pero concentrándome sí fui bueno. Ocurre que me gusta la concentración desconcentrada. No la 10ª jugada. Otra más lejana que el tablero: tú, por ejemplo. Tú, palabra que beso.

– Gracias, Boris.

Nunca más lo vi. No sabe quién soy yo, campeón mundial ni más ni menos que de nada.

– ¿Huiste esa vez?

– Sí, papá. Sufrí.

– ¿Tienes confianza en mí?

– Total.

– Hum.

– ¿Qué?

– Se me olvidó.

– ¿Qué se te olvidó?

– ¿Qué?

– Ya.

– Claro.

– Te quiero.

– Yo más.

– No. Yo más.

– No peleemos.

– ¿Qué?

– Chiste repetido sale podrido. Dame un beso.

Bueno estuvo el almuerzo después en Bourg d’Oisans. Miguelito era chiquito. René y su mujer estaban contentos. Me quieren. Y yo a ellos.

– Tú te llamas Guel. No eres tu Guel. Eres mi Guel.

– No. Soy Miguel.

– El nombre lo puse yo.

– Tú estás loco. Me aburres. Siempre lo mismo. Ya, me voy. Chao.

Envío este juego de palabras a los de Bourg d’Oisans. Y a sus hijas: yo soy https://amaneciente.wordpress.com : ¡Amaneciente incertidumbre!

– Buen día. Cuando uno va a subir una escalera, ¿qué hace?, no es ir peldaño a peldaño, porque eso tetaniza (usen el diccionario), sino mirar hacia más allá que el final, de modo que el paso a paso pasa sin que uno se dé cuenta de estar haciéndolo. Como cuando aprendimos a caminar o a hablar. Hicimos lo más complejo sin saber cómo lo hacíamos e incluso sin saber que lo hacíamos, pero lo hacíamos y hecho está: debíamos llegar desde el comienzo por el final en el juego del lenguaje. Igual cosa ocurre con el juego -ya sabemos, nada científico, salvo como juego- de las matemáticas. Seguiremos pues ahora, niñitos míos, comenzando por el final, lo más difícil que es facilísimo, de modo que desde allá arriba podamos bajar bailando por los números irracionales, racionales, fraccionarios, infinitos y aun, tan aburridos, naturales: 1, 2, 3, etc. La enseñanza debe siempre comenzar por lo más “difícil”. Ello facilita el resto anterior. Y el sentido de la complejidad está simplemente en Uds. La mala educación de que son víctimas os lo hace perder. Pero no es ésa mi pega y por tal razón me hallo cesante, y a mí qué. Ustedes también, ¿no?

– ¡Sí!

– Comenzaremos pues por los números imaginarios. La imaginación es aquello que uno siente como verdadero pero sin contar con ninguno de los cinco sentidos, ¿oquei? Bueno. Resulta que si yo te multiplico a ti, Cristina, por ti misma, quedas siempre tú y no 2, pero ahora tú “más o menos” Cristina, ¿te ha pasado?, sí, claro, nos pasa. Ahora bien, si ese “más y/o menos” ya imaginario, ¿a qué sería aproximadamente igual?, ¡no a 1, sino, incluyendo a 1, a -1!, ¿chachai, loca?, o sea a +/-1, una joda, ya se, como la vida. Llamemos a ese +/-1 “i”, por abreviación. de “Imaginario” (las matecas abrevian por táctica lúdica y juzgadora). Qué hacemos entonces con eso: i ≈ -1. No sirve para nada. Tengo pues que volver un poco atrás y multiplicarte de nuevo por ti misma. Ya no eres lineal, sino, figúrate, al cuadrado (antes que parabólica). No i = -1, sino, buscando tu raíz, eres la raíz al cuadrado de menos uno, dibujémoste así: i = -1, por tanto i² = √-1 o √-1: √-1 “=” 1, ¿comprendiste?

– Sí, nada, salvo que la raíz cúbica de mí da como resultado un riachuelo.

– ¡Eso es! Ahora, uf, podemos avanzar.

– ¿Así: 2+2 son 4, 4 y 2 son 6, 6 y 2 son 8 y 8 dieciséis, 16 y 16 son 32, ésas las cuentas que he sacado yo?

– Muy bien. Eres exacta imaginaria imaginación. No vives. Eres. Y ustedes otroªs también. Somos números imaginarios encarnados como naturales. Os cuento: sois 32, de A a Z. Fin de la clase. La próxima vez hablaremos sobre algo ya mucho más fácil: los números fraccionarios en negativo desde 0 a 1.

– ¡Ya lo se! ¡Ud. lo sugirió desde el comienzo!

– Todo cambia. Tú: ven.

– En algo se equivocó: no soy genial.

Distinto es en condiciones normales quedarse dormido que despertar. Nadie sabe cómo se queda dormido, salvo por algún pestañeo que nada explica. En cambio, todo el mundo sabe cómo va despertando. Es un proceso lento, difícil. Ya no se puede dormir más, pero uno habría querido seguir durmiendo. Los sueños a menudo ya olvidados siguen palpitando en el silencioso desayuno. Detestamos hablar y que se nos hable. Uno se resigna a otro día más. Dormirse es súbito. Allí uno vive sin saber que vive. Se da vueltas en la cama, salta con una patada a veces, ronca, gime, incluso sonríe, ya no bosteza, está en perfecto reposo, sin saberlo. Una amiga española me dijo un día llorando en mi pecho que antes de dormir sólo quería no despertar. Yo le dije que eso nunca me había (ni me ha) ocurrido, es más bien lo contrario: ¡ya desperté!, ¡qué le vamos a hacer!

Ese temblor de los límites que se descubre despierto en aquel pestañeo cerebral entre estar despierto y estar dormido es la eternidad hecha instantánea. Convendría observar tal intersticio bajo el microscopio o, lo que es igual, el telescopio; ambos a la vez, mejor. Existiría allí en síntesis, como relámpago, toda la vida. ¿Qué es “toda la vida”? ¿Ese pestañeo metafísico de la luz entre apagar la luz y caer en sueños? ¿Es toda la vida un intersticio ya sin intersticio del alma adyacente al cuerpo: limbo de la moral? No se. Sin embargo, pestañeo durante el día, no durmiendo. Cada pestañeo diurno hace noche ahora mismo, allí duermo, pero se por qué: es para borrar y aliviar lágrimas. El otro pestañeo, en cambio, ése de la noche propiamente tal donde uno se “tumba”, desconoce su “por qué”, otra forma de decir casi lo mismo, “para qué” (causa y efecto se acumulan en un movedizo “punto” estelar).

Escribí “no se”. Agrego: no saber es esencia del saber. Y admitirlo es más que el saber. Pero, más allá que más allá que el saber, una pregunta agujerea en una nada inolvidable de “tiempo” ese abismo entre estar despierto o dormido. La música dorada, soleada, del pestañeo cerebral antedicho dice, desde más allá que el más allá: ¿quizás?

Esta pregunta funda la vida. Y su respuesta no puede lógicamente ser sino ella misma. Ya un sabio bolero lo dijo tres veces. Cántalo. Hoy me escribió Rossella, Rogelio, con mucho amor. Ya le respondí. Demos todaºs a ella fuerza. Negamos a Dios el derecho de llevársela. Y él acepta. Sin hablar de Allende o Pinochet, cómplices esmirriados de la imbecilidad humana.

Nos deseamos buen sábado. No releo. Uds. corrijen.

Patricia tiene pupilas de abeja. Se lo dije la primera vez que la vi. Comprendí su inteligencia, su pobreza material, su sed de cultura. Sus provocaciones con la bandera en desnudez son orgullo republicano, mirad a Mariane en Francia. Esta chica tuvo el valor de desafiar con su cuerpo la moralidad del Mamo o del Cadáver. Fue insolente. Yo frente a ello era indolente. Hasta que pasando ante la TV, muy lejana en mi lucha subversiva por la reconciliación nacional, la entreví en destello y quedé perdidamente enamorado -como con muchas mujeres incluida mi esposa- de ella. Varios años pasaron. Hasta el encuentro por las “pupilas de abeja” cuya iniciativa fue mía. Se entregó por entero. La ayudé de manera decisiva en un caso judicial sin cobrarle nada. Nunca me pagó nada. Somos amigos. Me quiere. La quiero. Es todo. Tiene un hijo muy lindo, Adriano, ya seguramente grande, nada se de él. Conocí a la madre de ella, mujer entonces preocupada y triste, sin plata. En la mirada de su madre recibí confianza hacía mí, no se si ella lo recuerde. Patricia era un punto de interrogación contrario a la dictadura. Sin Partido: se desnudaba (a veces por caros $ sobre los cuales vomitaba contra sí misma). Cosa que no ocurrió conmigo. Sí, dormimos desnudos. Jamás hubo penetración. Fuimos amantes castos de la cultura. La desnudez de ella era espontánea, completa e inocente. Pocas veces he conocido una mujer tan honesta -con sentido del oportunismo, pero jamás conmigo- como ella. Besar para ella era besar, como conversar, conversar.

He sabido que ahora “anda”, después de su función diplomática de Chile gracias a Lagos (?) en Italia, con un “Onassis” romano. Bien. ¿Cuánto le va a durar? Lo que la plata pida. Luego, con seguro, regresa al pasaje sin salida de Huérfanos entre Esperanza y Libertad. Curioso lenguaje.

Patricia Rivadeneira no es una gran actriz (¿hay en Chile grandes actrices?), pero es una gran mujer siempre en búsqueda del mundo y de sí misma. Atea (educada en las Ursulinas) es profundamente religiosa. Le tengo plena confianza. Ella es un ejemplo durable en el intersticio eterno que hubo desde la UP y la DªM. ¿Qué le costaba, adolescente, irse por la DªM? Nada. Pero no. ¿Interés político o económico desde la misma nada sin ideología ni Partido? No. Sólo instinto honesto de dolorosa supervivencia, con su pronto Adriano (Yourcenar). De todo esto doy firme testimonio. ¿Es ella izquierdista? Menos que yo: del FPMR. ¿Es ella puta? Menos que yo proxeneta. ¿Es ella bondadosa? Más que yo. Ocurre que en Chile no se entiende mucho lo que es la verdadera moralidad. Las clandestinas putas con MBenz en Santa María de Manquehue lo son más que aquéllas a pata pelada de La Granja.

Pero esto no tiene nada que ver con Patricia Rivadeneira. Santa Ursulina ya está siendo ella.

Discutí sobre esto con un astrónomo, Denis Ravaine. Le pregunté por qué no se veía el lado oculto de la luna. Me miró, cogió un papel, hizo unas fórmulas y concluyó: “la respuesta está aquí”. Observé sin comprender nada, lo cual le dije.

– ¡Está clarísimo!, exclamó Denis.

– Si tanto, explícamelo.

– Estás tonto, ¿no sabes leer?

– Sí, pero explica por qué estos dibujitos seudo matemáticos responden a la pregunta.

Como previsto, silencio total. Profesor en Francia y en los U.S.A. Yo pensé en un campesino de Cabildo a caballo teniendo ya su respuesta nocturna en Luna llena, que transmití a Denis.

– Denis, si nos damos la espalda sin espejos, no vemos nada de nosotros.

– Ok. Pero hay espejos imaginarios.

– Son espejismos. ¿Sobre ellos se basan tus clases?

– Sí y no. Pero en definitiva no.

– Ah. ¿Y entonces? ¿Algún estudiante de Ph.D. te ha hecho esa pregunta?

– No.

– ¿Y tú?

– Tampoco.

– ¿Por qué?

– Ignoro la respuesta.

– ¿De allí los dibujitos que ni tú mismo comprendes?

– Sí.

– Bueno. Tú no conoces al campesino.

– De Cabildo.

– Sí, de Cabildo. Sabe que la Luna, satélite de la Tierra, salió vaya a saber Dios por qué expulsada del planeta. Y que al partir así rota sobre sí misma, por memoria geológica, a la misma velocidad que por este lugar.

– Sigue.

– Bailemos tú y yo en elíptico redondeo sin tocarnos.

– Bien.

– Tú rotas, yo roto, a la misma velocidad. Al reencontrar poco a poco nuestras caras hasta su plenitud y hasta perderlas en su totalidad, habremos comprendido por qué tu “lado oculto” lo es, sin perjuicio de lo cual ése, oculto, sea el lado claro; pero he aquí una reflexión simplemente filosófica, no científica ni astronómica. ¿Sabes?, la tecnología y la ciencia son subordinadas a menudo malvadas de la filosofía.

– ¿De qué filosofía me hablas? ¿De qué -sé franco- religión: budista?

– En el budismo no hay Dios. De allí que un católico pueda ser budista pero que un budista no católico.

– Te estás yendo por las ramas.

– Hermosas son, Denis.

– Vuelve al tronco.

– Si tú y yo rotamos bailando a la misma velocidad, siempre habrá cara oculta cada cierto tiempo, ¿está claro?

– Sí. Agradece en mi nombre, Denis Ravaine, la lección que tu campesino de Cabildo me ha enseñado. Diré lo suyo a mis estudiantes. La rotación espiral en similares velocidad y sentido inerciales explica pero hacer ver el lado oscuro de la Luna, por regla pronto llena.

– No se trata aquí de sexo sino de astronomía, astrónomo.

– ¡Si Ud. supiese cuán sexual ella lo es!

– Es por pensarlo que hoy mismo dejas la vida con cáncer a la piel, dejando a tus hijos perdidos y a tu mujer más aún.

La viuda -real- me escribió hace poco. La quiero. Ella quería hacer el amor conmigo, a causa del amor que yo siempre sentí hacia el astrónomo. Pero yo nunca pude hacerlo, por la misma razón. Hasta que nos comprendimos. Y ella va cada día mejor. Hace una semana me escribió sobre Denis: “Es el único hombre, muerto por el sol, a quien he amado”. Sólo pude responderle que él la sigue amando. Conmigo cual apoyo.

Pero vivimos lejos. Ella en Gières, yo en Providencia. ¿Qué es sin embargo la lejanía, cuando sin recibir este mensaje ella sabe que está en mí y yo en ella? Le escribiré ahora algunas palabras, Cristina, desde mi rostro visible: bailo más rápido que tú y así siempre te tengo cara a cara.

Sí, he visto pornos. Pero sin excepción me han aburrido e incluso asqueado hasta el cansancio de caer dormido.

Ocurre que buscando “mujer” sin nada más abro Google y encuentro porno. Luego, curioso por lo anterior, abreviando “in extremis” abro “virgen” y reaparece otro porno. Respetuoso hacia la dignidad de la mujer en la victoria del feminismo norteamericano, ¿no? ¿Por qué no en la paridad didáctica y democrática algo equivalente sobre la “polla”? Ya se sabe por qué. Y, si no, pregúntemelo, responderé.

Me ocurrió una vez a este propósito algo divertido. Vivía con esposa e hijos en Francia. Era sábado en la noche. Teníamos una pieza PARA VER LA TELEVISIÓN excluida de cualquier otro lugar. Teníamos la suscripción en “Canal +”. Yo quería ver otra vez “Cabaret”, mi esposa no, dormía, al igual que los 2 hijos menores, niña y niño, en sus dormitorios. Los otros dos mayores, respectivamente joven él, mayor, y ella jovencita, habían salido de fiesta, pero no juntos, y es un poco por esperar su regreso que decidí aplicarme a “Cabaret”, con Lisa Minelli. Pero el hecho es que me quedé profundamente dormido. Yo sabía que después de la película venía como cada sábado un porno “hard” en realidad repugnante para mí (no entraré en especificaciones). Y, durmiendo, fui despertado por mi hija, quien, riendo ante el porno ya en curso, me dijo “¡viejo fresco, haciéndote el dormido!”, ante lo cual miré y reí. Y ella, comprendiendo perfectamente la situación, rió mucho de su padre: yo. Pero el hijo mayor llegó mucho más tarde. En fin, así es la vida. Condenar a los hijos es incitarlos a una falta aún mayor, incluso tardía. Más vale callar de comprensión comunicativa. Los discursos moralistas les causan tedio por conocerlos de antemano en la memoria pregenética.

El porno es vulgar, es hecho para pajeros (las pajeras no necesitan eso), nada tengo contra la paja pero por favor no tan grosera, llena de babas seminales en la cara… no sigo, ¿soy un beato hipócrita? No. Eso es idiota, ni siquiera inmoral. Yo no suprimiría la inmundicia pornográfica, por ningún motivo. Esté ella allí. No venga la Iglesia a meterse en esto: incita al voyeurisme onanista. Calle, mejor. Pajéese en silencio, si quiere, haciendo después moralina sobre el pecado mortal, entre santos, maricones o pedófilos, discriminados según la clase social (los apellidos).

El porno es una mierda, no sirve para nada, es feo, carece de dignidad personal, jóvenes míos. Estuve en otro país, casado, jóvenes invitados por un matrimonio también joven, y en una cama “king” el jefe del hogar puso una porno… para que los cuatro nos excitásemos. Salí de allí: repito, el asco supera a la moral, y mi esposa fue instantánea salida conmigo. ¿Ver chupar picos? No, gracias. Después supe que la mujer aquélla terminó divorciándose por este tipo de razones. Me cuesta entender que se necesite una pantalla porno para excitarse entre dos matrimonios sobre una misma cama. Mi inteligencia es muy limitada. No releo. Pero quedan cosas y la conversación está abierta.

Cristina y yo intercambiamos púdicamente aquí -consta- sobre las machas, que, crudas, considero de sabor inferiores a las almejas (mucho más caras por escasas y por cultura culinaria en Europa que las ostras: “clamps” se llama a las primeras, de origen más bien nórdico, noruego), aunque a la parmesana las machas sean ricas y a condición que las almejas -poco grasientas: pequeñas- hayan sido objeto de previa excisión, cortándoseles ese cilíndrico pezón negro que ostentan en la cumbre erecta de su grisáceo pene clitoridiano. Pero existe en el Sur de Francia un tipo de machas más diminutas que un haba -“tenilles”- que se cuecen apenas para que se abran, rosaditas, con ajo, perejil y crema: ¡una delicia! Respecto de nuestros sureños choros “zapato”, debo confesar que su jugosa e insípida carnosidad es excesiva, además tan gruesamente bordeada y rodeada por ese duro “cordon bleu”; sin hablar de su imperdonable chasca ni -por xenofobia izquierdista- de su absoluta negritud. No. El curanto, mezcolanza de zapatos en piel de cerdo, pollos y otras viandas caldudas como piures o tapas, no es plato de mi predilección. Pero el chorito a la belga, que canta Brel, “des moules avec des frites”, bueno es en invierno.

Dicho lo cual, hablaremos ahora de otro marisco: el macho santiaguino, hoy, ése de clase media, caminando encorbatado por el centro, trajeado gris en Ripley con dos tallas menos (“enflaqueceré”), guatón ya joven, con bigotillo bien recortado a lo parlamentario Antonio Leal, “chistoso”, bien apretadito por la camisa de acrílico en el cuello, etc., todo esto entrevisto ya de lejos y a su pesar por una “macha bien hembra” escondida en el smog del centro. El galán se mira en la vitrina del Citibank, se arregla el pelo, “soy choro”, cruza a la macha bien hembra fijándole la mirada por si acaso pero no pasa nada, “lo que se perdió”, gira sobre sus talones para mostrar a la “ciudadanía toda” como dice Lagos que es puro macho porque mira el trasero de la hembra, llega a la oficina, recuerda vagamente a esposa e hijos, pide un tentempié consistente en sándwich más Bilz, hace números en el PC, son las doce según el balazo del Santa Lucía, tiene calor, parte al sauna de la calle Estado, se satisface, va al “Unión Chico” en la calle Nueva Cork, se toma cuatro cañas contando al vecino de turno sus proezas sexuales, se come un pernil, parte entonado, compra “La Segunda”, sigue trabajando, otra pasadita por el “Unión”, llega a su casa pareada de Peñalolén, son las diez, la mujer no ha llegado, los niños miran una farándula en Mega, él les prepara comida rápida y ¡a la cama! no sin unos buenos piscos, fuma, se rasca la cabeza porque está pensando, se queda dormido, despierta, la mujer está a su lado.

Es éste sólo un ejemplo del macho chileno. Hay muchos otros: los de The Golf, de La Pintana, Independencia, Panguipulli, Pica, Nancagua, Talca, Miami, Sydney o, claro, Rapa Nui. Ya veremos. O no. Reúne a ellos ser puro macho y choro. Con razón las mujeres están enamoradas de ellos. No releo.

Sólo unas líneas discutibles y bastante superficiales.

Es una metáfora: Chile vive con diez años de atraso -si no más- los cambios culturales que se producen en Europa, en los U.S.A. o en Canadá, por ejemplo. Así ocurre con la cuestión de la mujer. Aquí estamos en el alba de una “revolución feminista”: divorcio, aborto, paridad, estudios, trabajo, salario, movimientos asociativos, sexualidad, concubinato, autonomía, etc. Pasé un día cualquiera de la semana pasada en cama. Lo dediqué, descartando el computador y la televisión, a escuchar la Radio de la Universidad de Chile, mejor que lo imaginado por mí. No exagero si digo que la mitad al menos de su programación estaba destinada al tema de la mujer, a los avances realizados, a los problemas subsistentes y al modo de superarlos. No había fanatismo. Tampoco ausencia masculina.

Este movimiento de crisis tuvo lugar en Europa a partir de 1968. Fue globalmente exitoso. También lo será aquí. La historia, sin embargo, no se detiene. Muchas mujeres europeas comienzan a descubrir que sus triunfos eran un arma de doble filo. Más trabajo, más stress urbano, más lejanía del hombre y de los hijos, más asexualidad, más incomunicación, etc. No son pocas quienes añoran “le bon vieux temps” de la vida tradicional en la casa, el placer de preparar una buena comida, de ser piropeada por el hombre hoy en gran parte dimitido salvo simbólicamente en las “tareas del hogar”… Un símbolo curioso de esta regresión es de orden espiritual y corporal. Sin que la práctica religiosa haya aumentado, es evidente sí un aumento del interés por la religiosidad. Y en el plano corporal las mujeres abandonan por ejemplo el uso antes común del topless, retornando al gusto hacia el pudor, por notar que el proceso libertario de la desnudez suscita más indiferencia y menos sensualidad. He aquí pues una crisis que va en un sentido contrario al vivido ahora en Chile.

No me pronuncio sobre que es mejor o peor: sería irrelevante. Me limito a señalar por pinceladas menos analíticas que impresionistas estas evoluciones que invitan a la reflexión de los participantes en A.I. Me queda la sensación que una “masculinización” de las mujeres es paralela a una “feminización” del hombre en el marco del feminismo impulsado por ellas, dando lugar a una suerte de hermafroditismo social donde el hombre se siente cómodo: su “lado femenino” le presenta ventajas prácticas y no deja de alegrarle. Lo cual causa comprensibles desagrados a la mujer, en su agudizado “rol activo”. Ella impulsa así ahora en el mundo desarrollado un nuevo cambio, en el sentido indicado. ¿O no?

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