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Hoy murió uno de los amigos más maravillosos que he tenido. Generoso, fiel, respetuoso, trabajador, profesor de liceo en Francia ya jubilado, buen marido, buen padre, buen abuelo, solidario, lloré, ya no. Pero qué pena. Yo quería verlo otra vez. Cuando estuve en la “beca de Pinochet” comprendió que no era jolgorio. Nunca vi en él nada reprochable. Su mujer, Aurora, española, salió de España a Francia caminando por los Pirineos siendo niñita en compañía de sus padres durante largos días, a causa de la guerra civil. De allí con el tiempo y su esfuerzo ejemplar el matrimonio y su propio profesorado. Es una mujer de temple. Estará bien pero su dolor me duele, al igual que el de las dos hijas, una arquitecta, la otra médica. Somos cercanos en la lejanía próxima. No sé qué puedo hacer por él y ellas. Un día René y yo caminábamos por los Alpes. Me encontraba deprimido por la reciente separación. Fue hermoso que no nos hablásemos. La nieve crujía bajo los pies. Recibe una caricia en tu cabeza. Estoy tan agradecido de haberte encontrado en mi camino. Todos juntos pasamos momentos alegres y felices. Jamás un malentendido o una disputa. Ay, podría añadir tanto. Aurora amaneciente, permíteme un abrazo. Nunca olvides que te mantendré en mi corazón. ¡Qué buenos platos haces! Quiero que me digas que me quieres. Que tú me quieras es un regalo de toda la vida. Dí a Isabelle y a Marie-Christine mi amor desde que eran niñitas. Comunica mi cercanía a los Masson, tan cariñosos también. Estoy allá. Cuando se va un amigo, ¿se va? No. Sólo falta hasta pronto. Recibe un abrazo infinito en nombre de los dos. Qué más puedo decirte para decirte más amor. Nada más, sólo más amor, gracias, tenme en ti. Arturo.

Yo debo escribir aquí. No sé a quién o para qué. Ni qué. ¿Por qué? Uds. conocen la respuesta a esta pregunta. Sí, es por eso. Exactamente por eso. No vale pues la pena decirlo. Todos lo sabemos. Cambio de tema. Estoy solo acompañado por números. Llegan de visita. Son perezosos, tolerantes, miedosos. Se nutren a deshoras con letras irrelevantes que les bastan para subsistir en cuanto tales. Sólo es válido el amor. Sin mentira. Con fallas, pase. Pero tampoco se trata de un inocente amor linfático de palabrería insulsa. No. Yo no sé de qué se trata el amor. Sin embargo, curiosamente, amo. Ya no son necesarios besos o penetraciones. No goces. No versos. El cerebro cierra los ojos. Hormiguea. Está tibio y gris. Hubo el tiempo de la risa, de la esperanza y del ensueño. Ya no. Es historia terminada, salvo por recuerdo recurrente hasta el presente y por qué no hasta mañana, qué importa el mañana. Antes de aquel tiempo adolescente e incluso infantil hubo la resignación al nacimiento y a la vida. Te incorporaste al lenguaje. Aprendiste a caminar. Entreveías sin curiosidad a la ciudad ya preconcebida con exactitud. La arquitectura era evidente. El camino de la sorpresa ya salía repetido. No podías volver atrás. Sí, podías, pero era semejante a seguir adelante: el instante de la muerte será un proceso. Hubo después el tiempo del deber hacer. Cumplías tan bien que se te humillaba para situarte como ser normal. Nadie es normal. Pero hasta cierto punto el ser es normalizado. La amenaza interiorizada del castigo florece cual primaveral desafío, has de tener éxito civil contrariando tu vocación sencilla de paz. Bebes la hiel de la victoria cuaresmal. Llegan incluso hijos. ¿Qué era el amor? Ah, la vida era el deber. Quien debe paga. Pagas. Cobras. Empieza una fatiga. En algo te aventuras. No sirve. Daña. Te daña hasta siempre. El perdón no perdona. Llegas a la conclusión que todo había sido una equivocación y se lo dices. Hubo entonces el tiempo de tu soledad en el cual vives. Es una soledad sólo material. Luego del llanto aparece la serenidad. Ya no estás para pasiones. Apagas la música y la televisión, como asimismo el computador. Te aletargas. Los hijos no son un motivo de preocupación. Están grandes. Hay nietos. Los ves. Y no los ves. Pero los ves. Oye. Te reconocen. Te aman. Es gracias a tu teatro de vaudeville made in Chile. No sé qué he escrito. Escribí durmiendo. Rara vez pasa algo así. Tendré que poner un título a esto. No comprendo. Cómo puede ser que uno escriba dormido. ¿O estoy siempre dormido? ¿Ahora también? ¡Díganme Uds.! Sirvan para algo al menos. ¿Y qué pasa con el título? Bueno, ya veré sin releer porque todos mis escritos razonablemente me aburren. Ignoro cómo tanta gente acude para leer mis leseras. Yo no encuentro a éstas sentido. ¿Cantemos? “Éstas son cosas que pasan, y, es la vida que después dirá”. Estoy solo. Ella se enojó hace dos días. Me da risa. Necesito a una mujer. Joder, hostias. Bueno, dejo el resto de los garabatos aquí. Las mujeres desconocen la autocrítica. Así con su “liberación” actual se van autodestruyendo como amantes, lo cual les importa un huevo, pero atención, también como madres, pues, nótenlo mijitas, los pendejos se están aburriendo de su autoritarismo “libre”; sin hablar como he dicho de los guatones huevones, oVio. Ellos ya han dimitido. Los hombres se cansaron de Vuestras Mercedes. Las tasas de natalidad bajan. ¿No se preguntan Uds. por qué? ¿Saben que el maltrato familiar en el mundo es mayor desde el sexo débil que del mío? La hembra no teme golpear al hijo o al marido borracho por ser ésta su única puerta de escape tras su precario trabajo. Señoras: no seáis tontas, un conservadurismo os es de rigor y placentero. Preparad carbonada. Sed fieles. No embolonéis la perdiz. Cuidad vuestro cuerpo sin mucho maquillaje. Orad al Señor. Cumplid vuestro deber conyugal. Amad. Puta que son huevonas estas minas, no cachan nada. Se me echó a perder la televisión, parece. Y qué. Nada. Se me están enfriando los dedos. Mala cueva. Las beso. No, son muchas. Me dejo besar. Copucheen. Yo escribí durmiendo. ¡Y qué hago con el título, título de qué! Será al lote, no me ayudan, voy arriba.

Por si te interesa saberlo, pocas cosas hay más cansadoras para un hombre, ya cansado de decirlo sin después por cansancio más decirlo, que oír todos los días de su mujer «estoy cansada, cansada, cansada…», es causa de alejamiento, de adulterio pronto recíproco, de rencor, venganza y divorcio, con hijos sueltos sin otra libertad suya fuera del cansancio. A la mujer cansa no sentirse amada o cansa sentirse en exceso amada. ¿Cómo salir ella de este círculo vicioso sin transformarse en virtuosa potencialidad actualizada de lesbiana entristecida y cansada? La sabiduría estoica de la huída masculina indica que la viudez sin ser alegre de su doliente amada es el mejor trato como galán. «Muere, pues, fruto de excesos bálicos». La vecina y ella, ambas viudas enlutadas desde la niñez decepcionada a causa de la humanidad exhausta por el ir y venir sin fin precedente al fin, olvidaron sus provocadoras y atravesadas traiciones maritales, hasta soltar en plena calle la risa cruelmente amorosa hacia la mezclada masculinidad ahora más viva que durante los lazos prematuros del olvido en maternidad y matrimonio.
Los nietos partieron con los hijos. No hay gratitud en la herencia del desamor si éste sólo se opone a una búsqueda de silencio en gritos de la feminidad. Hermosos se veían sonriendo los esposos hechos cadáveres en sus ataúdes. Cada uno con su Cristo, con su pucho en la boca y con la incorregible petaca de pisco al lado.
Cansadas está rindiendo el cansancio del cansar a estas dos adolescentes yendo al colegio con su uniforme entre azul y negro. Esperan palabras tremendas. Pero los muertos han optado desde el primer embarazo mismo por no hablarles. Los partos eran imperdonables.
No es que las uñas y los pelos les crezcan en la tumba. Es la piel retrocediente que da a las necrófilas la impresión errónea de ver garras y melenas vivas. No. El era calvo cráneo huinca de huaco. Y las uñas diseminadas por el féretro eran conchas de machas jibarizadas debido al efecto mariposa.
El hecho es que las dos niñitas salieron de las catacumbas donde yacían sus lolos. Ambas eran rotas, indias y felices. Organizaron una casa de putas en Zapallar donde llegó a pasar de vacaciones la izquierda. Las casas A se hicieron palacios de AAA. Fue y sigue siendo dulzura. El tiempo pasa sinque pase aunque pasee. El «César» está encantador. Por ahí desde Cachagua se atreve el hijo por curricula de Miguel Enríquez. Las dos viejas putas se lo engrupen porque anda vestido de terno negro. Él trata de convencerlas para que voten por él y se le sale un peo con diarrea en un canasto como Moisés a los 3 meses. El tempranero terrorista oportunista produce una tempestad celestial y la pobre señora Larraechea quien estaba poniéndose los panties en el pasillo de LAN por gracia de la casa Piñera, judío, ve tumbarse sobre sí al necrófilo, mientras el futuro bipresidente se hace el tuerto y el cojo pues no se le para ni la tibia de su té. Las empresas deben ser vendidas. Me quedan sólo unos dólares. Yo como papas con chuchoca con agua Perrier que me hace estorndar por el prolongado climaterio de las viejas viudas. Las mujeres mandan hoy. Implícitamente y tácitamente. Perdón, salvo Santa Agnóstica Bachelet de Bunster-Teitelboim. Simetría es inclusión. En Chile es mejor no decir nada, es decir puras huevadas. Hasta que las dos doncellas fenecen en doscientos años de soledad. Neruda se despierta furioso de fidelidad. La cultura sigue su curso. Amo a las mujeres en celo. Las ladies ponen su cosa ya ni morada sino negra. La yacana o cayana, no sé, se les cayó allá abajo. Desvío la mirada. Soy del Opus Dei. El sexo de las dos es peor que cuaresmal. Enaltece un luto ya tampoco peludo sino incluso, de nuevo, ya calvo. Las dos cabras chicas se rasan antes del carrete. Ud. no sabe qué le sucede. Comprende todo este breve texto porque es cartesiano y enciclopedista. Hay mucha ignorancia por estos parajes mundanos. La humildad sabe. La fanfarronería turista del Musée-Grevin por excelencia ahí verá. En cuanto a mí, no tengo ni la más mínima puta idea sobre quién chucha soy, salvo mendigo de Dios, amante suyo, digo de Ud., por ejemplo viuda alegre, sin descartar a la otra, etc. Las mujeres…

Hace pocos días una joven amiga californiana me aconsejó que medite en relación con el interior de la palma en mi mano. Nada más.

Lo he estado haciendo a mi modo: variando, improvisando, con las dos manos, distinguiendo meditación de reflexión. He visto sobre la epidermis manual algo semejante a nubes azuladas y otros parajes que me eran desconocidos. He meditado (o me he dejado meditar) más allá incluso de la piel: hacia la carne bajo ella. Los dolores en el cuerpo han disminuido ostensiblemente. Os lo cuento por si sirve a alguien.

Supongo que en el éxito de este ejercicio la sinceridad juega un papel importante. No tengo ninguna seguridad sobre la duración de los efectos. Imagino que algo semejante podría ser hecho respecto de todo el cuerpo y de otras partes. Estarían involucrados en esto no sólo el cerebro por un lado y la palma por el otro sino además -es obvio- la afectividad, una forma de poesía inmanente o de afectividad. No cabría hacer esfuerzos. Puede y casi debe no haber contacto táctil de mano a frente. En algunas ocasiones he sentido la actividad del sistema nervioso y una especie de viento muy tibio entre ambos “extremos”. Sospecho que la buena medicina consideraría a cuerpo y alma en su conjunto y también en metáforas del tipo señalado.

Es evidente que no estoy bromeando. Es por simple cariño humano. No sé qué rol desempeña en esto la fe, en mí muy imperfecta. Creo, como dicho en A.I., que puede haberla en un “agnóstico” y lo contrario en un “creyente”. Pero éste no es ya cuento mío.

Buenas tardes.

Diga. Tome asiento.

Gracias. ¿Usted ordenó matar a estas 117 personas?

Sí, y a más.

¿Por qué?

Órdenes. No daré nombre. Y sobre esto, punto.

Mm.

Era necesario liquidar al Partido Comunista.

Era el más moderado.

Apariencia.

Cómo lo sabe.

Inteligencia.

¿Qué me puede decir sobre las técnicas de ejecución?

Nada nuevo, sólo más prolijo.

Cuando dice más que…

¡Habrán sido mil, qué sé yo!

¿Mató a alguien personalmente Usted?

Por supuesto.

¿Está arrepentido?

No.

¿Solidaridad didáctica y reproductiva hacia los cabos?, sí, ¿qué piensa de ellos?

Rotos esclavos, entre el 10 y el 11, un pueblo de lauchas.

¿Se siente Usted bien? Sí, no, se nota.

Medito. Sí, sobre los torturados también.

Pero Ustedes hicieron todo esto por el maíz de las señoras.

¡Hombre soy!

Privado de libertad…

La libertad es una ficción, soy libre aquí.

Se le ve más delgado y, bueno, más hermoso.

Es por el chaleco y porque la familia no me jode.

¿Se refiere más precisamente a su esposa?

Es tranquilo acá.

Y sobre la muerte de su jefe quien lo traicionó, ¿qué?

Hable si quiere con mis hijas.

Hm. ¿La vida es eterna en cinco minutos?

Ando sin reloj, como ve.

¿Está contento?

Voy a pensarlo.

Manuel…

Te recuerdo, Amanda.

No me atrevo a escribir esto que vendría.

¿No me atrevo? Justamente, porque no me atrevo, sí me atrevo, interese o no, suscite burla o no. A estas alturas ya poco me importa, como a Uds. consta, el qué dirán. Pero, osándolo, es, con toda sinceridad, sin afán narcisista de deshago: para esto tengo a Dios. Y además nadie tengo quien me escriba; un poco como acaecía a aquel triste coronel colombiano, ¿recuerda Ud.?, ¡sí, cómo no va conservarlo en su paquidérmica memoria, conducente al cementerio de los elefantes en extinción!

Es por creer que, con diferencias por cierto, la humanidad comparte desde sus individuos mucho más de lo calculado, que una comunicación veraz podría ser benéfica. Pues de nada vale un cálculo sin convicción, tanto menos cuanto faltando ésta aquél no existe (cf. en A.I. “Poesía de la incertidumbre” en mi discusión del principio matemático de la identidad: “a = a”). De este punto de vista, no considero intrínsecamente perverso el anhelo inclinado a hacer algún bien, por contradictorio que éste sea, aunque el camino del infierno estuviere pavimentado de buenas intenciones, cual dudo.

No daré la lata. No seré exhaustivo ni analítico, sino más bien impresionista. Siempre he admirado en este arte, y no sólo en éste, su invitación a imaginar; ojalá haya algo aquí. No escribiré cosas demasiado obvias pero si vivas, usuales. Utilizaré por franqueza la primera persona del singular. Prefiero tal procedimiento en el presente caso a la pretensión de generalizar hacia otras personas algo que puede no interpretarlas y, con todo derecho, causarles simple extrañeza.

Daré únicamente dos pasos, el primero dedicado a indicar qué me provoca odiar esta vida, y el otro a qué me hace amarla. No me sorprendería que por allí apareciesen algunos encuentros entre “bien” y “mal”. No habrá en el listado un orden alfabético, por ejemplo, ni menos aún de importancia cualitativa: vamos, pues, al lote. Dios dirá. Si se preocupa de trivialidades como saber cuántos pelos restan en la cabeza de Ud., nos orientará aquí, es seguro, con su sagrado corazón. Es en parte por esto que no numeraré los párrafos. Las síntesis son de Uds. Esbribiré brevemente ahora. Pero proseguiré después si en el ínter tanto hallo motivaciones vuestras para ello.

________________

1

Me cargan los garabatos y el descuido en el lenguaje digno de mejor causa por su historia ojalá abierta con prudencia a indispensables evoluciones donde incluso escasos neologismos se abran paso. Así, en castellano existe la palabra seductor. En Francia también. Pero además hay -acá no- seduciente, tan distinta en su significado. En el personal opto por alguien seduciente que seductor. Ya expliqué esto antes en A.I. y no lo repetiré por seductora gentileza literaria.

Me desagrada Dalila, mujer de Sansón. Días atrás leí que un estudio llevado a cabo en numerosos países muestra a las mujeres más adictas al maltrato de sus hombres que viceversa, como asimismo de los niños. Hay mucha hipocresía en esto. Es “progresista”. Las señoras gritan a grito pelado en un juzgado por unos pesos mientras que ellos ocultan desde luego a ellas, por orgullo machista, su humillante dedo quebrado. Estamos ante un tabú incalificable.

No soporto los griteríos caseros o callejeros, al igual que otras formas peores de violencia.

(Suprimo los verbos de negación).

Mis hijos ya grandes y despreocupados de mí: figuran a la familia que hemos formado.

Los ademanes sacerdotales.

La pompa eclesiástica comenzando por la vestimenta (de los calzoncillos no sé).

La pedofilia, la violación, la sodomía.

La charlatanería hueca de los políticos.

Los economistas creyéndose sabios por sus siglas, sin saber nada.

La Bolsa.

Los Bancos.

La galantería cursi del hombre en la clase media chilena.

Abrir cartas impersonales.

Herir por ironía o abuso intelectual.

Pensar constantemente en la muerte.

Estar a veces convencido que nada valioso he hecho de mi vida.

Los asados familiares y su ambiente donde todo el mundo habla sin que nadie escuche a nadie entre otras razones porque se hablan puras estupideces.

Rezar el Rosario.

Sufrir por África.

Quejarse por lo que sea.

Caminara pie pelado sobre la arena ardiente.

El “hazacho”, “caña” o “pálida”.

Ser mandado.

Las chivas superficiales del virus y de la crisis mundial.

El pánico.

Tener coito sin deseo.

Los médicos negociantes y torpes es decir casi todos.

Los parlamentarios Girardi, Ávila, Flores, ex Schaulsohn, varios demos y aliancistas.

Los regalos de Navidad, el día de la secretaria, del jefe, en fin, todo eso.

Un mall.

La gente guatona.

Los pelados con peluca teñida.

Los aritos de lOs jóvenes.

La televisión.

El cine.

Ya los libros.

La poesía amanerada con o sin sus rimas o su métrica que perturban por su inexactitud posible la lectura. La poesía es en prosa. Mejor Coloane que la Mistral o Neruda.

La ópera.

Johan Strauss.

La cueca.

La vieja miserable sentada en la vereda.

Los cuchuflís blandungos con manjar en las puntas.

El árbol muerto.

El perro atropellado.

El mosquerío.

El barrio La Dehesa.

El cuiquerío sin plata que finge tenerla.

Echarme con esta edad (64) a una prostituta.

El condón.

El narcotráfico.

Defecar en baño público o aun en casa ajena.

Ya, viajar.

¿No estará suficiente lo anterior por ahora?

2

Me llena de felicidad encontrar a mis nietas y nietos.

Lo mismo sucede con mis padres aún vivos (1920, 1922) y hermanos.

Sin hablar de los hijos a quienes amo en cualquiera circunstancia.

“La consagración de la primavera”.

Algunos amigos, más amigas.

La noche estrellada.

La emoción a Dios.

Vivir acompañado.

Divagar solo.

Estudiar sorprendido.

Partes de la Biblia.

Ayudar.

Goya y Van Gogh.

Rembrandt y Dürer.

Bonifacio en Córcega.

Los ojos en la pintura de Leonardo.

El tremendo Moisés de Miguel Ángel.

Santiago de Chile.

París.

El paseo pausado y breve.

La escritura.

Mi pintura.

Jesús escribiendo qué, con el dedo en el suelo, ante la mujer adúltera.

“Otelo”.

Bernardo Leighton.

María y José.

“A cada uno según sus necesidades, de cada uno según sus capacidades” (Marx).

Juan XXIII.

Mariano Puga.

Zamira Riffka.

Reír.

María Eugenia Vergara.

Haber sido arquero y amante del ping-pong, del salto alto, del bridge, del caballo, de los perros, los pájaros, los peces, la gente humilde, la sensatez no sin locuras, la aventura forestal, el silencio, la paz.

Haberme sumergido en grandes olas.

Atravesar océanos en grandes barcos.

Venecia en invierno.

El pueblo de San Javier yendo a Constitución.

El aroma nocturno del jazmín.

Las papas doradas con huevo frito bien hecho.

Las comidas francesa, española, italiana, griega y peruana.

La cazuela de campo, las empanadas de horno, el tomate de verano con ají verde, sal y aceite de oliva, las papayas, la chirimoya.

Estar contento.

Dejar este mundo tranquilo y sin tristeza de seres queridos, pues por egoísmo me gustará luego de un rato sentirlos bien.

Parece que está bueno por ahora.

_______________

¿Sigue Ud.? Buendía. No. Buen día. Pero a propósito de esa falla ejercitaré sin trampa (dije que regalé los libros) la memoria:

“”Cuando se encontrare ante el pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía recordaría aquella tarde lejana en que su padre le llevó a tomar el conocimiento del hielo. (…) Los días de ahora pasan más rápido que los de antes. (…) Una generación condenada a cien años de soledad no tiene derecho a una segunda oportunidad”.

La 1ª frase es del narrador. La 2ª de Úrsula al medio del libro. Y la 3ª otra vez del narrador.

La primera encierra la clave de lo que va a representar en lingüística una epopeya. En efecto, esa oración encierra juntos dentro de sí, en siguiente orden, futuro “cuando se encontrare…”), presente (“el coronel…”) y pasado (“recordaría”). Esto puede ocurrir así de manera aun inconsciente. Pero comúnmente sucede de tal modo. Sin olvidar, claro, que la 1ª frase es la última escrita tras ¡la epopeya!: según Blaise Pascal -me repito en A.I.- “la última cosa que se sabe al hacer una obra es la que se debe poner en primer lugar” (cf. “Pensées”)…->

No releo, qué porquería, estoy durmiendo de día y despierto de noche. Si es que me hallo despierto. ¿O soñé estas líneas? ¿Se trasladaron por sí solas al computador? ¿Están en realidad aquí? ¿Existe A.I.? ¿Para qué, María del Paraná?

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