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No se vive el amor. Se lo siente. No se dice el amor. Se lo tiene. No se golpea al amor. Se lo recibe.

 

Escribimos aquí, tiempo ha, un espacio aún abierto sobre el éxito y el fracaso. Allí se halla. Lo dejo ahora en el silencio de la desmemoria.

 

El sentimiento cuerdo de un éxito real, que he experimentado, lleva entretanto consigo, y después, otro, anticipado, de cierta tristeza, de algún fracaso, a causa de la relatividad general. Ésta señala modestia y solidaridad. El triunfo es efímero. Es cruel si vencida o vencido estás. Hace así sufrir. Amputada se encuentra la Victoria de Samotracia, parecidamente que Galvarino según Ercilla. No alegra el heroísmo. Abusivo resulta ganarte. Perderte es demente. Requisito de la existencia humana vendría siendo el empate competitivo del abandono. ¿Se fracasa en la muerte? Un nido seco yace entre las ramas invernales de la vecina encina que caerá dejando una simiente bajo el crepúsculo primaveral de la tierra.

 

Éxito y fracaso son juntos síntesis automática de la vida individual y social. En ésta más vale el ensoñamiento que el conocimiento. La humanidad se disputa por imbecilidades. Se insulta por ladridos ni siquiera caninos de un supuesto pensamiento. Halaga para el bolsillo nutritivo de engendros todavía extrañados. Madre y padre se mienten. La oración a Dios es falsa. A crema se recurre para las partes genitales. El rumor de las generaciones recorre el tumor del alma. La risa es burla; birla.

 

Queda la emoción despilfarrada cual lenguaje auditivo y visual. Cabía el autismo compartido. Nació una noche esa antigua estrella. Habrá guerra. La loca geografía se enriquece para desaparecer por venganza justiciera de la temporalidad. Florece un aromo. El águila del norte invade la cultura. No hay alianza interna que sea ya posible. A la inteligencia mata el alcohol. Un criminal se quitó la vida hoy. Los niños renuncian a la esperanza. Nunca se había vivido tan bien aquí. El frío hiere la médula ósea. Se desparraman hielos. Falta agua. La industria frutícola se ve abortada. Parten las temporeras. Otro sauce llora durante la noche. Viene el viento. El paraíso aburre a la castidad. Hubo un tiempo olvidado. Trampean las iglesias. No se habla correctamente en la televisión. Uno engorda.

 

Te encontraste allá. Después te desencontraste. Permanece el muro. Y rebuzna el burro de Elqui junto al cactus entre las piedras.

Tuve un amigo ya entonces huérfano y sin hermanos ni mujer o hijos, quien murió, como siempre feo, por suicidio natural, a los cincuenta años. Había sido mi subordinado directo en el trabajo profesional. Era un hombre extraño. Sentía, creo, admiración y rechazo hacia mí. Él me causaba agrado. Solía escribir artículos por lo general excelentes en el primer párrafo y malos a pésimos en el resto. Se lo dije sin arrogancia, todo lo contrario, pero ofendido quedó. Me quitó la palabra salvo para asuntos laborales. Yo no me di cuenta de su castigo, y no por distracción indiferente al resto de la gente, sino sólo pensando que su espíritu normalmente de luto estaba pasando por alguna otra enigmática crisis de silencio en la cual no convenía inmiscuirse. Hasta que una mañana se presentó en mi oficina diciéndome dos cosas: primera, “vuelve a nacer”; y segunda, “te he condenado callando”. No comenté aquello, eterno buen consejo. Mas sí lo último, sin inquirir por causas: “ah”. Luego me contó que quería hacerse una liposucción en el bocio, que iría por unos días a Viña del Mar (bromeando le recomendé que pasease por la plaza con un perrito y con zapatos de cuero blancos) y, como ya dicho de otro modo en A.I. que creía en Dios pero no lo amaba, porque su hermano mayor más valioso que él había fallecido tempranamente. Triste hombre. No fue a Viña. Se tiró un balazo en el cerebro. Nada tuve que ver yo con el hecho. Por lo menos directamente no. Nunca conocí por ejemplo su casa que imagino triste ni él la mía. Alguna sospecha tuve sobre su posible homosexualidad ante mí jamás manifestada, además ¡qué me importaba! Buen hombre él, triste historia. Nadie lo recuerda. Era democratacristiano debido a Maritain, a Frei Sr. y a su empleo. Siempre vestía de impecables y ordinarios ternos oscuros, ajustados, camisa blanca almidonada, corbatita azul, dudosas colleras, et caetera. Era el típico “alto” funcionario santiaguino, ése que por error estadístico a ninguna mujer gusta. El pobre se hacía lustrar los zapatos en la calle Nueva York antes de almorzar lomo con tomate y arroz en el bar “Unión chica” o algo así. Acompañaba el almuerzo con dos Bilz. Alguna vez estuvimos juntos allí. Solíamos reír por tonterías concernientes a la política, pero no al dinero ni al amor. Soy muy pudoroso, es decir mentiroso, en estas dos materias. No asistí al funeral, de cuya existencia tuve tardío conocimiento, por hallarme entretanto estudiando la situación de Arica, de la cual rendí felicitado informe sin consecuencia al presidente de la República. Más manda quien influye que quien manda. El río sigue su curso perdiendo agua. La gente suda por la sequía futura actualizada. Gustav es un esqueleto en el Cementerio General. Concibo miserable la tumba, puesta por la municipalidad, ya sin gusanos ni olor. Ninguna flor. El tiempo hace su obra desgarradora. ¿De qué vale vivir para eso? Dios dirá. La pregunta además vale para Ud. o para mí. Para Simón el Bobito o Jesucristo. Bill Gates o don Francisco. Claudio Arrau o Juan Verdejo. La Puta que lo Parió o Santa Teresita de Los Andes. La página en blanco o escrita. Gustav o Mahler. No hay epitafio en la tumba, se me ha dicho. Fue la vida su epitafio. El esqueleto está vestido en la madera de pino. El computador se niega a seguir.

Allí está. Tiene cobertura ósea. Se la golpea con un martillo médico por la mitad y al desnudo queda la coliflor cocida del cerebro. Se lo saca con la mano. Está tibio y la mano palpita teniéndolo. Curioso resulta el repollo. Sus materias gris y blanca se confunden desde los intersticios que separándolas las unen en la alba negritud ecuatorial. Los hemisferios eran ficticios. Racionalidad y emotividad son el mismo cuento. Lado femenino y lado masculino, la misma historia. Memoria y proyecto van juntos. Allí yace la inteligencia moribunda. Venas y nervios se azulan. El seso no sabe que manda. Nunca lo supo. Los pies del cuerpo sienten frío interno, como antes. No hay hueso obediente a la orden de la temperatura. Completa se va haciendo la noche palmaria. El cerebro ignora lo que supo sin saber. Gobernó digno mas indigno de su ser. Lloraba por el corazón perdido más allá incluso que la carne forestal. Era idiota, consciente, del amor mineral. Nadie lo ama. Sus curvas son arenal de la tormenta. Niños caen resbalando en risas por las dunas. Los padres contemplan la escena con la piedad dubitativa de la indiferencia. Se enfría el cráneo descerebrado sobre la palma. El cerebelo fluye por gravitación cual semen menstrual entre los dedos al suelo de la tierra. El mar rojo se separa en dos. El abismo abre paso. Cuarenta años se circuncidan. De poco vale el monte. Quebradas son las tablas de la ley. Apenas visible es la tierra prometida. Los hemisferios no tienen razón científica de ser. Insultan a la celebridad. La incomunicación se instaura, inalámbrica. Duele la base del pulgar. No se anda con el pie derecho. La cúpula necesita una concepción cerrada y errada del cielo. Guardado ha sido el cráneo partido. Infinito no es lo que se llama universo. Más allá acá está el infinito del infinito. Desde allí acá se observa la finitud. Las almas ruegan. El criminal se olvida de sí en cuanto tal. Una abeja cruza el paraíso. ¿Quién sabe? Millones de codornices pasean entre las peonías bajo la lluvia. Escasea el pan para los nietos. Una alfombra sería necesaria. Sobra la mantequilla. No hay accidente industrial. El nido de la loica con su pecho carmesí resulta inaccesible. Éstas son cosas que pasan y es la vida que después dirá. Todos ellos murieron. Simulacro irrisorio de la justicia es el poder. La mujer vuela entristecida. El amor es un payaso. Falta tiempo. El cerebro del cráneo ya está helado. El calentamiento global no se lo impide. Aparecen dinosaurios escondidos. Muestra su lado oculto la luna. Ríen los niños en las dunas. La misa es súbita. Dura la escritura. La partitura feneció. Polvo estelar será el cráneo. Su inteligencia despierta al anochecer. Ningún pudor se oculta en Viña del Mar. El estero hiede. Ella llega a las once de la mañana en el día domingo. Descubre su rostro y sonríe. Muestra las rodillas. Son lunas. El amor por una pierna tenía sentido. Existe un ánimo de aromo. Las luces se confunden con estrellas. Huele a límites porosos. El final está más allá que el final. Orificios negros no hay. No hay salida. Se permanece en los universos de acá. Llora en la noche el sauce llorón. No duele la cabeza.

Son seis.

Soy el mayor.

Hay también dos hermanos.

Los dejo por ahora de lado.

Volvamos a ellas.

Todas se llaman María.

 

María Patricia.

María Isabel.

María Blanca.

María Cecilia.

Ana María.

María Eliana.

 

Cómo no quererlas.

Fui por pesado encargo “padre”.

Las protegí.

Hoy hay distancias.

El amor tiende a hacerse difuso.

Pero finalmente vuelve sólido cual sepulcro.

 

Cómo no quererte.

Sigues en mis brazos.

Sois mis hermanitas.

Todas habilidosas.

De izquierda, centro y derecha.

Religiosas y agnósticas.

 

Soy el mayor.

Soy el solo.

Fui el unificador.

Nada os importo ya.

Sí, me queréis.

Palabras sin vacío.

 

Decís que hay yo y los demás.

Gracias por el halago.

Sois madres más que parejas.

Vuestros hombres se persignan o resignan.

Nunca los quise.

Son indignos de vosotras.

 

Pronto morirán los padres.

Todo entonces se disolverá.

Alguien reclamará herencia.

Nada dejaré a mis hijos.

Soy el heredero de su amor.

Este verso calla.

Esta Patria es conmovida y por eso conmueve entre su tristeza y su alegría con ambas juntas, una en otra, sin que la conmoción inmemorial de la tierra lo desmienta. Aquí se abrazan Caín y Abel, la vida y la muerte. Aquí se juega a las palabras en un lenguaje de miseria cultivada como en Lumaco el trigo. Se enredan los copihues en el bosque de los boldos con la piedra roja y despiadada del norte grande. Aquí se pierde la unificación longitudinal del mar latitudinario tras los párpados cerrados. Se vende patria a precio de huevo industrial en el comercio compartido y cómplice de la mentira, esta forma de decir verdad. Brotan poblaciones callampas de plástico antisísmico. Nadie ríe ni sonríe por las calles populosas de una gran ciudad. No hay gente clásicamente hermosa acá. La estupidez esconde misterio. La vestimenta hereditaria y rutinaria es de imitativo rigor. La feminidad calienta la sopa y luego rechaza que sea tomada. La masculinidad emite carcajadas debido a un chiste que no ha sido escuchado. Un abismo hondo escinde a los sexos. La conversación es simulacro contemporizador entre pactadas soledades. Aquí, espacio de burócratas, jueces o notarios, los contratos genuinos se firman con las miradas turbias que descienden y se juntan sobre el suelo, sugiriendo la posibilidad de un franco incumplimiento. El semen del patagón ha fertilizado a la aymará. Las ráfagas inmigrantes son asimiladas bajo la rúbrica made in usa. Un pingüino aparece en Tunquén. Monos no hay. Elefantes no hay. Tigres no hay. Hay alcachofas, paltas, membrillos. Hay putas, cabrones, niños, curas, cuicos, rotos, moscas. La historia en los libros es corta. Da nombre, fechas y episodios, sin explicar nada, salvo de manera sesgada que por tanto la población, no más tonta que en Amberes, ignora. No pensar es aquí saber vivir. La inteligencia molesta. La cuica compra vino en caja y lo sirve en botella de cristal robada por su abuela a la suegra originaria, se dice, de Cagnes-sur-Mer. El cuico compra tweed “inglés” en la mejor butic, es decir la más cara. Hay gente generosa aquí. Poca. Sobre todo humilde. El discurso es monocorde. Las informaciones, numerosas, son provincianas e idénticas. Una joven violada. Incendio en Valparaíso. Fraude. Robo a mano hoy desarmada. Parricidio. Femicidio. Coprofagia masiva en Bolivia. 16 muertos en Pakistán. Pausa comercial más larga que lo anterior. Convincentes gritos propagandísticos para servirse un trago o hacer pipí. Deportes, es decir, goles. Ninguna reflexión sobre nada. Pausa comercial. Ladran perros. Graznan queltehues. Llega una brisa. Suena el teléfono. Número equivocado. Hay violencia en las almas. Crecen los almácigos. Hijos envejecerán. Existe movilización social para la cesantía. La Patria vive. Se emociona por las rojitas: ¡Chichicí, lelelé…!

Me parece haber ya tratado por allí en A.I. el tema que sigue, aunque bajo otro ángulo y de manera tangencial. Seré escueto y en lo posible exacto.

 

Según la tradición bíblica y su conocida exégesis, el ángel preferido, Luzbel -Bella Luz-, se transforma, pervirtiéndose, en Lucifer -Satanás-, por haber querido “ser como Dios”, es decir, técnicamente, por la soberbia, “pecado original” que la humanidad hereda y el bautismo borra, pudiendo sí reaparecer debido a la libertad del alma. Tal aspiración diabólica incluye entre otros atributos la autosuficiencia: Dios no necesita comer, pues ¡yo tampoco! Me nutro así, al igual que él de sí mismo, yo de mí consigo, aunque más no sea mediante pobres metáforas de la energía, como ingerir mis uñas, mis mocos, mis gases, etc. Dado que obviamente de este modo enflaquezco, busco el recurso negoentrópico más cercano a mi imagen y semejanza: tú. Fuera de cualquiera consideración circunstancial (hambruna, accidente aéreo de 1972,…), un impulso caníbal se halla entonces inscrito cual “mal menor” en la memoria proyectiva de la soberbia. Pero se comprende que tal solución cava a la larga su propia tumba para toda la humanidad, incluida aquí la última y supuestamente femenina antropófoga (cf. sugerencia de Ernesto Sábato en Sobre héroes y tumbas con aquella macabra historia del ascensor veraniego), esa manta religiosa en agonía de hambre. De aquí que, grosso modo, hayamos optado por un pacto de no agresividad, de modo que postergando a las uñas de Dios en mí, o a ti, pero indagando siempre a la carne que más se asemeje a ello, comemos según la cultura vaca, cordero, cerdo, perro, ballena, pollo o pan “vegetariano” y eucarístico de la creencia (“mi pan es mi cuerpo, comed todos de él”), por ejemplo.

 

En amor, es frecuente la frase del título, que la ideología del beso, entre salivas, dientes y lenguas, ejemplifica materialmente (“nada más asqueroso que besarse”, escuché sorprendido decir a Michèle Morgan). “Me la comí” o “me lo comí” es también de uso común, extensible, desde la micropolítica allí involucrada, al poder “magno” que florece cual podredumbre devoradora, no oradora, en la competitividad económica, gubernativa, territorial, cultural, ética. Naturalmente, estas formas máximas de ejercicio macropolítico se retrotraen a su vez hacia las expresiones mínimas que están siendo características de la vida amorosa y de “mi más íntima intimidad” (San Agustín): aquí, el enternecimiento afectivo cubre en ocasiones simple espíritu posesivo, avaricia, gula, “menú”, celo, cuenta, rencor, venganza.

 

Así comemos.

Escribiré sobre este tema por recomendación de Leonardo Godoy Echeverría. Ignoro qué haré. Pero realizarlo ya sería un signo de amistad entre los dos. Él propone, yo acepto, Paloma la Administradora abre el espacio de modo que “El alma herida” o algo así, como inauguración retroactiva hasta ahora de A.I., baje de lugar y que vosotros leáis ¿qué?, esto, lo siguiente.

1.- La amistad conlleva amor pero no es el amor. Es más grande y más pequeña que el amor.

2.- Ocurre que la amistad traicione y que el amor también lo haga. ¿Se trata de la misma traición? No. Peor sería la traición de una serena amistad que de un apasionado amor.

3.- Alguna forma de amor incluso imperfecta, incluso travestida en odio o en hiel de indiferencia, es necesaria, aunque más no sea respecto del propio ser. La amistad no obedece en cambio al cumplimiento de una necesidad.

Escribí lo anterior ayer. Basta ahora. Lo envío a la Administradora, Paloma, para que lo ponga en el lugar último, es decir, el 1º, según el Evangelio. Saludo a Uds. Desarrollen el tema. Gracias.

Recién agregué en el título “esquema sobre”.

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