O ya que estamos en éstas -cuestiones “simplemente” pronominales-, ¿por qué no ella o, más directo, yo? ¿Por disimulación de egocentrismo? ¿Por qué tal respuesta astuta pero evasiva? No sería grave esta huida. Ella ayuda a disminuir los arañazos epistemológicos de la subjetividad o por lo menos a transformarlos en una jardinera con flores de quince colores y un aroma; en el ensueño de un sueño por anticipación, qué amanerado y bonito, ¿no? Entro así contra el pelo. Autocrítico, sin simpatía de pituto íntimo. Viento en popa. Propulsión genotípica.

En el Diccionario de Julio Casares, el Azar se halla definido por el siguiente término: “Casualidad”. Esta definición me impulsa pues a buscar dócilmente, en la letra C, Casualidad (como relámpago, a la indagación cruzó de adelante hacia atrás, o si se prefiere por arabesco de afectividad analógica, de derecha a izquierda, la palabra “causalidad”, ya grabada en la memoria hecha palimpsesto), donde se encuentra la cima: “Azar”. Y así es posible continuar indefinidamente la investigación, de la cual para recomenzar emerge: “Caso fortuito”. “Fuerza mayor” (…), Azar…∞…  ∞… No hay solución. El can, mordiéndose la cola, gira y gira, jadeante, en la canícula del lenguaje, hasta caer, poco a poco, finalmente muerto de cansancio, por azar (!), sobre el volcánico punto G…: cualquiera. Menos mal salí pronto de El Extranjero. Pero para caer en La Caída.

No. No hay azar. El estudio de la semántica -del semen, como para seminario o semilla- en esto relativo al azar presenta la utilidad cognitiva de poner bajo plena luz la fundamental redundancia prontamente tautológica del “Verbo, en el principio” o de “la Historia, es decir nada” (Lévi-Strauss). Todo está entonces predeterminado. El concepto de Destino hace sentido. En términos callejeros o para la intelligentsia del budismo vulgar, “todo ocurre por algo” (algo = dolor), sin que alguien se aventure en el impasse concerniente a la significación no miserablemente etimológica de “algo”, postulándose ya que, por ejemplo, “algo es algo”. Del mismo modo que “pan (=todo) es pan”, sin que por pleonástico que este pleonasmo sea, nos impida distinguir gracias al contexto una marraqueta de una zanahoria, por mucho que yo haya cocinado un buen pan de zanahoria, cuya receta no corresponde dar ahora. ¡Pero no! La víbora de la inquietud científica aparecida en el Edén me despierta y hace saltar de curiosidad sobre la cuestión del azar. Reflexiono. Llamamos azar aquello cuyas causalidades -sí, y en plural-  desconocemos. Proseguimos el empeño por conocerlas. Pero en el fondo ya sabemos o resignamos a que esto nunca sucederá. Toda la Historia está allí desde antes que el Verbo para comprobar, socráticos, que ni siquiera de lo más elemental algo sabemos, y que a fortiori de lo nada elemental nada sepamos.

Llegado a este punto debo retirarme para dormir un rato.