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El potencial de amor existente en la humanidad es infinito, comparado con su deficitaria actualización. Tal déficit en la acción, en la expresión o incluso en el silencio, oratorio o no, nos es -creo- consciente. Esta conciencia reiterada, cotidiana, constante, hiere el alma y el cuerpo propios, más todavía, quizás, que el mal realizado, debido sobre todo a la estupidez o a “circunstancias” y poco a la alevosía en sí. El bien no hecho pesaría más que el mal sí hecho, porque éste es sólo contradicción subordinada de aquél y ofrece siempre argumentos atenuantes que el primero da apenas. Y no es con calmantes (letanías de la lata, una canción desesperada o la aplicación al divertimiento) que el sentimiento de culpabilidad se extingue, es lo inverso: luego del jale viene el bajón, hasta la muerte apesadumbrada por sobredosis de turismo, computador, andinismo, hedonismo, etc.

No debería ser así, si tuviésemos conciencia de la misericordia divina, de la indefectible defección humana, del impulso soberbio que lleva a querernos perfectos “como Dios” y del beneficio comportado por un rectificador aunque doloroso arrepentimiento debido al bien no realizado y al mal sí practicado. No debería ser así mas es así. Incluso llega a importar más el amor no dado que el amor dado. ¿Hay en este instinto un fondo de humildad reacio a ser “El avaro” de Molière, contando “satisfecho” cada noche sus ganancias, sus “buenas acciones” (B.A.), en lenguaje de scouts? Sí. Y no. Es evidente. No necesito explayarme sobre esto. El “examen de conciencia” lleva veneno narcisista y finalmente masoquista cuando es disciplinario. “Que tu cruz no sea pesada”, aconsejó Jesús. Todavía no lo interiorizamos salvo como frívola huída. Cruz siempre habrá. La sabiduría consiste en asumirla entregando elevada el alma a Dios. Como dice mi madre: “el dolor me muestra que estoy viva y no hay alegría sin que haya habido dolor, no buscado, pero llegado”.

Entretanto, he perdido la cabeza. Todo estaba claro hace un rato. Ya no. Quizás baste por ahora. Mi mujer ya llegará. Sigo después. No releo. Ella efectivamente llegó con su sonrisa abierta a la vida.

El pudor ¿qué es? Está en relación no sólo con una vestimenta -variable- del cuerpo sino también del alma. En mi contexto urbano, no saldré a la calle en pelotas ni iré gritando, vestido, que mi mujer me pone los cuernos. ¿Pudor, eso? ¿O simple miedo respetuoso de la vida ajena? ¿Por qué está permitido a un perro circular y aparejarse desnudo olfateando caca ante la indiferencia infantil, y no al ser humano? ¿Por el “pecado original”? ¿Por la friolenta calvicie relativa de la piel? ¿Por el comercio? ¿Por qué en los “campos nudistas” de pueblos aborígenes hay reproducción exogámica sin celos ni vergüenza en la desnudez física y comunicativa, como lo muestra Lévi-Strauss en “El hombre desnudo”? ¿Por qué Francisco de Asís, “impúdico”, se desvistió por completo sin ser castigado antes de dejar la ciudad? ¿Hay falta de pudor en Cristo semidesnudo durante la Crucifixión? ¿Es pornográfica la Virgen María desnuda según yo? No.

El pudor humano no significa hacer sombra al alma ni al cuerpo. Tampoco equivale por naturalismo, en “el estado actual de la civilización” (cf. Rousseau), a un triste método de multitudinario exhibicionismo playero, cuando aquél, es decir el pudor, por dejar de ser, “es”. Es, por su lado menor, un excitante en la seducción de almas y cuerpos, donde cierto silencio nos es de rigor culturalmente contextualizado por comparación entre el Togo y Chile, entre Las Vegas o Tailandia, el Vaticano o el Tibet. Pero, por su lado mayor, el pudor humano representa una disposición de respeto hacia sí mismo, hacia el otro y hacia los otros. Yo no cago ante mi mujer, no obstante haber hecho recién el amor en total desnudez corporal. Ella no piensa ni me dice que yo sea -como algunos impúdicos participantes de A.I., pocos- que yo sea un concha de mi madre, un hijo de puta, un huevón de mierda, un maricón viudo, etc.: Zamira faltaría al pudor del alma, que supone veracidad. Y nosotros, con Uds., tampoco andaríamos violando indiscriminadamente la sensibilidad de extranjeros que buscan acogimiento en Chile (mi recepción como exiliado en Francia fue tan buena que no pude hacer allí en el trabajo sino lo mejor posible: cuestión de pudor como chileno allá).

En fin. El pudor no se resume en una hoja de parra sobrepuesta en los genitales del espíritu. Sin aquella hoja se puede ser perfectamente púdicoª, de preferencia -para mí- en intimidad. He conocido, maravillado, desnudez completa, alegre, franca, natural, inocente, elegante, libre, expansiva y muy pudorosa, no sólo en la cama, sino también en la conversación durante algún paseo.

Ignoro por qué he escrito esto. Debe ser por escribir algo: obligación mía es. ¿Releo? No. Ahí está, espontáneo, nada pretencioso.

Te sientes desgarrada, inútil, fea, vieja, desgastada, abandonada. Toda esta vida, con sus estúpidas ilusiones juveniles aún rememoradas entre el arrepentimiento y el dolor, se reduce a un completo sinsentido. Ni siquiera los hijos te visitan ya, pues el rictus de la queja global que lleva tu mirada les paraliza comprensiblemente su “propia” vida. No pierdes tu sensatez práctica: vas de compras, te duchas y maquillas, etc. Algo en ti exclama: “¡Tonta!, ¿no te das cuenta que la vida no tiene sentido?”. Maldices a Dios por haberte creado. ¿Y si el sentido de la vida no fuera sino ella misma, sin más nada, no estarías mejor, mosca? Sí, pero no puedes resignarte a lo que consideras del corazón como mediocridad en tal filosofía, donde el quehacer no logra borrar el sentimiento íntimo de tu futilidad actual e histórica. Sigues implorando a “Dios” su ayuda para ti y para el universo. Así pasan los minutos de los años. Repasas lo vivido. Agradeces, indiferente, al Señor, por la lista de tus felicidades en el curriculum vitae, tarjeta postal de emociones destrozadas. Dices como síntesis: “todo fue una equivocación”. Luego ingieres un calmante, bebes una copa y te instalas fumando ante la televisión. Quieres dormir, quieres morir, “ya basta, Señor”. No te suicidarás. ¿Por qué no? ¿Cobardía ante el dolor de un ahorcamiento con el útero caído al suelo? No: 50 sedantes más otra copa del “fuerte” bastarían. El problema tampoco está en que la religión te prohíba ese acto: tu pacto es con Dios y no con la Jerarquía. La dificultad vive en ti.

1º Un resquicio o un fondo de esperanza aún te queda.

2º Crees que harías sufrir y lo rechazas.

Hasta que falleces y eres olvidada, bella suegrita mía.

Murió hoy. Qué pena. Le rindo humilde homenaje. Es uno de los más grandes artistas para mi vida, no sólo por su cine sino incluso por su libro “Lanterna magica”.

Su obra fílmica, no obstante obtener 2 óscares (de qué vale eso) por “Escenas de la vida conyugal” y por “Fanny y Alexander” -creo- fue mucho más que eso, en blanco y negro, pero poco comprendida, casi rechazada, por triste, mientras Hollywood presentaba a Dorian Day. Bergman entregó con toda su crudeza el nublado amor sueco. La comodidad intelectual y moral del “Occidente” impedía a éste descifrar lo “indescifrable”. Fácil resultaba declarar ininteligible aquello que era sin embargo de una pura sencillez. Como este rostro del niño en “El Silencio” mirando el paisaje desde la ventana del tren.

Agradezco a Bergman que haya vivido. Él muestra con rigor el infinito de la soledad individual, sin cuestiones “exteriores”, como la clase social o, salvo en “El huevo de la serpiente” relativo al nazismo, la realidad política. Hizo películas horrorosas, jamás pornográficas ni imitadoras de un Hitshcock (?) cuyo nombre no cito por deber. Nunca olvidaré esa escena horrible donde una mujer joven se destrozaba la vagina con un espejo quebrado. Huí del cine.

A diferencia de Fellini, el humor de Bergman era -si existió- sólo interior (pero existió, siempre eficazmente disimulado, como en “Fanny…”). Él -ya lo entredije- nos entregaba el testimonio de la tristeza humana en su estado puro. Era -creo yo, pero no se- un protestante puritano, mujeriego y consecuentemente onanista, tímido en concreto ante Ulla por ejemplo. Podía filmarla desnuda aunque sin tocarla: “lanterna magica”. Fue sumamente humilde sabiéndose sabio, con razón. Recibe nuestra oración, querido Ingmar, depositado allí en tu islote final, llamado… Faaro.

A Dios, niño.

Ella, de 4.700 Km. N/S y 140 E/O sin contar la Antártica, presenta un gran declive desde las más altas cumbres hasta el océano. Es diagonal. Con el calentamiento del planeta (cf. “Metafísica de la Tierra” y “Poesía de la Incertidumbre” en este sitio), las cordilleranas nieves eternas se van derritiendo y licuándose atormentan la ferocidad veloz de los torrentes llamados transversales, que de este modo arrastran más y más territorio de la faja al mar. Hasta que no quede nada.

A menos que se haga lenta la caída de las aguas, mediante mil tranques para centrales hidroeléctricas que satisfarían 7/10 de la necesidad energética con un costo humano, forestal y económico mucho menor, para no decir ampliamente beneficioso, que la pérdida en curso de la tierra nacional (cf. “La prioridad energética” en este sitio).

La inversión monetaria requerida en pos de tal sensato proyecto está disponible. La decisión política correspondiente para realizarlo no lo está. Ella no depende de mí. De mí sólo depende el deber como simple ciudadano de plantear la posibilidad de la solución ante el problema indicado. La difusión influyente de mi proposición tampoco depende de mí. Sólo puedo expresarla aquí y así. Otras personas harían el resto del trabajo. Entre ellas, participantes en A.I.

Nuestra “loca geografía” lo es si no sabemos utilizarla con cordura. Dios nos ha dado una energía potencial del agua que pocas naciones tienen. En caso que la desaprovechemos, perderemos riqueza y luego la tierra. Seamos sensatos.

Yo ya había tenido relaciones sexuales desde los quince o dieciséis años: ¡no iba a contentarme únicamente con la masturbación!, normal. En mi triste vida sólo cinco vírgenes todas núbiles se me habrán entregado, por su propia voluntad y con mi dubitativo pero varonil y resignado asentimiento: ¡a la pega, macho! Siempre fui muy cuidadoso y luego por ello agradecido. Esa primera sangre desflorada no me producía rechazo. La percibía como un regalo de la emocionante confianza. Las experiencias fueron diferentes en su significación, mas presentaban desde mi punto de vista algo en común y sorprendente: la consecutiva paz en esas lindas jóvenes. No hubo rostros de dolor, de arrugamiento, de ferocidad. No hubo gemidos ni gritos. Por supuesto, tampoco hubo fingimientos de placer. Y ni siquiera, en rigor, verdadero orgasmo suyo, lo cual no me molestaba por considerarlo natural: era un aprendizaje destinado no a mejorar la gimnasia después sino a vivir aquello que estábamos viviendo en ese preciso movimiento histórico. Recuerdo de ellas su respiración, su olor, su receptividad, su tranquilidad moral, su exhaustividad descansada, su falta futurista de miedo al abrazo desnudo de la penetración, su dejarse al tiempo, su dulzura adormecida, sus besos, sus manos susurrando en mi espalda con mi sexo aún reposando erecto dentro de su carne, la escasez deliciosa de las palabras y, para terminar, su relativización serena, no cínica, amorosa, sobre lo ocurrido. Luego partíamos a tomar un helado de barquillo, de lúcuma o plátano, bañado en chocolate. ¡Reíamos paseando por la calle, tomados del alma en las manos!

He escuchado a mujeres para quienes la pérdida de su virginidad fue una experiencia aterradora, dolorosa o francamente decepcionante. La violencia gutural de ciertos hombres, numerosos, las habría transformado en seres desgarrados, si no en disimuladas y tristes lesbianas, a quienes como amigo he conocido luego de haberlas reconocido por el movimiento de su labio inferior. Ese terror suyo se ha transmitido a mí, vive en mí: soy entonces mujer indiferente a la masculinidad, salvo por los hijos, el dinero y el qué dirán, en suma, una vida de mierda con este guatón al lado, irremplazable, porque allí más lejos hay otro igual. Es tremendo pensar cómo una mala desfloración puede causar tanto daño definitivo en la vida de una mujer, hasta su viudez, tardía.

Por último, existe otro tipo de mujer completamente ajena a la sexualidad, allá ellas, y otras eternamente románticas y sentimentales, siempre “vírgenes”, allá ellas.

En lo que me concierne, haber sido desflorado por cinco señoritas en la vida, eyaculando yo con vigor en el lugar religiosamente indicado, es otro regalo de Dios. Y cada una de ellas sabe que lo siento así. Por eso, cuando nos encontramos por “azar” en la calle ahora, el amor renace, está vivo, sonreímos con un beso en la mejilla y nos despedimos, contigo en mí, reafirmando la fidelidad a mi mujer, que nunca he transgredido.

Pero la pregunta es: ¿qué piensan Uds. sobre esto? Ya se que muchas y muchos callarán. Veremos. La puerta está abierta. Entra quien quiera. Sin partuza interior. Juntos pero no revueltos. El aperitivo está preparado por mi mujer, mientras yo escribía esto que envío de inmediato a nuestra digna Administración. No releo esta pérdida perdida.

Lo soy. Un poco extraño es que esto sea. Escribí un espacio aquí, aún sin comentarios de participantes: “Madre”. Pero me refería a la de un hijo, como yo, sobre la mía, más que del hombre a su mujer ya madre respecto de sus comunes engendros. Yo podría con naturalidad aludir a mi padre como a mi madre, aunque de manera por cierto diferente. El amor no se mide. Filial tampoco. Es distinto. Yo en realidad no puedo hablar cual madre. A lo sumo querría imaginar tal condición, convencido de poner la mejor intención para interpretarla con exactitud, sin lograrlo. Y así continúa en desorden este diverso asunto. ¿Es capaz una hermana de comprenderme? ¿Yo a ella o a un hermano? ¿A mi mujer como tal y no ya sólo en su rol maternal? ¿Por qué vi subyugado y atemorizado a mi anciana abuela completamente desnuda? Ya lo planteé antes: ¿no se distingue para la madre el destete de un hijo que de una hija, y recíprocamente? Recuerdo aquellos pezones grandes y morenos como si fuesen de hoy, en esos globos blancos de medusa láctea, que ni siquiera mi padre habría succionado, por razones de “la época y la edad”. Hoy no es así. Pero algo resta. Si soy recién nacida, chupo tranquila. Interdicto me es sin que nadie diga nada hacerlo para beber la leche del padre en erección. Compleja y más diversa aún es toda esta cuestión. La lista de los casos posibles sería vasta. No puedo concebirla con exhaustividad. Ni lo deseo. Vería algo pecaminoso en tal intento desde luego destinado al fracaso analítico. Milenaria y millonaria es la casuística de la pulsión sexual. Razonable sería entrecerrarle los ojos y respetar sin excesivo dogmatismo ciertas restricciones más o menos variables, no mucho más ni mucho menos. Aunque nada merezca dictados absolutos. Cuerpos son cuerpos desde perros caninos a anos masculinos. La sodomía sobrevino a la vergüenza sucediente al Edén. Criaturas de Dios somos. La necrofilia, quién sabe, puede ser puro amor. Las almas ¿están prohibidas de cuerpos, éstos de almas? ¿No permite el Código Civil chileno, de acuerdo con las Cortes de Cádiz basadas en el Código en Napoleón a y vez fundado sobre el Derecho Romano, el matrimonio de mujer con doce años y hombre de catorce? ¿No era obligatoria la endogamia en la antigüedad de la nobleza egipcia? ¿No estaba legitimado el divorcio en el Antiguo Testamento? ¿Qué ocurrió con David y Urías? ¿Qué significa la frase de Cristo sobre el matrimonio, “que el hombre no separe lo que Dios ha unido”, si nadie sabe verdaderamente qué ha unido Dios, aunque más no sea porque a menudo los casorios se fundan en intereses económicos, en ignorancia, en pasiones de una noche, etc.?

Ser padre… Serlo sobre todo del primogénito, produce extrañeza. Ese ser salido del vientre materno ¿qué es, “mi hijo?”, sí, ¿pero hasta qué punto, ese desconocido salido de las sombras uterinas apropiadas por la madre?, ¿quién es éste, chupándola como nunca “yo”, tenido en los brazos de ella?, ¿qué soy yo, “padre”, sino un imbécil que se esclaviza al trabajo para traer de noche dinero a la casa?, ¿dónde está mi afectividad ahora así perdida?, ¿qué son este cuerpo de mujer deteriorado, estriado, y su espíritu incomunicativo, entregado sólo a la maternidad?, ¿qué soy yo?, nada, voy pues a la infidelidad, un escape torpe y aún joven pero desesperanzado, un extraño a la realidad de mi amante paternidad, un putero más tarde reconocido como tal y por lógica matemática “traicionado” por ella con “el” amigo, etc., etc., etc., hasta que pasando los años, los años, los esfuerzos de reconstitución amorosa, con nuevas paternidades y maternidades todo se vaya diluyendo hasta un indeseado pero inevitable aunque en lo posible cívico y definitivo final, con las ilusiones muertas en la llaga de la esperanza, con las mentiras varoniles y femeninas, con el silencio y con la tristeza de los hijos, mientras el amor de sus amores acapara al amor filial y él, idiota, “rehace su vida” sin convicción, hasta darse cuenta que ya ha envejecido y que el cuerpo cruje: ¡eso es ser padre!

Esta historia podría continuar desde otras perspectivas. Por ejemplo, en definitiva, ¿quién manda en Chile o en Alemania, entre padre y madre? Digo manda en la substancia valórica para la vida. ¿Quién? Vamos viendo. Escucho. Sin releer.

¿Qué es ser madre? No se. Soy padre. A lo sumo, incluso en sueños, dormido, imagino a la madre que sin ser soy. Es lo que acaba de ocurrirme. Me acosté tarde. Desperté pues según la ley de la relatividad restringida temprano, sin ya tener en realidad horario, como Ud. ve. Desperté inquieto por un hijo. Falto yo de ser madre.

La esposa es más madre que esposa. Se lo puede comprender desde la preconcepción biológica en su vientre. Es tal realidad una especie de carga para el marido incluso comprensivo, ya desprendido mas no completamente olvidadizo del útero en su madre. Ser padre es ser solitario: él trabaja. Con lo cual no digo que ella no. Sí, lo hace. Se da toda, desde su leche. Entera es de sus hijos. Más que entera. Madre estéril es siempre madre potencial. Mujer sola o lesbiana es siempre madre potencial. El hombre siempre queda arrinconado en su calidad de simple padre con envidiable embarazo también siempre potencial. Los hijos no nacidos viven diferentemente para la madre que para el padre. Resignaciones o separaciones -o continuidades hasta más allá que la muerte los “separe”, más viudas hay que viudos, más mujeres que hombres- surgirían sin borrar del todo las esperanzas iniciales. Aunque por profesionalismo atávico ellas sean en esto más enhiestas desde su maternabilidad que ellos, sexo débil, impráctico, mudo, lucrativo, huidizo. Ignoran ellas o desdeñan por atacante defensa animal cuánto puede sufrir ellos.

Sigo medio dormido. Apenas entreveo qué escribo. Mi mujer prepara el desayuno. Al parecer me refiero no obstante el título al hombre que a la mujer. Recompensa machista y válida por no haber sido capaz de embarazarse ni de “mejorar”. Sexo fuerte y vengativo que lleva lógicamente más dinero (?) y más golpes incluso ante los hijos. Pero el otro sexo manda en la educación casera, en la economía doméstica, en la política del ahorro, en la sexualidad preadolescente, las tareas, la comida, el cariño táctil, los horarios, la vestimenta, la religiosidad aun bostezada, su inocente impudicia, su beso burocrático de despedida al tempranero hombre, sus jaquecas en la cama matrimonial y patrimonial, sus trampas.

Los hijos poco a poco van comprendiendo. La “viuda” feliz ya sola se contempla en el espejo maquillándose por su celebrada o supuesta hermosura de supermercado. Sonríe por doquier. Está feliz con el alma y la columna vertebral en penas. Por penas los hijos se turnan para visitarla y entregarle apresurados besos y piropos: ¡es la madre! Interrumpida en la televisión, ella ofrece chocolates que sólo ella ingiere con disimulada voracidad, echada sobre la cama. Así designa el futuro. Sus piernas gordas aparecen en exceso al desnudo. Los hijos varones desvían la mirada y enfrentados a la ventana encienden un cigarrillo que la madre soporta por la visita, a pesar de la serial televisiva. Entretanto, rápido, han pasado todos los años. Y el marido de quien ella fue alguna vez infiel como él de ella algunas (pero en promedio es casi igual) mira muerto de la mente pero no del cuerpo esa muerte del cuerpo con la mente lúcida. Él permanece indiferente, sabio: todos morimos. Los hijos se ocupan de los restos y del resto. La madre, asquienta de sus gusanos, fue incinerada por su petición oportuna; y el padre, fallecido tiempo después por simple aburrimiento sin tener ya a quién joder, también feneció, pero enterrado y sepultado, lejos de aquellas cenizas oceánicas, por orden de humildad dictada según él por Dios: aunque en estricta ecología ocupe mucho espacio. Nadie lloró en ninguno de los dos casos. Los numerosos hijos -y sobre todo las nueras y los yernos- urgían por el brazo a sus útiles por conveniencias inmediatamente hereditarias.

Yo, sepulturero, por rutina, sonreí otra vez. No sin concebir a las distantes y ya muy dispersas cenizas oceánicas. Nada más que eso fue la vida de la madre. Tengo 86 años de edad. Soy virgen por delante y por detrás. Ese asunto de coito nunca me interesó. Tampoco -he oído hablar de ello- ha practicado onanismo, pues es pecar. Soy así puro: sin descendencia. De mi madre y de mi padre no recuerdo nada. Es como hubiesen muerto antes de mi concepción y después de mi pronta muerte vegetal desde el Manquehue. Eso sí, doy un beso a la palabra mamá, no sin esfuerzo, porque está en la pantalla del computador, al igual que a los polvos sepulcrales de mi conjetural papá. No releí, Cenicienta.

¿Qué es ser madre?

1. Por el momento, para no influir, abriendo, paso.

Es palabra latinizada de origen griego que significa en castellano “universal” (si Ud. duda, estudie). Verdad constituye que leyendo los evangelios Jesús se dirige no sólo a los judíos sino reiteradamente a la humanidad en general. Cosa que Ud. también puede hacer, como yo ahora mismo, sin constituirme por ello en “universal”. Ud. me contradirá con razón afirmando que yo no soy Cristo, pero yo le respondo ya que Cristo con tal lógica no es Ud. ni yo. Declárese “universal”, poco importa ello al universo. Yo no lo hago, por evitar el ridículo, la soberbia, la irrealidad y el rechazo al misterio de la vida eterna.

Personalmente creo en la universalidad de Cristo como encarnación de Dios. No tengo ningún derecho para exigir a Ud. que crea lo mismo. Y ni siquiera -llegado el caso- para que me demuestre por lógica la inexistencia de Dios: no lo logra. La disyuntiva residiría así en la fe o en su carencia. Considero como he repetido aquí más inteligente estar abierto a lo inimaginable -Dios- que sólo a lo imaginable: i=√-1, por tanto i²=-1, etc. Ello no quita que yo respete su hipotético agnosticismo sin paternalismo filosófico. Entre la fe y la fe en la no fe hay esperanza y amor que les permite guerras o incluso sonriente paz; anecdotarios finalmente parecidos.

A lo que quiero referirme es al concepto ni siquiera inimaginable y por evidencia irreal de una Iglesia como organización que se autodenomina Católica, es decir Universal, además de Una, Santa, Apostólica y ¡Romana! (“universal”… y “romana”, hum), con “sus pompas y sus obras”, sin olvidar a sus “guardias suizos” ni al “papamóvil”, ¡Dios mío!, qué soberbia, cuánto imperialismo, cuánto dinero, cuánto etnocentrismo, cuántos autoritarismo, dogmatismo, ritualismo, fariseísmo, cinismo, catecismo, fideísmo, cretinismo, etc.

Claro, hay excepciones ejemplares que confirman la regla. Ellas son el tesoro donde escondido por humilde está Dios. Ellas brillan cuales estrellas en la playa hecha por granos de arena. Y soy “católico”, universal, viendo al lado el protestantismo luterano o -muy distinto- calvinista, a la ortodoxia, todos cristianos, a los también semíticos judaísmo e islamismo en guerras, al confucionismo, hinduismo, budismo sin Dios, panteísmos,… ¿yo, Uno?, no, ¿yo, Santo?, no, ¿yo, Universal?, no, ¿yo, Apostólico?, quizás, ¿yo, Romano?, no. ¿yo en esta Iglesia, dentro de 5º años transformada en Secta millonaria con cuenta en Suiza?, ¡sí!, porque es mi cuna, hasta que se me exorcice o excomulgue, poco me importaría, mis amigos son Cristo, la Virgen y Dios… más otros, de acá.

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