Hoy es el día miércoles 17 de noviembre del año 2010 después de Cristo. Hoy Arturo Montes Rodríguez nuestro padre y nuestro amigo habría cumplido su nonagésimo año desde que nació como hijo terrenal de Federico Montes Vergara y Hortensia Rodríguez Errázuriz. Mañana jueves hará un año que murió, sin evidencia de dolor corporal y, con evidencia, en paz espiritual, que borra al dolor corporal. Ya muerto me abrió su ojo izquierdo cuya mirada dijo “Ah, llegaste, está bien” y se lo cerré. Su alma resucitada está en Dios y se halla asimismo aquí. Este hombre agradece ante todo la compañía presente y también permanente de su esposa María Larraín Blanchard. En realidad, él da las gracias a todos nosotros, incluso ausentes. Sentimos amor por él. Fue en la tierra un ser con defectos, quién no, pero no muchos, más bien pocos, un ser esencialmente bueno y ¡mejor que bueno! No daré una lista de sus virtudes, que conocemos como su verdadero y más valioso legado, desde luego la honestidad. Esta reunión no es de duelo aunque duela. Aquí nuestro corazón ora con el suyo en Dios a la Iglesia para que mejoremos la vida. No hay fe que no dude. Pero la duda cree. No hay esperanza que no caiga. Pero la caída arma, ama, clama y calma como desde el abismo la oración en salmodia de David. No hay amor que sea entre nosotros perfecto. Pero la conciencia de la imperfección nos ayuda a tener un sentido de Dios, para no explotar de amor, lo que tú, papá, en buena parte nos has entregado. “Habría soberbia en la avidez de santidad”, me dijiste con sabiduría pocos días antes de mañana un año atrás. Agradecemos a Percival su acción de ahora. Comeremos contigo, papá, tu preferida torta, la torta de moka, y beberemos algo de vino. Rememoramos así al pasar como síntesis a las bodas de Caná juntas a la última Cena. El agua hecha vino en el vino hecho sangre, juntos el comienzo y el final, el final hacia este nuevo comienzo tuyo. Volveremos a nacer. Te recordamos en Jesús y en la Virgen María. Ahora, paso, cual anfitrión, la palabra a este querido sacerdote, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Luego, cada persona dirá lo que quiera, si quiere. Y por último nos deleitaremos. Antes de charlar y de despedirnos, permaneciendo juntos a ti y al Señor. Oremos.