En inútil homenaje a la reconocida erudición de la poliglotía chilena, traduzco con absoluta exactitud del francés al castellano el título de arriba: “La medicina, esta mierda”, llegada a nosotros gracias a la literatura grandiosa de Céline en “Muerte a crédito”, cf. Romans, Paris, La Pléiade, 1951, p. 511. Sin que se me impida agregar por retroacción la primera frase de esta novela: “Henos aquí todavía solos”.

Odio a mi padre pero al mismo tiempo por prisión de su afectividad lo amo aunque más le odie que lo ame.

No hay medicina contra esto. No se me venga con “meditación trascendental” de Elqui por ejemplo y por favor. De tonterías basta.

Él me lanzaba contra los muros siendo yo pequeña. Nunca me compró un reloj de oro. Yo era la niña más linda del barrio según el voto popular. A medida que pasaban algunos años, mis notas se vinieron haciendo un poco decepcionantes incluso para mí. Él me sacaba a pasear. Yo aprendí a amar la lectura. Me sentía querida. Íbamos a museos de la tristeza y la belleza. Experimentaba un respeto por él. Ahora estoy casada con varios hijos que ni siquiera les he presentado, o apenas. Está enfermo. Lo hago sufrir sin saber si logro hacerlo. Soy muy sensible especialmente respecto de mí misma. Detesto a él desde que supe cuan infiel había sido a nuestra madre. Después adquirí el conocimiento que era ella quien había comenzado. Y que no existe el perdón de corazón en el tiempo. Yo había pues tomado mi partido hasta siempre. Él me buscó. No existe. He tenido éxito. Una separación drástica obtuve en la familia. Padre y madre, hermanos y hermanos respecto de aquél, solo y cesante. Yo cumpliré en el asunto del dinero. ¡Cuánta risa me dará! Algo temo sin embargo. Es el dolor de su agonía hecho mío, ¡soy tan sensible!, ¿llegaré tarde? ¡Qué me importa! Él me lanzaba contra los muros. Es mentira, por cierto. Pero de tanto repetirla a diestra y siniestra la creo. Yo no creo en dios. Sólo en el esposo y los hijos. Hasta que quizás deje de creer en ellos. ¡Pero no en mí! Yo domino. He robado pero no importa. El padre me defendió pero no importa. Me llevaba a música comprándome un Stradivarius pero no importa, fui un fracaso. Él no comprende mi corazón. Asegura que no comprende por qué lo odio. Se lo creo. Es tonto. Tanto, que tampoco eso importa. Como la marihuana.