Son las 6:40 A.M. del día domingo. Iré a misa de 11:30 A.M. en la parroquia santiaguina de La Anunciación donde tuvo lugar el funeral de mi padre. Dije allí unas palabras entre las cuales hubo “aquí yace el HOMBRE a quien en la tierra más he querido” (no sin pensar que así podía estar ofendiendo por ejemplo a algún hermano, pero mala cueva); y de improviso terminé golpeando tres veces con fuerza el ataúd sin vidrio (buen castigo para los usuales voyeurs), en exclamación: “¡igual da rabia, da rabia, da rabia!”. Él y yo aún no nos desprendemos. Solió ser violento conmigo pero lo que prima en mí es un irreducible amor pues al mismo tiempo era tan dulce, tan dulce. Me obligaba de niño a leer. Siempre se lo agradecí.

Pero no es el tema.

Casi nunca voy a Misa porque me aburro. Hoy sí. Invité a la viuda, mi madre, quien aceptó sorprendida y encantada. Una vez me escribió no sin avergonzarme aunque sin justicia: “lo mejor que me ha ocurrido en la vida eres tú”. Sospecho para mi tranquilidad que lo mismo ha escrito a todos sus hijos, nueve vivos, yo el mayor, cuánta tempranera responsabilidad. Deseo llevarla luego de la ceremonia a un restaurant. No creo que acepte: “frío” (=plata mía). Pero no se trata aquí de esto.

Desperté hace poco de una pesadilla que recuerdo segundo a segundo y que por desagradable no narraré. No hay pesadilla que sea agradable. La palabra, diminutiva, queda chica a ese horror. Sale mejor en francés: “cauchemar”. Pero en fin, así es la cosa, Juana la Rosa. Sólo cuento a su respecto que concluyó conmigo partiendo a pedir perdón a mi hijo mayor, cuya dignidad yo había herido no sin pequeña causa: su pereza estudiantil. “No, y ESO menos”, había yo respondido a mi esposa, como ella me preguntase si mi riña por los estudios me dignificaba. Él huyó furioso en lágrimas. Y yo tras suyo desperté.

Es de pesadillas que se despierta. Dado que hasta el sueño eterno despertamos, quiere decir que nuestros sueños cotidianos son todos pesadillas, frecuentemente pronto y por completo (pero no la de hace un rato, que olvidé olvidar y no narrar). Dicho casi del mismo modo, y aquí por reiteración variada me cago a Sigmund, no es sino en la culminación de una pesadilla que día a día uno despierta. Puesto que después solemos olvidarla sanamente en cuanto tal, tendemos a tergiversarla como si hubiese sido idílico sueño a caballo y con la bella durmiente entre enredaderas y flores o por lo menos fuente de reposo desmentido no obstante por más de algún pesado despertar con la pata izquierda (o sería derecha): el príncipe azul se levanta ya cansado tras el descanso delator por hipótesis de cierta e incierta pesadilla. Esta certidumbre de la incertidumbre que es a su vez incertidumbre de la certidumbre agrava las cosas y el resto del día parece una pesadilla en vigilia hasta la próxima pesadilla. Cunden hipnóticos bajo receta médica, palabra por sí misma tenebrosa, como se sabe incluso por ese profesional de la ignorancia, de la arrogancia y del embolsamiento; ese hipócrita jurador del Juramento de Hipócrates, según juro como abogado, que cual profesional apenas honesto no pongo en juego la vida terrestre de nadie y muy honesto no ejerzo ya por cierto tal tedioso oficio, culpable de cuya materialización oficial sigue siendo también mi colega padre, aburrido, trabajólico y querido. ¡Da rabia!

Freud sostiene que la experiencia diurna determina a la experiencia onírica; salvo para el minero además nictálope, claro. ¿Y por qué no sería lo contrario? ¿O una mezcla quizás saltada por siesta, por alucinación? El humorista vienés no argumenta su aseveración interpretativa de los sueños. ¿Tendrá entonces razón porque sí? Tal raciocinio no me convence. Si hice el amor con la mujer más linda del mundo, tú, no es improbable que en mi ulterior sueño estés, haciendo de las tuyas en las mías y recíprocamente. La frase anterior era un ejemplo. No lo multiplico por espíritu ahorrativo de tu tiempo, amada; y por no despertarte. El príncipe azul te monta sólo en sueños. Es un cuento erótico para niños; una biblioteca esmirriada y en trance de censura eclesiástica y gubernativa. El Rey y el Papa simulan castidad ejemplarizadora para la inocente infancia del mundo cristiano, tan cristiano.

Las pesadillas son tan horrorosas que la mejor defensa las ataca aún mejor poniéndoles fin, hasta que -como dicho- puedan renacer bajo la luz sombría de los días. Son éstas peores que aquéllas. Muestran en efecto a la vida tal cual es, mórbida y sórdida al natural. La pesada pesadilla diurna encuentra así un poco de reposo durante la pesadilla pesada de la noche, triste porque estrellada, según aquel vate premiado por el turno neutralizador de la guerra fría en el norte helado que el calentamiento terrestre acuatiza. Vivimos así de pesadilla en pesadilla. Una monstruosa fealdad durmiente se cierne sobre nosotros. Salta ella sobre todas las yeguas que patea sin compasión. En compensación soñamos con el sueño eterno, con el paraíso y con el reino de Dios. ¡Otra pesadilla!: una soberana lata de ángeles nebulosos, mudos, anónimos, anodinos, asexuados y, peor, celestiales, sometidos además a ese ser barbudo que la gran ciencia física de la divinidad postmoderna por pudor llama Big Bang en oposición a Hoyo Negro (racismo es), sin preguntarse, eso no, qué habría engendrado al B.B., cuando la sabiduría aquiniana ya había resuelto del todo el problema, descubriendo que más allá de D estaban D, D, D,… sin fin, pues más allá estaba aún D, D, D… En cambio, ¿qué atrás del BB? Nada. A lo sumo años no-luz atrás Brigitte Bardot ocupada de salvar unas pocas focas sureñas. Yo llamo a un gato un gato. No me vengan con BB. “Blue” está la ex Bella. “Lonely & Blue” dice Paul Anka desde su ancha anca. La BB protege poca foca y castra como de hecho es a su burro, debido quizás a la B. Además entre las enredaderas incasta y tontona la vieja ya y aún es. Se monta a yeguas imaginarias, a potros virtuales, a caballos de pura sangre. Resulta curioso, mas -excepción hecha del caballo- no son los otros quienes se la montan ni siquiera por el anca. So, she’s Lonely and Blue, as her prince.

Lo más gracioso de Freud está en su último libro, “Malestar en la Civilización”. Perdone Ud., pero leyéndolo me cagué no exactamente ni menos literalmente de la risa. Partí chorreando -prefiero en irish- al WC. ¡Para qué detallar! Este Freud… Malulo y pillo.

¿Rió a carcajadas Ud.? Yo sí. Todavía. Pasa que Ud. aún no lee el libro. Obedézcame. No se arrepentirá. En francés: “Malaise dans la Civilisation”. 300 páginas de ciencia para la risa. Y no por torpeza. Adrede. De tonto nada tenía el hombre. Al contrario, fue precoz, prematuro, visionario. Se burlaba anticipadamente y con justeza de la estúpida ciencia moderna aplicable a TODA LA REALIDAD incluida la irrealidad cual componente de la realidad y viceversa, etc.

Pero no les contaré ningún chiste del sabio. De hecho nada enseña salvo a reír lo que no es poco. Risa dan las ciencias mortíferas que fecunda ésta, la imagen y semejanza de D. Risa “¡domínenlo!” gritado por el terrible D refiriéndose al planeta en el Génesis a los hombres primitivos… Nunca me ha gustado sin embargo Freud, entre otras razones por su relación con la putilla intelectualoide de Lou Andréas Salomé tras el pobre Nietzsche, tan humildemente anticristiano. Mas no juzgo.

Voy pronto a Misa con mi mamá. Le tomaré la mano. No le hablaré sobre el complejo de Edipo. Viejona pero linda sigue estando. No tanto como tú, eso sí que no, mamacita. Iré con plata. ¿Aceptarás mi invitación a almorzar? No proviene de regresión anal. Es simple cariño. Entretanto Freud relee su aburridora “Interpretación de los sueños”. ¿De éste, pesadilla nocturna en plena mañana del crepúsculo en el alba? A cuya pregunta un freudiano escribano frecuente en cierto matutino comentaría, filosófico: “ja”, pero varias veces. Pido otra vez perdón. Espero el “ittae, misa est”. En el Norte los 33 han muerto. Viva la Cato. Almorzaremos chunchules con cebolla. Beberemos agüita de melisa. De postre, un “malestar de la civilización” o un “suspiro limeño”. Aunque quizás un “suspiro de la criatura oprimida” que Karl Marx cocinaba tan bien y sin duda mejor que, más tarde, Sigmund Freud. Aunque ambos conceptos sean sinónimos. De bajativo, la cuenta.