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– Estás con la autoestima baja, tienes que subírtela, cuidate, quiérete más.

– Ya.

– No te burles.

– Sólo he dicho “ya”,

– Te conozco.

– Cuéntame, para saber.

– Eres irónico.

– Me subiste la autoestima, qué rico, gracias.

– ¿Ves? Contigo no se puede hablar.

– Nadie te ha pedido que hables. Además, lo has estado haciendo.

– Ya no.

– Claro: “ya no”.

– Eres insoportable.

– La puerta está sin llave.

– Te amo, idiota. Me duele todo el cuerpo. Estoy stressada.

– Se nota que me amas. Lo único que haces al hablar es decir huevadas y quejarte. “Estoy stressada”. Todo el mundo dice que está stressado. “El mundo es una porquería, ya lo se”. Culpa mía.

– ¿Crees que resulta muy agradable vivir con un hombre cuyo principal mensaje aunque no lo diga salvo casos extremos es su dolor? ¿Un hombre que no hace nada, salvo leer, escribir, dormir, comer, copetearse, fumar, mirar televisión, mear y cagar; un hombre cuyos únicos desplazamientos transcurren entre el escritorio, el dormitorio, el comedor y el baño; un hombre que no se ducha ni se peina, que pasa días y noches con el mismo pijama, que no quiere ver a nadie, que no toma ninguna iniciativa en la vida práctica, que ni siquiera lleva sus cuentas y que no es capaz de lavar un plato? ¿Qué ni me toca? ¿Un hombre así, que se cree superior a todo el resto del mundo, compuesto según tú por puros imbéciles?

– La misma letanía de todos los días. “Un hombre sin atributos”: Robert Musil.

– No se de qué estás hablando.

– Ayer te lo dije. Nunca escuchas. No importa. En suma, para resumir lo que sigue de tu prodigioso cerebro, soy duro, sin sensibilidad e incapaz de amar. En cambio, tú, todo lo contrario. ¿Listo?

– ¿Qué quieres comer?

– Me da igual. Nada. Restos. Para que no trabajes tanto. Para no sentir agravado mi dolor como culpabilidad por el dolor que el mío te causa, pobre víctima, quien permanece aquí únicamente cual buena samaritana dándome medicamentos con la cara amargada salvo frente a los demás. ¿Crees que no puedo vivir sin ti? Sí, puedo. Sería menos cómodo, claro. Y quién sabe. Por último, da lo mismo.

– Sí. Todo te da lo mismo. Incluso tú.

– Tú lo has dicho.

– ¿Es verdad o no?

– ¿Qué es la verdad?

– Ya empezaste de nuevo con tus palabrerías.

– Lo que acabas de decir ¿no es palabrería? ¿Qué te aporta? ¿Qué nos aporta? ¿Qué dijiste? No lo recuerdas. Pero tiene su mérito. Sirve para pasar el tiempo. Me dijiste: “ya empezaste de nuevo con tus palabrerías”.

– Eres muy bueno para las palabras. Pero para los hechos, nulo.

– ¿No son hechos las palabras? ¿Decir no es hacer? Austin. Años 50.

– ¿Qué?

– Nada.

– ¡Cómo que nada!

– En el principio era el Verbo. Por sus frutos lo conocerás.

– Tú siempre estás creyendo que moriré de pena cuando mueras.

– No. Seguirás viva. Muerta de pena en vida. Una suicida en movimiento entre la cocina, el mercado, el teléfono y el agua para las flores. Pasando el tiempo.

– Eres despreciativo. Al menos se amar y amo.

– Llamas amor a la posesividad.

– Eres injusto.

– Sí. Perdón. Las mujeres no saben pedir perdón.

– Los hombres sí pero eso no los cambia en nada.

– Las mujeres no pero eso no las cambia en nada. Los hombres cambian por lo menos pidiendo perdón.

– Jalisco nunca pierde.

– Nunca. Las mujeres cuando son sorprendidas en evidentes mentiras -“valga la redundancia”- tienen por herencia una máxima infalible: “negar todo, negar, negar”.

– No es verdad. Y los hombres ¿no mienten?

– ¿Te miento yo?

– No. En fin… No.

– Tú a mí sí. Lo sabes. En qué, en qué y en qué. Aunque digas no, no y no. Los hombres, si mentimos, cosa que ocurre, al menos terminamos reconociéndolo.

– Simple exorcismo.

– ¡Has utilizado una palabra adecuada!

– Vi “El exorcista” I y II, ¿tú no?

– No. ¿Por qué serán tan tontas las mujeres? ¡”El exorcista”! Y “Rocky IV”.

– Exorcismo o confesión absolutoria cuyo único resultado es hacernos sufrir.

– Sí. Duele a ustedes la aparición del demonio desde el ser… amado. Ese dolor nos duele y al comprobarlo ustedes fingen que es inconmensurable. Ello les sirve para calmarse mientras urden desde el rencor la venganza. Mientras nosotros advertimos la maldad de la ficción y de la venganza. Cosa de pasar el tiempo. Ustedes guardan al demonio dentro de sí: negar, negar, negar. Y si por error excepcional son veraces, pierden poder. Tras la crisis de rigor que pasa como ejemplo punitivo por el alcohol, los hombres no les dan ya importancia. Ellos las engañan sin pudor. Es la guerra del silencio. Hasta que el globo reviente o se desinfle.

– ¿Tú me has engañado?

– Conoces mi pereza.

– Hablo de antes.

– Sufro de Alzheimer, recuerda.

– Pelotudo. Me dio sueño. ¿No comamos? ¿Tienes hambre? No. Bueno, te llevo un whisky a la cama.

– Sí, pero no me refería a eso.

– Ya se: que no te bese ni te toque. Te amo.

– Leí que el amor viene con el tiempo y que con el tiempo el amor se va.

– Ya me lo dijiste hace unos días.

– Perdona. ¿Y el whisky?

– En la cama. Está bien, con el mismo pijama. Pon las noticias.

– Yo no te amo. ¿Y los medicamentos? Sí, sobre el velador.

– ¡Tan inteligente y práctico que te pones a veces!

– Te contentas con poco.

– “Tú lo has dicho”: Juan 23.1.

– No.

Aquí sólo sexual, claro. Ella consiste básicamente en el deber moral del hombre para no acostarse con una mujer distinta de la suya. Aunque mediante norma implícita de la simple naturaleza humana tal prohibición haya sido extendida, en el derecho incluso positivo, por exagerada prudencia, a la supuesta o comprobada adúltera. Norma hecha explícita desde lo tácito porque cierta sublimación masculina de la feminidad la rendía en postulado lógico y moral inocente encargada de la casa y de los hijos, muchos de los cuales nacieron menos debido a la previsión social que a un costoso seguro contra el pecado. Aunque por extraño milagro algunas veces haya sido parido de pareja nórdica un engendro de caracteres senegaleses ante quien el padre, amoroso, devenía por dignidad pública disciplinado y odioso daltónico. Dicha discriminación negativa en el derecho positivo hacia la mujer que incluye lapidarla en caso de infidelidad provenía y proviene aún de un bondadoso prejuicio masculino sobre la bondad inmanente en ella, de la cual el hombre por esencia original carecería. Éste es cazador y venial sería su pecadillo pasajero de entregarse a un placer diurno en la selva de las felinas. No era pues necesario ultimar apedreando por ley escrita al varón. Su adivina esposa comprendía tal realidad como un hecho de la causa al cual se resignaba con interesado pragmatismo y con distraída generosidad genital. Fue así naciendo la llamada “profesión más antigua del mundo”, clandestina y a la vez evidente. Cincuenta penes para una sola vulva. Esta promiscuidad de la memoria y de la complicidad machista no deja de plantear cuestiones filosóficas aquí ya abordadas a propósito de “La Homosexualidad” (alguien, mujer creo, sostuvo por estos parajes que yo soy demasiado reiterativo sobre este tema: no es verdad, que lo demuestre) me introduzco en ellos, los rincones de la cholga o de la almeja, con pelos y señales de quienes ya lo hicieron y estoy así en contacto común desde su precedencia hasta su supervivencia, todos juntos en “tu” y “nuestra” besada caverna de ocasión.

Pero la purísima “Eva” fue por newtoniana reacción rebelándose contra este abusivo jugueteo institucional de los “Adanes” y comenzó así astutamente a diversificar y a ampliar la semiótica topográfica del lenocinio, como asimismo su propia y personal función profesional. De modo que ya descuidados los hijos en brazos de la comprensiva y por recuerdos vengativa madre cada una fue haciendo ubicuos e indiscernibles los burdeles en la confusa urbe y tornando invisible para el marido aunque no para otros comerciantes su condición en apariencia confidencial de ramera. Así, la estadística tradicional de 1 x 50 se vino democratizando de una u otra forma hasta alcanzar la paridad ideal de 50 x 50: a un puto, una puta. De distintas clases sociales, de diferentes precios, edades, lugares, higienes, etc., todos llevaban en común el distintivo apagado del puterío y del adulterio incluso en “la mirada”, como dijo Jesús. El recurso reciente a la tecnología del celular, “estoy en una reunión”, “yo en el supermercado”, facilitó el empirismo del despliegue amoroso radicado en el bajo vientre. Hubo y quedan excepciones que confirman sin mentira la “regla”, y no sólo los ancianos cuya sabiduría perezosa les ha hecho comprender definitivamente que son feos, inobservables, polvo convertible en polvo. Lejos atrás quedan para ellos las aventuras de su dulce belleza olfativa y táctil, esos tiempos de la primavera y demostrativa soberbia corporal, esas tácticas en complejos reojos de la seducción, esos desafíos virginales más femeninos que masculinos, ese freno en aras de la castidad para la santa en vez de la puta, ese pololeo respetuoso donde ella masturbaba a él bajo un poncho atrevido ante sus padres mientras él seguía hablando de cualquiera cosa, esas copulaciones a menudo en tales tiempos ni tan sólo imaginadas, si bien no siempre, como consta por ejemplo singular al Padre de la Patria. Sí, las mujeres de la clase alta eran más putas fieles que sus infieles putos. Tal diferencia juvenil ya indicaba un fracaso matrimonial cuya conciencia no impedía el tesón de un amor sin amor. Hasta y después de los hijos, como se ha dicho. Todo esto en ficticio silencio, como ocurre siempre en Chile, donde el “teléfono árabe” ha sido reemplazado por la conversación o delación franca de almohada a almohada ciudadanas, entre cigarrillos, whiskies (o piscolas), jales y renovados movimientos que a nada llevan. Antes de separarse cada uno en la pareja y de despedirse con la satisfacción rejuvenecida de su tristeza por las ilusiones adolescentes ya para siempre perdidas. “Hasta mañana”.

En la modernidad, si el hombre es infiel, la mujer igualmente lo es. Empate es justicia. Las excepciones que confirman la regla en un integrismo por completo reacio al aburrido y de todos modos apenas gimnástico pero esforzado contacto sexual -feo, casi repugnante- se persignan quizás otra vez procreadoras de más demografía. Pero, fuera de tales ejemplares excepciones, se desdibujan en la infidelidad mujeres y hombres. ¿Alguien lo negará?

El ser humano, al igual que cualquiera otra criatura de Dios salvo falseada en su “ciencia”, no es monógamo. Es polígamo. Necesita la diferencia. La fidelidad representa un ideal juvenil que puede quizás mantenerse durante los años castrando incluso por excisión mental el deseo de una caricia a la pareja. En la cama, las cabezas duermen apoyadas sobre los abismos políticos -derecha, izquierda- del fluvial intermedio. Se sueña, se despierta y por sorpresa carente de inmediata alegría se descubre allá, lejos, a la alteridad, ya sin embargo tan temporalizada: “¿eres tú, qué haces aquí?”. Cierras los ojos al reencuentro del sueño. Aparecen otra vez allí las hadas virginales, oferentes y precoces de tu juventud, con sus besos, sus piernas, sus senos apenas a penas, fruta prohibida. Mientras ellas están ya dispuestas a todo y a más que todo. A esa edad, la mujer succiona, el hombre observa. Resulta extraño.

¿Qué lleva al hombre perder el mundo por la belleza en el cuerpo maravilloso de una mujer? ¿Qué tiene éste de extraordinario, si no es su indisciplina, su libertad, su impudor confiado, su perfecta arquitectura en movimiento, su monte de Venus, a menudo sus pezones -Ciro-, la fragancia infinita de sus sienes y en el cabello, su galope desvariado entre mil almas de miradas parpadeantes, su juventud de otrora en la niña de su mirada, sus estrías avergonzadas en la caída de los pechos, su comienzo del gemido, sus palabras idiotas como “ay, sí, no”, su caer rendida sobre ti exhausta de un amor confundido en el vientre, mientras tú observas otra vez, Ciro, sereno, lejano, aquella transitoria mortalidad?

Y por el otro lado, detestando yo a las cholgas, ¿qué podría interesar a la mujer mi sexo? “El sapo”, lo designó una noche una amiga. Lo consideré ofensivo, pero de inmediato exacto. Un sapo que en calma es grisáceo, arrugado, escondido, en suma para mí horrible (¿Dios hizo a los genitales así?, ¿considera la mujer su sexo hermoso cual “flor” -“fleur”- según por gentileza dicen los franceses?, ¿flor carnívora?). Hasta que de pronto el sapo vaya uno a saber por qué salta, es inmenso, admirable, dórico, se acera, sus bolas se llenan de deseo y todo termina como incluso los niños intuyen.

Seré herético. La fidelidad es intrínsecamente infiel. La fidelidad está en la infidelidad. En cada acto masculino o femenino de infidelidad se puede ser fiel. Cada vez fiel. Fiel a ti. A cualquier o a cualquiera “tú”, y “tú”… “y nadie más que tú”. Tal inmoralidad, es posible, contraría a sinceros y eternos amores donde la fidelidad no es norma integrista sino práctica de natural felicidad. Como yo y mi mujer.

La infidelidad lleva consigo imborrables fidelidades desde una misma persona a la misma otra persona. El justificable rencor precedido por la estupidez difícilmente superable salvo por cinismo de los celos no logra matar al amor anterior. Éste prosigue. Es fiel. “Después de todo, te amo”. “Y yo también”. Ello no implica una “reunión” oficial así ya oficiosamente reunida hasta que ni siquiera la muerte la separe. Las fidelidades de la infidelidad pueden ser eterna fidelidad amante. Después de diez años separada, junta ahora a otro hombre bien amado, ella entre sus sueños nombra a éste -Jaime- con el nombre del primero -Ciro-, sin que esto suscite aquí celos sino más bien risa. Más prudente por profesión incluso en sus sueños, el segundo calla sus sueños de amor por su primer amor. Lo cual no impide que al despertar, molesto, lento, ambos seres actuales terminen por sonreír entre sí y por entregarse un beso o más caricias: otro pacto de desamor en la aspiración frágil al último primer amor…

La fidelidad por norma tradicional no funciona. Se cae de cansancio. Es sólo por felicidad y dignidad común, no propiamente religiosa, más que religiosa: ¿humana?, que ella podría ser en el sentido más estricto de la palabra. Sería más sin buscar la fidelidad tradicional que persiguiéndola se la encontraría. Se la cumpliría por sinceridad en la comunicación aun a menudo muda.

Podría referirme al terminar estas palabras a otras situaciones e incluso para aburriros a mí. Pero ¿para qué, si ya está hecho? Me encanta joder con francesismos de snob que no soy. Así: “à bon entendeur, demi mot”; ¿traduzco? Leonardo concluiría: ja x 10. Son las 6:30 am. Desperté cerca de las 3. Todo para Uds. No se bien qué he escrito. ¿Valía la “pena”?

La fidelidad es un valor que no se relee: constituye aventura.

A ti.

Alguien -se quién y Ud. si quiere también puede saberlo, “quien busca encuentra”- criticó aquí sin maldad alguna la presencia en mí de tal carácter o patología. Este psicologismo, proveniente o no de una persona diplomada, asunto irrelevante, es verdadero. Soy emocionalmente inestable. ¿Ud. no? ¿Quién no? Veamos los días de una semana: lunes triste, martes ausente, miércoles alegre, jueves erótico, viernes cansado, sábado enrabiado y domingo caminante, por ejemplo. Podríamos continuar con otros “adjetivos calificativos” de la substantiva vida, de noche, por minutos, lugares, décadas: “petits enfants petits soucis grands enfants grands soucis”, epifanía, tenis, Puccini, Otelo, depresión, nacimiento de una hija, primavera, aniversario de matrimonio, soledad, alcohol, Coloane, Elba desde Córcega al amanecer, la travesía del Atlántico con la fiesta de los delfines, flotar en la piscina, “plaisirs d’amour ne durent qu’un instant chagrins d’amour durent toute la vie”, don Otto vendiendo el sofá, el nervio ciático, envejecer, el divorcio, la misa, la teleserie, la política, la cama, el dinero, el taco, la miseria, la nación, la belleza, las matemáticas, los impuestos, ¿qué más, como inestabilidad emocional?

Hay límites moralmente infranqueables aunque susceptibles de ser comprendidos: robé, violé, maté de amor, sané tu vida mutilando la mía.

Pero hay más inestabilidad emocional. Así: “¡Eli, Eli, lama sabachtani!”, “aparta de mí este cáliz”, “lo que has de hacer hazlo pronto”, “el escándalo de ver a Dios crucificado”, “desde la nada al conocimiento en el dolor”, “gracias a la vida que me ha dado tanto me ha dado la risa y me ha dado el llanto”.

Y hay ésta, paradigmática, conocida pero a menudo olvidada, que cito “in extenso” antes de interrogarme sobre la supuestamente nada patológica pero sí muy saludable “estabilidad emocional”, sobre la cual Ud. ya ha intuido que representa una sinonimia de la “muerte” recién empezada a vislumbrar como tal por aquella persona a quien aludí en la segunda frase del presente texto. Son palabras en la Biblia del Qohéleth (o Eclesiastés 3.2-8):

“Hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado;

tiempo de matar y tiempo de curar; tiempo de derruir y tiempo de edificar;

tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de entregarse al luto y tiempo de entregarse a la danza;

tiempo de derramar las piedras y tiempo de recogerlas; tiempo de abrazar y tiempo de dejar los abrazos;

tiempo de buscar y tiempo de perder; tiempo de guardar y tiempo de tirar;

tiempo de rasgar y tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo de hablar;

tiempo de amar y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra y tiempo de paz”.

Estos tiempos distintos se aglutinan como uno solo en la eternidad de la emoción forzosamente -para estar viva- inestable. Mueres ya en el duelo permanente. Mueres ya en la risa permanente. Ya en la guerra permanente. Ya en la permanente danza. Ya en la permanencia inerte. En la estabilidad emocional ya.

Nada es más contradictorio que no serlo ante una realidad que sí lo es. La estabilidad emocional del ser requiere como tal su natural inestabilidad en armonía con la inestabilidad inherente a la historia. La inestabilidad armoniosa del ser en la historia funda su estabilidad compartida. Tal armonía lleva juntos cansancio y reposo. Ante el huracán cae el roble mientras junto a aquél baila el junco.

Hay un tiempo para el roble y un tiempo para el junco. Ambos se completan. Sí, soy emocionalmente inestable, como dije. Y al mismo tiempo emocionalmente estable. Siempre he amado, amo y amaré aquello que jamás podría dejar de amar: acto de fe es. Como, inestable, también lo es: siempre podré dejar de odiar aquello que he odiado. Así, abrazadas, inestabilidad y estabilidad emocionales, no yertas en la soledad de cada una separada de la otra, sino unidas, fundan esperanza y amor.

No releo.

Sin Odisea, porque el tiempo, relativo, dura igual 63 años que 1 segundo: en éste caben todos aquéllos y en todo el “segundo” los “primeros”. Nótese la intensa reflexión palabra a palabra que contiene la frase anterior, muy sencilla y releída hasta haber recibido la aprobación del Señor nuestro Dios.

No sin sabiduría ya citada Blaise Pascal escribió en sus “Pensamientos” algo que corresponde ser meditado para la práctica a lo largo de cada instante en la “amplitud” de nuestras terrestres vidas: “Lo último que se sabe (sic) al hacer una obra es lo que se ha de poner en primer lugar”. Puesto éste, ahora en carácter “inicial”, repercute sobre aquello que le sigue, modificándolo hasta el final, el cual a su vez retrocede hasta el comienzo y reacciona sobre éste, rectificándolo de nuevo, de modo que según Sartre “la vida transcurre en espirales”, mas según yo, más sabio, luego de las espirales, ella transcurre en elipses y para “terminar” en parábola; asunto aquí ya explicado no sin fatigas quizás estériles en sus significaciones matemática y religiosa, por ejemplo.

Comenzaré pues por la vuelta y concluiré por la ida. La vuelta fue serenidad y la ida fue risa. La risa precedió a la serenidad. La serenidad trajo en su seno, superada, a la risa. Me refiero a los diez años de exilio político que me fue aplicado por San Augusto Pinochet de la Caravana Riggs.

A la vuelta en Pudahuel, el funcionario de rigor revisó mi pasaporte y el computador. “Usted tenía prohibición de venir a Chile”. “Sí, me fue retirada el martes, es sábado, el pasaporte nuevo es regular, ¿algún problema?”. “Espere un momento”. Lo que hice, tranquilo, mientras él hablaba por teléfono hasta que otra persona llegó y me dijo: “sígame, por favor”. No sin despedirme del telefonista, seguí al obvio tira, quien me hizo entrar gentilmente a una oficina donde había dos tiras más, uno sentado frente a su escritorio y otro -por esto suche- al lado. Se me ofreció asiento frente al jefe. Yo venía vestido como siempre por Hugo Boss. Vi no sin emoción contenida por la ventana el sol matinal ya con smog de mi Santiago querido en el cielo. Callé. Supuse que numerosas personas me esperaban afuera y que por la tardanza evidentemente siguiente estarían inquietándose, pero yo no, salvo por ellas. Hubo una conversación trivial cara a cara, como aquí, sin mentiras. Hasta que el jefe de la CNI en el aeropuerto me dijo textualmente: “Bienvenido a su país, señor Montes. Adelante”. “Muchas gracias, que esté Ud. bien”. Salí y en Itaca fueron los abrazos, las fotos, mi alegría extrañada. Luego, un almuerzo con bastante gente. De pronto, mi padre me lanza en el oído una locura más, exactamente ésta: “Es el día más feliz de mi vida”. Pensé: “¡cuántos días, los más felices de su vida, ha tenido este hombre maravilloso”. Y rápidamente con variadas dificultades traje a toda la familia. Itaca, 1984…: “¡serenidad, hombre!”.

La ida fue diferente. Yo tenía 29 años de edad. Siempre se puede contar más de lo que se narra. Cuestión de no aburrir con egocentrismo de irrisorio excombatiente al supuesto, desconfiado, escéptico y envidioso auditorio durante el asado. 1974. Yo salía con la familia (2 hijos y medio) protegido por la ONU. Pero un alto oficial del Ejército quiso revisar como secretaria de Notario mis papeles. Había allí cuentos escritos durante el asilo en la embajada de Suiza, donde la esposa del embajador era hermana de Batista, sí, el mismo. Un cuento hablaba sobre la historia dolorosa, por tanto triangular, de amor, ocurrida en Vietnam durante la guerra anticomunista llevada a cabo como ahora en Irak por el defensor mundial de la libertad. El hecho en lo que me concierne es que aquel -después supe coronel- encontró por allí escrita la palabra fatídica: ni más ni menos que Vietnam. “¡Usted ha estado en Vietnam!”. Mi esposa al lado, conociéndome, se inquietó, comenzando, como hacen las mujeres, por donde se sabe. “No”. “¡Sí: aquí se lee Vietnam!”. Mi mujer, bueno, imagine; y yo: “Usted ha estado en Vietnam”. “¿Cómo?”. “Sí, acaba de decir ‘Vietnam’ ”. Él reflexiona un momento: “Aquí no estamos para bromas”. Y me dejó pasar. Caminamos con el puño en alto en la fila de los ignominiosos cantando “venceremos”, yo sonriente, con 2 y ½ y US$100, sin saber qué sucedería, pero con una etiqueta negra para el viaje traída por ella, y desde el 2º día todo fue de 5 ***** en cualquier sentido; mientras los pobres pinochetistas sufrían la mediocridad de su condición cultural y moral yo estudiaba, mejoraba, me apiadaba, comprendía más la historia de Chile. Hasta que la palabra “odio” se extinguiese incluso del más íntimo léxico.

¿La Odisea? Bueno. Implícita está en lo dicho. Los “detalles” son vida privada. Fui feliz entonces (ahora también). Eso de la “beca Pinochet” es insolente estupidez típica de una despiadada derecha. Sí, hay retornados aprovechadores, no yo. Pero no sólo retornados. También “quedados”. Somos pues todos “compañeros”. Aunque, sinceramente, yo no. Jamás. ¿Solo, por tanto? No me importa un bledo. ¿“Puro” así declarado por mí mismo? Pongámosle que sí o que no, da igual, y yo creo que no.

Bueno, eso era el cuento de la “ida y vuelta”. Con “inestabilidad emocional”, claro. ¿Quién no? La estabilidad emocional es sinónimo de imbecilidad. Pero debe haber límites para una inestabilidad relativamente razonable. Ciertas fidelidades son de rigor sin búsqueda de recompensa. He sido así fiel a confidencias de derecha, de centro y de izquierda que conozco de memoria y no digo menos por secretos mafiosos que por piedad compartida: una “omerta” sin pagos ni amenazas que consiste en una comprensión humana para mí esperanzadora. Estoy seguro por experiencia vivida que estamos mucho más unidos de lo que nos damos cuenta. Y que el actual gobierno -sin partidismo- está haciendo bien las cosas. No se trata ahora de “política”. El cuento va más allá que eso. Lo planteo -como dije en algo del tipo “a quién escribo yo”- a la derecha. Se trata para ella de una Renovación Espiritual más que de una Renovación Nacional, de una Unión Democrática Independiente (¡qué ridículo nombre!) o de una Alianza cuyo apellido olvido. En fin, no es cuento mío. Veo sí signos de acercamiento de Bachelet a Alvear y recíprocamente que me parecen sugerentes en esta Odisea, donde el canto de las sirenas aturde a Ulises. Existe ahora en Chile un cambio cultural de gigantescas proporciones por lo general inadvertidas entre dimes y diretes,… ¿por el Transantiago, “ya muerto” según el querido Hernán Larraín? Son leseras. Amigos, esto no es la UP ni Uds. PyL. Si la derecha quiere hacer buen gobierno, necesita una candidatura dotada de verdadera humildad, de generosidad, probidad, autoridad moral, “hechos y no palabras” en otro estilo, valentía, claridad, concisión, eficiencia, rigor, apertura, cultura… ¿Es pedir peras al olmo? Sí. Alvear gana a Piñera. Yo nada tengo contra éste. Mis críticas a su respecto van dirigidas únicamente -si quiere comprenderlo: pero es tan autista- a que sin tanta gesticulación repetitiva se eleve de verdad, sobre lo cual dudo.

Así, entre la ida y la vuelta la “odisea” queda escondida. Por lo demás, cualquiera “alternancia” sería de significación marginal. Ulises se fue, volvió y fue sin embargo reconocido por Penélope, del mismo modo que él la reconoció. Durante la dictadura hubo un tremendo cambio en la cultura económica impuesto a Chile, sobre cuyas consecuencias digamos benéficas sólo reparamos ahora, cuando por ejemplo el país detenta el 1º ingreso per cápita en América Latina o es invitado a ser miembro de la OCDE. Y hoy, también ignorándolo hasta más tarde, existe un tremendo cambio en la cultura propiamente tal, que avanza a “little steps” pero va, y no para mal, con crecimiento y menos desempleo a la vez. La derecha, este Ulises perdido en el océano, debería tomar en cuenta estas realidades para ser un aporte real, cuando los conceptos de “izquierda” o “derecha” dejan de ser importantes.

¿De qué se trata, en realidad? Nadie lo sabe. ¡Y está bien que así sea! La introducción de la incertidumbre en el discurso político es una condición para la eficiencia de la modernidad democrática. El sabelotodo es ya afortunadamente neolítico. Más que los programas importa la confianza que inspiran las candidaturas. Más ésta que el marketing. Menos marketing: mejor marketing. Menos plata: más plata. Como cuentista político Ph.D., nada me importaría ya, a estas alturas, ser consejero o nada de Alvear o Piñera. Aunque mi inestabilidad emocional, siempre fiel a ciertos principios, favorables ahora a una alternancia, me lleve a pensar que la Alianza no está aún preparada para asumirla: más valdría quizás pensando en la estabilidad emocional de Chile otra rutina -responsable- del concertacionismo. Pues -intento ser objetivo- 20 años de dictadura hicieron bien pero mucho mal para Chile, en circunstancias que 20 años de democracia han hecho mal pero mucho bien para Chile. ¿O, con seriedad, me equivoco?

Ulises de vuelta ya vuelve a estar en ida por el aburrimiento desesperante que le produce el beso burocrático de la tejedora; sin sospechar aún él que entre punto cruz y punto cruz ella tenía su propia odisea amorosa e infiel, disfrutando de no necesitar para ello del tedio consistente en viajar asegurado menos por una nave que por un tejido y libidinoso sedentarismo ciudadano: sin que nadie pronunciase una palabra, Ulises de vuelta, Panzer engreído, fue visto como un enano definitivamente cornudo entre las lanas republicanas, por no haber sabido que ir era ya volver.

No releo: es tarde y Zamira me llama para entibiar nuestras almas. Hoy he tenido un día feliz. Gracias en buena parte a Uds. Ignoro cuál es el sentido de este escrito. Miento: es otra pregunta.

Es hermoso objetivo. Pero inevitablemente lleva a Sócrates: «Primero, conócete a ti mismo». ¿Quién lo ha logrado? Nadie. Entonces, el objetivo del título representaría una imposibilidad. «A lo imposible nadie está obligado». Además, Sócrates bautizado (¡herético!) retrospectivamente por la Iglesia (antes de Lutero) como «anima naturaliter christiana» (!) había aseverado: «sólo se que nada se»; por lo cual no cabría tomar mucho en cuenta a tal ignorante. Sus primitivos discípulos, entre ellos Platón, del Ágora ateniense, admiraban esa frase del Maestro: «¡cuánto sabe él, quien por lo menos sabe que nada sabe, mientras nosotros ni siquiera eso sabemos!». Como yo, sin embargo por completo contrario a Platón, por su esencia totalitaria y clasista según -aquí convincente- Popper a este propósito ya citado. Pero dejemos la presente argumentación diez veces dicha de lado: si ni siquiera se que algo sepa, quizás algo se. Mejor que Sócrates, ¿no? Quizás. Un bolero no vendría mal: «La vida es casi un quizás».

Cometí una trampa en el párrafo precedente. ¿Alguien la advirtió? ¡Por supuesto: los 54.000 participantes!, cuyo número no cesa de seguir en aumento, por sospechar ellaºs con razón de mi despedida anterior -¿penúltima?- una argucia más del marketing que urde hábilmente desde los U.S.A. nuestra querida Administración. Pero no me refiero aquí a los ardides de ella sino a uno mío, muy inmoral, que para adquirir buena conciencia fácilmente confieso: hice del verbo «entender» -gracias Rogelio- un sinónimo de «conocer». En circunstancias -¿comprendieron?, «¡sí!»- que lo primero atañe más al intelecto que al afecto mientras lo segundo es viceversa, aunque suelan competir, besarse y sin éticamente interdicta PDD reproducirse, debido al mandato demográfico que hemos leído, salvo en China: «creced y multiplicaos». Estoy bostezando de tan humorístico que me hallo. Son los medicamentos. Otra siestecita.

Entre «conocer» y «entender» (cf. «La calidad de la educación») la diferencia, obvia, puede ser dejada de lado. Nos quedamos así en «entender a los demás», subentendiendo por afecto que puedo entenderte sin conocerme. ¿Cómo? Por compasión: estoy en ti y desde ti, aunque tú no, «ni ahí», pero mejor globalmente sería que también sí, en tu casa iraquí o en las 2 Torres del 11/11: posiciones, enroques, detalles de los «mates». «los DD.DD. me tienen curco», qué importa una vida, qué seis millones de muertos, sólo un quizás, casi un quizás, quizás, quizás.

Entender a los demás te incluye pero te sobrepasa. Eres la aguja en el pajar de las agujas. Todas y cada una entendidas en su indistinción, en su exacta indiferencia. Conmigo, también aguja, por ahí me deslizo. Cada una busca entender a las demás, a algunas por lo menos, o aunque sea sólo a ti, pero incluso aquí en ti únicamente veo, a mí fuera de mí, inentendible: un espejo, una galería de espejos, un sentimiento de extravío al comienzo en diversión mas luego en desesperación, no hay salida, debo ir al «revés», es la paja (¿yo?) que he de buscar entre las agujas y entenderlas por amor. Pero pinchan. Son de acero. Tienen un hoyito. Éste prefiere a un camello que a un rico. Yo, pobre paja, flexible como la economía de Bachelet, voy incursionando de hoyo en hoyo, mientras el camello desinteresado por esa montaña de agujas sin orificios discernibles inicia sin fe su travesía del desierto. De paso, mira con desdeño al monte Sinaí, olvidando por completo a los Ojos del Salado.

Pero todos debemos entender a los demás. Y yo. Por tanto, nos entendemos. Veamos.

– ¿Nos entendemos?
– ¡Si!
– ¿Me entendéis?
– ¡Sí!
– ¿Os entiendo?
– ¡Sí!
– ¿Os entendéis?, gritamos todos a todos y a cada uno.
– ¡Sí!, coreamos todos.
– ¡Somos felices, soy feliz!

Nadie sabe qué entiende de los demás pero todos saben que los entienden. Para no complicarse la vida, nadie se interroga sobre cómo es esto, entender sin entender concretamente nada, entender sólo en el vacío pero ni siquiera al vacío como tal, entenderse únicamente «de más». Es negativa tácticamente inconsciente a dicha auto-interrogación. Da buena conciencia -«hay cosas que siempre escaparán al entendimiento humano» (cf. supra: Einstein)- pero tal negativa permanece por algún lado como agujereándote, te dice «insatisfactorio», te culpabiliza, te insulta despreciativa en la multitud individualizada de cada hoyito: «paja».

Entender a los demás es sin los demás sólo entender, sin entender qué es entender pero entendiendo, sí, que entender contiene la súplica de tender, con «ten» petitorio y generoso en castellano, con «der» de neutralidad universalista y asexuada en alemán. «Entender a los demás» sería así sin entenderlo el nexo entre la deducción y la inducción de la compasión como requisito de la vida. Tu pecado es mío. Tu dolor es mío. Tu castigo es mío. Tu inentendimiento es mío. «Et ainsi de suite». O al revés, que no escribo por hermoso que fuese a fin de terminar porque de siestecita nada hubo: apenas un aurífero y no vagabundo pero esta vez recto como en la derecha pipí. Ni, más acá del revés, algo distinto. No. Se acabó.

Ahora sí entiendo a los demás como ellos me entienden a mí mismo. Un colega, profesor francés, me dijo un día de invierno nevado y frío: «Haciéndote el tonto, tú escuchas todo, casi todo, no sin -por pudor mezclado a compasión- a menudo callar, pero he visto que a veces tus silencios sobre el fondo son considerados entre palabras o sin éstas como un sentimiento autodeclarado de superioridad y de menosprecio a los demás; pero yo entiendo que no es así» (René Hérault, participante de A.I.).

Así es. Mucho por c.e. Por la Administración, siempre amiga. E incluso, como consta y constará, en A.I.

Pero el asunto no es broma y lo advertí tres veces hace tiempo ya. Aquí se “cuartea” mucho pero no se participa ni -salvo contadísimas excepciones- se me estimula o desafía intelectualmente, sino muy poco (agradezco a quienes lo han hecho). He llevado adelante un esfuerzo grande en lo personal, Uds. lo saben, sin adecuada respuesta para mí exigente en el plano neuronal ni -por supuesto- un voluntario apoyo económico. En Chile se tiende a creer que “yo” poseo sin esfuerzo de ningún tipo el derecho adquirido y perezoso a la mendicidad conceptual y monetaria. Aludiendo a lo último, pedí colaboración y recibí un insolente comentario, algo así como: “Arturo Montes muestra ahora la hilacha, pasa el sombrero”. Mientras otros participantes escribían que el sitio es lectura estudiada y obligada en su familia, con hijos y todo.

En resumen: mucho ruido y pocas nueces. Hábito vergonzoso en las clases alta y media de Chile. Falta incluso de comprensión y de elegancia. ¿Para qué entonces seguir así, además dolorosamente convaleciente? Muchas manifestaciones de solidaridad recibí durante mi hospitalización. Me conmovieron y las agradezco. Pero seamos francos, ¡fáciles son! Y dan buena conciencia.

No. Así no sigo. La Administración me mantendrá informada por c.e. sobre una evolución eventualmente positiva y concreta en los aspectos señalados: compromiso realizado de más trabajo intelectual; y de voluntario apoyo económico. Si esto no ocurre, haced lo que queráis; y yo otra cosa: Dios ya me indicará qué. En este caso, la experiencia de “Amaneciente Incertidumbre” habrá sido de todas formas positiva, no sólo en el plano cuantitativo pensando particularmente en el Estadio Nacional de los “voyeurs” sino además en lo cualitativo al observar cómo funcionan tantas “almas” de nuestro país.

No abriré otra vez A.I. hasta que la Administración me lo indique, por haber ella comprobado un cambio concreto en los dos sentidos indicados. En la perspectiva específicamente intelectual, me parece que ya hay material suficiente para imaginar, innovar, profundizar, sin mí. ¡Muestren sus capacidades! Ello les ayudaría. Y sería una buena técnica de creciente formación común. Yo ya he puesto mis cartas sobre la mesa, sin ir más lejos, por ejemplo, que el terreno político. He expresado qué Chile anhelo. Etc. Tal trabajo es estéril sin colaboración. La pelota está pues ahora en su cancha, júntese, no en la mía. Mi amistad sincera.

Sí. Así, sí, considero después de este mismo momento irremediablemente ya pasado aunque aún futuro porque todavía no escribo lo que iba a escribir si no lo olvidé, no, debo por orgullo público sobreponerme y recordar, ¿recordar qué?, ah, sí, comprobad que tengo memoria: considero desde el punto de vista estrictamente literario que lo menos malo escrito por mí en este sitio -sin ser releído en absoluto, ni siquiera recién- fue “Lituraterrae”, poco comentado, parece. Fue un ejercicio sin fondo. O cuyo fondo era la forma no amanerada. Me divertí al escribir el desarrollo frase a frase de esa lógica verbal. Ninguna frase llevaba a la siguiente. Pero cada frase seguía a la anterior. No había otro concepto que el deslizamiento espontáneo y cosquilloso de las palabras mofándose alegres de sí mismas. Ese ejercicio literario ha sido para mí mejor que mis ciencias, mis estupideces, moralinas, etc. Fue frío por fuera, caliente por dentro. Así, sí, así es, la literatura pura. Demasiado “sutil” para el “autor” destinado a gente excesivamente, según él, inteligente. Cual Borges: una lata. O, más lata, yo: lat(aº=±1, de lo cual se desprende en el agnosticismo que i=√-1, pero descartando lo inimaginable, vale decir Dios, aquello torpemente llamado Dios o Elohim-Adonai sin decirlo pero dibujado como un rectángulo abierto abajo con una línea horizontal al medio, Dieu, my God!, Dio, Deus, Zeus, Visnú, no Buda, etc.). Sí, así sí, ridículo soy: magnífica estaría la no releída (¡créamelo!) “Lituraterrae”; que ahora quizás releeré, pero ya son las 5:41 am., mejor no.

Los chilenos somos tontos. Salvo excepciones que se aprovechan de los demás. Somos incultos salvo unos pocos. A la gran mayoría importa un bledo la cultura -“una lata”- y una minoría dominante confunde un poco de erudición con cultura, demostrando así su incultura. Los chilenos somos por lo común ladronzuelos y en menor escala ladrones, ya sea encarcelados por un tiempo, ya sea dignatarios de la nación. Los chilenos hablamos mucho de nuestras proezas sexuales sin practicarlas. Somos borrachines, mal vestidos o sea correctamente vestidos, somos cobardes, hipócritas, violentos contra el más débil. Somos vulgares en la seducción. Hablamos un pésimo castellano. Carecemos de originalidad pero somos buenos copiones, actividad de por sí despreciables. Medimos en promedio 1m.68 cms. de altura. Somos gorditos. Los chilenos son muy mentirosos y muy hipócritas. No así cínicos: lloran sentimentales por cualquiera cosa. Somos muy susceptibles a una crítica en especial velada y por tanto preparadores de una traición o de una venganza, calculadas, soñadas, inactivas, fracasadas o no, aunque exitosas en las pesadillas. No sabemos perdonar. Decimos que sí pero no. Eterno es el rencor de la mediocridad. Pusiste el gorro cien veces a tu mujer, es explicable, en el fondo ella tiene la culpa, tú eres inocente, pero ella te lo puso pocas veces y esto resulta por lógica inadmisible, imperdonable y justificativo de tu moral “chipe libre”, hasta la destrucción de la pareja y la desolación de los niños, prontos marihuaneros y según la clase, la mesada o el robo intrafamiliar, cocainómanos. Al lado de esto hay rentables instituciones de caridad que piden por extorsión moral a la ciudadanía “los cinco pesos” del vuelto en los supermercados, sin que se sepa dónde van los multimillonarios cinco pesos por mí jamás dados: entrego cien al niño que preparó las bolsas. Esto, cuando iba a supermercados. Los hombres chilenos somos lateros, incapaces de hacer reír a las mujeres salvo por la tele o por el dedo a veces, incapaces de inventar un cuento a una hijita, a veces violentos, con golpes a ella y a ellos. Feo “Chile lindo”.

¿Y ellas? No caeré en la exaltación torpe en género femenino de la mujer chilena, de la bandera nacional “más bella del mundo”, la empanada, la maternidad, la indiferencia sexual ante el marido, la fatiga permanente, la habladuría impensada que se declara entre amigas “capaz de matar” porque el pelotudo duerme y duerme haciéndose quizás el dormido, no. Seré más feroz que eso. Más ladronas y mentirosas que los hombres son, sólo que éstos lo saben y callan para evitarse fuera de la pega un conflicto más. Ellas se quejan. Hay las facturas. Los hijos desganados escuchan y parten a los juegos pornográficos y pedagógicos del computador. Padre y madre quedan en silencio. Él se da cuenta que el volumen de la botella de whisky ha bajado ostensiblemente. Ella nota que él lo ha notado y como es lógico en una mujer calla. Así es la mujer chilena: calla, calla y calla sobre lo profundo; y chilla, chilla y chilla sobre lo superficial. Es pues cueca, no más. O entre cuicas “El Danubio Azul” para el baile con el marido odiado después, en la fiesta matrimonial ya no en casa, sino en algo como la casona. Pobres mujeres chilenas. Lamentables, más ricas que pobres. Llenas de cremas a fin de evitar arrugas. Pelos teñidos para negar la vejez y seducir a nadie. Viciosas en clase alta de las teleseries y por democracia en clase baja también. Se casan jóvenes y al mes están decepcionadas. No hay caso. Los hombres son unos huevos. Pico normativo y listo. Y yo, mujer, solitaria. Dais pena, mentirosas de baja talla. Aunque vayáis inflándoos. La cara se os entristece por la ocupación deliciosa de hijo a hijo, esos pelotudos de mañana.

Chile lindo.

Así se titula una canción de Clara Solovera que puede no emocionar ni por la melodía ni por la letra pero que todoª chileno conoce de memoria y sabe bien o mal cantar. Chile es una palabra cuyo origen y cuyo significado son numerosos y por tanto inciertos, de modo que cada persona puede quedarse, sin base científica, con los que más le gusten y entre ellos, yo, “del mapuche antiguo: gente de la tierra”. La palabra también designa a nuestro territorio. “Faja larga y delgada”, más evoca en mí la forma de un puñal o de una pierna femenina, mas no esta extremidad acuchillada, aunque Mariano Latorre la haya designado como “loca geografía”; y demencial sería amputar por arterial corredor aquella pierna, que el puñal defendería.

Personalmente considero -parodiando a Latorre- que Chile presenta una sabia geografía. Según la alegoría de ese autor, Dios, al crear la Tierra, vio que una pizca de los numerosos y diferentes materiales con los cuales había hecho al planeta -sobrantes restos o escombros- fueron botados como charquicán en este basural: Chile. En cambio, yo quiero imaginar que el Creador, cual artista, fue juntando los materiales más hermosos y valiosos muestras, constituyentes al final de este mosaico natural: Chile lindo.

¿Es lindo Chile? Sí. ¿Porque algunos chovinistas en su mayoría desconocedores del exterior lo aseveramos sin mayor argumento que “los bosques del Sur”, “el Valle de la Luna” o “puras brisas te cruzan también”? No. ¿Por sus ciudades, entonces? ¡No! Tierra de terremotos, ésta aconsejaba a la población el sentido de lo transitorio, de la improvisación inmediata y de la sinonimia entre la estética y el abrigo, objetivos que por lo demás cumplían hasta el próximo sismo y más allá de éste las rucas araucanas, impermeables a la lluvia como al “calentamiento global” y rodeadas por ese Manhatam de rascacielos góticos que naturalmente representan milenarios alerces, araucarias, fragancias de tranquilizadores y barrocos boldos adornadas de copihues, fiesta chilena de arrayanes, de bellotos, canelos, coigües, lengas, lingues, maitenes, melíes, notoros, raulíes, sobres, tepas, ulmos: arquitectura vegetal bailada desde la loica al cóndor, acompañada desde la llama en el Norte Grande hasta el Gran Sur. Este país vegetal de la tierra cobriza arriba del mapa donde el aymara tiene en su piel el color del cobre, transformada en ferrosa abajo del mapa donde el huilliche tiene el color violáceo del hierro, trae peces y algas de todas las especies en su inmenso océano generoso, trae sauces de noche llorones, álamos de la zona central, viñedos, manzanas, trigales, moras, caballos, perros, vacas, televisión abierta es decir cerrada, ganancia ahora en la ruleta planetaria, injusticia social sin violencia mayor, problemas exagerados por amor al desahogo, sí, este país, Chile lindo, ¿lo es por su gente? Recuerdo esa orden de Cristo ante tal tipo de pregunta: “dí sí, sí; o no, no”. Difícil, muy difícil. Acorralado en la alternativa obligatoria de Jesús -muy peligrosa, amiga, muy peligrosa-, me inclino no sin dudas ni cálculo de probabilidades a decir, como en aquel plebiscito: “no”. En Chile Lindo la gente salvo excepción es fea de cuerpo -obvio- y de alma, también obvio. ¿Para qué ejemplificarlo? Cosa ya hecha en su estilo burlón, humillante y paradójico por nuestro “lindo” Lafourcade. Yo no soy él. Carezco hasta siempre de “palomita blanca”. Voté “NO” (como Piñera). Sin embargo, en Chile Lindo hay gente linda. No digo de cuerpo como la Miss Universo o como otras mujeres y varones con sus tangas del pudor paseándose por el mosquerío de Reñaca, de Pucón, etc.; haciendo horas de cola en auto para la próxima pizza o langosta; exhibiéndose en un “yate” rasca al borde de la playa; conversaciones insípidas; infidelidades de la repetición mientras el tiempo pasa;… qué cosas más aburridas, las conozco de memoria. La sola idea de ir otra vez al ***** de Algarve. Y no digo más: la provocación exitosa de la envidia, del arribismo para la anécdota del retorno, son fuente normal de desilusión. Yo, al decir “gente linda” en Chile no me refiero como la ex encargada de CEMA a las taxistas del barrio alto. Aunque haya entre ella para citar un solo caso a nuestro participante “corazón de miel”: Leonardo Godoy Echeverría. Todavía tan interiormente “escrupuleso”, a pesar de los años. No. Me refiero sin demagogia a gente pobre. Es allí donde he encontrado a la verdadera “gente linda” del alma y a veces también del cuerpo en Chile: sabiduría, alegría, paciencia, generosidad, cristianismo de verdad, capacidad para escuchar y para compartir el silencio, compasión, agradecimiento de corazón, respeto, honestidad, sentido del perdón, dignidad con bajo ingreso, en fin. De un gran empresario chileno oí decir durante una reunión de élites también gubernativas, sin advertir yo ni un sesgo de hipocresía ni de cínico interés en su palabra, para mí sin embargo inquietante, perturbadora, esperanzadora: “Lo mejor que tenemos en Chile es nuestros trabajadores pobres”.

Sí. Chile Lindo. Cada vez más lindo. Ello implica en mi concepto inversión energética, un poco más de calidad educativa, respeto interclasista y, claramente, menos desigualdad económica. Mientras esto no ocurra, por más esfuerzo que se haga, decir “Chile lindo cómo te querré” continuará dejando el sabor amargo de una mentira.

Estoy seguro que tras la pantalla en silencio estás tú, visita. Te veo. Tu cara atraviesa hacia acá mis letras. Más acá de éstas apareces sin darme gusto. Conozco tu nombre. No vale la pena escribirlo. Por ahí andas. Con furúnculos en la cara. Antes del 64 demo. Antes del 73 Mapu. Con el 73 pinochetista. Después del 89 independiente. Siempre simpático, débil, heredero. Esposa fea. Hijos tontos y guatones que apoyas poniéndoles corbata. Sin hablar de ése, pobrecito, débil mental, bueno, qué se le va a hacer, culpa de Mendoza a caballo los dos. Indigno de tu padre y de tu madre. Alguien te nombró “sapo repugnante”. Un pendejo viejo con brazo chico te lo contó. Sigues sacando plata por aquí o por allá. Como sea. Siempre sonriendo, muy “honesto”, muy cobarde. Es tu mujer quien te manda en todo. Nada decides por ti mismo. Salvo ir de repente a putas por causa de reunión profesional, qué valiente. Estudiante menos que mediocre ya sesentón. Especialista en timbres y papel sellado: tu memoria en Derecho. Nota final: 4. Y gracias al papá Q.E.P.D. Le robabas, como me dijiste y explicaste. A veces sales en la tele por un segundo. Tus opiniones son ahora siempre ni sí ni no, más o menos, habrá que verlo, en realidad no es de mi competencia, en democracia debe ser conversado. No eres un mal tipo. Más bien bonachón. Con vocación de esclavo cambiando de amo a ama que te azota dirigiéndote, ella, la alcaldesa herrera, quien bota la ceniza al suelo y llama a la doméstica -Margarita- para que la recoja. Eso es clase alta. Tú robándome con el del brazo chico 17.000 dólares mientras yo estudiaba en París, 1969. Tú que perdiste a la Juanita menos tonta que ésta, todo por más dinero y por el apellido. ¿Quién eres tú? Una medusa sin capacidad de envenenar exceptuadªo una hija con trisomía 21, creo. Motivo de obras caritativas para la gorda Mamma en su ridículo BMW y tú con tu JAGUAR más irrisorio aún. Todos felices, pues. ¿Qué eres? Nada. Podrías haber sido alguien, si hubieras sido más sincero contigo mismo. Pero no. Tu sabiduría sobre tu mediocridad que todo el mundo reconoce te llevó a ser sirviente para buenas propinas y algunos hurtos no pequeños, con el prudente oportunismo que venga al caso. ¿Vale la pena vivir para algo así? ¡Sí!: “toda la gente es así”. Y tienes razón. Pero yo ni otros formamos parte de esa curvilínea calaña, Hn, despreciado incluso por los “tuyos”, cuyo billete para el JAGUAR les hace sonreír, pues en el fondo eres y serás siempre un tonto útil para lo que venga. ¡Pensar que durante un tiempo creí en ti! Hasta el día en que nos encontramos inmediatamente después del golpe y ya de súbito pinochetista te burlaste, calle Agustinas, ante el sufrimiento de tu cuñado “asilado”. Te miré. Y pensé callado: “sapo repugnante”, cosa que dije años más tarde al compadre mal agradecido del bracito. Sin insultar a los sapos. Sólo por la física del alma tuya. Pobre niño. Dado que por débil, me dijo tu primo, careces de respetabilidad y de confianza para todos -me lo aseveró entonces un hombre pronto asesinado- eres un comodín. “Tú”. Eso eres. Lo lloro por tu madre, tan digna y aún felizmente viva. Me escribió una carta de puro amor, después que falleciese tu padre bien querido por mí. Aquí la tengo. Pero poca es la gente limpia entre la gente sucia que se hace pasar por limpia e incluso lampiña; como otro cuñado tuyo. Uf. Sucio eres. Mentiroso. Ladronzuelo. Inculto. ¿Quién eres? ¡Toda la ciudadanía, si no fueses insignificante, lo habría adivinado! Pero alguna gente sabe de quién he escrito. Doy un solo ejemplo: el director de “El Mercurio”. Podría dar más ejemplos. No vales la pena, “tú”.

Pido a cada participante de A.I. que “¡adivine, buen adivinador!”, sobre quién es el tipo o prototipo esbozado aquí. Veamos.

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