La hija, pequeña (2 años), juega. El padre la observa sin que ella, concentrada en el juego «pedagógico» (esas latas), tenga la más mínima noción de estar siendo observada con silencioso amor. De pronto, ella, en movimiento, cae y se golpea fuertemente la cabeza contra el suelo. La casa se sacude en el alma del padre, quien permanece sin embargo
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silencioso y asombrado: la niña, sin un quejido, continúa el juego. Pero de pronto ella siente por humedad ambiental la piedad del padre, lo mira y la ve. Entonces irrumpe en quejumbroso llanto, corre a los brazos de él, «¡me duele, papá!». Escena conocida y sin embargo misteriosa. Alguna gente tontita piensa: «Está haciendo teatro porque la vi». Gente superficial y egocéntrica.

El golpe físico y afectivo, afectivo y físico, es lo mismo, no causa el sentimiento del dolor. Éste es sucesor de aquél. No por lentitud del sistema nervioso que tardaría un «segundo» entre el golpe y su recepción cerebral, luego lacrimal. No. El asunto -diría Kundera- esta «en otra parte» («La vie est ailleurs»). Sigue ahora mi discutible pero vivido y reflexionado concepto sobre esto. Léaselo con suma atención. Restregaos los ojos de vuestra genialidad.

El sentimiento del dolor proviene no del golpe recibido sino del esfuerzo por reconstituir el proyecto que el golpe ha interrumpido.

Releed.

No hay dolor sin proyecto. Pero, proyectamos: ¿pan para mañana? Somos interrumpidos por un golpe exterior y/o interior. La memoria del metalenguaje nos señala el esfuerzo ya adolorido de la hija corriendo hacia el futuro: el padre apiadado. Y, roja, caliente, ella llora.

Cosa parecida podría ser dicha sobre hijo y madre, por cierto. Sí, esta precisión era inútil. No la borro. No todo es utilidad. Salvo quizás para el competitivo Partido Neoliberal (PN).

Fui breve. Entreveo desde aquí ese tema que interesaba a don Pedro, ahora tan reflexivo e inquieto: buena crisis. Me refiero a «El dolor del miembro fantasma». Tema esencial que permite ir más lejos que el concepto aquí ya expresado. Me parece que ese concepto no debe ser aprendido de «memoria». Sí meditado en siesta de la poesía. Como ahora mi mujer. Se siente amada porque me sabe con ella y con Uds.: nosotros. La temperatura del alma es comunicativa. Como el dolor. Y como su sobreviniente alegría: ésta, mía, ya la ven. Sigamos juntos. Traigamos más voces. Inventemos una comunicación que esté más a la altura de nuestra potencialidad amorosa.

Y ya, viejo veinteañero, voy a tu blog. ¿Pero con derecho a un descanso previo?

Advierto que el concepto dado sobre «El Dolor» y mis propios comentarios narcisistas sobre él revelan mi intrínseca fatuidad general, en cuyas redes sólo cae desde luego Dios, mi compinche.

Introducción al lejano e hipotético «El dolor del miembro fantasma» es ésta, mejicana, cuates:

«El dolor que siente el perro cuando le cortan el rabo es como el dolor del rabo cuando le cortan al perro».

Os amo.