You are currently browsing the monthly archive for octubre 2010.

“¿Se pregunta algo Jesús: qué?” me pregunto yo, tendiendo a responder tras breve síntesis, sin duda imperfecta de mis lecturas bíblicas, que nada, salvo didáctico, lo cual no dejaría además de tener cierta lógica, si Dios existe, si Cristo es Dios y si Él sabe todo, tornando así inútil cualquier cuestionamiento suyo de orden propiamente filosófico.
 
Uno puede concebir, claro, que “antes” de la Creación el Señor se interrogó sobre si practicarla o no, pues “no juega a los dados”, pero esto es cosa sólo de uno, y digo “sólo de uno” no por desdeño al valor de la imaginación dada por Él como componente de la Obra traedora de sus huellas digitales y capaz según se ve de algo tan inimaginable como imaginar aun pobremente, más allá de lo sensorial y de lo imaginable, al mismísimo Ser Inimaginable: Dios. Cuya esencia en cuanto Amor estaría demostrada de acuerdo con mi fe por su Encarnación, más aún todavía prometedora antes de la Ascensión hacia “otros rebaños (…), pero dentro de otro tiempo me volveréis a ver”.
 
De acuerdo con mi recuerdo, poco en rigor filosófico es que filosofan hacia su interioridad y hacia la misma vida los niños. Es normal, no son Dios. Mas en más que algo se le asemejan, más al parecer que el resto. El niño observa. El adolescente se ilusiona. El joven adulto empieza a ejercer planes. El adulto se carga de responsabilidades que comienzan a cansarlo. Luego ya se sabe sin que en definitiva a pesar de la filosofía ferretera algo se sepa, quizás.
 
Pero el niño observa. Huele la madera. Escucha al viento. Siente la palpitación de la piedra. En esto y otras cosas parecidas, sin casi preguntas y menos sobre su ser, consiste por divagación a veces o a menudo insana su forma de filosofar, próxima por comparación de otros seres a Dios. “Sed como niños”.
 
La mujer no piensa. Ella tiene los pies en la tierra. Produce leche. Riega plantas. No escucha pero no se la va una en la práctica del laburo. Habla de preferencia gritando sin cesar. Así conversa y filosofa con su hombre, auténtico filósofo. Ella expresa mal su lenguaje que él tampoco escucha habiendo ya optado para no irritarse en exceso por callar, sin que esto por gentileza le impida de vez en cuando decir algo. Existe un diálogo de locos. Ella es inocente por su sexo y cree ser escuchada, mientras él sin escucharle sino una palabra entre cien la retiene en la memoria para servirse de aquélla como reconstituyente en simulacro de alguna comunicación inteligible. Mientras él aburridísimo y con urticaria estaría si no fuese porque en el ínter tanto trata de relacionar el significado del sistema estelar con el dinero. Entretanto la hija adolescente en ensueño de amores rasca su cabeza y el niñito mira ya durmiendo por la ventana de sus ojos cerrados. Las parejas van trayendo cada vez menos hijos. Soy el mayor de nueve. Miguelito no tendrá más de dos ya habidos. No juzgo. La Creación tiene límites como he repetido hasta el cansancio porosos y para limitar parabólicos en aras de la encarnación y de la ascensión acompañada tras el regreso de Jesús, pródigo, dentro de otro tiempo.
 
Pero hay otro asunto casi olvidado. Es justamente el cuento del tiempo. Si digo que “antes” de la Creación Dios se inquiría sobre su factura es que me estoy haciendo una idea sobre la tridimensional temporalidad, sin tener al respecto -perdón- ni la más puta idea. Pues, patudo, me pongo en condición de sabiduría divina en relación con el pasado y por tanto del presente como asimismo del futuro; ¿por qué no entonces de la eternidad afofada cual noción muerta de su redundancia carente de todo sentido? No. No tengo el derecho ni la capacidad para percibir aquella tridimensionalidad ni como substituto provisional y sintético una marmórea eternidad; allí donde yacen los elegantes epitafios de la soberbia hecha aun sin tiempo polvo. Sospecho que fue sencilla pedagogía de Cristo su distinción trinitaria del tiempo. No habría habido un “antes” de la Creación. Ésta es. Su movimiento no existe. Pero entra de nuevo aquí a jugar el resquicio amoroso golpeado por Juan: “En el principio era el Verbo”; las palabras como juego matemático para la rica miseria humana.
 
Resumo aproximadamente ab initio. “¿Por qué?” es pregunta típica de Platón. “¿Para qué?” lo es de Aristóteles.
 
“¿Para qué escribir?” sería pues dentro de este esquema un interrogante de orden más bien aristotélico.
 
Sartre escribió que escribía para alcanzar la gloria y, en otro texto, para ser amado. Yo no soy Sartre. Tampoco escribo, si esto se llama escribir, para alcanzar la gloria, que francamente me importa un huevo. Y ni siquiera en el fondo para ser amado, pues no sin contradicciones ya me siento serlo no sólo desde luego por Dios, mi compinche Señor, sino también por gente, por animales, vegetales y minerales como por ejemplo tú. Con lo cual basta y sobra. No temo a la muerte. Pero sí a morir en el dolor del cuerpo y del alma. ¡No ocurra esto!
 
El cuerpo ya duele. Importa. Pero es bebible. Algunos sedantes que atontan son suficientes para ello. Atontarse es adormecerse sin pesadilla ulterior.
 
El alma también ya duele. Es por el bien que no he hecho y, quizás más por nueva patudez, que debido al error y al mal hecho, como cuando violé antes de estrangular a mi hijo espurio de dos años: una delicia de arrepentimiento. En realidad me siento finalmente bueno. Mas no se trata de esto al terminar las presentes líneas. Yo he escrito para amar y para dar amor como búsqueda del amar. Y en esto Sartre tiene en parte razón (aunque yo no habría planteado la cosa como él). Pues no se podría amar sin la felicidad de ser amado.
 
En mi escritura he querido eso. Pero mostrando por lo menos desde mí la contrariedad del ser humano. Escribiendo voluntarista,  incluso con frecuencia estupideces en lo posible desconcertantes aun para mí del ser humano, pues ¿no estamos a pesar de un anhelo a la bondad, extraviados? ¿No es nuestro cerebro una enredadera de carne? ¿Cuántas angulas se revuelven mordiéndose y remordiéndose en nuestros amantes corazones? Cristo incendió sin otra razón que según toda verosimilitud megalómana a aquella inocente higuera. Esto no le plantea pregunta. A mí sí. ¿A usted no?

Leo en el Evangelio de hoy, Lc 12. 8-12: “Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre se lo perdonará”. Perdonado estoy pues al tratar como “hijo de puta” a Cristo, sinónimo reconocido, entre otros como Jesús por ejemplo, de “Hijo del hombre”. Curioso esto, por coincidir también con ser, como se sabe, “hijo del Padre”. De modo que el “hombre” sería al mismo tiempo “el padre” incluso de sí mismo: ¡Y Dios! ¿Usted o yo, hombre, el Mesías? Curioso. No entiendo. ¿Pero es exigible comprender la fe? O hubo quizás un error de escritura cometido por Lucas, por sus reproductores… Vaya yo a saber. La fe por sí misma es curiosa. Nada de curioso por tanto en que me resulte curiosa y aun ilógica. Pero poco tendría que ver la lógica -ésta, sólo humana- con la fe. Me resigno así con alguna incomodidad a no entender lo dicho sin que ello afecte en sustancia a mi pobre e ignorante fe. ¡Es tan fuerte y sabia que resiste a esas características que la contradicen! De la fe nada sé. A lo sumo la supongo cual solución de este problema teológico creyendo que creo en sus dos letras como fundamento de la religiosidad. Concedo que todo esto es una joda. Pero infinitamente menor que no admitirla en cuanto tal. ¡Si hasta Cristo crucificado y perdonado clamó contra su padre –Eli, Eli, lama sabachtani- cómo no cesaría de hacerlo yo en mi crucecita de hombre y mesías! Aceptar el absurdo planteado por Lucas sobre le fe es inherente a ésta.
 
Enseguida allí mismo leo: “Pero el que blasfema contra el Espíritu Santo no se le perdonará”. Conste. Es la única vez en el Nuevo Testamento que Cristo declara algo imperdonable. Sí, exactamente la única. Vale tener en cuenta esto. Yo puedo putear a la Santa María Virgen y ser perdonado. A Hijo. Al Padre. Pero al Espíritu Santo no. El Padre no sería de este modo tan infinitamente misericordioso como lo declara la infalible (por dogma) dogmática católica. Su misericordia es sólo casi infinita. Limita en el Espíritu Santo. A éste se lo puede tocar con el pétalo de una rosa pero putear no. Si lo hago, soy imperdonable. Mas ¿quién chucha es él? Ni idea. Se me figura una especie de alma de Dios que uniendo subordina y une -si sigo a Lucas- al Padre y al Hijo, estableciendo así a la Santísima Trinidad, por qué no euclidiana, equilátera o piramidal, por ejemplo. Pero todo esto en mi miseria intelectual me parece más una sarta de huevadas cabalísticas que una incitación poética al Amor como quintaesencia del cristianismo. Por incomprensión y cobarde prudencia ante el castigo no blasfemo consecuentemente contra el Espíritu Santo. Pero al no creer dado lo dicho en la aludida frase evangélica y creyendo sí en la infinita misericordia divina que TODO  perdona, como ergo al mismo tiempo por fe incluso en el sentido del humor que Dios ha comprobado con gracia en su Creación llevadera a la capacidad de joderlo valientemente un poco, blasfemo contra el Paráclito. Blasfemo, imperdonable, condenado a esta vida, no por ensañamiento sino por blasfemar. ¿Por qué? Como dice un niño -soy como niño, Jesús- “porque sí”.  Mi blasfemia carece de justificación y de contenido. Claro, puedo decir “Espíritu Santo huevón” pero no me lo imagino con huevas ni que tenerlas sea materia de injuria. No se me ocurre cómo blasfemar de verdad en esto. Quizás el Demonio pueda ayudarme. Pero no lo hace. Contra él blasfemo por tanto de todo corazón. Maldito eres. Capaz que así, insultado, por venganza me ayude a blasfemar verazmente contra el Paráclito. Pero no creo. Sucede que me siento amigo de la Trinidad y para qué decir de la Virgen. Sonreímos juntos. Cuánto me han ayudado. Hasta el comienzo de la resurrección. Alegre es pensarlo. Gracias no obstante todo a Lucas, nombre también de mi nieto mayor. Vive en Francia con sus padres y hermanos. Son fruto del exilio. Injusto. Magnífico. Gracias al Espíritu Santo doy por si las moscas para hacerme perdonar de no sé qué, salvo pecadillos, como haberme hecho la paja antes “pecado mortal” según los Doctores de la Ley en sus sinagogas condecoradas de trivial lujo. A este propósito, se me viene una anécdota. Mi papá muerto hace casi un año tenía un director espiritual: Jorge Gómez Ugarte, quien lo llamaba no “escrupuloso” sino “escrupuleso”. Sospechando onanismo por mi adolescencia aún virginal me llevó donde el cura. Solos los dos, me preguntó sin sorprenderme si yo me masturbaba. Respondí sin chistar que sí. Y entonces sí me asombré: “No importa. Pero no lo hagas mucho. Porque hay mejor”. Pensé feliz, al fin un cura inteligente. Nunca podré olvidar ese día. Nada me inquirió el papá. Murió. Está aquí.
 
Y finalmente leo hoy dirigido a nosotros engreídos hombres de buena voluntad: “Cuando los lleven a las sinagogas no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir porque el Espíritu Santo en ese momento se lo enseñará”. Esta frase es estupenda. Un concepto similar y reiterado se halla en el Evangelio. Desde luego, en el plano estrictamente científico, pone en alto valor y con plena razón a la improvisación cercana a la libertad y a la confianza. El estúpido positivismo “racionalista” de quien Comte ha sido transformado en prototipo carece de valía hoy pero pudo tenerla en parte durante su vida por el efecto de los cristianismos católico, luterano y calvinista, adictos a un espiritualismo contrario a toda reflexión medianamente pensante, heredado esto por lo menos de Aristóteles y de su seguidor el “santo” aquiniano, herético aristotelizador del cristianismo; más otros incluso hasta hoy, destructores eficaces de la Iglesia y “doctores de la Ley”, ignorantes, pedantes, soberbios. Son la Jerarquía, esa misma que mató sin un susurro en complicidad con la mafia siciliana y “suiza” a Juan Pablo I; ésa del celibato obligatorio como escuela de precoz homosexualidad y de tardía pedofilia debida a una infantilización tardía de le la gimnasia sexual; ésa a quien pertenezco. Etc.: ebria de sermones insulsos, dineros del culto, “raza de víboras” con el perdón de las víboras. Con excepciones, claro está. Menos mal. “Ver para creer” fue prematuro positivismo. “Dichosos quienes crean sin ver” ES ciencia incluyente de valores como por ejemplo la prudente improvisación. Gran lección hallamos aquí en Lucas. No se inventa por normativa metodología dictada por Doctores que no valen ni una mierda salvo por su bolsillo y sus condecoraciones sobre alfombras rojas de las cuales tampoco se sustraen reaccionarios de moral despótica, ateos o agnósticos… con excepciones. Pero volvamos a la segunda parte de la frase, Improvisemos como núcleo de la ciencia moderna, modernicémonos con prudencia, respetemos el medio ambiente, amémonos, etc., pero sin otro programa que aquél que nos enseña el Espíritu Santo. Pues sería según Lucas de hoy el mismo Paráclito quien nos lo enseña. Dicho de otro modo más conciso, el E.S. es en la parabólica trinidad divina la fuente de nuestro posible y libre aprendizaje. Él ENSEÑA. Dios uno y trino como movimiento que trino y uno es, es enseñanza sólo amorosa en la práctica de la vida. Perdona todo. Pero no que cometamos la única y verdadera blasfemia. Ella es sencilla y horrible, No consiste en decir huevón al E.S. Reside en negarnos a la disposición al amor. Y aquí sí se explica que la blasfemia mencionada sea imperdonable. Pues Dios uno y trino, por amor parabólico, se endemoniaría si aceptase la imposibilidad en el ser mismo de su trascendencia. Ni del Diablo lo admitiría: éste no existiría sin la libertad dada en amor por Él. ¿Beaterias mías? ¿Diabluras retóricas? Francamente, no sin contradicciones, creo a fin de cuentas que no. Y creo que suyas tampoco. Por lo menos a fin de cuentas. Ojalá antes.
 
Espíritu Santo, te digo huevón, por saber a toda esta inhumana humanidad. No releo.

No sean éstas que siguen y cuyo contenido ignoro palabras rebuscadas de absurda aspiración a la vanidad y al reconocimiento de incluso sólo pocas personas. Sean en la medida de mis limitadas posibilidades si se pudiese plenamente conformes a la voluntad de Dios.
 
Se llama a Dios bajo diferentes nombres por los lenguajes históricos de la humanidad en la tierra. Eso no importa.  Dios no es un anciano barbudo que nos mira entre las nubes, tal cual lo propone mucha pinacoteca mundial. Desconocemos cómo es. Se nos ha dicho que es Amor pero no sabemos ni con mediana exactitud en qué consiste verdaderamente el Amor cuando éste es infinito y ni siquiera cuando no lo es. Es ésta una base con la cual debemos contar en humildad cognitiva para el despliegue sucesivo y sano de nuestra existencia. Eso sí, la humildad, que representa fuerza y no debilidad, se encuentra en momentos a veces sorpresivos e inesperados embebida por una emoción apacible y feliz que amplía la sensibilidad del alma en la superficie del planeta interior y exterior a nosotros mismos. Aunque también se expanda por alternancias a menudo poco explicables hacia el paraíso o al infierno de acá. Estos movimientos no dependen únicamente de cada persona desde sí. Están también influidos por lo que sucede afuera. Y, quién sabe, por la propia e infinitamente sabia voluntad del Señor uno y trino y de su madre María. Él conoce el sentido del movimiento de todo y todo el todo que rebasa al todo. Por torpe impulso modernista –este adjetivo aplicado y aplicable a cualesquiera espacialidad y temporalidad- la irrevocablemente pobre ciencia humana considera oscurantista llamar Dios a Dios, excepto como trivialidad expresiva de una ya larga moda. Soberbios por su descubrimiento de léxico, los físicos cuánticos de hoy denominan a la Creación del universo Big Bang y a su contrario orificio negro, “sistema dentro del cual si se entra no se sale” y que por postulado antipoético terminaría devorando a toda la Creación. Es la consabida soberbia que impulsa a tal metamorfosis del lenguaje y por fanatismo todavía antropocéntrico al lenguaje nuestro hecho “verdad” y “certidumbre”, es decir, equivocado fanatismo por la tecnología de punta que incontrolables terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas o petrolíferas, huracanes, etc. destruyen sin aviso ni lapso.
 
Igual cosa ocurre desde todas las ciencias, incluso por cierto desde la teología. También en las artes o aun en el terreno de la moral, donde si no hay bien que por mal no venga tampoco estaría excluido el aserto de acuerdo con el cual no hay mal que por bien no venga. Realmente en rigor nada sabemos. Pero la fe es más grande que el saber. No consiste en ceremonias pomposas que la vician mas no ultiman. No hay fe incinsera. Ella consiste en una vigorosa y dulce conmoción constantemente oratoria y agradecida por la presencia inmediata, lejana hasta lo inimaginable, de Dios. ¡Cuánto ateo termina sus días solicitando a un sacerdote quizás pedófilo para que le imponga la extremaunción! ¿Cuántos no? No podemos emitir un juicio sobre esto. En la fracción de un segundo transcurriría toda una vida y tal vez más que ésta.
 
La vocación al amor emergente del perdón con sus cicatrices a sí mismo significa entre otras muchas cosas el servicio bajo innumerables formas a las demás criaturas de manera que el servidor mientras prepara su labor olvida por su alegría que la está realizando y que los beneficiarios gocen de aquello en una amplitud mayor que los objetos materiales e inmateriales allí concernidos, sin ya detenerse en la cuestión de su proveniencia salvo divina.
 
Para que comprendiésemos algo sobre Dios, éste nos envió encarnado a su Hijo, testimonio a nuestra escala de su Padre. Resta mucho trecho irrealizado por nosotros. Pero “dentro de otro tiempo me volveréis a ver”, dijo Jesús antes de ascender para ocuparse de “otros rebaños” en la Creación. Ese tiempo, ¿no es acaso hoy mismo? Sospecho que en cierto modo sí lo es. “Cuando dos o más de vosotros estéis reunidos en mi nombre, allí estaré yo en medio de vosotros”. Pero si no me equivoco dos no son por ejemplo Pedro la lado de Juan. También hay dos y más que dos sólo en Pedro. Entre su yo y su cuerpo, por ejemplo, que el mal disocia y el bien unifica abierto a la generosidad. Es una generosidad descansada y abstraída de su esfuerzo por grande que éste sea. La gratuidad del amor no vale únicamente para quien lo recibe sino también para quien lo dispensa sin que su mano derecha sepa qué hace la mano izquierda.
 
Y concluyo por ahora pues la espalda empieza a gemir a causa de su legítimo derecho a reposo. Pondré el ejemplo de la enfermedad. Ella denota un proceso de escisión entre el cuerpo y el alma. El cuerpo ha sido maltratado. Yo no me ocupo de él, quien, fiel y deseoso de seguir en vida, se defiende defendiéndome pero al mismo tiempo por este trabajo muy fatigante se daña aún más, hasta que la misma alma por ello sufrida acude no principalmente a la medicina ni a medicamentos sino a Dios, “pide y se te dará” mas pide con intensa y verdadera fe, aun silenciosa. Así sanarás hasta que tu tiempo haya llegado según la voluntad de Dios y mueras en la belleza feliz de la paz. El hecho de pedir carece de estrías, de arrugas. Es sencillo. Consiste en entregarse como dije sin esfuerzo portando nuestra “cruz liviana”, esta hoja, este pluma, esta admiración de la tierra y de sus escombros reconstructivos. Desde siglos se viene anunciando Apocalipsis tras Apocalipsis. No. La historia es de Resurrección en Resurrección. Buen día.

Quiero escribirte una carta de amor. Digo de toda mi capacidad para amar. ¿Cómo lograr que creas en esta fuerza que me sobrepasa de amor a ti? No con un exceso de palabras reiterativas, ya lo sé. ¿Cómo entonces lograr, amada mía, que estas palabras cobren valor de vida en tu pecho? Digo de vida como es vida un árbol, lo es una tarde, lo son una caricia, tu pelo, sin romanticismo el cielo, el celo, la arena en la piedra de tu carne. Te escribo con la modestia de las letras todo mi amor. Eres bella. Lo eres desde el alma en tus labios, en las piernas, en el juego del ombligo, en la rosa del sexo, en los hombros, en la mirada mientras duermes, en la compasión, en el perdón. Eres bella sin otro padre u otra madre que aquéllos nunca olvidados dentro del olivo que nada olvida. No ejerzo poesía. ¿Cómo hacer para que comprendas que mi amor a ti sobrepasa toda mi capacidad de amor? De obesidad carezco mas estoy obseso y obeso por este amor a ti que escuchas con parsimonia de madre. En tu silencio cantas las cantatas del encanto. Te entregas en la noche como la noche entrega al día. La cama se estrecha entre nuestros besos universalizantes. Te amo como amo. Yo soy el señor de mi amor. Tú su señora. Cuántas cosas maravillosas hemos vivido en común. Los buenos recuerdos son millares y están vivos incluso dentro de dolores. No te hago poesía. No busco seducirte en la tardanza. Tú sabes, a nadie busco seducir. Es sólo que sin culpa mía salí seduciente. Quise no serlo. Pero, pero, pero… Y de ti ¡no hablemos, seductora del bien! Anochece en nuestras vidas. Recorro con mis manos el alrededor de ti. Desde allí hago el pergamino de esta historia. Te toco sin tocarte y sin tocarte te toco. Te toco enloquecido de puro amor que en mi sentimiento desconoces, ¿por qué? ¿O es que yo ignoro tu amor a mí? Quizás. Podría ser. En tal caso, ven. Bailemos. Cantemos al amor de los amores. Amplios son para mí éstos. Van más lejos que los límites permeables del universo. Tú no me crees. En comprender la mentira está la verdad. Yo sí te creo. No obstante todo, te creo. Miente: seguiré creyendo en ti. El amor ríe de la mentira y así la extingue. Te amo, amor. Amo tu piel. Amo tu corazón. Amo tu nombre. El amor permanece más allá que el horizonte de la imaginación humana. Así nos sucede. Nadie sabe qué contiene o de qué rebalsa un alma. Eres bella. Esto ha sido una carta de amor. Yo habría querido que te hubiese llegado más. Cerca y lejos estamos tú y yo. Ya no vienes. Es innecesario. Me hallo en ti independientemente de ti. Te sonrío. Eres una preciosura de cuerpo y alma. En tu cuerpo encuentro a tu alma y en tu alma a tu cuerpo. Ya sabes, no soy poeta. Sólo emito pocas palabras de amor, mi amor, como por ejemplo decir que te amo. No me perdonas o te soy indiferente amándote. Serás la flor del paraíso. Serás al agua de la noche. Eres el aire del vientre desalmado. Tú vives con los pies en la tierra. Yo más lejos. Desde allá te amo. No crees. No creas. Es una opción posible. Te has hecho una mujer libre. Me dijiste sin embargo en un depósito de clínica que sí me amas. ¿Por qué estás entonces tan lejos, mi amor? ¿No sabes qué han sido en el fondo de mi ser nuestros hijos? Las madres suelen decir “son la razón de mi vida”. Los padres no decimos eso. Si yo resucitase, no haría la misma vida. Por no repetir. Y sin duda antes que eso por la voluntad del Señor. ¿Crees tú en él? Yo te amo, mi amor. Yo no sé cuánto te amo. Pero es desde el primer día hasta el último día más que yo. Me conmueve decirlo, mas así es. Tienes un pétalo de la flor del pensamiento en la cabellera. ¡Cuánto reímos juntos! Te cuidé. Te cuido. Te cuidaré. Nunca hice el amor con tanto placer como contigo. Vé. No releo. Hoy estoy bien.

Te escribo para borrar por pudor -salvo debido a error u olvido- lo que seguiría. Es que te amo sin tener o experimentar hacia ti ni siquiera uno de los cinco sentidos, abstrayendo además al sexto, ése del ser. Eres inexistente aunque seas máxima emoción para mí del sincero ser sin ser, yo contigo diminuto, transeúnte, inmenso, pero limitado, poroso, parabólico y religioso. No te comprendo. No me comprendo. ¿Para qué esta llamada vida? Enmudeces en la enigmática inercia aún superviviente.
 
Anoche fui visitado por el demonio. No me intimidó. Me restringí a observar su horrible hermosura. Sonrió de miedo a ti en el instante de retirarse. Conservo su recuerdo multicolor. Es un cactus de terciopelo. Esta noche de viernes no vendrá. Sabe que si lo hiciere moriría por obra tuya.
 
Amo tus labios. Amo a la niña de tus ojos. Amo por contradictoria noción estética  la leche de tu madre que los herbívoros recién nacidos succionan. Amo odiando a la vida que has creado.
 
¿Quién eres, sordomudo, infinitamente misericordioso frente al mal que has hecho? La imbecilidad de las criaturas que por consigna te aman deambulan en la interrogación de quién eres. Tus respuestas vienen en el hielo del silencio.
 
No hay universos en plural. Son subsistemas además relacionados como sea y es entre sí. Los circunda el Universo. Ya está dicho, más allá aunque también más acá estás tú. Bienvenido a pesar de todo eres. Seré prudente: gracias a todo. Tú, omnisciente, comprende que te deteste. No soy yo el autor de la maldición en la bondad por tanto hipócrita. Tú, amado, eres el creador. ¿Para qué vivir? ¿En qué consiste tu Paraíso? Es lo que hasta un perro se pregunta. Y con menor razón yo.
 
¿Es el Paraíso la desaparición absoluta del alma en la derelicción de la materia bajo el reino de la bacteria? Por qué no. Todo sea según tu voluntad. Es una orden.
 
Menos mal queda la Virgen María con sus tetas, su vulva, su ombligo, sus hijos, su Juan desde la cruz.
 
Yo entretanto amo. ¿Amo? Amo el alerce, amo el gorrión, el ser humilde, un nombre, la guitarra, el cuarzo, Dios sin fe, el pejerrey frito, la pata de cordero asado, el aroma del aromo, la escritura de Coloane, la vida en muerte, los sueños, la flor de la maravilla, cualquiera cosa, incluso yo, menos tú, pues de amor nada sabes.

Va una lista al lote nada exhaustiva. Sin jerarquía cualitativa de mejor a ni al revés. Tampoco partiendo del medio. Pero de peor a mejor sí y en desorden muy discutible según se nos antoje. La opinión ajena me resulta por completo indiferente. Es costumbre genética. Estableceré capítulos cuyos contenidos ignorándolos ignoro mas los iré viendo si Dios quiere en la aurora tras 2 whiskies y 2 Balidon más dos Ravotril. ¡Imagine la racionalidad siguiente! Nada aquí va diacrónico. Dé su juicio libre por favor para mi salvación. En cada rúbrica van 12.
 
1.- Las excelencias.
 
Violeta.
Leighton.
Raúl Ampuero.
Pancho Bulnes.
El cura Puga.
A su modo discutible Lautaro.
Su rival Michimalongo.
Miguel Carrera.
Silva Henríquez no obstante equivocado en política.
Rafael Sotomayor.
El cardenal Caro.
El Chino Ríos.
 
2.- Los más o menos.
 
Frei Montalva.
María de la Cruz.
Nicanor Parra.
Con mi dolor, por bueno, Rafael Agustín Gumucio.
Bernardino Piñera Carvallo.
Jorge Alessandri Rodríguez.
El cardenal un poco afeminado de ahora.
El Papa “Uno”, único, romano, santo, católico, apostólico y no sé qué más Iglesia…
La tía Carlina.
La Quintrala de la tele.
La puta que por aborto terapéutico no te parió gracias a pituto sacerdotal. Y
Frei Ruiz-Tagle.
 
3.- Los malones.
 
El Premiado Larraín Vial.
Lagos salvo por la abolición relativa de la pena de muerte y por lo de Irak.
Por timorato un amigo cuyo nombre muy famoso por piedad omito.
La cobardía respetable de Larraín Correa.
Anita Lizana.
Benjamín Mackenna cantando “el patito chiquito”.
La mamá -como actriz hundiendo la guata en rICTUS- del ex ministro Eyzaguirre.
El negro Piñera hoy interdicto.
El ex ministro gay, manco y coimero.
El señor Delano en su Club con urinarios repletos de hielo.
La Flaca Alejandra por miedo.
La Silvia Piñeiro por RIP que esté. Por último,
 
4.- Los pésimos.
 
El asesino y ladrón alias Tito o por sigla APU sin M.
Allende creador principal y siútico del Tito y de sus secuelas.
Rafael Araneda.
El Mamo.
La Payita.
Antonio Vodanovic.
La Bolocco.
Massú.
El Chacal de Nahueltoro.
No faltaba más que “Don” Francisco.
Su hijita. Y
Yo.
 
 
5.- Los excluidos.
 
Suprimí por tedio madrugador a esta docena de huevos marcados y según mi mujer, tan mujer, caros. Por lo demás es lógico. Comedlos felices. Os los regalo.

Aquí puedes buscar «Columnas anteriores» pasando el cursor sobre un día en particular.

octubre 2010
L M X J V S D
 123
45678910
11121314151617
18192021222324
25262728293031

Estadísticas del blog

  • 573.725 visitas