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El sueño inventaba. No ha habido ninguna Papesa en la historia del catolicismo. Pero existe un parecido extraordinario entre ella, soñada, y la ex presidenta de Chile con quien nunca he estado. Desperezado ya, fui a Google y ya más por convicción que por intuición busque una “Biografía de Michelle Bachelet”. Hay varias. Leí la primera, editada por “La Nación”, diario perteneciente al Estado, es decir más claramente al gobierno de turno. Al comienzo, conmovedora. Pronto, larga. CV. Mucho dato siempre favorable. Ningún signo de fragilidad personal. Nada sobre el amor o el desamor. Por allí se pasa muy rápidamente, es un salto. Figuran nombres de tres hijos con dos padres. Pecado mortal. A Michelle esto no importa. Periódicamente sostiene que es agnóstica. La información escrita como debe ser en tercera persona del singular –es biografía y no autobiografía- cae varias veces en el recurso flagrante y no por citas a la primera persona. Lapsus, mentirillas, entonces. Mentiras. Quien miente en lo pequeño miente en lo grande. Y ¿es pequeña esta reiteración de mentiras empezada por la primera palabra del título? No. Revela manipulación y narcisismo. Simula en el resto perfección. ¿O fue error de redacción cometido por el “biógrafo”(a)? ¡Las pinzas! Me desinteresa un poco el personaje. El final intenta ser épico en dos líneas. Me quedo con la Papesa. Echaré una mirada a la competencia en el mismo Google. No sin decir que voté por Bachelet y que guardo un concepto más bien favorable sobre su gobierno. Mejor que los otros (Aylwin es cuento aparte y lo peor fue Lagos). Y por cierto –ya se lo puede decir- que éste del engañoso plutócrata Piñera. Uf, la política… Estoy aburrido. Mejor no sigo. Pastelero a mis pasteles.

Incurriré en algunos neologismos. Pido disculpas.

El sueño homogeneiza y heterogeneiza según su propia voluntad, si es que la tiene como tal, y no según la mía, en caso que la tenga, cosa menos dudosa que respecto de la libertad, hasta cierto punto real durante por lo menos mi fase diurna. Mi sueño es libre estando yo dormido o despierto. No es falso el freudismo que establece una suerte de determinación por el día de la noche. Pero es superficial, causalista. El asunto presenta más misterio que el día en cuanto infraestructura de la superestructura onírica. El sueño se orienta y se desorienta independientemente de mí. El sueño se me hace extranjero o extraño conservando su conjeturable pertenencia a mí, quien lo entraño. Hay sueños que olvido y otros que recuerdo. Ya despierto, transformo algunos de ellos en realidad objetiva que lo empobrece hasta quizás su continuación enriquecida en el próximo sueño. El sueño no se repite. Otra cosa es que unifique y diversifique. Singulariza y pluraliza. Presenta universos comprensibles y otros in entendibles. Puede ser dulce o infernal. Ofrece rostros conocidos y otros nunca vistos. Me ha mostrado, imborrable, por discreción y prudencia indescriptible salvo en mí, a la mujer más hermosa, huidiza en la muchedumbre, que me sea dable imaginar (fuera de ti, por cierto). El sueño inventa, si es que en rigor inventa, no miente. Y ya basta de esto por ahora al menos.

Soñé que encontraba de improviso en una callejuela vaticana por donde caminaba como de costumbre un poco distraído aunque alerta a la Papesa Michelle. Mi sorpresa fue mayúscula. Estaba sentada en una silla sencilla. Se le advertía un solo acompañante, menos como guardia que como ayudante. Ella vestía de un gris estrellado, casi negro. Observaba a la gente, dispuesta a acogerla. Su mirada cruzó la mía que por pudor o respeto retiré de inmediato, iniciando un paso hacia la lejanía, pero Su Santidad, de un gesto apenas perceptible aunque claro, me invitó a acercarme. Cosa que hice arrodillándome. Le pedí su bendición que sonriente y en silencio fonético me impartió. Aún llevo en mi pecho la caricia indeleble de su amor inmanente, trascendente, trascendido, humilde, inteligente, gozoso. Se puso de pie. Quería caminar. Conversamos mucho diciendo poco. Entramos a un pequeño comercio oscuro. Sentí que éramos genuinamente amigos. Le pregunté dónde había nacido. Ella examinaba algo. No me respondió. El desarrollo del encuentro duró un tiempo sin medida. Desperté alucinado. Michelle ya no está acá pero acá está. Lo cuento a Ud. Se lo he contado.

He cometido un error narrativo que rectifico ahora. El lugar no era exactamente un lugar preciso. Pudo ser vaticano como curicano, maltés, senegalés, chino, limeño, montañés, marino. Pudo ser cualquier lugar. Pero fue ése. Sí, ése. Su ubicuidad era sólo potencial. Actualmente y hasta siempre es aquél, conocido en tanto viaje que ya no tiene nombre. O es el lugar Sin Nombre.

Estoy desperezado. Viajaré al diccionario del computador en búsqueda de la correspondiente biografía para sacar de allí algunos rasgos principales. Pido permiso por esta interrupción.

Es hilván para costura de novela si quieres callada.

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La vida empieza a concluir sin que se comprenda para qué ha sido.

Cruza el cielo un ser sin existencia que curioso observa el consuelo.

La humanidad cruje en la madera y en la piedra animales.

Ha confundido todo hasta ya no ser salvo en afiebradas pesadillas.

El contenido y la trama del paraíso son propiamente inconcebibles.

El rencor es tan grande que llega a olvidar su existencia.

La vida eterna termina en su pobre adjetivo de cinco letras.

Lo muerto vive en lo vivo pero no lo vivo en lo muerto.

“La Historia estos movimientos efímeros es decir nada”.

Esta oración carece por igual de nombre propio y de asterisco.

La adherencia de la contigüidad mutila toda compañía.

La niña busca al niño u hombre antes que el niño a la niña.

El sapo de los ríos tarda cuarenta años antes de morir.

La noción humana “esperanza de vida” es un contrasentido.

Diversas especies de bestias son eliminadas por doquier.

Tampoco se ve por estos lados una pretensión literaria.

El iris de los ojos muestra por saltos toda el alma.

El fenecimiento emerge en la evidencia del cansancio.

Más seres existen en los océanos que en la tierra.

El torturador mata por inocente conciencia profesional.

Las estrellas llueven a través de la nubosidad nocturna.

Ni siquiera aparecen por aquí pronombres personales.

La corteza anual del itinerario en la araucaria la viste.

Veinticuatro frases hacen exigible el vocablo final, Él.

(Hice y adquirí los costosos preparativos necesarios.

A mis 66 años correría la 6ª etapa en el tour de France.

Empecé quedando pronto en el último lugar.

Ya no divisaba a ningún ciclista adelante como guía.

Tampoco encontraba en el suelo las señales de rigor.

Yo pedaleaba por instinto sin público a campo traviesa.

Había decidido hacer esto por añadirme otro placer.

Estaba por completo extraviado en ese pasto ignoto.

Subía con dificultad y descendía según la gravedad.

La verdad es que no sentía ningún placer en esto.

El corazón bombeaba como el pulmón de un cerdo.

Consideré la posibilidad de detenerme y descansar.

No tuve ninguna conciencia de miedo en el crepúsculo.

Absolutamente todos los caminos conducen a lo romano.

Incluso como entonces cuando hay sólo arbustos.

¿Pero qué tenía que ver esa noche con la urbe papal?

No era el momento adecuado para plantearme preguntas.

De pronto caí dormido sobre la calidez del pastizal.

Alcancé a soñar que un helicóptero vendría a buscarme.

Luego la actividad onírica del cerebro cambió de giro.

66 años representaban el doble de los 33 en Jesucristo.

Había en el 6º sueño un parentesco con el número 666.

Era un dormir de completo deleite y sin miedo alguno.

Desde el abismo cantaba a lo altísimo el salmista.

Comenzaba a vislumbrar el día al despertar pajarero.

El spring final llevó al aria del podium en champagne.

El asesinato por adulterio había sido perdonado.

El problema con el champagne está en que es pegajoso.

El sonambulismo en equilibrio precipitado iba al cielo).

La ley mercantil trueca $ por $ especulativo.

Compatibles son rapuzar y aparrar.

Sabio genial y talentoso es más que más o menos.

El león librado por la rata la comió por roer la red.

Más me vale tigresa muerta que perra viva.

Papas con arroz son ofrecidas en el banquete celestial.

“J” es la décima letra del silabario e “y” la penúltima.

Es deseable que el alma de un ateo narre el paraíso.

Desconocida por ordenador es la sabiduría de la mosca.

Babel fue bautizado por su padre un francés ya adulto.

Toda pregunta lleva en sí su respuesta provisional.

Le inquirí si había sido rana y visto en ésta sólo instinto.

Comida recomendable es arroz cocido sin condimento.

Único pecado imperdonable es el que ataca al espíritu.

Ser agradecido por aliviar un sufrimiento da pena y alegría.

El rayo de luz que entra al vacío sale debilitado por éste.

El problema de la bebida sin alcohol está en que no embriaga.

No habría sinfonía que no fuese, sea y fuere inconclusa.

Es hilván para costura de novela si quieres callada.

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La vida empieza a concluir sin que se comprenda para qué ha sido.

Cruza el cielo un ser sin existencia que curioso observa el consuelo.

La humanidad cruje en la madera y en la piedra animales.

Ha confundido todo hasta ya no ser salvo en afiebradas pesadillas.

El contenido y la trama del paraíso son propiamente inconcebibles.

El rencor es tan grande que llega a olvidar su existencia.

La vida eterna termina en su pobre adjetivo de cinco letras.

Lo muerto vive en lo vivo pero no lo vivo en lo muerto.

“La Historia estos movimientos efímeros es decir nada”.

Esta oración carece por igual de nombre propio y de asterisco.

La adherencia de la contigüidad mutila toda compañía.

La niña busca al niño u hombre antes que el niño a la niña.

El sapo de los ríos tarda cuarenta años antes de morir.

La noción humana “esperanza de vida” es un contrasentido.

Diversas especies de bestias son eliminadas por doquier.

Tampoco se ve por estos lados una pretensión literaria.

El iris de los ojos muestra por saltos toda el alma.

El fenecimiento emerge en la evidencia del cansancio.

Más seres existen en los océanos que en la tierra.

El torturador mata por inocente conciencia profesional.

Las estrellas llueven a través de la nubosidad nocturna.

Ni siquiera aparecen por aquí pronombres personales.

La corteza anual del itinerario en la araucaria la viste.

Veinticuatro frases hacen exigible el vocablo final, Él.

Cumplo. No soy yo la persona que escribe. El nombre antepuesto es sólo un pseudónimo de ya no recuerdo quién o de quiénes, si de alguien, pero no de mí. Nada ahora he releído. Pecado de soberbia es la relectura de un texto “mío” dirigido a “vosotros” o supuestamente “vuestro” encaminado a “mí”.

Comenzando el  Génesis de la Biblia están puestas en la boca de Yahvé hacia sus ángeles anteriores al primer día de la Creación, tras el pecado original, estas palabras: “He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal” (Gn. 3.22). Más “tarde”, Jesús en el calvario exclamó por Lucas: “¡No saben lo que hacen!” (23.34). El problema principal, de haberlo, no residiría en la diferencia entre conocimiento y saber, más bien sinónimos, sino entre el pecado humano de llegar a conocer y la inocencia readquirida de no saber.

No hay contradicción en la eternidad. Pero no estamos en ésta.

La Biblia es mucha metáfora y parábola. Hace bien tomarla en parte bajo tales calidades; como por ejemplo en adormecerse o despertar; sí, en constante gerundio, en pleno sueño, en la plenitud diurna., al mediodía y a medianoche, en donde o cuando sea. No al pie de la letra. Difícil si no imposible resulta el esfuerzo por esclarecer la distinción que separa la primera de la segunda y que las une al mismo o a un diferente tiempo, iguales y desiguales. Por muy revelados que sean, los escritores de la Biblia se equivocan, ignoran, inventan, enseñan. “No te hagas demasiado el sabio, no sea que te pierdas” (Eclesiastés). Cómodo e idiota y a veces malvado resulta no formularse preguntas sin respuesta. Sufriente y estéril suele ser el camino contrario, a veces bondadoso. No resolveremos el misterio del bien y del mal, del saber y la ignorancia, del deseo y del vacío. Es una cuestión que no podemos resolver por nuestros propios medios. Y Dios -será por respeto a la libertad de su creación multicrística- parece sordomudo a nuestras más posibles oraciones. Parece. ¿Parece?

La muerte sería un proceso semejante al proceso de la vida. Tampoco hay aquí distinción radical. Un ser se prepara a la vía de la vida un poco como se prepara en la senda de la preconcepción a aquélla de la resurrección, si de haberlas las hay, como espero desde aquí y acá con la esperanza, la fe y el amor en tantas ocasiones omitidos o sorpresivamente reconocidos, casi irreconocibles como provenientes excepto salvoconducto dictatorial de nosotros.

Jesús lloró en algunas ocasiones. Mas no en la cruz.

Mi participación en Amaneciente Incertidumbre llega hoy a su fin por tan diversas razones en parte evidentes las cuales por esto mismo no explicaré dejando sin embargo abierto el texto -en un año no lo leeré más- para que quien quiera intervenir en él, pues bien, lo haga (?) a su guisa. La Administración, si desea, hará saber sus coordenadas digitales, para la eventualidad de nuevos temas. Agradezco la colaboración de ella como asimismo de otras personas. Os deseo felicidad. Haré otras cosas: por ejemplo, pasearé.

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