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Independientemente de su génesis, de la educación, la prevención, etc., la imbecilidad suele hallarse asociada a la malignidad y a la psicosis. En tal caso, ella es -en términos generales- incurable. Cuando adquiere caracteres masivos y multiplicadores de su destructividad, sólo se puede, pero se puede, coartarla, impedirla, imposibilitarla, mediante una represión policial imponente aunque carente de crueldad, no de fuerza.

Al escribir lo anterior tengo como paradigmático telón de fondo la imbecilidad de la hinchada futbolística en Chile (no sólo en Chile). Si de mí dependiese, yo asignaría los recursos necesarios, por “costosos” que fueren, nunca en verdad costosos, para:

1º DUPLICAR en las ciudades pertinentes el personal de Carabineros dedicado específicamente a este problema. Y

2º Desarrollar una CAMPAÑA NACIONAL de información apoyada por los distintos sectores políticos y económicos donde sólo se insista en un breve texto, callejero, televisivo, radial, de prensa, etc.: “El hincha fanático es un imbécil”.

Y problema resuelto en 90%. Con repercusiones favorables sobre otras formas de delincuencia.

Personalmente creo que toda la vida es un milagro incluso por cierto Ud., más inexplicable en términos racionales que andar sobre el agua o resucitar de entre los muertos, como según todos los médicos me sucedió. Pero la frase anterior puede parecer simple poesía, un tanto por comprensible sospecha alucinada, y en consecuencia mórbida. Daré pues testimonio bajo juramento ante Dios y mi descendencia de un milagro empírico -entre otros milagros- al cual tuve el privilegio de asistir físicamente.

Años atrás yo estaba muy cansado de tanto trabajo en el servicio público chileno, sin eufemismo. Pedí permiso de descanso por una semana al Ministro, quien lo concedió. El cura Cristián Precht Bañados me consiguió un retiro espiritual donde los trapenses cerca de Rancagua. Fui bien recibido. Seguí con rigor las reglas monacales de oración y silencio continuos. Era fin del verano. Un día me senté apoyando la espalda en un árbol y sin darme cuenta observé lo que tenía frente a mis ojos: hierba alta, empezando a inclinarse por fatiga estacional. De pronto vi que millones de insectos diversos revoloteaban sobre esos pastos y escuché su sonido cuya música cantaba nota a nota el mismo canto gregoriano que los monjes en la iglesia, única ruptura del silencio. Pensé en el llamado medioevo, en Cluny, en la oración haciendo eco a la naturaleza.

En este contexto, llegó el último día. Yo partía temprano, luego de la misa. Los monjes -qué locura, dedicar la vida a la oración y en ella con eficacia al trabajo agrícola- estaban como siempre invisibles en las naves laterales, conmigo solo en la vasta nave central. Llegó el momento de la comunión. Vi al prior ofreciendo sobre una patena una docena de hostias consagradas a los demás. Ellas tenían la forma de una caluga en pan. En total seríamos treinta personas. Pensé: una docena de hostias no bastará. Los monjes avanzaron uno a uno hacia el altar y cogieron su trozo hasta que el prior me invitó a acercarme. Lo hice. Allí estaba intacta la docena de hostias. Ingerí una y no hubo vacío al sacarla. Me retiré y pronto partí de regreso a Santiago.

Quien no crea en la verdad milimétrica de lo anterior está en su derecho. Curiosamente, recordé esto hoy, cuando antes de entrar a A.I. -cosa que hago todos los días- leí el evangelio de hoy mismo, relativo a la multiplicación de los panes y de los peces. Y lo recordé no por “asociación simple de ideas”, porque muchas otras veces también lo he rememorado. Al igual que esa frase inmensa: “dichosos son quienes creen sin ver”.

La vida multiplica a la vida. “El universo se expande”: va a Dios ya igualmente acá. En lenguaje común: adiós. Releo.

“Edad comprendida entre el término de la niñez y el comienzo de la adultez”, leo en el Diccionario. No le discutiré sus conceptos. Pronto será hora de cenar chupe de locos con buen vino, añadidos al aperitivo que ya estoy bebiendo (19:30 pm.). Sí, mi mujer y yo comemos temprano, tipo 8:30 pm., para ver luego las interesantes noticias de la televisión, jamás algo positivo que de haberlo lo hay, sólo delincuencia adolescente, incendio, choque, flash sobre el resto del mundo, pausa, goles, 15’’ sobre Chávez serán hoy; y el tiempo.

La palabra adolescencia lleva en sí a la palabra adolecer, es decir, sería “edad” de dolor impuesta por adultos a la maravilla que ella es. Mi madre de 84 años, yo 62, ayer me dijo “ay, mijito, cuándo vas a dejar de ser adolescente”. Le dije: “nunca”. Rió, reí, reímos. ¿Hay “edad” más feliz que la “adolescencia”? Edad despierta de sueños e ilusiones, de recuerdo y esperanza, de estudio y descubrimientos, de contemplación, de deporte e inactividad, de preguntas, intuiciones, arrogancias simuladas, observación táctil, soledad socializada, en fin.

Quizás el Diccionario tenga a fin de cuentas razón: A en latín = sin. Como en a-nónimo, sin nombre. Y así la a-dolescencia sería sin dolor. Yo por lo menos sigo feliz en ella, cuando me vuelve. He consultado el tema a otras personas “adultas” y “viejas”. Ninguna me ha desmentido que esa edad es por su esencia misma la misma felicidad. Allí viven la bella durmiente y el príncipe azul. Allí viven las matemáticas en ensalada. Allí dios pordiosero. Allí una y uno intactos ya entregados a la compleja y sencilla aventura del beso y más que del beso. Pensando en aquella sin-dolencia, en ti por ejemplo, me erijo por tus atrevidas caricias todavía sorprendentes. Los sueños permanecen como la filosofía.

No creo que para los “adolescentes” de hoy haya diferencia respecto de antes, que es ahora y mañana. ¿”Dolor”? Son dolorcillos que me permiten saber que sigo viva: es lo que dice mi adolescente madre, “¡hija de general!”.

Por espíritu lucrativo entiendo la ambición destinada a obtener mediante cualquiera labor ojalá legalmente irreprochable la máxima ganancia monetaria. Si tal concepto es equivocado, ruego que sea corregido. Entretanto, señalo que hoy está siendo forzada una valorización moral y científica de tal espíritu. En lo cual veo un profundo error. No se debe “emprender” por lucro. Es ideología de mal truco, “cabeza de turco” para un verdadero empresario, cuyas utilidades decrecen temprano o tarde si su meta es lucrar. En cambio, crecen “como por añadidura” en caso que el objetivo esté puesto a la vez más allá y más acá que la alcancía obesa del dinero, esta imaginaria red de tenis puesta en el intercambio mercantil. Por “acumulación primitiva del capital” y no por lucro el Papa es el hombre más rico del mundo. Por una pasión innovadora y no por lucro Bill Gates es el segundo hombre más rico del mundo. Por un amor educativo hacia los niños y no por lucro la directora en la escuela municipal de Cochiguaz figura entre las mujeres más ricas del mundo. La riqueza no se mide por el dinero, aunque pueda incluirlo. Se mide -estando dado un bienestar- por la felicidad personal, que el afán lucrativo perturba e inhibe, reduciendo así la imaginación y como dije el propio lucro. La actual exaltación valórica del espíritu lucrativo lleva, si aplicada, más a la ruina que al éxito. Es ideología propicia para derrotados. Del mismo modo que las políticas de desigualdad social (no hablo de igualitarismo) en la empresa son pan para hoy y hambre para mañana; son miopes en la práctica económica para el desarrollo y en la práctica feliz de alguna moralidad.

No gana quien busca ganar. Gana quien habiendo hecho abstracción de la ganancia juega y trabaja bien, cualquiera sea su actividad. Decir esto nada tiene que ver con el socialismo o el liberalismo, fetiches conceptuales que oscurecen ya la inteligencia. Decirlo es en mi concepto simplemente algo semejante a verdadero. La “calidad de la educación” debería estimular esta noción y no palabrería vacía como “excelencia”, “competitividad”, “calidad total”, “disciplina” o… “tolerancia cero”. Tales absolutismos son además irrisorios. “Lo tomado y lo bailado nadie me lo quita”, proclama una doctrina ignorante del hecho que al final eso no importa nada. ¿Viví por el lucro? ¡Qué idiota, cómo desperdicié mi “exitosa” vida!

Yo podría entregar innumerables ilustraciones de hecho que van en el sentido de lo aquí planteado, no sólo personales. Pero no lo haré. Parto del supuesto que el lectorª atento a la vida lo comprende ya. Prestar oídos sordos a la apología del lucro sería el principio de una seria ciencia económica con respaldo filosófico y moral. El afán lucrativo lleva a Irak u, hoy mismo, a 31 universitarios asesinados en “USA”. Claro, soy contrario al dirigismo estatal. Pero de allí a la “mano invisible” y finalmente anarquista que propone alguien como Álvaro Bardon existe una diferencia. Poco han estudiado nuestros sabios oficiales de izquierda, de centro y de derecha. No son el perro del hortelano. Comen y no dejan que se les dé algo mejor que chatarra. No releo, estoy cansado, iré a ver un poco de televisión incluso apagada.

Esta “enfermedad” puede ser estudiada por ejemplo en “Google” y ciertamente en otras fuentes más estrictas, cosa que he realizado, sin quedar satisfecho. En extrema síntesis: tal “mal” sería efecto de deterioro neuronal (?), natural por la edad avanzada (?) que perjudica la memoria (?), más -en los textos especializados- miles de metáforas en lenguaje críptico y repleto de siglas que no dicen nada, como acostumbran la “ciencia biológica” y la tecnología médica, cuyo poder social, económico y cultural se basa particularmente sobre una difusión aproximativa pero asertiva de la disimulada incertidumbre propia, admitida como verdad para la comodidad psicológica de la clientela llamada por eufemismo en la “individualidad” así: paciente. La mejor prueba de este rentable vicio profesional está dada por el hecho que ningún bioquímico sabe en realidad nada sobre qué es una “neurona”, hasta hace poco declarada, si muerta, irrecuperable y ahora -¿por un tiempo?- reproductible; sin ninguna reflexión ni siquiera básica, a lo sumo probabilística (“esperanza de vida”, curiosa expresión), respecto de qué sería una edad avanzada; y carente de todo pensamiento serio en relación con qué serían la memoria y su pérdida. Todo lo cual manifiesta el gigantesco déficit filosófico del cual sufren, entre otras, dichas ciencia y tecnología, que no les impide además actuar con eficiente autoritarismo ajeno a la crítica y a la autocrítica.

Sostengo, independientemente de las “neuronas”, que Alzheimer no constituye ninguna enfermedad. Es al contrario un signo de salud que ya explicaré. Además considero que la “pérdida de memoria” nada tiene que ver con la edad, pues se la “pierde” desde el nacimiento cuyo pasado nadie “recuerda” y por ejemplo en la edad sólo adulta cada persona adquiere conciencia cotidiana de sus “olvidos”, vistos ya por la ideología médica como un signo de una temible e inculpadora decadencia en curso. Y, por último, viene el cuento de la memoria, sobre el cual nuestros profesionales se limitan a hacer torpes tests que no tienen ningún valor racional y son tremendamente superficiales, constituyéndose sin embargo en diagnóstico irrefutable al cual los familiares del cliente se pliegan, obsecuentes.

El mal de Alzheimer es el bien de Alzheimer.

Quien recuerda algo olvida otra cosa. Quien olvida aquello recuerda esto. No olvidar nada conduce a la locura. La esquizofrenia perfecta es incompatible con las necesidades de alimentación y de excreción. Memorizar todo también conduce a la demencia. La paranoia perfecta es incompatible con los imperativos de la paz, de no sentirse perseguido y, en la huída, de no perseguir. La juventud es sólo una palabra: hay viejos jóvenes y jóvenes viejos. La memoria menos insana y menos efímera viene del corazón. Los franceses lo dicen sin ya saber cuan hermosamente lo dicen: “apprendre par coeur” (aprender por corazón) es mucho más utilizado que su sinónimo “mémoriser” (memorizar); es perversión de la belleza por la rutina. Sólo “el extranjero” es capaz de hacérselo notar.

Y, justamente, el ser con Alzheimer se está haciendo extranjero. Es su preparación a la “muerte”. Va y viene entre acá y allá, entre más acá y más allá. Su baile en el vaivén distraído del cielo y de la tierra lo torna silencioso, aunque a veces por chispazos regrese aquí mismo y sea capaz de fino y atento humor, por ejemplo, lo cual asombra a la concurrencia ya persuadida de la idiotez inherente a ese no estar “ni ahí”. Ese ser es pacífico. Se ha desprendido de lo fútil. Sabio, se deja hacer. Sólo sensaciones corporales como el frío le aquejan y entonces pide calor. Le agrada que se le incite a sonreír. Su historial habla por sí solo sobre qué ha sido en esencia su vida. En ocasiones se le nota triste: le importa el bien que pudo según él hacer y que no hizo. No siente culpabilidad por el mal realizado. Es, en el sentido estricto de la palabra, religión, religiosidad aún humana. Salvo excepciones, no reconoce rostros ni nombres, ante cuyo recordativo socialmente impuesto por afecto solidario se sorprende, “olvidándolo” de inmediato. Ese ser recuerda sin falla alguna ciertos hechos decisivos del pasado. Basta con que se le dé un indicio para que redescubra otro por el resto de la gente “sana” completamente perdido. No juzga. No cae en ironía ni crueldad. ¿En qué piensa él cuando está entre el cielo y la tierra? Nadie lo sabe, ni siquiera quizás él. Motivo de más para no emitir diagnósticos “científicos” sobre el transcurso de su alma. En definitiva, supongo, ella divaga sin diferencia sustancial como la mía. “Sufro” pues de Alzheimer. Todo es siempre precoz. Ese ser se abstrae de las coyunturas y opina poco. Su inteligencia nebulosa está siendo quizás más sapiente que jamás antes. Merece un respeto hipotético no sólo formal ni moralista. Ese ser que amamos está despidiéndose con amor. Está yendo a Dios, entregándose a Dios, señalándonos a Dios. Tal señal va siendo su penúltima generosidad humana. Luego vendrá también viva la generosidad de su alma en Dios, sin olvido de acá. Contribuirá a sugerirnos un buen camino. Estará esperándonos más allá del universo. Es algo que ocurre ya a Ud. Y a mí. “La guerra y la paz” son desde este punto de vista anecdóticas, por felices o sufrientes que en la “memoria” las estemos reviviendo. Sólo Dios juzga en verdad. Si en verdad juzga. Por el momento, desde nuestro “bien de Alzheimer”, dediquemos nuestras vidas, sin ya pensarlo, sin método, sin esfuerzo, a hacer aquello que nos parece mejor para todo y en cada cosa, desechando lo que consideramos perjudicial. No releo.

Tenemos miedo de expresar nuestra potencialidad amorosa, no vaya a ser que, haciéndolo, “tú” te sientas vulnerable ante su eventual o incluso previsible aprovechamiento, como la experiencia ya lo ha demostrado en otras muy tempranas ocasiones, ¿recuerdas?, sí, cómo no. Fuiste entonces “atacada” y aprendiste con esfuerzo a retener tu afectividad. Has pues triunfado sobre la desconfianza ya petrificada en ti, tornándola rutinaria y neutra. Das de ti lo mejor sólo con gotario. Y nada estás dispuesta a recibir sino gota a gota. Por dentro, el alma llamea un llanto tsunámico de amor encarcelado. No importa. Es el mal menor. Claro, el bien mayor sería posible y en realidad está al alcance de la mano. No obstante, lo sabes, “après le beau temps il y a la pluie” (←), después del sol viene la lluvia, eternizada, qué linda es…, en el alma de la política.

Un fantasma recorre el mundo: es el fantasma de la desmoralización. Ella envenena la vida de cada individuo y de toda la humanidad. Hoy sí, mañana no, pasado mañana sí, pero en términos generales sí. Con independencia relativa de la condición social y de la coyuntura. La presión inocente que ejercen los medios de comunicación para la instalación de tal sentimiento es tan fuerte, coherente y persistente que todos nos precipitamos en la depresión, sin buscar ya nada, porque Acá es el vacío, del cual -se ha dicho- el ser humano tiene horror.

La Tierra está “gobernada” por sabios viejos que, detrás de los medios comunicativos, difunden desde su miedo propio una angustia o por lo menos un escepticismo en proceso de generalización. Quizás los jóvenes sean indiferentes a ese mensaje y vivan la vida con ignorante alegría, efímera: ya comprenderán.

Hay lugares culturales donde dicha evolución es experimentada con cívica y personal serenidad o resignación. Otros donde ella ladra y muerde rabiosa, fanática, maldiciendo al culpable que convenga; desde la familia a la política, por ejemplo. En el lugar donde yo vivo predomina la segunda tendencia, que añade veneno al veneno empeorando así las cosas del alma y del cuerpo.

La democracia mercantil mundializada no suscita pasiones sino frustradas. La paz -donde la hay- es “guerra interior” (Volodia). Ésta mata y se mata en el verbo más que en la acción. Pero la “lengua de víbora” es también activa, puerta de escape para el espíritu hueco y triste ante la realidad corrupta, delictiva, egoísta, mentirosa, drogadicta, injusta, cruel, inmoral, incrédula. El “opio del pueblo” se ha transformado en un tecito.

Aquí, las distinciones entre extrema izquierda, izquierda, centroizquierda, centro, centroderecha, derecha, extrema derecha, extrema izquierda… y abstencionismo ciudadano forman un arco de complicidades continuas cuya forma literal es la parábola geométrica de la letra omega: Ω. El “exit” del final lleva hacia abajo.

En Francia o en Chile lo que falta para dar “sentido a la vida” es pacífica espiritualidad fraternal. La modesta y provinciana iniciativa de la “Amaneciente Incertidumbre” muestra un enorme potencial de unidad y de comprensión independiente de consideraciones partidistas, ficciones creativas de obsecuencia mental. Restan sin embargo insospechables vocaciones y competencias desperdiciadas, honestas, transversales, cuya expresión es desarticulada porque en la herencia de Platón el conservadurismo formal es un deber y porque, claro, hay también intereses creados en la parábola de la “clase política” integrada no sólo por sí misma, oficial, sino también, oficiosa, por la “sociedad civil”.

El actual estado de desmoralización mundial ¿cómo puede mejorar su espiritualidad? No lo sabemos. En principio, no saberlo estaría bien (cf. aquí “Poesía de la incertidumbre”). Nos hallaríamos inventándolo. ¿O será ésta otra ficción, un idilio con la torpe ingenuidad, “sonrisa de mujer”, “viva el cambio”, “la alegría ya viene”? La vacuidad del discurso político desalienta a sus propios charlatanes, a quienes seguimos sin embargo escuchando a medias. No creo en el “Apocalipsis Ahora”. Chile no anda mal. Se interroga. Ruego a Dios que nos ilumine. Creo que una alternancia en el “poder” es ya conveniente. Pero la “derecha” nada hace para que ella ocurra. Contrariamente a lo que se afirma, esto depende menos de “programas” que de personas singularizadas en un solo nombre. No se trata del “hombre providencial” que tiene connotaciones fascistoides. Sí de alguien que reúna; de un brujo que de haberlo lo hay, Garay, como -propuse sin eco- Lamarca; o, si está bien en el alma, Allamand. Los otros dos no. Cualquiera de ellos perdería, aunque esto no sea lo más importante, sino que con ello la “derecha” perdería aún más credibilidad nacional.

Yo nunca he votado por la derecha ni por el centro, sólo por la izquierda, pero estas nociones no tienen ya sentido alguno. De modo que estoy ahora dispuesto a hacerlo por la “derecha”, siempre que esté representada por alguien como dije unificador, pero además socialmente progresista, honesto, etc. (cf. aquí “La prioridad energética” y “La calidad de la educación”). Longueira se declara ya candidato. Es francamente ridículo. En cambio, la Concertación mantiene a dos candidatos seguros, en orden de prioridad: Alvear e Insulza (jamás Lagos, cuya penitencia hace injustamente Bachelet). Longueira candidato con Piñera al aguaite: ¿por qué entonces yo no? ¡Me proclamo! ¿Cómo se llamaba mi Partido? Unión de no se cuánto. Lo olvidé. Recuérdenmelo. Y organícenlo. Total, soy más capaz que todos estos gallos.

Pero hablando en serio. Todo lo anterior es un preámbulo para recordar en el contexto de la desmoralización mundial un texto que, bien meditado, nos llevaría a más serenidad. El texto es del Antiguo Testamento. Muy actual. De inmediato lo busco, copio y cito (qué lata, si la idea ya está en mí).

No, no pienso hacerlo. Leed el Libro de Job. Leed también el Libro del Eclesiastés. No seáis perezosos. Veréis allí que la corrosiva desmoralización humana es un hecho de la causa en la Historia. ¿Es posible mejorar a nuestro querido país? Sí. ¿Es posible y conveniente reducir la desmoralización? Sí: creando más “lazo social”. ¿Es para esto necesaria la acción del Estado? Sí. ¿Es ella suficiente? ¡No! Empecemos y sigamos desde cada uno. Cada uno hace nosotros. Este ideal mío incluye a la eficiencia para más modernización justa y respetuosa de la naturaleza. Más amistad incluso hacia el mundo. Bagdad está en Santiago. Pero vivimos en un territorio privilegiado. Tendemos a asesinarnos como portadores de valores. Esa tendencia debe ser ultimada. Ayer escuché a Ravinet decir que “por cierto nunca seremos tan cultos como en Argentina”. Yo he vivido en Argentina. He conocido la desconocida humildad cultural del pueblo argentino. Estoy en profundo desacuerdo con Ravinet. Chile es más culto que Argentina. De ricos a pobres. Y por cierto en el lenguaje. Si no, ¿por qué el “resto del mundo” asignó más gravedad a la dictadura en Chile que allende los Andes? “¡El comunismo internacional!”, dice Hermógenes. Pero eso no es verdad y hasta él lo sabe.

Leí por ahí que Pinochet fue un “socialista de derecha”. Me dio risa. Pero él no destruyó la Reforma Agraria hecha por Allende y la agricultura ahora es lo que es. Tampoco privatizó a Codelco, como lo piden algunos tontitos por ahí. No hay nación sin Estado fuerte. La utopía anarquista de alguien como Bardon deja al Estado sólo una función policíaca. Para no escribir que tal filosofía constituye una imbecilidad, prefiero la palabra error. Francia, por ejemplo, 4ª potencia en el mundo, es, con derecha o izquierda en el gobierno, muy estatal. Y declarada, según un reciente aunque por cierto discutible estudio norteamericano, como la nación más feliz del planeta. Empresas estatales como el tren (TGV) son de una eficiencia comprobada. Igual cosa ocurre con la seguridad social, la educación gratuita, la salud, el tiempo de trabajo (39 horas por semana), las vacaciones (5 semanas para cualquier obrero), etc. Con fuerte presencia estatal. Al igual que en Suecia y otras naciones.

No es que yo sea estatista. Pero el concepto de la privatización por principio y al lote me parece suicida. ¿Privaticemos al Ejército? Mucha tontería se dice desde esa irónica “derecha”. Chile debe tener un Estado fuerte, honrado, eficiente y quizás dotado de menos personal. Ello es realizable.

Bueno, basta. La desmoralización es reversible. Job nos lo decía ya, en conclusión. No releo.

Te fue dicho: “A nadie amas. ¡Sólo a ti!”. El dolor interrogado te sobrevino como signo de injusticia ante la condenación recibida. Te perdiste en el alma con, otra vez, ¿qué mierda es amar, sino esto?, ¿cómo saberlo?, quizás en realidad no amo y sin embargo toda mi vida ha estado dedicada a eso, sería un fracaso completo. Y partiste. Luego percibí que amaste.

Haber herido con el cuchillo de la palabra. Haber sido infiel a mi esposa. Haber golpeado a mi hijo mayor. Haber golpeado a mi esposa. Haber callado mi verdad. No haber asumido responsabilidades políticas. Haberme masturbado en exceso. Exceso de tabaco y de alcohol. Exceso de sensibilidad que me golpea contra el muro indestructible de las flores. Sensación de no amar. Detective de defectos ajenos. En extremo auto-crítico. Insolente sin garabatos: peor es decir “no vales nada”, y con qué derecho, mierda, que decir “huevón culiao”. Dictar cátedra sobre lo que no tengo ni la más puta idea, como haber sido profesor de derecho constitucional en Francia, sin conocer siquiera el artículo 1º de esa Constitución, pero arreglándome hasta que los alumnos comprendiesen la subordinación de la constitucionalidad a la sociabilidad, gracias a lo cual los tontos leyeron de verdad su Constitución. Ser feliz en la desgracia. Perfeccionista. Autoritario en “ideas”. Confesor público y por tanto impúdico. Muy contradicho y contradictorio, amando esto. Juez implícito y por tanto hipócrita. Irónico, “Voltaire”, me dijo Viera Gallo, hiriéndome, pues ¿las verdades duelen? Interrogador de lo ininterrogable. Temible “genio”. Uf. Leer entre dos letras un abismo. Amar en exceso. Haber estudiado tanto. Haber nacido para esto. Ser despreciativo ante lo despreciable. ¿Qué más? Ah, pedir perdón por algo que repito, bis. Sentir que Dios se hizo amigo conmigo. Y obedecer a mi mujer cuando me ordena ahora que debo ir a cenar. Sería todo, San Pedro. Gracias. Ya estoy en el paraíso. No releo: a comer se ha dicho. Qué me importa comer. Chao.

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