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Se puede  empezar con cualquiera frase. Da prácticamente lo mismo. Una de ellas abre mil caminos. Son la libertad desértica y aterrorizada por la similitud entre el Sinaí y los imponentes Ojos del Salado. Extraño parece que ese universo de la piedra dé ocultas olivas, naranjas. Que entregue ovejas, llamas, tomates, tablas de la ley quebradas por la furia mosaica ante el becerro de oro. Moisés sigue a Jesús. Éste corre al plano dejándose llevar por la velocidad de la luz. Sus piernas no le obedecen, ellas le conducen, evitan hoyos, grietas, piedras, ramas, polvo, raíces, senderos imposibles, ortigas, caídas. Él se recoge a la tierra cual ave de paz. “¡Moisés…!”. Las quebradas son silencio. Al fondo se ve el zumo de una tierra prometida. Aarón coge las riendas del camello principal. Y Jesús llega abajo descansando apoyado pero de pie sobre el tronco de una tepa. Deja allí que el árbol le respire en la espalda. Poco a poco se va deslizando agradablemente arañado por la corteza hacia el suelo. Allí se sienta adormecido. El bosque le canta. Media hora más tarde llegan numerosos los pasos del miedo. “Señor…”.

 

– Traedme a Magdalena y retiraos.

         Jesús…

         Ven, acércate, María de Magdala.

         Te traigo agua.

         Vé a Caná y aporta un restante vino.

         Aquí está.

         Se hace noche.

         Acógeme en tus brazos.

         Del espíritu también te tengo.

         Bebo la savia en la rama del Maestro.

         Mañana seré entregado, partiré como un niño.

         Has vertido simiente en terreno fértil.

         De allí nacerán quienes aún desconoces.

         ¿Me hablas de nuestros descendientes?

         Deberé venir nuevamente.

         ¿La pronta resurrección habrá sido estéril?

         Sí. Debo ocuparme ahora de otros rebaños menos espurios.

         Te olvidarás de mí.

         Tienes la cabeza perdida.

         Acompáñame al río.

         Cuidarás tu vientre.

         ¿Morirás mañana de suicidio, de asesinato, de enfermedad, de accidente?

         Hágase Su voluntad y no la mía.

         Sí, a fin de cuentas da lo mismo, siempre será según Su voluntad.

         Qué te ocurre.

         Me duermo, sueño contigo.

         De este sueño el más lejano descendiente nuestro será una amnesia de la fe.

         Hay amor en el olvido.

         Seca estás ahora.

         La higuera quemaste en invierno.

         Estaba comida de termitas.

         Botaste a tres mil cerdos por el acantilado.

         Se salvaron de la castración y salvé al endemoniado.

         Pudiste evitarla.

         No. Calla. A mis brazos ven otra vez.

         No estás despierto.

         Mañana me iré.

         A tus pies estaré, clavado y aun muerto te tendré.

         Darás leche de tus pechos a la descendencia, no me recuerdes demasiado.

         De todos modos, la memoria se perderá en la arena.

         Quedará no obstante el Verbo.

         Sí. Perdón. Estoy ebria. Te amo.

         Duerme.

Soy mujer. Me gusta el trigo. Apoyo mi seno en el sueño. La noche apenas comienza. No tengo ganas de avanzar. Toco. El ámbito se acerca. Siento un rencor ancestral. El romanticismo es simulación. Las mariposas multicolores llegan con el albor aromático de la primavera. Sólo importa ser madre. Así el amor cae. Los hijos parten. Quedan recuerdos. Estoy sola. Jamás lo reconoceré, pero fue mi culpa. Aún recibo el llamado del vientre. Perdí la sangre. Me hallo seca. El dinero escasea. Observo distraída la televisión. Esa mosca insiste sobre mi piel. Hay ruido en la calle. Soy fuerte: prepararé la cena. Suena el teléfono, troto, número equivocado. Fui joven. Era doncella. Calculadamente todo entregué. Quiero decir un garabato. La esperanza se realizará dentro de un segundo; y ya quedó atrás. Mi nieta menor llora allá. Pienso en un águila. Deberé comprar verdura, pescado, pan, ampolletas. La noche comenzó. Es luna menguante. Corta era la vida. Hay gente buena. Todo pudo ser tan distinto. Un ángel pasa en mi silencio roedor. Cosí. No creo en Dios. Amo. Te amo. Soy viuda del esposo vivo. Las fauces gimen. Rememoro instantes felices. No conocí a mi padre. Se enfrió el té con menta. Las venas parecen cordilleras cuaresmales en las manos. Ahora son dos las moscas. El tiempo transcurre. La sombra trae una sombra. Dormiré sin sueño. Tras la fatiga hay indiferencia. Mis hijos se llaman… están viejos. ¿Para qué todo esto, todo eso? No hice testamento, por el rencor. Conservo el placer de las flores. Estudié matemáticas. Tuve amantes sucesivos. No importa. La madre es. ¡“Cáncer al ombligo”! El ámbito se acerca. Por el viento avanza el trigal. Esa madre corría al sol. El feto aquél me muerde el alma. No lo encontraré. La cabeza gravita sola. Se va. Fui niñita. Me enamoré. Abrí el cuerpo. La existencia viene entre paréntesis. Uf. Estoy casi dormida. La temporalidad resultó anecdótica. Caben letras. Doy gracias. Soy feliz. Quiero pan con palta. Una copa de oporto. Tráemela. Voy. Vino en caja. Los nietos observan en mi piel la muerte. Los hijos miran el reloj. Deseo que se vayan. Les ofrezco galletas Amor y un juguito. Se fueron. Me tienen en la miseria. Trampeo jugando solitarios. Bailo unos pasos de “El Danubio azul”. Riego los geranios del balcón. Miro la pasa que es mi cuerpo desnudo. El higo seco en la teta sobreviviente cayó. Fuimos brujas. Las amigas restantes están todas locas e inválidas. El teléfono se halla en desuso. “L’aigle noir”. Qué asco. Cómo pude rebajarme a eso. Vomitaría de mí pero escuálida estoy. Filomena me hace el aseo dos veces por semana. No cobra, agradecida. Leí a Proust. Viajé a la India con J.K.d’O en el Vespucio. La travesía fue una maravilla. Yo tarareaba “El mar” de Debussy. Hice clases de costura. Se me echó a perder la máquina de tejer. Vendí la casa de Zapallar. Mi marido nunca me amó. Yo en verdad tampoco a él. Lloré, sí. Mi padre era lo mejor. Ella fue cruel. Los viernes se comía pescado. Durante un tiempo fumé Monarch. Vivo en un departamento de 46 metros cuadrados. La platería fue desapareciendo durante las hospitalizaciones. Estoy de más. Dios si existe me mata de vida. El ataúd me da frío. Seré incinerada. Los gusanos fenecerán hambrientos con este pellejo. Enciendo la televisión. Pero fue una lástima que hicieras eso, papá. Llueve en Nantes. Moi je m’en souviens. 24 rue de la… Llegué tarde. Dejé la rosa. ¿Por qué me llamaste así? Chuparía charqui ahora. Añoro una carbonada. Tengo frío en los pies. No como cuero de pollo cocido. Ay. Vendrá otra primavera. Varios zorzales se posan sobre el pasto de la plaza con sus picos y sus patas anaranjados. Sevilla de noche huele a azahares. Voy a acostarme. Apago esta porquería de televisión. Y la estufa. Un beso, mi linda.

Retrocedo en el tiempo. Voy al neolítico de la cultura posteriormente llamada amerindiana. Ella era adolescente, yo apenas unos años mayor. La representación abstracta de la belleza se concretizaba desde mi punto de vista en ella, dulce y siempre sonriente virgen, quien no paseaba sino volaba cual ángel más maravilloso que aquél de Kusturiça en “Underground”. Este cuento se parece en cierto modo a la nostálgica novela “Coronación”. La belleza de esta prima hermana, última hija de una hermana mayor de mi padre, era tan perfecta que ella se la conocía de oídas y la reconocía de ojos ante el espejismo del espejo. Ahí estaba su piel dorada en el cuerpo adorado por los dioses del Olimpo sincrónico. Le paseaban con las palmas manuales de Zeus apenas tangenciales la carne inocente y gozosa toda su magnificencia juvenil. Ella de saberse tan bella y acariciada por más que todos los sentidos y por más que todos los sin sentidos se admiraba así forzosamente hasta una suficiente, sabia y pronta estupidez, donde una palabra insípida como “ya” devenía trascendental y ahogaba de amor fugitivamente eterno el cuello de sus merodeadores. La superioridad estética la obligaba al mínimo consistente en posar con desdeño al Sol. Era la reina absoluta de El Golf, de Santo Domingo o Reñaca. Vivía en pletórico lujo familiar. Una empleada vestida ad hoc le ponía un bordado calzón perfumado con jazmín en el cáliz planetario de sus divinos glúteos, mientras el espejo respiraba jadeante ante aquellos senos venusianos que Boticelli no pudo imaginar. Yo, en breve, frente a tanta lindura, intimidado, no osaba tocarla ni con una mirada; ni con una palabra distinta que otra vez “ya”. Habría querido arrebatarme teniéndola entre mis brazos, recibirla desnuda, besarla, poseerla en adagio y alegreto para su felicidad en la mía, pero esa belleza absoluta, contraída como inteligencia suma del monosílabo señalado, “ya”, me paralizaba por completo, de modo que nunca osé decirle “eres hermosa, ven”, so pretexto que algo de vagamente incestuoso podría haber en tal atrevimiento destinado además al rechazo de la inminente diva: mi papá, la hermana de mi papá… La ley positiva me permitía lo que la ley natural fijada por mí me impedía. Además, por otro lado, me enamoré.

Y hubo así un interminable hasta mañana “coito interrumpido”. Ella se casó con alguien de familia muy rica que después se arruinó, la pareja se deshizo de manera asaz ambigua, los padres murieron en la pobreza uno tras otro, el hermano menor se perdió, nadie tenía con qué rascar la olla, la “realeza británica” conservó no obstante su ejemplar flema en la garganta muy fumadora, se entristeció durante dos días por el “accidente” de la “prima” Lady D; y suma y sigue, como consta aquí en “Trozos”.

Fui allí acusado de una fechoría que nunca cometí ni fue probada a pesar que yo lo pidiese. Reaccioné en consecuencia, fuertemente, pero sin insulto explícito, aunque, peor, solapado (“malo, malo”, sic). El asunto más que anecdótico revela qué es cierta “clase alta” chilena, ubicada y desubicada entre Pinochet, zapatillas Puma en La Dehesa o en el mejor caso el Coco Legrand. Es la Coronación realmente británica de una decadencia inculta, casi analfabeta, aficionada por qué no al fútbol. Más vale hacer leña del árbol caído que en pie. Los refranes de nuestros ingleses amerindios suelen estar tan trastocados como éstos. Más culto es el mapuche de Chaitén que el paracaidista “del Club”.

Pero nadie me va a negar que la primita ya nada diminutiva sigue siendo bastante rica sin un peso pero de Báquinjam. Vino acá. Se tendió o algo así en el sofá. Buenas piernas. “Ya”. Copetes. “Ya”. Fui sincero. Innovación en el léxico: “Ya”. Imaginemos que al despedirse apretándose a mí con un beso inesperado en la boca yo me entusiasmé y la invité al “Valdivia” para ver la película de “Peter Pan” donde lo pasamos muy bien pagando yo el costo de la entrada y la propina.

Toda esta gente es buena gente. ¿Mi primita sacó contra mí sus trapitos al sol sin absolutamente ninguna justificación objetiva y sólo por tontería probada en “Trozos”? Es falta de pudor aristocrático ante el roterío chileno. ¿O extremada democracia igualitaria? ¿Quizás ultraizquierdismo anarquista? No sé, no creo. Pero yo pienso en cada uno de los nombres en esa familia y hacia cada uno y todos siento simple cariño. No miento. Mi “Tío Pepe”… Una vez lo llevé en mi auto de Berna a París. Nos detuvimos a almorzar en Dijon. Excelente cocina. Mejor conversación. Me contó en serio algo muy gracioso. “Las masas se atraen y es por eso que en la ruta los autos se juntan peligrosamente”. Pagué yo, siendo entonces becario en París (1970). Yo quiero a toda esta gente. Incluida por cierto la prima que denigra a “los Montes” y me sitúa como loco junto a su hermano. Con algunas diferencias. Por ejemplo, nunca he sido narcotraficante ni encarcelado por ello y por otras causas durante años en Indonesia. Isabelita añade que soy un amargado. Pongámosle que tenga razón. Amargado social. Amargado económico. Amargado político. Amargado de Campari, como ella sugiere. Vale. Otro, por favor, pero que sea Negroni, es decir 1/3 de gin, 1/3 de campari, 1/3 de vermouth rojo, una torreja de naranja y dos hielos para la prima, buenas piernas todavía.

Este homenaje a Isabel por su belleza de alma sintética y de cuerpo analítico puede servir como fuente de curiosidad antropológica sobre el mestizaje amerindio que integro a pesar de un ascendiente salvaje de Irlanda apedillado O’Ryan por mi madre. Entiendo que los antecedentes aquí aportados (y en “Trozos”) tienen un valor apenas impresionista, como Isabelle (perdón, Elizabeth) lo observaría en el Musée d’Orsay, Paris 7è. Deseo a ella y a sus hijos felicidad y paz.

Se ha podido ver en “Trozos” con piedad acongojada o cruel qué representa una clase “alta” en Chile. Ella constituye la incultura nacional. Cuando tiene dinero, abusa ostentosa. Cuando no, saca árboles genealógicos hechizos, de violenta melancolía. Y hace historietas sin fundamento. Como sobre mí insultando a mis tíos. Esto no tiene importancia histórica y ni siquiera histérica. Pero sí representa la bastardía (cf. Situations X) en la sucesión “aristocrática” del Primer Infante de la Nación: “el Rey” en el Club de la Unión, otrora.

Sí, soy un amargado. Se nota, ¿verdad? Liz me puso el dedo en la llaga.

Lili, aporte otra reflexión por penosa que sea, gracias. ¿Es Ud. germánica como Beethoven o como Goethe? Cf. Kundera en “La inmortalidad”.

No coma chatarra.

El alma suya tiene mucho que decir, incluso la rebasa con imposibilidad de expresarse por el exceso de amor a veces mal entendido que bulle desde Ud., mal entendido aun por Ud., y así es la cosa no más.

Los anhelos desde la profundidad pulmonar suspiran entre toses.

El recién nacido grita de miedo ante la inminente dependencia láctea, tan dulzona en un par de tetas cuya succión duele para la evidencia de él a esa madre enrojecida.

Feliz en la tranquilidad se halla el sexto sentido relativo al espíritu cuando ya han partido los cinco anteriores sentidos.

Más huele a hongos la librería que el cementerio.

La fila ante la caja de la farmacia es el desfile del miedo civilizado.

La virginidad consiste en un tupido velo.

Lo primero que se mira al anacrónico caballo regalado es sus dientes cariados, entre verdosos y amarillentos, en resumen marrones, uno entre tres.

Nada peor que recibir un mal regalo, como una hija incumplidora de su promesa y además irrespetuosa.

El porvenir será nublado aunque húmedo porque el calentamiento global produce evaporación del agua salina que sacará lágrimas retrospectivas.

Más que el paraíso, el purgatorio o el infierno es preferible el limbo.

El orgasmo resulta trivial.

Cristo debe ser crucificado otra vez.

El polvo convertido en polvo se hace piedra efímera desde la cual nace una semilla en flor del pensamiento bailando delicada y terrestre al viento.

Dios descansa en su eterno séptimo día.

El ser glorioso de la ciudad es falsificado para pancartas del olvido.

Las aves cruzan el cielo en triángulo equilátero que Euclides desdibuja cual fórmula.

“Pi” no tiene fin…

El gay huele a caca.

Hagamos bosques.

La pérdida del cansancio evidencia el cansancio, es el movimiento del reposo.

La espalda duele por tristeza.

La cordillera se quiebra y se desploma borrando al país.

La dirección política constituye desde Alejandro Magno una simple ficción humorística y precoz del heroísmo asesino.

Separa al bien del mal la mitad fronteriza de una gota acuática.

La abuela hecha esqueleto sonríe en la foto.

La risa entraña burla como absurdo ajeno de cada ser.

Cabría estudiar con rigor la relación evangélica de Jesús con la naturaleza, así con el pan, con los peces, la higuera, el vino, la vid, el viento, el agua, el laurel, la sal, la mostaza, el cordero, los cerdos, los lirios, etcétera.

Parecidamente por su rusticidad vulgar son Chávez y Pinochet, uno no criminal hasta ahora que yo sepa pero sí el otro que yo sé, adivine.

Bush es un imbécil consagrado mas no por el Espíritu Santo.

Hay ignorantes que rechazan la preocupación ecológica por un principio industrialista de cuya destructividad son más inconscientes que orangutanes.

Las matemáticas de la certidumbre hierven de cretinismo soberbio y de geocidio, es decir poco, si no fuese por las moscas, inocentes contaminadoras de odio ancestral.

El hombre no es el lobo del hombre, es, peor, el hombre del hombre, sin que el lobo ya extinto por el hombre tenga nada que ver en el asunto.

Me arrepiento de haber sido concebido por Dios.

Tal cual diría el filósofo Allamand, el desalojo pesimista de lo ajeno sirve para sacar de sí la desgracia propia, y tal cual diría el jurisconsulto Novoa, citando a Durkheim, el suicidio es un hecho social.

El afán de lucro desde sí mismo es criminal, al igual que otros conceptos de retrasados mentales, como la competitividad, la excelencia, la calidad total, la flexibilidad laboral, la estadística con ritual 3% margen de error… la manipulación de la mentira a la mentira, el abuso contra los pobres, las manos lujuriosas en los bolsillos rascándose las bolas, la ida a putas en el mediodía, el rigor religioso de fariseos, la mierda misma del pinochetismo que herido se quiere vengar y es.

Ello no quita a mi pesar que la “izquierda” una misma mierda y cómplice sea.

¿Todos, así, un excremento, salvo yo o quizás tú, y tú…? Sí. Salvo nosotros, amordazados en la democracia que reniega de la figuración y de sus ventajas. Permaneceremos sin Partido en esta iconoclasta modestia de la palabra. Traidores de ambos lados se hallan hoy muy “bien” por doquier. Morirán helados de odio a sí mismos. Habrán quebrantado toda su inocencia del nacer. Todos guatones de insatisfacción. Asco humano. Puedo atestiguarlo ante tribunales también corruptos. Da pena. Sólo la gente humilde es moderna y vale. Ella y no el cobre, cobre, es el “sueldo de Chile”. Salvo alguna excepción contradictoria aunque hasta hoy esterilizada.

La lluvia poco ya cae del cielo. Sí cenizas. El pasto se ve en Chaitén. La inundación en Florida es menstrual. Acá menopáusica y alharaquienta. La mascota hace menos cota que un taco austral.

La regla confirma la excepción. Dios sigue dormido. De un ojo.

Ignoro qué impide ser sencillamente honesto. Es tan idiota no serlo. Q.e.d

Mañana suprimiré el celular. No por ahorrar. Por prescindir. Conservaré el teléfono fijo que figura en la guía, el c.e. señalado en A.I. (cf. últimamente “otros”) y el sitio de Internet, más el departamento (cf. también guía).

 

Cuando el niño crece se preocupa por la representación del dinero. Cuando el adulto crece se despreocupa de ella.

 

Es posible como sugerí por allí que la actual crisis económica de la humanidad dure y que tenga como efecto benéfico una cultura de la adustez donde se trate de gozarla y no ya de demostrar cuan importante soy debido a mi Ferrari; donde por un mínimo de solidaridad responsable se erradique la miseria, sin gran costo, por lo demás; y donde la incertidumbre inherente a la existencia sea asumida con dulzura del alma. Sin que nuestra utopía tras-histórica avance por ahora más allá que lo recién escrito, pues maldad e imbecilidad siempre habrá. Ellas desconsuelan un poco sin asesinar a la esperanza.

 

Se nos hace natural un ocaso definitivo del antropocentrismo.

 

He vivido todo el lujo. Nunca la pobreza. Sin escarbar dinero me ha sobrado. Pero a los 63 años llegó hoy a instalarse en mi conciencia un deber de desprendimiento. Así con casas, viajes, por cierto ahorros, regalos fastuosos (salvo la biblioteca), curricula (currículum es en singular, tal como, respectivamente, errata de erratum) de éxitos sexuales o académicos, tiempo de cánticos y pinturas, conversaciones inolvidables, encuentros, lecturas, películas, obras de teatro, bosque vírgenes, amor de perros, bailes, arte culinario, soledad, gerencia general de empresa, despedidas, Elba, Chiloé, este magnífico Santiago que recorro desde la cama por la televisión pronto en venta…

 

Se requiere poco para vivir bien y mucho para mal, ya lo he explicado. Se requiere amar, son requeridas humildad de fondo y no de forma, por tanto generosidad alegre y natural, así fraternidad, respeto, sentido práctico hasta cierto punto compatible por ejemplo con la educación, el esfuerzo, el estudio. Es lo que pide el crecimiento justo y prudente de la humanidad.

 

Jamás compraré otro de estos ridículos adminículos tecnológicos cuya publicidad aplastadora muestra día tras día que el tonto consumidor se “atrasa”. Además no se los usa salvo ante un público gregario. Los videos se pasean por millones por París en el insoportable verano con algún japonés detrás. No. No más. Uno menos es uno más para oler mejor el cielo. Y pongo el título ahora (cf. Pascal ya citado a este respecto).

 

Pero oscurantista sigue siendo aún la vergonzosa voracidad de la disciplina lujuriosa. Es egoísta y mentirosa. No predico el ascetismo. Sí un desapego práctico y espiritual. Estuve con un joven recién recibido de ingeniero civil en la PUC. Le pregunté qué haría. “No sé, pero en ningún caso algo distinto que un servicio directo a la gente pobre de Chile”. A las pocas semanas ganaba unos 4 millones de pesos en una gran empresa privada, cosa merecida, por qué no. “Poco te duraron los ideales juveniles”. Asintió indiferente. Va a la misa dominical, por cierto. La conciencia es por un tiempo olvidadiza. De este modo cultiva paulatinamente un cáncer. La mentira del egoísmo somatiza hasta que se lo sepa ya tarde.

Quedó embarazada muy joven desde un marido que también lo era. El programa del primer hijo ya estaba en curso. La mujer se sentía naturalmente creativa. Poco a poco iba sintiendo y tocando su vientre con un amor en las manos. El hombre observaba el proceso extrañado. La evolución del cuerpo femenino hacía que lo mirase como de lejos. Él sabía que el embrión era de sexo masculino, ella no, el asunto le era indiferente, estaba entera en su misión maternal. Algo se desunieron ambos por esto. El feto lo comprendió escindiendo definitivamente su hueso frontal. Hubo incluso un episodio aún doloroso de agresividad física, nada grave. Él la había empujado haciéndola trastabillar. Se sentía desconcertado ante la buscada reproducción. El “deterioro” de la carne allí expuesta ante sus ojos le resultaba temible. Amoroso pero penoso, distraído y difícil venía a hacer entre ambos el acto sexual. Períodos de ausencia se hendían. Hubo caricias, mas distantes, más silencios desde las tres afectividades en juego. Gallarda se paseaba por la calle la nuevemesina, confiada. El marido la miraba con amor desde la ventana. Ella avanzaba pletórica con el crío robado en el útero. Allí él ya pateaba. Las manos maternales se cruzaban paseando sobre el movimiento de la vida que le llenaba de felicidad el alma. El padre observaba enternecido. Un sentido de la responsabilidad hasta entonces desconocido iba creciendo en él. Hasta que dolores vinieron por contracciones anunciadoras del apetito por salir. Y salió. Fue y es sano, ya de cuarenta años, casado, tres hijos, empresario, más francés que chileno. Luego hay tres hijos más. En total, dos hombres en los extremos, dos mujeres al medio. Todos fueron amados hasta la eternidad. Hubo momentos felices. Hubo momentos de dolor. Hubo desplazamientos por causas distintas. Hubo travesías oceánicas. Hubo duelos. Hubo infidelidades. Hubo coraje. Hubo incompleto perdón. Los hijos no tienen problemas económicos. “Todo está bien”. La comunicación es más bien tácita y pausada, a veces por algún lado conflictiva, pero en general veraz. Los padres se separaron cuando el hijo menor tenía 10 años. Fue un chaparrón. Pasó. Hay ese dicho falso: “es con el tiempo que llega el verdadero amor, es con el tiempo que se va el amor”. Falso porque el amor llega de inmediato y nunca se va. El amor matrimonial se mantiene íntegramente no obstante su diversidad después extinguida. Poco importa entonces qué suceda en los hechos. Los hijos partieron con sus hijos. La liberta vista desde afuera reina allí. Viene una compasión levemente punitiva de descendencia a ascendencia. “Las generaciones saltan una” (Nietzsche). Quedan por ahí resquemores en el amor. El luto es sombra de la historia. Y ya tarde los padres se juntan (o no) otra vez. No es el amor en los tiempos del cólera. A cada uno su dormitorio. Hay correcta convivencia. Un rencor sobrevive. La complicidad es contable. La mujer monopoliza la vida. El hombre se ocupa del olvido. No se besan en los labios salvo por pacto incluso íntimo. Han transcurrido sesenta años desde que se casaron. Encienden la televisión. No la miran. Se duermen. Se aman. Van a misa. Están viejos. Les queda poco. Reciben rentas. Ella se encarga de esto. Él ya hizo lo suyo. La separación fue una larga playa de arena gris. Rocas les impidieron abrazarse. Las mujeres sacan conejos de sombreros de copa que les regalaron los hombres. Los conejos corren sobre la nieve. Los nietos ignoran cómo se llaman los abuelos desunidos. Habría habido allí amor. La descendencia reconstruye cada día en el verano un castillo de arena por la mañana y otro de naipes al atardecer. Durante el invierno ella estudia los números y las letras. En el otoño estuvo pensativa. Hacia la primavera sonríe. Los padres mueren cada uno por su lado. Funerales son sucesivamente de rigor. Los niños piden cuchuflís.

 

Tampoco releo. Son las 5:42 am. Debo retirarme a mis aposentos nupciales. Antes de lo cual lavaré mis dientes y defecaré.

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