– ¿Qué es anterior: la música o la partitura?
– El concepto de anterioridad es absurdo y no sólo en esa alternativa.
– ¿Todo es instantáneo, simultáneo? ¿Eso es lógico?
– Perdón. No debí hablar de absurdo.
– Lo escribió, como se puede releer.
– Es usted quien lo escribió, no yo.
– Pruébelo.
– Nada tengo que probar.
– ¿Para qué vive usted?
– Para cantar.
– ¿Es eso lo que la hace más feliz?
– Sí. Me mata.
– ¿Está toda la música ya inventada?
– Sí. Pero no inventada. Plagiada.
– ¿Qué nota prefiere para el final en clave o llave de sol?
– Mi…
– ¡Qué bien cantada!
– Eso fue Re.
– Las notas ¿no son intercambiables en la ductilidad de las escalas?
– Sí.
– Me pidió perdón arriba por haber hecho implícita la noción de lógica.
– Faltan notas. Entre Do y Do sostenido hay miles de notas.
– ¿Pueden ellas ser expresadas en vida fuera del alma?
– No. La continuidad impide que haya música humana.
– Esa explicación es demasiado trivial viniendo de usted.
– Sólo canté al miserable Aristóteles, su compatriota: “natura non salta”.
– El pasado vive.
– Con la nota Sol comienza el fin en El Pájaro de Fuego.
– Ya sé. Sol, Fa, Mi, Sol, Re, Do, Fa, Mi, Re, Fa, Mi, Do, Re, etc. No soy más tonto que usted.
– Sí lo es, por lo menos lo sabe aunque no lo diga.
– Tiene razón. Perdón. Usted morirá ya.
– Mi voz permanecerá. Su fortuna no.
– Las voces también se pierden.
– Yo vivo con usted porque es feo.
– Yo con usted por su nombre: Callas.
Onassis no tardó en morir.
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