No soy especialista en esta materia. Carezco de conocimientos sobre precios y mercado. Busco a una persona honrada que sí los tenga, fuera del evidente acceso financiero, y que trabaje por comisión acordada sobre la base principal de la confianza. Un encuentro previo y personal parece indispensable para adquirir una impresión recíproca sobre los posibles interlocutores y, con tiempo, sobre el valor de los objetos ofrecidos, por lo general antiguos y en buen estado, muchos de ellos únicos. A esa reunión en un departamento mío seguirían un inventario y una tasación por perito firmados ante notario. Mi intención no consiste en hacerme rico mediante una compraventa sino en garantizar una vida modesta pero digna durante veinte años. Mi edad es sesenta y seis. No estoy endeudado. Creo sin hallarme seguro de ello que unos trescientos millones de pesos, por cierto mejor más que menos, en efectivo y en líquido para mí (impuestos y comisión más otros gastos pagados), serían suficientes. Mi familia -madre, ocho hermanos y cuatro hijos, todos profesionales exitosos en el plano económico- insiste con generosidad en que no me preocupe por esto, pues dividiendo la suma correspondiente sus componentes podrían entregármela mes a mes gratuitamente, pero es una solución a la cual nunca he recurrido y la falta de costumbre en esto crea un reprochable mas comprensible aunque superable orgullo, que molesta, diciendo tanto sí cuanto no. La verdad es que jamás he acudido a este tipo de salida. Una información bastante exacta sobre mi vida se halla en el presente blog, “Amaneciente Incertidumbre”,https://amaneciente.wordpress.com . Mi correo electrónico esarturomonteslarrain@vtr.net. Mi teléfono fijo en y desde Santiago de Chile es 3416148 . Y el celular aquí mismo es 095351520 . La dirección en la comuna de Providencia, misma ciudad, es calle Austria 2163 departamento 202 donde se me halla regularmente o por una empleada, señora Rosa.

Los libros en venta son de proveniencia familiar. Citaré dos ejemplos entre unos doscientos ejemplares que no he contado : a)  “Los tesoros del arte de Inglaterra” (cien grabados finos en acero muchos de ellos originales), George Barrie Editore, Filadelfia, 1881, unas 1000 páginas tomando en cuenta las láminas; considero que el enmarcamiento por unidad acrecentaría la ganancia. Y b) “Encyclopaedia Britannica” completa, Adam & Charles Black, Edinburgh, MDCCCLVI.

Por razones de salud y por su costo he tomado esta decisión. Saludo a Usted con afecto.. No excluyo una venta en el extranjero: España, Francia, UK, USA.

 

O ya que estamos en éstas -cuestiones “simplemente” pronominales-, ¿por qué no ella o, más directo, yo? ¿Por disimulación de egocentrismo? ¿Por qué tal respuesta astuta pero evasiva? No sería grave esta huida. Ella ayuda a disminuir los arañazos epistemológicos de la subjetividad o por lo menos a transformarlos en una jardinera con flores de quince colores y un aroma; en el ensueño de un sueño por anticipación, qué amanerado y bonito, ¿no? Entro así contra el pelo. Autocrítico, sin simpatía de pituto íntimo. Viento en popa. Propulsión genotípica.

En el Diccionario de Julio Casares, el Azar se halla definido por el siguiente término: “Casualidad”. Esta definición me impulsa pues a buscar dócilmente, en la letra C, Casualidad (como relámpago, a la indagación cruzó de adelante hacia atrás, o si se prefiere por arabesco de afectividad analógica, de derecha a izquierda, la palabra “causalidad”, ya grabada en la memoria hecha palimpsesto), donde se encuentra la cima: “Azar”. Y así es posible continuar indefinidamente la investigación, de la cual para recomenzar emerge: “Caso fortuito”. “Fuerza mayor” (…), Azar…∞…  ∞… No hay solución. El can, mordiéndose la cola, gira y gira, jadeante, en la canícula del lenguaje, hasta caer, poco a poco, finalmente muerto de cansancio, por azar (!), sobre el volcánico punto G…: cualquiera. Menos mal salí pronto de El Extranjero. Pero para caer en La Caída.

No. No hay azar. El estudio de la semántica -del semen, como para seminario o semilla- en esto relativo al azar presenta la utilidad cognitiva de poner bajo plena luz la fundamental redundancia prontamente tautológica del “Verbo, en el principio” o de “la Historia, es decir nada” (Lévi-Strauss). Todo está entonces predeterminado. El concepto de Destino hace sentido. En términos callejeros o para la intelligentsia del budismo vulgar, “todo ocurre por algo” (algo = dolor), sin que alguien se aventure en el impasse concerniente a la significación no miserablemente etimológica de “algo”, postulándose ya que, por ejemplo, “algo es algo”. Del mismo modo que “pan (=todo) es pan”, sin que por pleonástico que este pleonasmo sea, nos impida distinguir gracias al contexto una marraqueta de una zanahoria, por mucho que yo haya cocinado un buen pan de zanahoria, cuya receta no corresponde dar ahora. ¡Pero no! La víbora de la inquietud científica aparecida en el Edén me despierta y hace saltar de curiosidad sobre la cuestión del azar. Reflexiono. Llamamos azar aquello cuyas causalidades -sí, y en plural-  desconocemos. Proseguimos el empeño por conocerlas. Pero en el fondo ya sabemos o resignamos a que esto nunca sucederá. Toda la Historia está allí desde antes que el Verbo para comprobar, socráticos, que ni siquiera de lo más elemental algo sabemos, y que a fortiori de lo nada elemental nada sepamos.

Llegado a este punto debo retirarme para dormir un rato.

 

Es tu último aniversario. Este texto está descontextualizado por el diabólico juego de las palabras. Toma. Aquí va mi regalo. Me arrogo el derecho de arrobarte así y alzo la copa que ahora toca al vecino recordando a las bodas de Caná y la última cena. Escribiste, tengo el manuscrito firmado, “eres lo mejor que ha ocurrido en mi vida”. Lo sufrí por mi papá entonces todavía en vida carnal y por mis hermanos aquí contextuales con sus propios o impropios contextos. Hasta más allá que el infinito. Pero luego recordé que mientras mientes niegas, niegas y niegas. Tú no eres lo mejor que ha ocurrido en mi vida. Somos demasiado semejantes -insistía el papá, conciliador y sabio- como para pensar sin exceso de narcisismo que así sea. Semejantes pero no idénticos. Juntos pero no revueltos. Lo mejor que ha ocurrido en mi vida es en términos femeninos o sea concretos haber salido de tu horno nuevemesino. Abre el paquete del regalo. Su contenido te sorprenderá a pesar que te anuncie la sorpresa. Te amaré. Sí, son tres panties del Nº3. El sentimiento de la obscenidad nace en el parto además lechero. Siéntate bien. Tienes hijos por rutina de calculada y rentable resignación. Hacer el amor consiste en ponerse, dormida como por un rezo, de plástico beso, mientras él se empeña y se empaña en lágrimas de ilusión perseverante ante tu majestuosidad. El orgasmo era el último bostezo reproductivo. Él huía exhausto cual sombra satisfecha de orgullosa tristeza a su cama. Tú ya soñabas en lo que tú y yo sabemos. Esto no se cuenta ni en broma. Él fuma en la nocturnidad de la duda laboral para el día de mañana. Es necesario mantener a la familia. Hasta que el cansancio y la agonía justamente protegida en el sentido concreto de la feminidad le advengan. Es huesos. Tú te divorcias haciéndote cenizas. Ningún gusano te morderá. Ni un huevo de melancolía o de codorniz te roza al ser en secreto acusada de soberbia. Pero el polen entonces estéril de tu infierno en vida cruzará cual eructo una película. Tras ella vas a “La Novia” con tu hijo mayor. Sándwich, torta, café helado, jugo de chirimoya. La película, cursi, podría haberse llamado “La rosa de los vientos”, con Clark Gable y compañía. Mas era “Lo que el viento se llevó”.  Se habrá llevado tus cenicientas hojotas. El calcio de los huesos permanece en su lugar. Japi Berzdei. Ponte esta panty de color damasco.

Ay, qué amor eres. ¡Gracias!

Besos y miradas pestañeantes siguen tras el asado anterior a la torta de diez hojas llamada mil cuya vela entre sonrisas y alegría cantada por originalidad soplas, “¡ah, todavía sopla!”. Y empiezan las coplas copiadas de los pajarracos, esos bisnietos, agarrados a migajas, jajajá, cuando siguen circulando por chismes los chuicos y te renace el frío entre tanto papeleo de regalos que te importan un carajo. Mamá… No cantes. “Il n’y a pas d’amour heureux”.

Será miércoles 8 de diciembre, día feriado de la Virgen María.

En inútil homenaje a la reconocida erudición de la poliglotía chilena, traduzco con absoluta exactitud del francés al castellano el título de arriba: “La medicina, esta mierda”, llegada a nosotros gracias a la literatura grandiosa de Céline en “Muerte a crédito”, cf. Romans, Paris, La Pléiade, 1951, p. 511. Sin que se me impida agregar por retroacción la primera frase de esta novela: “Henos aquí todavía solos”.

Odio a mi padre pero al mismo tiempo por prisión de su afectividad lo amo aunque más le odie que lo ame.

No hay medicina contra esto. No se me venga con “meditación trascendental” de Elqui por ejemplo y por favor. De tonterías basta.

Él me lanzaba contra los muros siendo yo pequeña. Nunca me compró un reloj de oro. Yo era la niña más linda del barrio según el voto popular. A medida que pasaban algunos años, mis notas se vinieron haciendo un poco decepcionantes incluso para mí. Él me sacaba a pasear. Yo aprendí a amar la lectura. Me sentía querida. Íbamos a museos de la tristeza y la belleza. Experimentaba un respeto por él. Ahora estoy casada con varios hijos que ni siquiera les he presentado, o apenas. Está enfermo. Lo hago sufrir sin saber si logro hacerlo. Soy muy sensible especialmente respecto de mí misma. Detesto a él desde que supe cuan infiel había sido a nuestra madre. Después adquirí el conocimiento que era ella quien había comenzado. Y que no existe el perdón de corazón en el tiempo. Yo había pues tomado mi partido hasta siempre. Él me buscó. No existe. He tenido éxito. Una separación drástica obtuve en la familia. Padre y madre, hermanos y hermanos respecto de aquél, solo y cesante. Yo cumpliré en el asunto del dinero. ¡Cuánta risa me dará! Algo temo sin embargo. Es el dolor de su agonía hecho mío, ¡soy tan sensible!, ¿llegaré tarde? ¡Qué me importa! Él me lanzaba contra los muros. Es mentira, por cierto. Pero de tanto repetirla a diestra y siniestra la creo. Yo no creo en dios. Sólo en el esposo y los hijos. Hasta que quizás deje de creer en ellos. ¡Pero no en mí! Yo domino. He robado pero no importa. El padre me defendió pero no importa. Me llevaba a música comprándome un Stradivarius pero no importa, fui un fracaso. Él no comprende mi corazón. Asegura que no comprende por qué lo odio. Se lo creo. Es tonto. Tanto, que tampoco eso importa. Como la marihuana.

La frase del título ofrece poca originalidad, es demasiado conocido el cuento, me fue enseñado por mi (“me, mi”: feo) padre cuando yo tenía 4 años de edad, qué memoria, qué literato. Pero veamos. Lea letra a letra la frase al revés. Chiste repetido sale podridamente ingenioso. Hay no obstante, por lo menos, dos problemas, uno secundario de carácter ortográfico y otro principal de orden gramatical.

– Leyendo al verres, “abad” no llevaría acento (o tilde como dice el siutiquerío).

– El dativo “le” sobra. Daba arroz a la zorra el Abad -o dábale arroz- pero no como arriba. Yo no le dije a mi papá que había tal error gramatical. No se lo dije. Correcto, respetuoso, nada le dije. Miré el mar. Esto del dativo excesivo es un error muy excesivo en castellano y no sólo chileno.

Puede haber “humor”, ése del fácil que hace reír a tantos tontos, sí. Del tipo que yo no le dije al feo de mi Abád que le diera arroz a la zorra, sic, porque la sorry no come arró’, es carnívora, come ratones y además no hay ninguna zorra, menos aún para un casto abad en el camino de las abadías de cuya existencia usted no tiene ni la más pelota idea por zorro que sea. De modo que daba ratón a la zorra el zorro. No hay falta. Lea al revés. Resulta: “Orroz le Arroz a la Nótar Abad euq Odom ed”. Usted no comprende na. Por espíritu pacifista supone que se trata de un código con mensaje terrorista enviado pues a la “Inteligencia” donde se estudia con seriedad eso, hasta descubrir al revés y al derecho con todo atravesado que es una simple sarta de huevadas, como le dice en secreto la secre a su zorra de abajo. Qué divertido, ¿no? “A very british sense of humour, glad to meet you, sorry”.

Pero el “Servicio de Inteligencia” es más tonto que una escoba. Ignora que en la sencillez está la verdad por usted ya sí descifrada. Y, convengámoslo, terrorífica: OLAALNAEO; que allá significa, sí,… ¡ay!

Hoy es el día miércoles 17 de noviembre del año 2010 después de Cristo. Hoy Arturo Montes Rodríguez nuestro padre y nuestro amigo habría cumplido su nonagésimo año desde que nació como hijo terrenal de Federico Montes Vergara y Hortensia Rodríguez Errázuriz. Mañana jueves hará un año que murió, sin evidencia de dolor corporal y, con evidencia, en paz espiritual, que borra al dolor corporal. Ya muerto me abrió su ojo izquierdo cuya mirada dijo “Ah, llegaste, está bien” y se lo cerré. Su alma resucitada está en Dios y se halla asimismo aquí. Este hombre agradece ante todo la compañía presente y también permanente de su esposa María Larraín Blanchard. En realidad, él da las gracias a todos nosotros, incluso ausentes. Sentimos amor por él. Fue en la tierra un ser con defectos, quién no, pero no muchos, más bien pocos, un ser esencialmente bueno y ¡mejor que bueno! No daré una lista de sus virtudes, que conocemos como su verdadero y más valioso legado, desde luego la honestidad. Esta reunión no es de duelo aunque duela. Aquí nuestro corazón ora con el suyo en Dios a la Iglesia para que mejoremos la vida. No hay fe que no dude. Pero la duda cree. No hay esperanza que no caiga. Pero la caída arma, ama, clama y calma como desde el abismo la oración en salmodia de David. No hay amor que sea entre nosotros perfecto. Pero la conciencia de la imperfección nos ayuda a tener un sentido de Dios, para no explotar de amor, lo que tú, papá, en buena parte nos has entregado. “Habría soberbia en la avidez de santidad”, me dijiste con sabiduría pocos días antes de mañana un año atrás. Agradecemos a Percival su acción de ahora. Comeremos contigo, papá, tu preferida torta, la torta de moka, y beberemos algo de vino. Rememoramos así al pasar como síntesis a las bodas de Caná juntas a la última Cena. El agua hecha vino en el vino hecho sangre, juntos el comienzo y el final, el final hacia este nuevo comienzo tuyo. Volveremos a nacer. Te recordamos en Jesús y en la Virgen María. Ahora, paso, cual anfitrión, la palabra a este querido sacerdote, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Luego, cada persona dirá lo que quiera, si quiere. Y por último nos deleitaremos. Antes de charlar y de despedirnos, permaneciendo juntos a ti y al Señor. Oremos.

La invité a almorzar y un poco a pesar suyo, para contrariar su soledad de amor imposible, aceptó. Yo no tengo mayor interés como se dice sexual por ella aunque tampoco me sea indiferente. El hecho es que dispuse mi alma rechazando su sugerencia de ir a “otro lugar” es decir a un restaurante pero en cambio sí a mi casa, la dispuse para hacer lo mejor del mundo desde lo que tenía, la dispuse alegrándola para la preparación calmada de las papas, de las zanahorias, del pollo, sin exagerar en los condimentos. Yo ya estaba preparado en la comida para ella. Quise que mi capacidad de amar estuviese en la lentitud del fuego. Tuve la ilusión de reconocer en ella la comprensión de algo tan sencillo y a la vez tan complejo como eso. Había lágrimas de miel en las zanahorias asadas, por ejemplo. Ella llegó como de costumbre atrasada. No me importaba. Yo ya estaba bien dispuesto para eso. El tiempo transcurría como la nube de una esperanza sin poesía. Todo estaba preparado en el requerimiento del tiempo que transcurre bajo nubes y sobre fuego. El horno es cavidad de sabiduría en la filosofía culinaria. Uno no puede dar más amor del que puede dar. Si lo pudiese, reventaría de amor. La muerte es un exceso. El hecho es que sonó el timbre. Ella llegaba. Hubo un beso de su parte preventivamente arrepentido, ya de nariz enrojecida, ya con el anuncio de un llanto durante la posteridad hipotética de la siesta. Ella había traído una botella de vino de la cual aún resta algo. Está la mujer sentada a mi lado leyendo las frases que brotan de mí respecto del almuerzo. Algo sobró. Nada ha sido aseado. La conversación fue obviamente un soliloquio en nada, como se debe, desagradable. Hubo música, luces. Esta historia es apasionante. Pero es real. Luego fuimos a la cama. Allí durante horas ocurrió algo que no es exactamente lo que Usted imagina. Es inenarrable. Dado lo cual no lo narro. Imagínelo Usted si quiere. Le aseguro que no daría en el blanco. Ella me enciende ahora un cigarrillo. No desmiente nada sobre lo escrito. Aquí está la pura y santa verdad. Bueno, para satisfacer en parte la curiosidad sensitiva de Usted, le contaré que sí, ella me regaló además unos chocolates de menta y algunos besos. El beso no es un contacto físicamente diferente del mano a mano. Su valor tampoco reside en su ferocidad demostrativa de estar amándose o algo parecido a esto. Vale en voz dulce. Vale de confianza a confianza. El beso es una forma extraña de dulzura que la humanidad ha podido concebir para entrañarse e ir teniendo el sentimiento de superar la memoria del dolor. El beso hace posible algún olvido aunque sea transitorio. No hablo aquí de mi beso. Hablo del suyo. Excuse Usted la repetición, pero ella besa en lágrimas. Yo no. Yo beso en dicha. Aunque me cause alguna desdicha ese llanto de amor lejano a ella misma y no obstante suyo. Pero predomina en mí el goce de sentir su labio no forzado en mí. Su mano roza como por azar mi sexo, que de inmediato obediente se yergue cual cabo segundo del ejército. Ella lo sabe. Todo está en sus manos. Ya no está sentada a mi lado. Ha ido al baño. Es el llanto del pipí. Ya volverá. Luego partiría si es su deseo llamado también, pues mañana se trabaja, deber. Mentira. Si quisiera, permanecería acá. Esta mujer se jode la vida entre el amor y la falta de amor. Se halla enamorada de un hombre que la conduce al fracaso sin querer hacerlo. El pobre está casado y tiene hijos. No piensa separarse. Le cansa la idea de hacerlo. Ahora ella regresa del baño. Me acepta dos besos. Huele a mí.

Leo en el Evangelio de hoy, Lc 12. 8-12: “Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre se lo perdonará”. Perdonado estoy pues al tratar como “hijo de puta” a Cristo, sinónimo reconocido, entre otros como Jesús por ejemplo, de “Hijo del hombre”. Curioso esto, por coincidir también con ser, como se sabe, “hijo del Padre”. De modo que el “hombre” sería al mismo tiempo “el padre” incluso de sí mismo: ¡Y Dios! ¿Usted o yo, hombre, el Mesías? Curioso. No entiendo. ¿Pero es exigible comprender la fe? O hubo quizás un error de escritura cometido por Lucas, por sus reproductores… Vaya yo a saber. La fe por sí misma es curiosa. Nada de curioso por tanto en que me resulte curiosa y aun ilógica. Pero poco tendría que ver la lógica -ésta, sólo humana- con la fe. Me resigno así con alguna incomodidad a no entender lo dicho sin que ello afecte en sustancia a mi pobre e ignorante fe. ¡Es tan fuerte y sabia que resiste a esas características que la contradicen! De la fe nada sé. A lo sumo la supongo cual solución de este problema teológico creyendo que creo en sus dos letras como fundamento de la religiosidad. Concedo que todo esto es una joda. Pero infinitamente menor que no admitirla en cuanto tal. ¡Si hasta Cristo crucificado y perdonado clamó contra su padre –Eli, Eli, lama sabachtani- cómo no cesaría de hacerlo yo en mi crucecita de hombre y mesías! Aceptar el absurdo planteado por Lucas sobre le fe es inherente a ésta.
 
Enseguida allí mismo leo: “Pero el que blasfema contra el Espíritu Santo no se le perdonará”. Conste. Es la única vez en el Nuevo Testamento que Cristo declara algo imperdonable. Sí, exactamente la única. Vale tener en cuenta esto. Yo puedo putear a la Santa María Virgen y ser perdonado. A Hijo. Al Padre. Pero al Espíritu Santo no. El Padre no sería de este modo tan infinitamente misericordioso como lo declara la infalible (por dogma) dogmática católica. Su misericordia es sólo casi infinita. Limita en el Espíritu Santo. A éste se lo puede tocar con el pétalo de una rosa pero putear no. Si lo hago, soy imperdonable. Mas ¿quién chucha es él? Ni idea. Se me figura una especie de alma de Dios que uniendo subordina y une -si sigo a Lucas- al Padre y al Hijo, estableciendo así a la Santísima Trinidad, por qué no euclidiana, equilátera o piramidal, por ejemplo. Pero todo esto en mi miseria intelectual me parece más una sarta de huevadas cabalísticas que una incitación poética al Amor como quintaesencia del cristianismo. Por incomprensión y cobarde prudencia ante el castigo no blasfemo consecuentemente contra el Espíritu Santo. Pero al no creer dado lo dicho en la aludida frase evangélica y creyendo sí en la infinita misericordia divina que TODO  perdona, como ergo al mismo tiempo por fe incluso en el sentido del humor que Dios ha comprobado con gracia en su Creación llevadera a la capacidad de joderlo valientemente un poco, blasfemo contra el Paráclito. Blasfemo, imperdonable, condenado a esta vida, no por ensañamiento sino por blasfemar. ¿Por qué? Como dice un niño -soy como niño, Jesús- “porque sí”.  Mi blasfemia carece de justificación y de contenido. Claro, puedo decir “Espíritu Santo huevón” pero no me lo imagino con huevas ni que tenerlas sea materia de injuria. No se me ocurre cómo blasfemar de verdad en esto. Quizás el Demonio pueda ayudarme. Pero no lo hace. Contra él blasfemo por tanto de todo corazón. Maldito eres. Capaz que así, insultado, por venganza me ayude a blasfemar verazmente contra el Paráclito. Pero no creo. Sucede que me siento amigo de la Trinidad y para qué decir de la Virgen. Sonreímos juntos. Cuánto me han ayudado. Hasta el comienzo de la resurrección. Alegre es pensarlo. Gracias no obstante todo a Lucas, nombre también de mi nieto mayor. Vive en Francia con sus padres y hermanos. Son fruto del exilio. Injusto. Magnífico. Gracias al Espíritu Santo doy por si las moscas para hacerme perdonar de no sé qué, salvo pecadillos, como haberme hecho la paja antes “pecado mortal” según los Doctores de la Ley en sus sinagogas condecoradas de trivial lujo. A este propósito, se me viene una anécdota. Mi papá muerto hace casi un año tenía un director espiritual: Jorge Gómez Ugarte, quien lo llamaba no “escrupuloso” sino “escrupuleso”. Sospechando onanismo por mi adolescencia aún virginal me llevó donde el cura. Solos los dos, me preguntó sin sorprenderme si yo me masturbaba. Respondí sin chistar que sí. Y entonces sí me asombré: “No importa. Pero no lo hagas mucho. Porque hay mejor”. Pensé feliz, al fin un cura inteligente. Nunca podré olvidar ese día. Nada me inquirió el papá. Murió. Está aquí.
 
Y finalmente leo hoy dirigido a nosotros engreídos hombres de buena voluntad: “Cuando los lleven a las sinagogas no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir porque el Espíritu Santo en ese momento se lo enseñará”. Esta frase es estupenda. Un concepto similar y reiterado se halla en el Evangelio. Desde luego, en el plano estrictamente científico, pone en alto valor y con plena razón a la improvisación cercana a la libertad y a la confianza. El estúpido positivismo “racionalista” de quien Comte ha sido transformado en prototipo carece de valía hoy pero pudo tenerla en parte durante su vida por el efecto de los cristianismos católico, luterano y calvinista, adictos a un espiritualismo contrario a toda reflexión medianamente pensante, heredado esto por lo menos de Aristóteles y de su seguidor el “santo” aquiniano, herético aristotelizador del cristianismo; más otros incluso hasta hoy, destructores eficaces de la Iglesia y “doctores de la Ley”, ignorantes, pedantes, soberbios. Son la Jerarquía, esa misma que mató sin un susurro en complicidad con la mafia siciliana y “suiza” a Juan Pablo I; ésa del celibato obligatorio como escuela de precoz homosexualidad y de tardía pedofilia debida a una infantilización tardía de le la gimnasia sexual; ésa a quien pertenezco. Etc.: ebria de sermones insulsos, dineros del culto, “raza de víboras” con el perdón de las víboras. Con excepciones, claro está. Menos mal. “Ver para creer” fue prematuro positivismo. “Dichosos quienes crean sin ver” ES ciencia incluyente de valores como por ejemplo la prudente improvisación. Gran lección hallamos aquí en Lucas. No se inventa por normativa metodología dictada por Doctores que no valen ni una mierda salvo por su bolsillo y sus condecoraciones sobre alfombras rojas de las cuales tampoco se sustraen reaccionarios de moral despótica, ateos o agnósticos… con excepciones. Pero volvamos a la segunda parte de la frase, Improvisemos como núcleo de la ciencia moderna, modernicémonos con prudencia, respetemos el medio ambiente, amémonos, etc., pero sin otro programa que aquél que nos enseña el Espíritu Santo. Pues sería según Lucas de hoy el mismo Paráclito quien nos lo enseña. Dicho de otro modo más conciso, el E.S. es en la parabólica trinidad divina la fuente de nuestro posible y libre aprendizaje. Él ENSEÑA. Dios uno y trino como movimiento que trino y uno es, es enseñanza sólo amorosa en la práctica de la vida. Perdona todo. Pero no que cometamos la única y verdadera blasfemia. Ella es sencilla y horrible, No consiste en decir huevón al E.S. Reside en negarnos a la disposición al amor. Y aquí sí se explica que la blasfemia mencionada sea imperdonable. Pues Dios uno y trino, por amor parabólico, se endemoniaría si aceptase la imposibilidad en el ser mismo de su trascendencia. Ni del Diablo lo admitiría: éste no existiría sin la libertad dada en amor por Él. ¿Beaterias mías? ¿Diabluras retóricas? Francamente, no sin contradicciones, creo a fin de cuentas que no. Y creo que suyas tampoco. Por lo menos a fin de cuentas. Ojalá antes.
 
Espíritu Santo, te digo huevón, por saber a toda esta inhumana humanidad. No releo.

“¿Se pregunta algo Jesús: qué?” me pregunto yo, tendiendo a responder tras breve síntesis, sin duda imperfecta de mis lecturas bíblicas, que nada, salvo didáctico, lo cual no dejaría además de tener cierta lógica, si Dios existe, si Cristo es Dios y si Él sabe todo, tornando así inútil cualquier cuestionamiento suyo de orden propiamente filosófico.
 
Uno puede concebir, claro, que “antes” de la Creación el Señor se interrogó sobre si practicarla o no, pues “no juega a los dados”, pero esto es cosa sólo de uno, y digo “sólo de uno” no por desdeño al valor de la imaginación dada por Él como componente de la Obra traedora de sus huellas digitales y capaz según se ve de algo tan inimaginable como imaginar aun pobremente, más allá de lo sensorial y de lo imaginable, al mismísimo Ser Inimaginable: Dios. Cuya esencia en cuanto Amor estaría demostrada de acuerdo con mi fe por su Encarnación, más aún todavía prometedora antes de la Ascensión hacia “otros rebaños (…), pero dentro de otro tiempo me volveréis a ver”.
 
De acuerdo con mi recuerdo, poco en rigor filosófico es que filosofan hacia su interioridad y hacia la misma vida los niños. Es normal, no son Dios. Mas en más que algo se le asemejan, más al parecer que el resto. El niño observa. El adolescente se ilusiona. El joven adulto empieza a ejercer planes. El adulto se carga de responsabilidades que comienzan a cansarlo. Luego ya se sabe sin que en definitiva a pesar de la filosofía ferretera algo se sepa, quizás.
 
Pero el niño observa. Huele la madera. Escucha al viento. Siente la palpitación de la piedra. En esto y otras cosas parecidas, sin casi preguntas y menos sobre su ser, consiste por divagación a veces o a menudo insana su forma de filosofar, próxima por comparación de otros seres a Dios. “Sed como niños”.
 
La mujer no piensa. Ella tiene los pies en la tierra. Produce leche. Riega plantas. No escucha pero no se la va una en la práctica del laburo. Habla de preferencia gritando sin cesar. Así conversa y filosofa con su hombre, auténtico filósofo. Ella expresa mal su lenguaje que él tampoco escucha habiendo ya optado para no irritarse en exceso por callar, sin que esto por gentileza le impida de vez en cuando decir algo. Existe un diálogo de locos. Ella es inocente por su sexo y cree ser escuchada, mientras él sin escucharle sino una palabra entre cien la retiene en la memoria para servirse de aquélla como reconstituyente en simulacro de alguna comunicación inteligible. Mientras él aburridísimo y con urticaria estaría si no fuese porque en el ínter tanto trata de relacionar el significado del sistema estelar con el dinero. Entretanto la hija adolescente en ensueño de amores rasca su cabeza y el niñito mira ya durmiendo por la ventana de sus ojos cerrados. Las parejas van trayendo cada vez menos hijos. Soy el mayor de nueve. Miguelito no tendrá más de dos ya habidos. No juzgo. La Creación tiene límites como he repetido hasta el cansancio porosos y para limitar parabólicos en aras de la encarnación y de la ascensión acompañada tras el regreso de Jesús, pródigo, dentro de otro tiempo.
 
Pero hay otro asunto casi olvidado. Es justamente el cuento del tiempo. Si digo que “antes” de la Creación Dios se inquiría sobre su factura es que me estoy haciendo una idea sobre la tridimensional temporalidad, sin tener al respecto -perdón- ni la más puta idea. Pues, patudo, me pongo en condición de sabiduría divina en relación con el pasado y por tanto del presente como asimismo del futuro; ¿por qué no entonces de la eternidad afofada cual noción muerta de su redundancia carente de todo sentido? No. No tengo el derecho ni la capacidad para percibir aquella tridimensionalidad ni como substituto provisional y sintético una marmórea eternidad; allí donde yacen los elegantes epitafios de la soberbia hecha aun sin tiempo polvo. Sospecho que fue sencilla pedagogía de Cristo su distinción trinitaria del tiempo. No habría habido un “antes” de la Creación. Ésta es. Su movimiento no existe. Pero entra de nuevo aquí a jugar el resquicio amoroso golpeado por Juan: “En el principio era el Verbo”; las palabras como juego matemático para la rica miseria humana.
 
Resumo aproximadamente ab initio. “¿Por qué?” es pregunta típica de Platón. “¿Para qué?” lo es de Aristóteles.
 
“¿Para qué escribir?” sería pues dentro de este esquema un interrogante de orden más bien aristotélico.
 
Sartre escribió que escribía para alcanzar la gloria y, en otro texto, para ser amado. Yo no soy Sartre. Tampoco escribo, si esto se llama escribir, para alcanzar la gloria, que francamente me importa un huevo. Y ni siquiera en el fondo para ser amado, pues no sin contradicciones ya me siento serlo no sólo desde luego por Dios, mi compinche Señor, sino también por gente, por animales, vegetales y minerales como por ejemplo tú. Con lo cual basta y sobra. No temo a la muerte. Pero sí a morir en el dolor del cuerpo y del alma. ¡No ocurra esto!
 
El cuerpo ya duele. Importa. Pero es bebible. Algunos sedantes que atontan son suficientes para ello. Atontarse es adormecerse sin pesadilla ulterior.
 
El alma también ya duele. Es por el bien que no he hecho y, quizás más por nueva patudez, que debido al error y al mal hecho, como cuando violé antes de estrangular a mi hijo espurio de dos años: una delicia de arrepentimiento. En realidad me siento finalmente bueno. Mas no se trata de esto al terminar las presentes líneas. Yo he escrito para amar y para dar amor como búsqueda del amar. Y en esto Sartre tiene en parte razón (aunque yo no habría planteado la cosa como él). Pues no se podría amar sin la felicidad de ser amado.
 
En mi escritura he querido eso. Pero mostrando por lo menos desde mí la contrariedad del ser humano. Escribiendo voluntarista,  incluso con frecuencia estupideces en lo posible desconcertantes aun para mí del ser humano, pues ¿no estamos a pesar de un anhelo a la bondad, extraviados? ¿No es nuestro cerebro una enredadera de carne? ¿Cuántas angulas se revuelven mordiéndose y remordiéndose en nuestros amantes corazones? Cristo incendió sin otra razón que según toda verosimilitud megalómana a aquella inocente higuera. Esto no le plantea pregunta. A mí sí. ¿A usted no?

Leo en el Evangelio de hoy, Lc 12. 8-12: “Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre se lo perdonará”. Perdonado estoy pues al tratar como “hijo de puta” a Cristo, sinónimo reconocido, entre otros como Jesús por ejemplo, de “Hijo del hombre”. Curioso esto, por coincidir también con ser, como se sabe, “hijo del Padre”. De modo que el “hombre” sería al mismo tiempo “el padre” incluso de sí mismo: ¡Y Dios! ¿Usted o yo, hombre, el Mesías? Curioso. No entiendo. ¿Pero es exigible comprender la fe? O hubo quizás un error de escritura cometido por Lucas, por sus reproductores… Vaya yo a saber. La fe por sí misma es curiosa. Nada de curioso por tanto en que me resulte curiosa y aun ilógica. Pero poco tendría que ver la lógica -ésta, sólo humana- con la fe. Me resigno así con alguna incomodidad a no entender lo dicho sin que ello afecte en sustancia a mi pobre e ignorante fe. ¡Es tan fuerte y sabia que resiste a esas características que la contradicen! De la fe nada sé. A lo sumo la supongo cual solución de este problema teológico creyendo que creo en sus dos letras como fundamento de la religiosidad. Concedo que todo esto es una joda. Pero infinitamente menor que no admitirla en cuanto tal. ¡Si hasta Cristo crucificado y perdonado clamó contra su padre –Eli, Eli, lama sabachtani- cómo no cesaría de hacerlo yo en mi crucecita de hombre y mesías! Aceptar el absurdo planteado por Lucas sobre le fe es inherente a ésta.
 
Enseguida allí mismo leo: “Pero el que blasfema contra el Espíritu Santo no se le perdonará”. Conste. Es la única vez en el Nuevo Testamento que Cristo declara algo imperdonable. Sí, exactamente la única. Vale tener en cuenta esto. Yo puedo putear a la Santa María Virgen y ser perdonado. A Hijo. Al Padre. Pero al Espíritu Santo no. El Padre no sería de este modo tan infinitamente misericordioso como lo declara la infalible (por dogma) dogmática católica. Su misericordia es sólo casi infinita. Limita en el Espíritu Santo. A éste se lo puede tocar con el pétalo de una rosa pero putear no. Si lo hago, soy imperdonable. Mas ¿quién chucha es él? Ni idea. Se me figura una especie de alma de Dios que uniendo subordina y une -si sigo a Lucas- al Padre y al Hijo, estableciendo así a la Santísima Trinidad, por qué no euclidiana, equilátera o piramidal, por ejemplo. Pero todo esto en mi miseria intelectual me parece más una sarta de huevadas cabalísticas que una incitación poética al Amor como quintaesencia del cristianismo. Por incomprensión y cobarde prudencia ante el castigo no blasfemo consecuentemente contra el Espíritu Santo. Pero al no creer dado lo dicho en la aludida frase evangélica y creyendo sí en la infinita misericordia divina que TODO  perdona, como ergo al mismo tiempo por fe incluso en el sentido del humor que Dios ha comprobado con gracia en su Creación llevadera a la capacidad de joderlo valientemente un poco, blasfemo contra el Paráclito. Blasfemo, imperdonable, condenado a esta vida, no por ensañamiento sino por blasfemar. ¿Por qué? Como dice un niño -soy como niño, Jesús- “porque sí”.  Mi blasfemia carece de justificación y de contenido. Claro, puedo decir “Espíritu Santo huevón” pero no me lo imagino con huevas ni que tenerlas sea materia de injuria. No se me ocurre cómo blasfemar de verdad en esto. Quizás el Demonio pueda ayudarme. Pero no lo hace. Contra él blasfemo por tanto de todo corazón. Maldito eres. Capaz que así, insultado, por venganza me ayude a blasfemar verazmente contra el Paráclito. Pero no creo. Sucede que me siento amigo de la Trinidad y para qué decir de la Virgen. Sonreímos juntos. Cuánto me han ayudado. Hasta el comienzo de la resurrección. Alegre es pensarlo. Gracias no obstante todo a Lucas, nombre también de mi nieto mayor. Vive en Francia con sus padres y hermanos. Son fruto del exilio. Injusto. Magnífico. Gracias al Espíritu Santo doy por si las moscas para hacerme perdonar de no sé qué, salvo pecadillos, como haberme hecho la paja antes “pecado mortal” según los Doctores de la Ley en sus sinagogas condecoradas de trivial lujo. A este propósito, se me viene una anécdota. Mi papá muerto hace casi un año tenía un director espiritual: Jorge Gómez Ugarte, quien lo llamaba no “escrupuloso” sino “escrupuleso”. Sospechando onanismo por mi adolescencia aún virginal me llevó donde el cura. Solos los dos, me preguntó sin sorprenderme si yo me masturbaba. Respondí sin chistar que sí. Y entonces sí me asombré: “No importa. Pero no lo hagas mucho. Porque hay mejor”. Pensé feliz, al fin un cura inteligente. Nunca podré olvidar ese día. Nada me inquirió el papá. Murió. Está aquí.
 
Y finalmente leo hoy dirigido a nosotros engreídos hombres de buena voluntad: “Cuando los lleven a las sinagogas no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir porque el Espíritu Santo en ese momento se lo enseñará”. Esta frase es estupenda. Un concepto similar y reiterado se halla en el Evangelio. Desde luego, en el plano estrictamente científico, pone en alto valor y con plena razón a la improvisación cercana a la libertad y a la confianza. El estúpido positivismo “racionalista” de quien Comte ha sido transformado en prototipo carece de valía hoy pero pudo tenerla en parte durante su vida por el efecto de los cristianismos católico, luterano y calvinista, adictos a un espiritualismo contrario a toda reflexión medianamente pensante, heredado esto por lo menos de Aristóteles y de su seguidor el “santo” aquiniano, herético aristotelizador del cristianismo; más otros incluso hasta hoy, destructores eficaces de la Iglesia y “doctores de la Ley”, ignorantes, pedantes, soberbios. Son la Jerarquía, esa misma que mató sin un susurro en complicidad con la mafia siciliana y “suiza” a Juan Pablo I; ésa del celibato obligatorio como escuela de precoz homosexualidad y de tardía pedofilia debida a una infantilización tardía de le la gimnasia sexual; ésa a quien pertenezco. Etc.: ebria de sermones insulsos, dineros del culto, “raza de víboras” con el perdón de las víboras. Con excepciones, claro está. Menos mal. “Ver para creer” fue prematuro positivismo. “Dichosos quienes crean sin ver” ES ciencia incluyente de valores como por ejemplo la prudente improvisación. Gran lección hallamos aquí en Lucas. No se inventa por normativa metodología dictada por Doctores que no valen ni una mierda salvo por su bolsillo y sus condecoraciones sobre alfombras rojas de las cuales tampoco se sustraen reaccionarios de moral despótica, ateos o agnósticos… con excepciones. Pero volvamos a la segunda parte de la frase, Improvisemos como núcleo de la ciencia moderna, modernicémonos con prudencia, respetemos el medio ambiente, amémonos, etc., pero sin otro programa que aquél que nos enseña el Espíritu Santo. Pues sería según Lucas de hoy el mismo Paráclito quien nos lo enseña. Dicho de otro modo más conciso, el E.S. es en la parabólica trinidad divina la fuente de nuestro posible y libre aprendizaje. Él ENSEÑA. Dios uno y trino como movimiento que trino y uno es, es enseñanza sólo amorosa en la práctica de la vida. Perdona todo. Pero no que cometamos la única y verdadera blasfemia. Ella es sencilla y horrible, No consiste en decir huevón al E.S. Reside en negarnos a la disposición al amor. Y aquí sí se explica que la blasfemia mencionada sea imperdonable. Pues Dios uno y trino, por amor parabólico, se endemoniaría si aceptase la imposibilidad en el ser mismo de su trascendencia. Ni del Diablo lo admitiría: éste no existiría sin la libertad dada en amor por Él. ¿Beaterias mías? ¿Diabluras retóricas? Francamente, no sin contradicciones, creo a fin de cuentas que no. Y creo que suyas tampoco. Por lo menos a fin de cuentas. Ojalá antes.
 
Espíritu Santo, te digo huevón, por saber a toda esta inhumana humanidad. No releo.

Aquí puedes buscar «Columnas anteriores» pasando el cursor sobre un día en particular.

May 2024
L M X J V S D
 12345
6789101112
13141516171819
20212223242526
2728293031  

Estadísticas del blog

  • 573.725 visitas